ABRIENDO LAS ALITAS 11
hISTORIA DE MI VIDA,,, verdadere, sensual, erotica y con cada vez mas sexo..
AUTOBIOGRAFIA sensual, erotica y sexual,,, 100 por ciento cierta.
Historia de mi vida, medio erotica, medio sensual, medio sexual.
Continua mi biografía poniendose mas caliente a cada relato.
Les recomiendo leer las anteriores entregas,, es historia real picara, medio erótica y francamente sexual conforme voy creciendo,,,es mi biografia.
Les recomiengo leer los anteriores capitulos de mi biografia,,, es erotica leve al principio y se va poniendo mejor.
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11 EL REENCUENTRO (13 – 14 años)
El gorrioncillo sin cielo para volar.
Todo volvería a renacer a mi alrededor.
Las vacaciones llegaron y, muy a mi pesar, mi familia y yo nos cambiamos de colonia. El antiguo barrio y la escuela me quedarían del otro lado de la ciudad. Corté de tajo con mis amigos del barrio y mis compañeros de escuela, visitarlos sería muy difícil para mí. Mi vida se volvió sombría.
El recuerdo de los momentos íntimos vividos con mis amigos y compañeros de escuela, mantenían mi pene excitado todo el tiempo. Mi amor por David, sus caricias y sus besos ocupaban mi mente y mantenían mi corazón latiendo. Albergaba la esperanza de poder visitarlo pronto y decirle en cuál escuela estaría para continuar nuestro “noviazgo”, aunque en mi mente algo me decía que eso no era más que un tonto sueño imposible.
Para aliviar un poco la tristeza de no tenerlo cerca, reescribí todas las canciones que pude para acoplar la letra a mi amor por David, las escribía en un pequeño librito que mantenía siempre oculto. La historia de nuestro amor nos pertenecía a él y a mí, a nadie más. Nuestro noviazgo estaba tan presente en mi mente que por las noches imaginaba que le cantaba las canciones, cerquita, muy cerquita del oído para que nadie más las escuchara. Al terminar la canción, él me sonreía y nos besábamos.
Mi yo “sensible” se refugiaba en las canciones y en la promesa de volver a tenerlo cerca. Mi yo “machito” se encargaba de mantener mi imagen de muy “hombrecito” frente a mi familia mientras mi yo “sexual” se mantenía inquieto las 24 horas.
El gorrioncillo vuela de nuevo.
El pasado no se quería ir.
Mis padres solicitaron el cambio de escuela con anticipación. Lo que no sabíamos era que, en ese tiempo, no era posible hacer esos cambios tan fácilmente. La fecha de entrar a clases llegó y tuve que regresar a la misma escuela.
Mi felicidad por regresar a la escuela era tan inmensa que no importaba todo lo que tuviera que hacer para volver a ver a David. Mis padres se sentían orgullosos de que su hijito no pusiera peros a tanto sacrificio, creían que mi interés era por los estudios, ¡si hubieran sabido!
El gorrioncillo revolotea libre en el aire.
Me sentía muy contento, y todavía no miraba a David.
Ya en el salón todos mis compañeros se sorprendieron al verme. Me rodeaban para hacerme preguntas, para decirme que les daba gusto tenerme ahí de nuevo
–Dany, ¡regresaste! –entró David gritando.
Alguien le dijo que yo había regresado y corrió por todas las escaleras hasta el salón para encontrarse conmigo.
Me sonrió, me abrazó y me jaló hacia él, sentí sus brazos fuertes alrededor de la cintura y se pegó con tanta fuerza a mi cuerpo que aplastó mi pene con el suyo. Percibí su loción. Su saludo fue tan efusivo que pensé que me daría un beso frente a todos. Nos miramos fijamente por unos instantes y con su mirada me dio a entender que seguíamos conectados, me sonrojé y bajé la mirada, él solo se rió.
–Cabrón, ya creciste, estás más pesado –dijo al levantarme en peso.
La vida me devolvía la paz. Pronto tomamos el ritmo de las clases y me puse al día con los chismes de mi amiga Yolanda. A la hora del recreo, al ir saliendo del salón, Valentín se acercó para recordarme que le había prometido ir al río con él a hacer ¨cosas*.
—Todavía somos novios ¿eh? Te vi platicando con Valentín –me reclamó David cuando me alcanzó en la cafetería.
¡Estaba celoso! No lo podía creer, volví a comprobar que me quería. Comimos juntos sentados en el jardín. No hablamos, tan solo disfrutamos la compañía del otro. David se recostó en el pasto después de almorzar y recargó su cabeza en mis piernas.
–Pon una canción. ¿sí?
–Te la pongo y si me la sé, te la canto.
Prendí la radio y sintonicé una estación donde anunciaron la canción: Por Ti, de Oscar Chávez.
–¿Listo? –le pregunté.
–¿Para qué?
–Para declararte mi amor –contesté quedito para que nadie más escuchara.
Nos sonreímos y luego le canté quedito la canción mientras con los dedos le repasaba disimuladamente el rostro de vez en cuando. David volteaba a mirarme y movía la boca como diciéndome “te amo”. Su mirada apacible me llenaba de paz.
Por ti, yo dejé de pensar en el mar.
Por ti, yo dejé de fijarme en el cielo.
Por ti, me ha dado por llorar como el mar.
Me he puesto a sollozar como el cielo.
Me ha dado por llorar.
Por ti, la ternura se niega conmigo.
Por ti, la amargura me sigue y la sigo.
Por ti, me estoy volviendo loco de celos.
Se vuelven contra mí mis anhelos.
Se vuelven contra mí.
–Siempre andas cantando ¿verdad Danny? –dijo un compañero que se sentó a nuestro lado.
La energía que nos envolvía me elevaba hasta el cielo. Deseaba tanto besarlo, pero eso no podía ser.
A la salida David se fue con su novia y yo a mi casa. Era curiosa la relación entre él y yo, nos decíamos novios entre nosotros y al mismo tiempo aceptábamos que él tuviera una novia. Sentía envidia al pensar que la chava de seguro disfrutaba de su cuerpo, algo que yo no podía hacer como quisiera, pero me reconfortaba saber que yo tenía su amor.
No me quedaba claro si en verdad éramos novios o era solo un juego. No nos habíamos vuelto a besar desde que nos despedimos frente a la escuela
Cuando la conexión es verdadera y el amor sincero, son para siempre.
Cansado, pero feliz.
El gorrioncillo tiene alas grandes.
Todos mis yo´s se despertaron ese día.
Ya en casa, antes de dormir, mi diablillo me recordó que Valentín me había propuesto vernos temprano antes de entrar a clases. El pene se me puso duro de inmediato imaginando para qué me quería ver. Mi culito necesitaba algo de atención.
Al día siguiente me topé en la escuela con Valentín.
–Vamos al parque –dijo.
–¿Para qué?
Se acercó a mi oído y dijo en voz baja para que no lo escucharan los otros estudiantes que estaban ahí.
–Para meterte la verga.
Valentín era demasiado directo para hablar de algo que yo consideraba sumamente especial. Lo ignoré y fingí que no me interesaba lo que me proponía.
–¿Entonces qué? Quedaste de ir conmigo a una fiesta ¿te acuerdas?
–Sí me acuerdo.
–Yo te aviso cuando –dijo.
Preguntándole más me dijo que a veces hacían fiestas en casa de un chavo de otro salón. Yo no estaba muy seguro de querer ir y hacerlo enfrente de varios compañeros. Además, pensaba que era como traicionar a David, me tomaba en serio eso de que éramos novios.
El gorrioncillo vuela entre halcones.
Otra graaaaan experiencia me esperaba.
Los días pasaban y David y yo continuábamos con nuestras noviazgo en secreto. Mi yo sensible se sentía pleno con las muestras de amor que me daba, su mirada, sus abrazos, las cosas que me decía. Mi yo sexual no sabía para cuándo podría tener sexo con David, y eso me mantenía excitado.
En ese tiempo dejó la clase de español una maestra que estaba embarazada. Para sustituirla, llegó un nuevo maestro, un hombre joven alto y fornido de unos 28 años. Desde el primer día que se presentó me pareció un hombre atractivo. El profesor Miguel, así se llamaba, vestía siempre de traje, y tenía modales muy finos. Era un hombre muy guapo, se veía que hacía ejercicio por los musculosos brazos que tenía.
Un día al dar la clase, el profesor se paseaba por los pasillos entre las bancas mientras dictaba algo que leía en un libro. De repente, al pasar junto a mí, sentí que me rozaba levemente el hombro con su pene. Me fijé que el “accidental” rozón se lo daba a varios compañeros varones, a ninguna chava.
Al volver a pasar junto a mí, lo volví a sentir. El maestro se paró frente al grupo y entonces pude distinguir claramente un bulto bajo su pantalón. Mi diablillo en la cabeza me dijo que eso no era coincidencia. El maestro se dio cuenta de que lo observaba, me miró y me sonrió.
Era la última clase del día y al terminar, el maestro me llamó para que me acercara a su escritorio. Tomé mi mochila y me detuve frente al mueble. El maestro me pidió que me acercara por un costado. Quedé parado junto a él de espaldas a la puerta.
–A ver, saque el cuaderno –ordenó.
–Tiene varios errores. Use un lápiz para corregirlos.
No estaba seguro de qué hacer, no entendía a qué errores se refería. En eso el último alumno que quedaba en el salón se despidió. El maestro adoptó un tono diferente de voz en cuanto la puerta se cerró y se colocó a un lado de mí.
–Me mirabas con mucha atención hace rato –dijo en voz baja.
–¿Yo? No maestro.
–Bueno, a mí no, más bien a éste –dijo mientras se agarraba el pene.
Entonces no perdió el tiempo, me tomó de un hombro y me jaló suavemente hacia él. Me empezó a decir al oído lo mucho que yo le gustaba, mientras con una mano acariciaba mi espalda baja. Sentí descargas de energía por la columna con sus caricias.
Yo aparentaba no tener interés en lo que estaba pasando. El profesor me tomó de la cintura, me dio vuelta y me jaló firmemente para restregarme su pene en el trasero. Mi yo “sexual” ganó, instintivamente volteé a verle el pene. Con una mano el maestro llevó la mía hasta posarla sobre su pito. Yo seguía sin saber que hacer tan solo lo miraba y le sonreía. La energía entre los dos fue creciendo. Luego dirigió mi mano moviéndola como en círculos para masajearle el pene, lo hice sin resistirme. Mi diablillo me dijo que tal vez el maestro me iba a “enseñar” otras cosas.
Me fijé detenidamente en el profesor, en sus ojos, en su cara y en su cabello. Entonces mi mano ya no necesitó ser guiada, con gusto le sobé el pene. La energía entre los dos fluía intensamente.
–Qué precioso eres… te llamas Dany ¿verdad? –dijo.
Asentí con la cabeza. Con una mano seguía acariciando mis nalgas con movimientos gentiles, sin prisas. Llevado por la excitación encontré la forma de meter mi mano bajo sus pantalones.
En cuanto lo toqué me di cuenta de que el pene del profesor era diferente a todos los penes que había tocado antes. Lo sentí enorme y muy grueso. Mojé mis labios con la lengua.
–Aquí no podemos. Nos vemos otro día, ¿Quieres? –preguntó y le dije que sí.
Hay que estar abiertos a las posibilidades que la vida ofrece, pero con precaución.
Pensaba en un “festín”, pero no con Valentín.
12 ME DUELE (14 años)
El gorrioncito atrapado por un halcón.
A veces la vida da sorpresas inolvidables, pero dolorosas.
Debido a la atracción que me provocaba el nuevo maestro, y a la promesa de vernos “en otro lugar”, la clase de español se convirtió en mi favorita. Mi diablillo se volvía loco intentando imaginar lo que pudiera pasar en esa cita. Teníamos las clases de español al final del día los lunes y jueves. A diario esperaba que el profesor me dijera cuándo y dónde nos veríamos. Esperé con ansias por varias semanas tener el encuentro con el profesor, pero por una cosa o por otra no sucedía.
Al final de una de esas clases el maestro me alcanzó en la escalera y me preguntó dónde vivía. Le dije el nombre de la calle y de la colonia y lo tardado que era transportarme hasta allá.
–Tenemos una cita. ¿Te acuerdas? ¿Te parece si vamos y luego te llevo a tu casa?
Acepté emocionado. Esperé afuera de la escuela a que el maestro saliera en su auto. Manejó hasta una zona de la ciudad que yo no conocía. Antes de llegar a su casa me pidió que me recostara en el asiento para esconderme y que pareciera que él iba solo en su auto, luego metió el auto a la cochera de su casa y cerró inmediatamente el portón.
–¿Con quién vive? –quise saber.
–Vivo solo.
Bajé del auto sintiendo que mi pene estaba por reventar. Entramos a la casa, muy elegante, más grande que la casa donde yo vivía. Empecé a captar que una energía abrumadora me rodeaba.
–¿Quieres algo de tomar?—preguntó amablemente.
–Agua, está bien –dije.
Me sirvió un vaso grande de agua de sabor limón y me pidió que lo siguiera. Subimos por una escalera hasta la planta alta.
–¿Es usted el de las fotos? –dije refiriéndome a unas fotos en el pasillo.
–Sí, juego basquetbol y esas fotos son de cuando estaba en un equipo.
Mientras platicaba conmigo se quitó el saco azul marino que llevaba puesto. Antes de entrar a la recámara me detuvo de un brazo y se quedó callado mirándome directo a los ojos.
—Si sabes a qué venimos ¿verdad? –preguntó muy serio.
Me sonrojé y solo moví la cabeza en señal afirmativa.
–Excelente. Que niño tan guapo… y tan inteligente.
Entramos a la recámara y me puse a admirar los muebles, los cuadros y los adornos de la habitación. De pronto, sin darme cuenta, el maestro ya estaba en puro boxer. Mi yo “machito” se estresó, mi yo “sensible” no existía en ese momento. Mi yo “sexual” se apoderaba por completo de mi mente y de mi cuerpo. Me quité la corbata del uniforme y empecé a desabrocharme la camisa mientras el profesor entraba al baño para abrir las llaves del agua.
—No, ¡espera!
Me asusté, creí que alguien había llegado y volteé hacia la puerta.
–Ya te dije que nadie va a venir. No te asustes. Es que,,,quiero ser yo el que te quite la ropa ¿puedo?
Se paró frente a mí, me tomó de la cabeza con delicadeza con ambas manos y me dio un beso suave. Luego desabotonó mi camisa y le ayudé a sacármela, quedé en camiseta interior. Enseguida desabrochó mi cinturón y se agachó para bajar mis pantalones lentamente. Por instinto cubrí mi erección con las manos, el profesor sonrió. Le facilité la maniobra para que me quitara los zapatos y los calcetines.
Se paró nuevamente frente a mí y retiró mis manos, mi pene quedó a su alcance, lo empezó a masajear por encima de la trusa, y yo hice lo mismo con el suyo. El bulto en su boxer se veía enorme, y su pene se sentía durísimo.
Volvió a tomarme de la cabeza y me volvió a besar. Esta vez mordió mis labios con tal delicadeza que me hizo gemir quedito.
–Ven, vamos a la regadera.
–¿Puedo ir al baño? –pregunté.
–Claro, ve al del pasillo, está al fondo –indicó.
Cuando regresé a la recámara me acerqué al profesor. El empezó de inmediato a subir mi camiseta y levanté las manos para liberarla, luego me quitó la trusa. Acercó su cara a mis axilas y empezó a lamerlas. Yo le bajé el boxer y quedamos desnudos uno frente al otro. Tomé su pene y palpé sus testículos. ¡Su pene me pareció irreal de lo grande que lo tenía! Se le notaban gruesas venas a todo lo largo.
Luego el profesor me tomó de la mano y me llevó al baño. Era un baño muy grande, con una tina ya casi llena de agua y una regadera muy amplia. Se sentó en el retrete y me jaló hacia él.
Con la punta de la lengua empezó a recorrer mi cuello lentamente provocándome cosquillas muy agradables, su lengua tibia apenas rozaba mi piel, sutil, electrizante. Luego siguió por los hombros, el pecho y la espalda. Oleadas de placer recorrían todo mi cuerpo y se incrementaban con cada lamida y cada mordida suave que me daba. Mordisqueó mis tetillas y con la lengua recorría el canal de mi abdomen hasta el ombligo. ¡Qué manera de usar la lengua! Mi diablillo grababa todo, aprendía rápido. Empecé a temblar de la excitación mientras le acariciaba el cabello y los hombros.
–¡Ah! que rico –dije a su oído.
–¿Te gusta, precioso? –preguntó muy cerca de mi cara.
Empezó a aprisionar mi pene suavemente con los dedos. Buscó mis huevos y los palpó delicadamente. Mi respiración era ya muy agitada. Me regaló una mirada y una sonrisa más. Se puso de pie y me indicó que me sentara en el retrete. Se puso frente a mí y mi diablillo sugirió poner en marcha lo que acababa de aprender.
Busqué sus tetillas y recorrí su piel con mi lengua hasta llegar a su entrepierna. Tomé su pene y sus huevos y los acaricié sin prisa. Sin duda el pene del profesor era el más grande y gordo que jamás había visto. No imaginaba que algo así pudiera existir. Luego me puse de pie para mordisquearle el cuello y besarlo. Era buen alumno, aprendí bien.
Nos metimos a la regadera y con naturalidad el profesor empezó a tallar mi cuerpo con una esponja enjabonada mientras yo me lavaba el cabello. Se tomó el tiempo que quiso para dejar perfectamente limpio cada rincón de mi piel. Tomó especial cuidado de lavarme el pene bien peladito.
De pronto sus dedos traviesos abrieron mis nalgas para insertarme cuidadosamente un dedo con algo de jabón, al poco rato el dedo fue sustituido por una manguerita que tomó de un estante de la pared. Yo me sorprendí, pero lo dejé hacer, el agua tibia inundó mi culito. Me recargué en la pared y la manguerita entró más profundo. El profesor me pidió que expulsara el líquido en el retrete y repetimos la operación hasta que el agua salió de mi culito completamente clara. Al principio percibí un leve olor un poco desagradable, pero luego desapareció.
–Es mejor que estés bien limpio, así es mejor, para evitar infecciones –me explicó.
Al terminar de enjuagarme me ofreció la esponja y empecé por tallar su cuello y sus hombros. Fui bajando la esponja por su abdomen y su espalda, tratando de hacerlo suavemente mientras acariciaba sus firmes músculos.
Llegué a su pene y lo pelé con cuidado. Su grueso tronco estaba rematado por una cabeza roja un poco mas delgada que el tronco, su piel se sentía muy suave. No descuidé sus huevos, se los tallé sin lastimarlo. Hasta entonces me di cuenta de que tenía recortado el vello púbico.
–Si lo mantienes cortito no guarda olores –contestó a mi pregunta del por qué.
Nos enjuagamos por última vez y cerramos la llave, me tomó en brazos y salimos de la regadera. Era un hombre muy fuerte, me llevó cargando hasta la tina y me metió en el agua.
–¡Está caliente! –dije sorprendido.
–Al rato te acostumbras y te va a gustar.
La tina era de buen tamaño. El profesor se metió junto conmigo al agua frente a mí y puso sus pies al lado de mis caderas, su pene se asomaba por el agua apuntando al cielo. Nos quedamos unos instantes callados, disfrutando del agua, con los ojos cerrados. El agua caliente, la tranquilidad y seguridad que me transmitía me infundieron paz.
Luego de varios minutos mi diablillo me aconsejó que tomara la iniciativa. Alcancé el pene del profe con las manos y empecé a masturbarlo. La vista de su enorme pene me tenía alucinado. Acaricié sus pies y sus muslos.
–Ven. Súbete –dijo guiándome para quedar recostado sobre su cuerpo.
Nuestros penes se aprisionaron uno contra el otro sobre su abdomen. Sentí los latidos de su corazón en mi pecho. Mi boca se unió a la suya con pasión, pensé que estaba soñando. Sus dedos empezaron a recorrer mi cuerpo con mucho tacto. Movió sus dedos en forma de círculos en mi espalda, en mis hombros, en mis nalgas. Las puntas de sus dedos transmitían a mi piel una energía increíble. Las caricias se sentían diferente, mi piel estaba más sensible por el agua caliente. Mi diablillo tomaba nota de cada detalle, cada caricia, cada palabra.
En cuanto mi excitación aumentaba y mi respiración se hacía más rápido, el profesor movía sus manos para acariciarme en otra parte del cuerpo o me acariciaba más lentamente para evitar que llegara al orgasmo. Entendí que, controlando las caricias, su ritmo y su intensidad, se podía controlar el placer que se transmite a la otra persona.
El profesor me besaba de muchas formas que no conocía, tierno, rudo, con mordiscos, masajeando mis labios, introduciendo su lengua hasta el fondo. Me jalaba suavemente de los cabellos para acercarme más a su cara. Nadie me había enseñado a besar ni a acariciar así, medio salvaje. No quería que ese momento terminara.
Luego de varios minutos las caricias del profesor se concentraron en mis nalgas y en mi culito. Sus dedos traviesos, largos, pronto exploraban mi hoyito haciéndome lanzar pequeños gemidos. Enjabonados, primero uno, luego dos dedos abrían mi carne y entraban y salían con suavidad, pero con firmeza. Mi culito palpitaba, no opuse resistencia, ya sin voluntad propia, estaba dispuesto a llegar hasta dónde él quisiera.
El profesor me invitó a salir de la tina, me tomó en sus brazos nuevamente y me llevó a la orilla de la cama. Dejamos una estela de agua por el piso. La temperatura del cuarto era alta, pero, aun así, sentí frío. El profesor me empezó a secar con una toalla mientras seguía acariciándome.
Nos recostamos en la cama en cuanto él se secó también y sin más me acurruqué en su pecho. Mi vista no se apartaba de su grueso tolete y lo empecé a acariciar.
–¿Quieres chuparlo? –preguntó amablemente.
No era necesaria la pregunta, mis manos ya estaban aferradas al duro pito del profesor. Con cuidado me acomodé para poder lamerle el tronco desde la base hasta la punta. Mi lengua parecía insuficiente para tanta piel. Bajé hasta sus huevos y me metí uno por uno en la boca para aprisionarlos suavemente. El profesor metía sus dedos entre mi cabello mojado y lo acariciaba.
–Vamos a hacer un 69 –me indicó.
No supe qué era eso, pero pronto lo entendí, se acomodó de tal modo que su pene quedó justo en mi cara y el mío en la de él. Nos empezamos a dar una mamada mutua lentamente. Se metía todo mi pito hasta el tope y luego me apretaba quedito los huevos con los labios. Nunca me hubiera imaginado que el pene se podía chupar así, de esa forma atrevida y brusca, hasta el fondo. Mi mente se apagó, eran las sensaciones en la piel y las órdenes de mi diablillo las que me dirigían.
La excitación de estar ahí, de estar con él, de tocar su musculoso cuerpo me hizo llegar a un clímax como nunca había sentido. Ensarté el pene lo más que pude en la boca del profesor y no lo saqué hasta que salió el sexto o séptimo chorro de semen. No recordaba haber aventado tanto semen nunca. Un gemido largo y fuerte fue un indicador del nivel de placer que sentí. El profesor siguió chupándome suavemente el pene hasta dejármelo completamente limpio.
Me recosté a un lado, extasiado, con el pene aun palpitando.
–Perdón. No quise… – dije después de varios minutos intentando disculparme.
–Está bien. Tu semen está rico.
Entonces pensé que debía devolverle el favor y me metí otra vez el pene del profesor en la boca y lo empecé a chupar. Me dejó mamárselo por un buen rato, hasta que me dolían las quijadas.
–Me cansé –intenté explicar.
–No te preocupes, yo necesito algo más.
Estaba a punto de preguntar qué quería decir cuando vi que se introducía los dedos en la boca y se los llenaba de saliva. Abre tus nalguitas, te lo va a meter, dijo mi diablillo en cuanto vio hacia dónde se dirigían. Con cuidado metió tres dedos de uno por uno en mi hoyito, yo cerré los ojos. Sentí como su pene se ponía más y más duro entre mis manos.
–Voltéate, ¿sí?
–No me va a entrar –dije con algo de miedo.
–Ya verás que sí.
–Me va a doler. Lo tiene muy grueso –volví a decir.
–¿Confías en mí, o no?
Me acerqué a su cara, lo besé y le dije quedito que sí. Entonces el profesor me pidió que me colocara en posición de perrito a la orilla de la cama con las piernas abiertas. Se puso de rodillas en el piso, metió su cara entre mis nalgas y hundió su lengua en mi hoyito. ¡Qué caricia tan intensa! Mi culito se abría para dejar entrar una lengua húmeda, caliente y escurridiza.
–¡Aggghhhhhhhhh! –gemía.
Mi mente se fue al infinito, nada de lo que había sentido antes se parecía a lo que estaba sintiendo. Su lengua y sus dedos traviesos se alternaban para lamer, picar, y acariciar mi culo cada vez más hondo. Sus dientes daban pequeñas y suaves mordidas a mi ano y a mis nalgas. Su mano me masturbaba y apretaba mis huevos. Luego me mordisqueaba el tronquito del pene y lamía mis bolas mientras sus dedos entraban de a dos o tres en mi culito ya completamente abierto. Las caricias se convirtieron en algo salvaje, animal, perdí contacto con la realidad. El placer que estaba experimentando lo sentía en todo el cuerpo y me hacía emitir extraños sonidos. Mi pene estaba listo para derramarse otra vez. Mi yo “sexual” estaba desbocado, los otros yo´s dejaron de existir.
–¿De quién es este culito tan sabroso? –preguntó al momento de darme una nalgada.
–Suyo, su…yo –dije yo o mi diablillo, entre gemidos.
El profesor me dio un par de nalgadas más.
–¿Quieres verga Dany? –preguntó en tono brusco.
–Sí, sí. – supliqué.
–¿Te meto esta vergota?
–Sí, toda, toda –me sorprendí contestando.
Estaba dispuesto a entregarle mi culito. El profesor se paró detrás de mí. No supe en qué momento se untó crema en el pene porque yo seguía retorciéndome de excitación, gimiendo con los ojos cerrados.
–Así, ábrelo, que rico culito tienes, vas a disfrutar mi verga, ya verás –dijo.
En cuanto sentí la punta de su pene rozando mi entradita apreté los dientes. Me empiné lo más que pude hasta poner mi cara en la cama, con los puños me agarré fuerte de la cobija y separé las piernas lo más que pude. Su pitote se empezó a pasear por el canal de mis nalgas rozándome el ano y enviándome descargas de placer a todo el cuerpo. Con cada rozón mi culito se abría intentando tragarse el tremendo pedazo de carne del profesor.
–Ya, métamela por favor, ya –rogó mi diablillo.
Fue la señal para el maestro de que mi cuerpo estaba a su disposición. Me tomó de las caderas, apuntó la cabezota de su verga en mi culo y le dio un empujón leve. Ayudada por la crema, la punta delgada desapareció dentro de mi hoyito. Aun así, al ensartarse lanzó una estocada de dolor por toda mi espalda.
–Ay, duele, no –dije intentando convencerlo de parar.
–Ya, chiquito, relájate, va a pasar.
Sacó la verga y volvió a restregármela entre las nalgas. Me retorcía un poco de dolor y un poco de placer. El maestro me limpió la crema con una toalla y volvió a usar sus dedos y la lengua para relajar mi culito. Mi hoyito se empezó a abrir y cerrar pidiendo ser ensartado, necesitaba sentirme invadido, el dolor iba desapareciendo.
–¿De quién es este culito? –volvió a preguntar el profesor.
–Suyo, suyo –respondí.
–¿Y esta vergota, la quieres? –preguntó.
–Sí, toda, métamela ya –contesté.
Nuevamente la punta del pene, con mucha crema, abrió mi culito y la cabeza entró unos 5 centímetros con un poco más de facilidad. Abrí la boca para tomar aire y cerré los ojos esperando el embate. Déjate, lo vas a disfrutar, me aconsejó el diablillo.
Faltaba por entrar la parte más gruesa del pene. El profesor, sin sacar la punta de su pene de mi cuerpo, me sostenía con mucha fuerza con los dos brazos para evitar que me zafara de su empalada y me animaba a que aflojara mi culito con palabras dulces. Yo no lo escuchaba, en cuanto el profesor continuó empujando volví a sentir dolor en mi culito con cada milímetro de verga que me entraba, pero me sentía demasiado excitado y mi diablillo me decía que no podía desaprovechar la experiencia de ser penetrado con tan rico pene.
Sin avisarme, en un momento que mi culito se relajó un poco, el profesor le dio un empujón fuerte a su verga y esta vez no se detuvo, firme, sin piedad, la dura verga se enterró hasta que topó en algo muy adentro de mi cuerpo. El culito me ardió como si se me hubiera partido en dos, su pene era demasiado grueso para mí, ¡y apenas me había metido una parte! todavía tenía afuera un buen pedazo.
Lancé un grito tan fuerte que se debió haber escuchado hasta la calle, el dolor era insoportable. Abundantes lágrimas rodaron por mis mejillas mientras me retorcía intentando liberarme. Me dejé caer hacia un lado y apreté el culo intentando expulsar al intruso, pero el maestro me sostuvo con mucha fuerza, me aprisionó contra su cuerpo y continuó penetrándome. No logré liberarme ni un milímetro de su enorme verga, al contrario, con tanto movimiento, no sé cómo, el pene del profesor encontró su camino y se enterró más adentro hasta que sus huevotes chocaron con mis nalgas.
–¡No, por favor, me duele! –comencé a llorar en serio.
–Ya, no grites cabrón, ya va a pasar.
–Sáquemela por favor –supliqué entre llantos.
–Ya te entró toda, aguántate, querías verga ¿no?—sentenció y ya no dije nada.
Aferrado a mi cuerpo, abusando de sus músculos, el maestro empezó a penetrarme bruscamente moviendo un poco su verga hacia atrás y volviendo a ensartármela hasta el fondo. Mi llanto ya era abundante. Luchábamos, yo para soltarme y él para mantenerme pegado a su cuerpo, ahí supe lo fuerte que era. Mi culito se fue acostumbrando al tamaño de la vergota y empecé a sentir como una mezcla de dolor en el culo y mucho placer en el pene y en los huevos.
Lo bueno fue que el tormento duró poco. El esfuerzo me estaba mareando y menos intentos hacía por defenderme. Seguía sollozando mientras sentía como su pene palpitaba en mi adolorido culito, no entendí cómo me pudo gustar sentir los chorros de semen caliente en mi culo después de tanto dolor. Luego, el profesor se quedó quieto, pero sin soltarme hasta que su pene fue perdiendo dureza, entonces pude expulsarlo de mi cuerpo. El dolor seguía siendo tremendo.
Me cubrí la cara con las manos y me quedé ahí llorando como un niño asustado. En eso sentí algo pegajoso en el abdomen y me di cuenta de que yo también me había descargado, mi pene aún chorreaba semen en la cobija. Eso me confundió mucho. ¿Cómo era posible que hubiera llegado al orgasmo con tanto dolor en el culo?
Luego de mucho tiempo de estar yo sollozando y él en silencio, al fin dijo algo.
–Perdóname, chiquito, perdóname –repetía el profesor.
Yo no atinaba a decir nada, mi cuerpo temblaba y mi mente estaba nublada. El profe me abrazó tiernamente y mis emociones más se confundían, me sentía agredido, adolorido, nunca me imaginé sentir tanto dolor. Sentía coraje porque primero yo le había suplicado al maestro que me la metiera y luego que me la sacara porque me estaba doliendo y él no se detuvo. Sentía excitación al darme cuenta de que había tenido toda su verga en mi culo y por haberme venido al mismo tiempo que él.
–Ya, no llores.
–Me dolió mucho. Le dije que no y me la metió toda –le reclamé.
–No pude parar. Tienes un cuerpo tan hermoso que estaba bien excitado. Perdóname.
Seguimos ahí acostados por más tiempo.
–Ya te la habían metido antes ¿o no? –preguntó cínicamente.
–Sí, pero no una tan grande.
–¿Entonces cómo te entró toda?
–No sé, la tiene bien grandota.
–Vas a estar bien, ya verás.
Limpió mi cara con una toalla y me besó. Fue un beso un tanto frío. Con las piernas temblorosas me levanté como pude de la cama y entré a la regadera para lavarme. Vi que tenía sangre entre las nalgas y me asusté, pero no le dije nada al profesor, no quería hacer el problema más grande. Me seguía doliendo el culo y me lo lavé con cuidado.
Salí del baño y me vestí sin decir una sola palabra, el profesor ya estaba vestido. Antes de salir a la cochera, justo en la puerta de la sala, nos detuvimos, me tomó de los hombros y se agachó un poco para que su cara quedara a la altura de la mía.
–Nada de esto a nadie ¿sí chiquito? Tus compañeros se burlarían de ti si se enteraran que te dejaste coger por mí.
–¿Estás enojado? –preguntó mirándome a los ojos.
–Yo vine porque quise. ¿Qué no? –contesté con desgano.
Ya no me sentía tan enojado con el profesor a pesar del dolor que aún sentía en el culo. Más bien estaba enojado conmigo mismo por haber ido, yo acepté estar ahí y hacer lo que hicimos. Debí suponer que me dolería al momento que vi el tamaño de su pene. Mi yo “machito” me regañaba. Tal vez, si me hubiera relajado, lo hubiera disfrutado, me decía mi diablillo. El culo me seguía doliendo como si todavía trajera el pene del profesor ensartado hasta el fondo.
Me sentía tan miserable por haber hecho lo que hice con el profesor, mi yo sensible me reclamaba la traición a mi novio. Mi yo machito me señalaba como el marica que mi mamá no quería. Hice hasta lo imposible por no llorar. Todo eso confundía mi mente mientras íbamos rumbo a casa. El profesor me dejó a dos cuadras antes de llegar para evitar que nos vieran juntos.
Entré a casa caminando despacio. El dolor en el culo continuaba.
–Y tú ¿qué traes, por qué caminas así? –quiso saber mi madre en cuanto me vio.
–Es que vengo muy cansado, caminé mucho –mentí.
Fui al baño a revisarme y vi que me había salido un poco más de sangre. Tuve que lavar mi trusa. Usé un poco de crema para las manos para lubricar mi culito y disminuir el ardor.
Las personas egoístas solo piensan en su propio placer sin importarles dañar a los demás, y eso no es el sexo.
Me dolió, pero ¡me entró toda!
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