ABRIENDO LAS ALITAS 12
HISTORIA DE MI VIDA,,, verdadera, sensual, erótica y con cada vez mas sexo, poniéndose mas caliente a cada relato..
SON EXTRACTOS DE LA HISTORIA DE MI VIDA,,, verdadera, sensual, erotica y con cada vez mas sexo,
poniendose mas caliente a cada relato.
Les recomiendo leer los anteriores capitulos.
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13 DE UN MODO O DE OTRO (14 años).
El gorrioncillo yace en el suelo, ¿volverá a volar?
Lo sucedido con el profesor de español me asustó en serio.
El sangrado se detuvo después de lavarme y de que me unté crema, pero el dolor en mi culito al ir al baño tardó días en desaparecer, eso me dio miedo. Estuve a punto de confesarle a mis padres lo sucedido porque pensé que algo grave me había pasado, que la vergota del profesor me había roto algo por dentro.
–No más vergas para mí –me dije yo mismo.
Con el paso de los días me fui calmando. Me sentía diferente después de lo vivido con el profesor. El diablillo en mi cabeza volvió a aparecer poco a poco para convencerme de que no todo había sido tan malo; había aprendido a acariciar y besar de muchas formas, a hacer el 69 y a “preparar” a una persona para tener buen sexo. Lo más importante es que aprendí a cuidar mi higiene y mi salud, ahora conocía la forma de lavar mi culito para tener sexo más limpio y sin olor a popo. Me corté el vello púbico usando un peine y unas tijeras y me gustó porque aparte de que sentía más fresca la entrepierna, mi pito se veía más largo.
El sexo es algo para unir y hacer felices a las personas, no solo para lograr un orgasmo.
No lo volvería a hacer, bueno tal vez…
¿Gorrioncito con su paloma = gavilancillo?
La mente joven olvida fácil, pronto estaba explorando otros caminos.
–Danny, te tengo una sorpresa –dijo David un día durante nuestro almuerzo.
–¿Qué? –pregunté.
–A la salida –dijo.
Al termino de las clases me contó que conoció a dos chavas que no eran de la escuela y que una de ella quería tener sexo con él y que le habían pedido que consiguiera un amigo par ala otra, entonces a él se le ocurrió invitarme para completar las parejas.
–Te doy permiso ¿ok? –dijo mientras me pasaba el brazo por la espalda.
–Con chavos no, pero mujeres si ¿ok? El jueves vamos a su casa.
Increíblemente me sentí excitado, pensé que la experiencia sería muy agradable. Después de lo que me había pasado con el profesor ya no le temía a nada ¿qué cosa peor me podría pasar? Mi cuerpo estaba dispuesto para cualquier posibilidad de tener sexo. Llegado el jueves nos reunimos a la salida frente a la escuela.
Llegamos a la casa de las chavas y David me presentó a sus amigas, al parecer les caí bien porque en minutos estábamos ya besándonos, David con Lily y yo con Alicia. Nos dijeron que teníamos la tarde completa sin interrupciones.
Las dos chavas eran muy bonitas y muy atrevidas, decidieron que estaríamos los cuatro en la misma habitación. Sin ninguna pena dejaron que les quitáramos la ropa y ellas me enseñaron a quitarles el brasier. Luego nos turnamos para bañarnos en pareja, primero se bañaron David y Lily y luego nosotros.
–¿Te recortas los pelitos? –preguntó Alicia en cuanto me vio sin ropa.
–Para estar más limpio.
Al salir del baño me quedé sin aliento, la visión de David al desnudo y con la verga bien parada recostado en la cama era mucho más de lo que me hubiera imaginado, su impactante imagen hizo que mi pene se pusiera tan firme que pensé que me había crecido un par de centímetros en ese instante. Decidí que siempre sí volvería a interesarme en la verga… siempre y cuando fuera la de David.
Lily y David ya estaban en pleno agasajo, ella le besaba el cuello y le pelaba el pito. Yo me senté en un sillón frente a la cama, Alicia se hincó frente a mí y sin más se metió mi pene en la boca. Me resultó muy conveniente la posición porque desde ahí podía ver claramente a mi novio desnudo en vivo y en directo. Me imaginaba que era yo el que estaba con él y eso me excitaba más.
Al poco rato David empezó a chuparle las tetas a la chava mientras le acariciaba la vagina, el cuarto se llenó de jadeos. No perdía detalle de lo que David hacía y empecé a imitarlo, levanté a Alicia y ella se sentó en mis piernas. Empecé a chuparle las tetas y a acariciarle las nalgas.
La chava tomó mi pene, lo dirigió hasta su vagina y se sentó sobre él. Lo que sentí no lo esperaba, su túnel era muy caliente y resbaloso, me apretaba perfectamente el pito de una manera firme y suave. Me estaba provocando unas oleadas de placer tan intensas que temí venirme muy pronto.
–Espera –le indiqué.
Luego vi que mi amigo pegaba la cara a la vagina a la chica y quise imitarlo. Acomodé a Alicia en cuatro patas a la orilla de la cama, por instinto metí la lengua en la rajita de la chica y percibí un sabor desconocido, algo fuerte pero no desagradable. La chava empezó a jadear mientras le acariciaba las nalgas y las tetas.
–Métemelo ya, métemelo –rogaba.
Me paré detrás de ella, y rápido mi pene desapareció dentro de su cuerpo, empecé a moverme con ritmo. Sentí que Alicia empezó a temblar y pensé que su orgasmo estaba cerca, cambié de ritmo para evitar descargarme, y con eso le provoqué tanto placer que sus gemidos estremecieron el cuarto. En cuanto le pasó la excitación, la chava me rechazó para evitar que me “viniera” dentro de ella. Terminé masturbándome y aventando el semen sobre su espalda. Fue un orgasmo tan intenso que perdí todas mis fuerzas. Caí sobre su espalda y nos quedamos quietos. Justo en ese momento mi mirada se cruzó con la de David y los dos nos sonreímos.
David y Lily siguieron gimiendo y moviéndose, él sobre ella. La vista de David desnudo y sudando, sus nalguitas subiendo y bajando sobre el cuerpo de Lily, era maravillosa. Alicia me dijo que quería ir al baño y yo me quedé sentado en el sillón. Justo en ese momento David sacó su pene y pude ver los chorros de semen que aventaba en el abdomen de la chava. Luego se quedaron descansando unos minutos y después Lily se fue al baño también.
David se quedó acostado boca arriba con los ojos cerrados. Su cuerpo era lo más hermoso que jamás hubiera visto y eso me provocó otra erección. ¡Anda, aprovecha! Me aconsejó el diablillo. Llevado por la excitación del momento, me senté a la orilla de la cama y con la mano acaricié suavemente el abdomen de mi amigo. Al ver que no me rechazaba, fui bajando la mano lentamente hasta que alcancé su pene medio erecto, húmedo y resbaloso. Lo rodeé con mis dedos, él solo volteó y me sonrió. Yo tomé eso como un sí.
Lo masturbé lentamente por unos momentos aprovechando que estábamos solos. En cuanto su pene se puso duro, David me jaló para hacerme caer y quedar recostado en la cama junto a él. Luego se subió sobre mí, sus manos atraparon mis brazos y entonces empezó a mover su cuerpo para que su duro pene aprisionara el mío.
–¿Quieres verdad? –preguntó mostrándome una sonrisa pícara.
David se agachó hasta que sus labios alcanzaron los míos. Era el primer beso desde que nos declaramos nuestro amor el año escolar anterior. Su beso me supo a gloria, besarnos así, desnudos, después de haber tenido sexo con las chavas, ¡jamás me lo hubiera imaginado! Hubiera dado lo que fuera por provocarle un orgasmo y que él me provocara uno ahí mismo.
Escuchamos que las chavas estaban por regresar y terminamos nuestro arrumaco. Al momento de pararme, David hizo algo que me excitó sobremanera. Me acarició las nalgas y me dijo.
–Ya pronto, ya verás.
Las chavas regresaron del baño. Luego de bañarnos rápido y vestirnos, David y yo nos retiramos muy contentos.
El sexo es así, conexión, disfrute, placer, paz.
Y yo con gusto se las daría.
El gavilancillo y su parvada.
Mi personalidad se estaba haciendo muy flexible.
Los días pasaban y yo no desaprovechaba la oportunidad de tener sexo, a veces con Valentín en los baños de las canchas frente a la escuela, a veces con otros chavos amigos de Valentín, a veces con las amigas de David. Un día, de regreso en casa, me di cuenta de que mi comportamiento se estaba volviendo muy adaptable; cuando se me presentaba la oportunidad tenía sexo con chavos o con chavas, entonces, solo pensaba en mi satisfacción física y no me daba miedo intentar cosas más atrevidas.
Muchos días pasaron y un martes me topé a Valentín en la entrada de los sanitarios.
–Mañana ¿eh? –dijo sin aclarar qué.
Al día siguiente esperé a Valentín en la salida de la escuela, cuidando de que no me viera David.
–¿Para qué me querías ver? –pregunté.
—Menso, hoy nos toca ir al río –aclaró.
Me hizo señas de que lo siguiera y en el camino al río se nos unió su amigo Julio.
–No me dijiste que iría Julio –dije nervioso.
–Este wey quiere tus nalguitas. Te encantará su vergota.
En eso vi que David salía con otros amigos y caminaba hacia nosotros ¡mala suerte! Pensé que mi novio me vería con Valentín y con Julio y no podría explicarle que hacía con ellos.
–Adelántense, los alcanzo –dije y Julio quiso respingar algo.
Valentín jaló a Julio y caminaron rumbo al río. Por fortuna David se subió a un auto sin verme y se fue. Esperé unos minutos para que se fueran retirando más alumnos y no me vieran caminando con Valentín. Cuando los alcancé Julio y Valentín ya venían de regreso del río. Les pregunté qué pasaba.
–Nos ganaron el lugar –dijo Julio.
–Mejor otro día –intenté retirarme, me sentía incómodo.
–¡Ni madres! Ya andamos aquí, vamos a un lugar mejor –dijo Valentín.
Nos fuimos al parque y subimos todas las gradas del campo de béisbol. Nos metimos por una ventana lateral a una caseta que estaba abandonada en la parte más alta. El lugar estaba medio abandonado, era un escondite perfecto, podíamos ver por las ventanas si alguien se acercaba mucho antes de que llegara a la caseta, y desde el campo no se distinguía si alguien estaba adentro o no.
En cuanto entramos Valentín y Julio se empezaron a quitar la ropa. Una vez más pensé en arrepentirme, sentía que estaba traicionando a David. En un par de minutos mis amigos ya estaban más que listos. Ya estás aquí, a darle, dijo mi diablillo. Pusimos las mochilas en el piso y sobre ellas la ropa.
–Mira que rica vergota tiene este güey –dijo Valentín.
No lo podía creer, el pene de Julio era tan largo como el del profesor Miguel, pero menos gruesa.
Valentín se acercó frente a mí y empezó a acariciarme. Mi yo “machito” se quedó en las gradas, mi yo “sensible” me decía que recordara a mi novio, mi yo “sexual” tenía urgencias que resolver y mi diablillo dijo: a disfrutar. Julio se acercó por detrás y entre los dos se encargaron de acariciar con las manos y con la lengua todo mi cuerpo.
–Qué ricas nalgas tienes, ¿te la meto? –dijo Julio.
Sentí su pene rozando mis nalgas y volteé a verlo. Julio no era guapo, pero tampoco era feo, moreno, alto y delgado, con un bigotillo fino y ojos muy negros. Era mayor que Valentín porque ya casi cumplía los 16 años. La boca traviesa de Julio me mordisqueaba los hombros y la espalda, y la lengua de Valentín se paseaba por mis tetillas, por mi abdomen y por mi ombligo con tanta destreza que cerré los ojos y empecé a gemir quedito.
–Mámasela y yo te la mamo a ti –me dijo Valentín.
Mi voluntad se había ido, Julio se paró en una silla vieja que estaba ahí para que su pene quedara a la altura de mi cara. Valentín se puso de rodillas y se prendió inmediatamente de mi pito. Yo tomaba el pitote de Julio con ambas manos y todavía me sobraba un buen pedazo, ¡era muy largo! Nos chupamos por un buen rato y luego cambiamos de posición.
–Ándale, deja que te la meta –preguntó Julio nuevamente.
–La tienes bien grandota –repliqué.
–Solo la puntita, has de tener un culito bien apretadito, ¿sí?
Lo pensé un momento. No lo tiene tan grueso, si lo aguantas, me animaba mi diablillo. Recordé que por mi hoyito ya había pasado el pene del profe Miguel y sobreviví. Decidí no perder la oportunidad.
–¿Traes crema? Si no, no.
–Te lo meto despacito hasta donde me digas –prometió.
–Bueno, pero si te digo que me la saques le paras ¿sí?
Me recargué en la pared y separé las piernas. Valentín se puso a vigilar por la ventana.
Después de lubricarme el culo con mucha saliva, Julio empezó a ensartarme el pene despacito al mismo tiempo que movía las caderas en círculos para que el pedazo de carne se fuera acomodando. Cerré los ojos y disfruté la sensación de su pito abriendo mí culito poco a poco, aunque iba entrando con algo de dificultad y de molestia. Luego sentí que su pene llegó al tope, aunque Julio seguía empujándolo y moviéndolo para los lados.
–Ya no te entra –dijo Julio.
Con la mano alcancé mi culo y el pene de Julio y comprobé que todavía tenía unos 6 centímetros afuera.
Sentir a Julio dentro de mí me tenía extasiado, quería más, me empiné completamente y abrí las piernas. Julio continuó empujando con fuerza, moviendo la cadera lentamente en círculos. De alguna forma el largo pito encontró acomodo, de pronto el pene de Julio se deslizó completamente dentro de mí. Sentí que llegó hasta donde antes me había llegado el pitote del profesor Miguel y eso me provocó una oleada de placer tan grande que no pude evitar un gemido.
–Güey, que chingón, ¡ya te entró toda! –dijo Valentín que se había acercado a ver la acción.
–No te muevas, por favor, no te muevas –supliqué.
–¿Te duele? ¿te la saco? –preguntó Julio.
-Un poco, pero se siente bien chingón –dije entre jadeos.
Volví a buscar con la mano el pene de Julio y me topé con sus huevos apretados contra mi hoyito. ¡No podía creer que toda su carne estuviera dentro de mí! Sus manos pellizcaban mis sensibles tetillas tan fuerte que la mezcla de dolor y placer me hacían gemir. Sentía que me faltaba el aire de tan excitado que estaba.
Nos movimos a ritmo lento por unos minutos y luego rápido hasta que sentí que mi orgasmo estaba cerca, no entendía cómo, ya que yo no me podía masturbar por tener las manos apoyadas en la pared. Julio aceleró sus embestidas y llegamos juntos al clímax. Sentir su pene aventando chorros de semen en mi interior me hicieron lograr un orgasmo muy intenso.
–Sigo yo –dijo Valentín.
Mi yo “sexual” no estaba satisfecho, nunca lo estaba. Le pedí a Valentín que lo hiciera con cuidado, despacio. En cuanto salió el pene de Julio de mi culito de inmediato sentí la punta del pene de Valentín abriéndose paso, menos largo, pero igual de rico.
–¡Uy! está calientito –dijo mientras me penetraba bruscamente.
–¡Espérate, cabrón! Despacito –protesté al sentir una fuerte embestida.
Nos detuvimos unos instantes y luego se movió a un ritmo suave. Julio aprovechó para ensartar su pene en Valentín y quedamos los tres pegados como trenecito. Una ensartada tras otra me produjeron un nivel de placer tan intenso que mi cuerpo temblaba descontrolado.
–¡Dale güey! Me vengo –le dije con voz desesperada.
–¡Ah! –gimió Valentín.
El segundo orgasmo lo sentí mil veces más intenso que el primero, mis piernas se debilitaron y tuve que detenerme de la pared para no caer. Valentín aprovechó para empujar su pene hasta el fondo y lo sostuvo ahí hasta que empezó a llenarme de “mecos”. Fue demasiado para mí, me sentía mareado. Estábamos disfrutando del orgasmo los dos mientras Julio terminaba de venirse dentro de Valentín. Mi cuerpo flotaba, necesitaba descansar y recuperar el ritmo de mi respiración.
Mientras nos limpiábamos vi otra vez los penes que me habían penetrado.
–¿Cómo te cupo esa vergota? –preguntó Valentín.
–Este güey no sé cómo se la fue acomodando –dijo Julio.
–Alguien me enseñó que si le mueves para los lados, como en círculos, se acomoda más fácil y entra más. – dije.
Cuando llegué a mi casa todavía sentía como si trajera el pene de Julio adentro. Pensé que, aunque el pene del profesor Miguel era más grueso que el de Julio, si hubiera sido más paciente y se hubiera movido en círculos como Julio me lo podría haber metido sin lastimarme.
Me di cuenta de que disfrutaba mucho el sexo con Valentín y con Julio, pero sentía que faltaba algo más. No se me antojaba besarlos. Otra vez me sentía relajado, pero vacío. Mi yo “sensible” me confundía hasta hacerme sentir miserable. ¿Si lo amas porqué lo engañas? Pensaba en David.
Lograr la satisfacción sexual, emocional y energética en un mismo acto es difícil, se requiere el momento, el lugar y el motivo exactos, pero, sobre todo, la persona exacta.
¡Pero que rico es hacerlo!
El gavilancillo vuela hasta el cielo.
El sexo me perseguía por todos lados, estaba seguro.
–Te invitamos para ser chambelán –me dijo Yolanda un día de abril en la escuela.
–¿De quién?
–Es la quinceañera de Patricia.
Acepté y me dijeron que tenía que ir a ensayar el baile a la hora de la salida en las canchas frente a la escuela. También me indicaron que tenía que acudir a un templo a confesarme con un sacerdote para poder asistir a la misa. No tuve problemas para que me dieran permiso en casa de ser chambelán con tal de que fuera a confesarme, “Dios te lo va a recompensar”, decía mi mamá.
Me presenté al templo indicado un sábado en la mañana y vi que había muchas personas haciendo fila para entrar a confesarse. Cuando me tocó el turno de entrar, iba preocupado pensando en que debía confesarle al sacerdote todos mis encuentros sexuales. ¿Cómo podría mentirle al sacerdote, representante de Dios, ahí mismo, en el templo?
Entré a confesarme a una habitación pequeña y me topé con un sacerdote joven, de unos 27 años, de cabello rubio y de ojos azules. El sacerdote me invitó a sentarme en una silla frente a él. Su mirada me inquietó y percibí de él una energía que me hacía sentir incómodo.
–Dime tus pecados, hijo –ordenó el sacerdote con acento extranjero.
–A veces me enojo con mi mamá y le contesto grosero–dije tímidamente.
–¿Y qué más?
–Pues a veces cuento mentiras para no ser castigado o para que me den un permiso.
–¿Eso es todo? –preguntó con una voz tan grave que me dio miedo.
–Bueno…eh…a veces me…masturbo –dije avergonzado.
–¿Y cómo lo hacéis? –me sorprendió la pregunta.
Me quedé callado y el sacerdote me indicó que me pusiera de pie y me acercara a él. Obedecí, pero no sabía qué hacer, me quedé quieto frente a él. Sin mediar palabra el sacerdote me desabrochó la cremallera de los pantalones y metió la mano para sacar mi pene, lo empezó a masajear y por supuesto que se me empezó a poner duro. Yo estaba mudo de la sorpresa. Noté que mi diablillo no aparecía para aconsejarme nada, creí que se había quedado afuera de la iglesia.
–A ver, ¿cómo te masturbas? –me ordenó.
–Pero…
–Anda, tenéis que mostrarme –ordenó de nuevo.
Estaba tan nervioso y la situación era tan incómoda que mi lenta masturbación estaba teniendo el efecto contrario.
–Hombre, así no terminareis nunca –dijo y me agarró el pene.
Con la otra mano me desabrochó el cinturón, bajó mis pantalones un poco, me tomó de las nalgas y me acercó a él. No pude evitar una tremenda erección y, a juzgar por la actitud del sacerdote, él también estaba bastante excitado. Siguió masturbándome un poco más hasta que, sin decir palabra, se metió mi pene en la boca y lo empezó a mamar. ¡No lo podía creer! Me estaba mamando el pito ahí, frente a un gran crucifijo, rodeado de veladoras y biblias y estatuas de santos.
–Me voy a venir –le advertí.
No dijo nada, empezó a chuparme el pito con más fuerza. El orgasmo llegó pronto, y el sacerdote no dejó ni una gota de semen en mi pito. No había acabado de acomodarme la ropa cuando me ordenó.
–Ahora híncate.
Me acomodé la ropa y me hinqué frente a él esperando inocentemente que me diera la bendición. En vez de eso se abrió la sotana, se sacó el pene y me lo puso frente a la cara. Volteé a verlo con cara de no comprender.
–Vamos, ahora tú, es tu penitencia.
Tomé el pene con una mano y lo miré detenidamente. Era un pene de regular tamaño y de piel muy blanca. Me sorprendió ver el color rojizo de sus pelitos alrededor de los huevos. Me metí el pene a la boca y empecé a chuparlo. Los gemidos del sacerdote se hicieron más fuertes y pensé que nos podrían escuchar desde afuera. Se lo chupé por varios minutos, de muchas formas, me lo ponía de lado y yo se lo acariciaba con los labios, luego me ponía sus huevos peludos y se los lamía con la punta de la lengua. De pronto, me tomó fuerte del cabello y me empezó a meter el pene hasta el fondo. No pudo más, sus chorros me inundaron la garganta, tosí y el semen escurrió por mi barbilla. En ese momento pensé en que cada semen que había probado hasta ese momento tenía un sabor diferente, el del sacerdote me supo más dulce que cualquier otro que recordara.
–Toma, límpiate –dijo mientras me daba un pedazo de tela.
–Si te vuelves a masturbar, tienes que venir a confesarte conmigo. ¿eh?
Me dio la bendición y me fui. Al salir pensé que las personas que estaban esperando a entrar a confesarse, apenas separadas de nosotros por una puerta, se habían dado cuenta de lo que había pasado, sentí sus miradas. Me pareció que se me quedaban viendo acusadoramente, bajé la vista y apuré el paso.
En la puerta me topé con Yolanda y otra amiga que llegaban a confesarse.
–¿Ya te confesaste?
–Ya.
–De seguro te dio una penitencia muy grande. ¿Verdad?
–Uy, ni tanto, lo normal –dije con todo cinismo antes de soltarme riendo.
Regir la sexualidad bajo preceptos religiosos es simple hipocresía.
Mucho sermón… y mucha verga.
El gavilancillo tiene pareja.
Y si lo hice en el templo, que importaba hacerlo en cualquier lugar. Mi apetito sexual estaba descontrolado.
–¿Qué, entonces ahora si vas a la fiesta? –preguntó Valentín.
–No sé. ¿Cuándo es?
–Ándale, varios chavos quieren contigo.
–¿Por qué conmigo?
–Pues por guapo, y porque tienes unas nalguitas bien ricas –dijo con descaro.
De pronto pensé que tal vez no era mala idea ir a la fiesta. Con todas las atrevidas experiencias vividas los últimos meses, ¿qué podría pasar? dijo mi diablillo. Mi yo “sexual”, mi morbo, me exigía algo de acción. Total ¿Quién se podría enterar? Mi “noviazgo” con David tal vez no pasaría de ser solo un juego entre él y yo.
–No quiero ir porque va a estar Nicolás.
–Él no va a ir, dijo que no podía –me aseguró.
–Ándale, es el sábado. En casa de Julio a las 10.
Aunque no estaba seguro de que fuera buena idea ir, me animé al recordar lo mucho que había disfrutado con Julio. Fue fácil convencer a mis padres de que me dieran permiso “para ir al último ensayo de la quinceañera”.
El sábado me levanté temprano y en lugar de ir al ensayo de la quinceañera me fui a la casa de Julio. Llegué casi a las 10 30. En cuanto entré vi a varios chavos en la sala y otros en el patio platicando como si nada. Me di cuenta de que había algunas latas de cerveza en la mesa del comedor y eso me inquietó un poco, ni modo, ya estaba ahí y ya me habían visto.
La casa de Julio estaba en una zona de muchas bodegas y talleres y por lo mismo no tenía vecinos cerca. Como era sábado su mamá estaba trabajando de sirvienta y no regresaba hasta muy tarde, descansaba los domingos. Teníamos la casa para nosotros solos.
En cuanto entré Julio le habló a Valentín y a Jorgito, un estudiante de primero, que estaban en el patio platicando con unos gemelos amigos de Valentín. En total éramos 9 chavos.
Movimos un poco los muebles de la sala y nos sentamos en el piso. Yo seguía nervioso por lo que pudiera pasar. Valentín nos recordó que todo debía quedar entre nosotros, que si alguien contaba algo los demás lo golpearían, que si alguien no quería participar se podía retirar. Yo ni me moví.
Julio propuso que empezáramos jugando a la botella. Nos explicó las reglas y todos aceptamos. Los castigos los pondría quién fuera señalado por el pico de la botella al parar de girar en medio de nosotros, y sería contra quién él quisiera. Una regla diferente era que el castigo se lo podía poner uno mismo y entonces el castigo era para todos. Otra regla era que el primero que se quedara desnudo, al terminar el juego, podría escoger quién sería su “esclavo sexual” por una hora. Por supuesto que no se valía dañar a nadie.
Estaba arrepintiéndome de estar ahí, pensé en inventar algo y retirarme, pero no se me ocurrió nada. La energía a mi alrededor me inquietaba, no era una energía calmada, era muy variable. Mi diablillo me dijo que si me iba en ese momento sería peor para mi reputación. Si me quedaba y “hacía cosas” tal vez nadie diría nada porque al final todos estábamos ahí para hacer lo mismo.
En la primera vuelta la botella apuntó a un chavo delgado que yo no conocía y el castigo se lo puso a Jorgito.
–Que le dé un beso a mi pene –dijo.
Todos estallaron en gritos, Jorgito solo se sonrojó. El juego se estaba poniendo muy atrevido.
–Ándale, tienes que hacerlo –dijo Julio.
El chavo que puso el castigo se abrió la cremallera del pantalón y mostró un pene bien parado, Jorgito se acercó y le dio un beso en la punta. El chavo se quedó con el pene de fuera, acariciándose lentamente.
Ahora le tocó a Jorgito rodar la botella. El turno de poner castigo fue para Valentín.
–Que se quite una prenda Dany –dijo.
Entré en pánico un momento, pero mi diablillo me tranquilizó, se le ocurrió que me quitara los pantalones. Todos aplaudieron y yo me empecé a sentir más animado, me sorprendí de mi atrevimiento. Rodé la botella y ahora le tocó a uno de los gemelos dar el castigo.
–Que Dany se quite otra prenda –dijo mirándome directamente a la cara.
Estos güeyes quieren contigo, dijo mi diablillo. Intuí que varios de los presentes se habían puesto de acuerdo para desnudarme lo más pronto posible, Erick, el gemelo que me castigó, me veía insistentemente. Protesté, pero de nada valió. Jorgito me ayudó a sacarme la camiseta, solo me quedaban los calcetines y la trusa, que para nada disimulaba la erección que tenía, con las manos intentaba ocultar mi erección. Yo era el más tímido del grupo, varios de los presentes ya tenían el pene de fuera.
Volví a rodar la botella y el turno de castigar fue para Jorgito. Se le ocurrió un castigo más atrevido.
–Que Erwin se la chupe a su gemelo.
Las risas y exclamaciones no se hicieron esperar, los gemelos solo se reían. Erick se acercó a donde estaba su hermano y le acercó el pene a la boca. A Erwin no le quedó más remedio que lamerlo un poco. Al ver el pene de Erick mi erección creció, y creo que la de todos. El gemelo nos presumía un hermoso pene muy derechito, largo y grueso. También él se quedó con el pito al aire mientras continuaba mirándome fijamente.
Rodó la botella Erwin y le tocó dar el castigo a Valentín otra vez.
–Me castigo yo –dijo.
Los demás protestaron. Valentín se puso de pie y empezó a bailar sensualmente mientras se quitaba la camiseta. Todos empezaron a quitarse alguna prenda. Yo casi entré en pánico porque al quitarme los calcetines sería el único que se quedaría en pura trusa.
Volvió a rodar la botella y le tocó el turno a Jorgito.
–Que Erwin se quite la trusa.
Rugimos de júbilo. Erwin se puso de pie, se sacó el pantalón y la trusa. Nos presumió un lindo pito ¡igualito que el de su hermano! Y se volvió a poner los pantalones.
Rodó Erwin la botella y le tocó el turno a un chavo de los nuevos.
–Me castigo yo –dijo.
Las protestas no se hicieron esperar. El chico se puso de pie y los demás pensaron que se iba a quitar una prenda. Le dijeron que si se quitaba una prenda sería yo el que se quedaría desnudo primero.
En lugar de eso el chavo se acercó a Erwin, se agachó y se metió el pene del gemelo en la boca. Los rugidos de júbilo inundaron la sala.
El juego definitivamente era mucho más atrevido de lo que me había imaginado. Algunos chavos habían tomado un poco de cerveza y estaban muy desinhibidos. Para este momento mi yo “sexual” tenía el control absoluto.
Todos se acercaron a darle una mamadita al pito de Erwin quién descaradamente se tiró al piso para que todos pudiéramos alcanzar su pene.
Para este momento mi calentura era tanta que los consejos de mi diablillo se pusieron muy atrevidos. Me acerqué a mamarle el pene a Erick, quién risueño recibió la caricia.
–Hey. No se vale. Se la tienes que mamar a Erwin –protestó Valentín.
–Es que me equivoqué –dije y en seguida le mamé la verga a Erwin también.
–Que tramposo, ya se la mamaste a los dos –protestó alguien.
Rodó la botella Erwin y ahora le tocó dar el castigo a Erick, su hermano. Volteé a verlo y adiviné de inmediato su intención.
–Me castigo yo –dijo mientras se ponía de pie.
Se quitó una prenda y todos voltearon a verme. Intenté protestar, pero Valentín se me adelantó y de un tirón me dejó completamente desnudo delante de todos.
Ya no me importó mostrar mi erección, ya todos estábamos con el pene de fuera.
Mi diablillo ya tenía decidido quién sería mi esclavo al terminar el juego.
Rodó la botella y le tocó dar el castigo a Jorgito.
–Que Valentín escoja verga para su culo –dijo.
Nos quedamos en suspenso viendo cómo Valentín tomaba una botella de crema de una mesita y se untaba en el culo. Pensé que me escogería a mí, y me dio temor de tener que penetrarlo enfrente de todos.
–La de Julio. La de Julio –dijo gritando como una loca.
Julio no se hizo esperar y se quitó toda la ropa. Varios chavos exclamaron asombrados al ver el tamaño del pene de Julio.
–Mira Dany, yo también me recorté los pelitos –presumió.
Todos nos pusimos de pie. Erwin colocó una silla en el centro de la sala y Valentín se apoyó en ella con las dos manos, su culo quedó a la vista de todos. Y ahí, en medio de la habitación, Julio le ensartó el pene de dos o tres empujones. Los gemidos de Valentín lanzaron electricidad por todo el cuarto. Sobraron las palabras, la visión fue mágica, todos se empezaron a masturbar o a masturbar al de al lado, a besarse y acariciarse.
–Le toca a Dany escoger pareja –dijo Erick.
No dije nada, lo tomé de la mano y nos fuimos a la recámara. Todos aplaudieron y gritaron. En pocos segundos Erwin, el otro gemelo, se paró en la entrada del cuarto y preguntó.
–¿Qué, se puede?
Ya en la recámara, desnudos, pude admirar lo parecido que eran sus cuerpos. Los dos emitían una energía muy agradable. Nos fundimos en un abrazo y nos besamos. Mis manos eran insuficientes para acariciar tanta piel. Ellos también se acariciaban entre sí. Era tanta nuestra excitación que con la pura mirada supimos que estábamos dispuestos a disfrutar y ser disfrutados a plenitud. La visión del momento, con esos chavos tan bellos, y tan idénticos, me pareció irreal, excitante.
Recordé que era yo el que podía ordenar que hacer y se me ocurrió una idea. Pedí a los gemelos que nos recostáramos en la cama para hacer un 69 triple y poder mamarnos el pene unos a otros. Luego me puse de rodillas en la orilla de la cama. Volví a quedar en medio de los dos. Al principio no supe quien estaba detrás de mí y quién enfrente, no me importó. Sin siquiera abrir los ojos me incliné un poco en cuanto sentí algo intentando penetrarme. Despacio, un grueso pene caliente me llenaba y me hacía ver estrellitas. Mientras, mi pene desaparecía en el cuerpo del otro gemelo. Disfrutamos sin prisa de una penetración en trenecito.
–¡Me vengo! –dijo el que estaba detrás de mí.
No quise correr riesgos y me moví de posición, quería probarlos a los dos y les pedí cambiar posiciones. Penetré a Erick y entonces Erwin me penetró, pronto retomamos el ritmo. Era tan increíble lo que sentía que no quería terminar nunca. Su pene se sentía igual que el pene de su hermano, ambos penes eran del mismo tamaño.
No pude más, cerré los ojos y mi orgasmo llegó con el pene de Erwin dentro de mí y mi pene dentro de Erick. Nunca en mi vida me hubiera imaginado que existieran dos gemelos tan idénticos como ellos, ¡hasta cochaban al mismo ritmo!
Justo cuando abrí los ojos me di cuenta de que otras manos nos acariciaban y otros ojos nos observaban. Estábamos rodeados de los otros chavos, quienes se masturbaban, besaban y acariciaban entre sí mientras miraban el espectáculo que dábamos los gemelos y yo. La última orden a mi “esclavo” fue que penetrara a su hermano delante de todos y salí del cuarto rumbo al baño.
Mientras estaba lavándome mi yo “machito” me indicó que ya era demasiado, además ya no tenía leche, decidí que era hora de irme. Estaba por salir del baño para ir a buscar mi ropa cuando escuché una voz que de inmediato reconocí.
–Siempre si pude venir –explicó Nicolás que acababa de llegar.
Me quise morir de coraje. Él era la última persona que hubiera querido encontrar ahí. Salí del baño y me metí a una recámara vacía.
–¿Apoco ya terminaron? –preguntó Nicolás al ver que algunos chavos descansaban desnudos en la sala.
Escuché que alguien le dijo lo que había pasado y luego Valentín le dijo que en la recámara lo esperaba una sorpresa. Nicolás entró y se sorprendió al verme ahí, desnudo, sentado en la cama, yo no supe cómo reaccionar. Valentín entró detrás de Nicolás.
–Pinche Valentín, te dije por qué no quería venir –protesté.
–¿Podemos hablar? –preguntó Nicolás.
No contesté. Valentín nos dejó solos. Nicolás se acercó a mí.
–Perdóname por lo que te hice –agregó y luego le dio un trago a la botella de cerveza que llevaba en la mano.
–La verdad, no sé cómo decírtelo –dijo al ver que yo no respondía.
–Me gustas un chingo Dany y en el campamento sentía coraje de que anduvieras con David.
No supe qué decir. Su confesión fue toda una sorpresa. Sonaba tan sincero.
–¿Por qué estás aquí, se va a enojar David?
–Solo somos amigos –le aclaré.
Le expliqué que nunca habíamos tenido sexo, que a David solo le gustaban las chavas.
–Entonces, ¿me perdonas? –suplicó.
Extendió su mano y justo en ese momento Valentín se asomó por la puerta.
–Mámale la verga, cabrón, ¿cómo que nomás perdóname?
–Para que queden parejos –agregó mientras lo empujaba para que se pusiera de rodillas frente a mí.
Que te la mame, por venganza, me aconsejó mi diablillo. Aunque estaba cansado, recibir una mamada de Nicolás en realidad me excitaba.
–¿Quieres ser mi novio? –preguntó Nicolás en cuanto se hincó frente a mí.
Me estaba desarmando con sus palabras y su tierna mirada. Seguí sin contestar.
–¿No soy tan guapo como David? –insistió mientras me acariciaba el pene.
–Si eres guapo, pero…
Se acercó y sus labios buscaron los míos, me lo debía. Desde que lo vi por primera vez ansiaba besar sus labios.
–Pero ¿qué? –preguntó después de un largo beso.
–Yo estoy enamorado de David –confesé al fin.
Otra vez nos quedamos en silencio. Sin más Nicolás inclinó la cabeza y empezó a chuparme la verga.
–Me voy a venir –le advertí luego de varios minutos.
Nicolás no soltó mi pito hasta que pasó mi orgasmo.
–¿A mano? –dijo al terminar.
–Dany, te amo –me confesó nuevamente en cuanto se recostó a mi lado.
Sus palabras me parecieron un halago para mí.
–Yo estoy enamorado de David. Tú de mí y él de una chava. Ese es el problema.
–Pero ellos sí son pareja. Solo quedamos tú y yo.
–Nos vemos otro día. ¿sí? –sugerí ya para terminar.
–¿Es una cita?
Solo le sonreí, no confiaba en Nicolás. ¿Qué tal que fuera y se lo contara a David? Estaba aprendiendo a lidiar con personas falsas y conflictivas como él.
Camino a casa recordé la confesión de Nicolás y mi propia confesión. Él me amaba y yo había aceptado que amaba a David, algo que tanto había guardado solo para mí. Que mala suerte, pensaba: ¿por qué nos enamorábamos de alguien que no nos ama? También pensé lo atrevido que había sido en la fiesta. Hice un recuento de lo ocurrido ese día y me di cuenta del riesgo. Nunca más lo volvería a hacer, me prometí a mí mismo.
Es difícil aplacar el instinto sexual, requiere aprendizaje y práctica, y eso solo se logra experimentando.
En grupo, ¡que chingón!
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