ABRIENDO LAS ALITAS 4
Continuo contando mi vida real, son como 25 capítulos, se van poniendo mas interesantes y TODO es verdad,,, si te gusta, lee las 3 entregas anteriores.
El pajarito se lanza al vuelo libre.
Desde esa “cochada” mi yo “sexual” se despertó incontrolable, estaba activo las 24 horas del día. Mis juegos con el Chuy eran ya algo cotidiano. Bastaba que estuviéramos solos para de inmediato buscar un lugar donde acariciarnos y besarnos. Inconscientemente, al abrazarnos semidesnudos, yo intentaba penetrarlo y a mi amigo parecía gustarle, aunque no me animaba a pedirle que me dejara “cocharlo” para no tener que confesarle que lo hacía con José.
Por ese entonces mis padres me compraron una bicicleta tipo “banana”, le decían así porque el asiento era largo, como una banana, para que cupieran dos personas sentadas. El Chuy y yo pasábamos muchísimas horas fingiendo que paseábamos inocentemente en bicicleta cuando en realidad lo que disfrutábamos era el pasear sentados sobre el pene duro del otro en plena calle a la vista de todos. Para nosotros no había nada de malo en ese juego, a los dos nos gustaba.
Si lo disfrutas con uno, ¿por qué no con otro? Pensó mi yo “diablillo” un día. Ese diablillo me hablaba constantemente al oído y de pronto me hizo notar la conexión entre las caricias de Jesús, las cochadas de José y la excitación constante que sentía en mi pene. Con esas ideas me convenció fácilmente de que debería ampliar mis juegos con el Chuy.
Una tarde, al estar jugando fuera de mi casa, de pronto Jesús se quedó callado.
–¿Qué tienes? –pregunté.
–Es que, se me ocurrió un juego –dijo de forma misteriosa.
–¿Te acuerdas de Mike que vino de visita a mi casa el verano pasado? Dormíamos juntos y una noche me desperté porque sentí algo.
–¿Qué sentiste?
–El Mike me estaba acariciando el pito –dijo quedito.
–¿Y ese es el juego?
–No, es que además me lo chupó y luego me hizo que yo se lo chupara a él.
–¿No te dio asco? –pregunté.
Nos quedamos un rato pensativos. El Chuy volteó para todos lados para comprobar que estuviéramos solos y que nadie nos escuchara.
–¿Quieres que te lo chupe?
Me soltó la propuesta justo cuando me estaba animando a contarle lo que hacía con José. No podía creerlo, sabía que mi amigo era muy ocurrente, sentí curiosidad por lo que me quería hacer y mi diablillo me animó a aceptar.
–¿Dónde?
–No sé. Donde nadie nos vea –sugirió Jesús.
–Ya sé –mi diablillo siempre tenía la respuesta.
Le hice señas a Jesús para que me siguiera hasta el fondo del patio de mi casa donde estaba una vagoneta descompuesta que se quedó ahí tapada con una vieja colchoneta para protegerla del sol. El Chuy me esperó en el patio mientras yo entraba a la casa para ver dónde estaban mi mamá y mi hermana.
Mi mamá dormía con mi hermanito en el sillón de la sala y mi hermana estaba ocupada haciendo su tarea. Regresé al patio y le hice señas al Chuy para meternos a la vagoneta. Levantamos un poco la colchoneta y logramos entrar por una ventana. Dentro estaba poco iluminado, nos recostamos en la parte trasera, detrás de los asientos y lo primero que vi fue nuestro reflejo en el vidrio de la ventana.
En cuanto nos recostamos Jesús se acercó a desabotonar mis pantalones y en segundos mi pene, ya duro, estaba dentro de su boca. Volteé nuevamente hacia la ventana y pude admirar en nuestro reflejo en el vidrio como mi pedacito de carne era chupado por mi mejor amigo. Esa imagen está tan nítida en mi mente hoy como si hubiera sucedido ayer. No perdí detalle, me gustaba como acariciaba mis huevitos y como repasaba la punta del pene con la lengua. Todo era fantástico, cada “chupada” me hacía temblar de felicidad. Su lengua se sentía increíble.
–Ahora tú –ordenó Jesús mientras se recostaba a mi lado.
No tuve que abrir su bragueta, el chuy ya tenía de fuera el pene bien paradito, lo tomé con una mano y lo acaricié por unos segundos. La sensación de tener su pito en la mano siempre me producía una risita inocente.
–Ya, chúpalo.
Obedecí.
–¡Así no! Me muerdes, abre bien la boca. Chúpala como paleta –indicó mi amigo.
Su pene me supo un poco como a pipí, pero no me importó, se lo chupé por un buen rato mientras sentía que se le iba poniendo más y más duro.
–Así, se siente chido –repetía Jesús.
Luego de varios minutos de chupar, me cansé y me recosté a un lado. Nos quedamos quietos, él con los ojos cerrados y yo disfrutando del ambiente de felicidad que nos rodeaba. La imagen reflejada en el vidrio de la ventana era la de dos chiquillos medio desnudos, medio abrazados, disfrutando de la vida. Recordé a Pablo y no pude evitar el impulso, acomodé mi cara junto a la de Jesús y esperé a que abriera los ojos.
–¿Qué? –preguntó en cuanto me vio.
No dije nada, faltaba lo más importante para mí. Lentamente bajé la cabeza para rozar sus labios con los míos. Me gustó tener su pito en la boca, pero más me agradaba besarlo. El sentimiento que nos unía desde hacía meses se hacía más potente con cada encuentro.
–Bueno, es un secreto ¿Eh? –dijo como despedida.
Claro que era un secreto, según José, los papás no querían que los niños jugáramos esos juegos. No había problema, los seguiríamos jugando en secreto. Mi yo “sensible” se conformaba con disfrutar la energía que captaba de Jesús, y mi yo “sexual” se regocijaba por las formas de placer que estaba descubriendo. Mi yo “machito” no protestaba tanto, tal vez porque lo hacíamos a escondidas. Mi diablillo me daba la confianza de que todo estaba bien.
La energía se transmite de muchas formas entre las personas, si se pone atención se puede captar fácilmente.
¡Qué bien se siente la piel ajena!
El pajarito vuela muy, muy alto.
Y una cosa llevaría a muchas otras.
Pocos días después, un sábado que mi mamá, mi hermana y mi hermanito fueron a visitar a mi abuelita, me quedé solo en casa porque mis hermanos mayores, en vez de cuidarme, se fueron con sus amigos a jugar fútbol. Aproveché para buscar a Jesús y en pocos minutos ya estábamos dentro de la vagoneta, con las trusas debajo de las rodillas.
Las manos traviesas de mi amigo empezaron a explorar mis nalgas y a rozar mi culito con la punta de los dedos. De inmediato mi diablillo me dijo que era el momento de “cochar” con el Chuy, que lo dejara explorar mi cuerpo. Al parecer en la mente de Jesús había otro diablillo diciéndole lo mismo. En cuanto se dio cuenta de que no me molestaban sus caricias, metió todo un dedo en mi culito. Gemí quedito porque me ardió un poco.
–Necesitamos crema para que resbale –dijo el Chuy.
–¿Qué resbale qué?
–Este –dijo el Chuchi mostrándome su pito.
–¿Me lo quieres meter? –dije con emoción.
Por una cosa o por otra no le había podido contar al Chuy lo que José me hacía desde hacía tiempo. Era el momento y estaba a punto de decírselo, pero Jesús se me adelantó una vez más con una confesión que me sorprendió.
–Es que se siente bien chido cuando te lo meten –dijo.
–¿Te lo han metido?
–Sí, tu herm… un chavo –contestó sin decirme quién. Espérame aquí, vuelvo pronto.
Jesús se apresuró a salir de la vagoneta.
Mi diablillo trataba de adivinar quién “se lo metía” a mi amigo, podría ser José, pero no estaba seguro. Momentos después regresó Jesús y me mostró un frasquito con crema. Sin tardar nos quitamos completamente la ropa, los dos estábamos tan emocionados que no pensábamos en el riesgo de ser descubiertos.
–Ponte tú primero –sugirió Jesús.
–¿Cómo me pongo?
El Chuy me guió para quedar apoyado en las manos y en las rodillas, como perrito, luego él se hincó detrás de mí, se untó crema en el pito y untó mucha crema en mi hoyito con uno de sus dedos. Mi yo “sexual” se apoderó del momento, separé las piernas para abrir mis nalgas y me dispuse a disfrutar lo que viniera.
–¿Listo? –preguntó.
–Aja.
El pito de Jesús era menos grueso que el de José, pero eso no impidió que lo sintiera rico dentro de mí. Cuando logró meterlo todo, me preguntó si me dolía, le dije que no y entonces empezó a moverse para adelante y para atrás.
–¿Te gusta?
–Sí.
Me abrazó fuerte de la cintura para que sus huevitos chocaran con mis nalgas con cada ensartada. De repente Jesús se dejó caer sobre mi espalda sin sacarme el pene y se quedó quieto, eso me dio una vista increíble en el vidrio de la vagoneta: los dos desnudos, mi piel blanca fundida en un abrazo con su piel morena.
La tremenda sensación que me estaba provocando me hizo imaginar que lo que sentía dentro de mi culito, era como un rayo de luz que salía del pene de Jesús, como una luz caliente, que iluminaba mi interior, que mi cuerpo estaba conectado con el de él, que eran uno solo. Nos quedamos varios minutos sin movernos disfrutando nuestro contacto.
–Ahora tu. ¿Me la quieres meter?
–No, ya es tarde y mi mamá me va a buscar.
–¿Si te digo quién me lo metió guardas el secreto? –soltó la pregunta de repente.
Asentí con la cabeza y me quedé mirándolo, esperando la respuesta.
–Es Marco, tu hermano –dijo.
–¿Dónde? ¿Cómo? –pregunté con interés.
–Un día, él y su amigo “El Ferna” me llevaron detrás de la casa de la loma para enseñarme algo y ahí me lo metieron los dos. La primera vez si me dolió, pero las otras ya no.
–¿Otras? ¿Cuántas veces?
–Uy, un montón –dijo muy conforme.
Nos arreglamos la ropa antes de salir de la vagoneta.
La conexión energética entre las personas se puede lograr de muchas formas, una de ellas es el sexo.
¿Marco, el “machito” de la casa?
El pajarito enfrenta ráfagas de viento.
La vida te sacude cuando menos lo esperas.
–¡Los vi putitos!
No terminamos de salir completamente de la camioneta cuando reconocí la voz de José. Mi amigo y yo no supimos qué hacer, bajamos la vista al piso. Era la primera vez que cochábamos y ya nos habían descubierto. Sentía mucho miedo, mi corazón palpitaba como loco. La energía que antes nos conectaba al Chuy y a mí, desapareció.
–Síganme –ordenó José.
No sabíamos si ir o no y nos quedamos quietos.
–Si no vienen le voy a decir a tu mamá lo que estaban haciendo –amenazó José.
Lo seguimos en silencio, salimos a la calle y nos fuimos caminando hasta el final de la cuadra, donde estaba una casa con bardas muy altas rodeada de árboles y mucha maleza. Dimos vuelta en la esquina y nos metimos entre la hierba hasta el final de la finca, justo donde empezaba un terreno lleno de basura. Por ese lugar casi nadie pasaba, era el escondite perfecto para lo que José tenía en mente.
–Aquí –dijo José.
–¿Qué vamos a hacer? –preguntó Jesús.
–Te voy a meter la verga, al cabo que te gusta putito.
Jesús se quedó inmóvil, yo no sabía ni qué decir.
–Tú, ponte en la esquina y me avisas si viene alguien –ordenó José.
Mi amigo llevaba en las manos el frasco de crema. José no desaprovechó ni el tiempo ni la crema, puso al Chuy contra la pared y bruscamente le bajó los pantalones y la trusa hasta los tobillos, destapó el frasco y embarró crema en su pito y en el culito de mi amigo. Yo sentía miedo y excitación al mismo tiempo, la situación me ponía muy intranquilo.
José, ya casi con 14 años, era más alto que nosotros, y por supuesto que su pene se veía enorme comparado con los nuestros, se agachó un poco para que su pito quedara a la altura del trasero del Chuy. Mi amigo se empinó un poco para facilitarle las cosas. Luego, José tomó a Chuy de la cintura y de un solo empujón completó su travesura.
–¡Ay! Me duele –gritó Jesús.
–Cállate cabrón que nos van a oír.
La escena me pareció como en cámara lenta, era la primera vez que veía a dos personas haciéndolo. Los tres ahí entre la hierba, alejados de la vista de la gente, yo deseando estar en el lugar de Chuy y José disfrutando del trasero de mi amigo, quien ya no se quejaba, solo hacía un ruido quedito, como un gemido. Pensé que tal vez le estaba gustando lo que le estaban haciendo.
Luego de un rato José se detuvo, dio un suspiro largo y se tambaleó, tuvo que sostenerse de la barda para no caer. Supuse que José se había “descargado” dentro de mi amigo como se descargaba dentro de mí cada vez que lo visitaba en su casa.
–Que rico culito pinche putito –dijo José en tono burlón.
–Mañana te la meto a ti. ¿eh? –me sentenció.
José se acomodó la ropa y se fue tranquilamente. Me acerqué a mi amigo.
–¿Te dolió mucho? –pregunté al verlo tan callado.
–Poquito, es que me la metió muy brusco, tu hermano la tiene más gruesa.
–¿A ti ya te la había metido? –preguntó intrigado.
–Muchas veces.
–¿Y tu hermano?
–¡No! Marco me da miedo.
Nos fuimos en silencio cada quién a su casa. Mis pensamientos estaban confusos. Pensaba que cochar era algo divertido para mí y para mi amigo, pero para José solo era una forma de abusar de nosotros, de obligarnos. Sólo le importaba sentirse bien él y no le importaba si nos lastimaba. Además, sabía que la palabra “putito” era algo malo porque había visto que la gente la usaba para insultar, y la forma en la que José la decía la hacía sonar aún más agresiva. Mi diablillo me aconsejó que era mejor alejarme de él.
¡Y casi me descubren otra vez!
En cuanto llegué a la casa entré en pánico al ver que mi madre había regresado y no me había encontrado ahí.
–Y tú, ¿dónde andabas? Traes la ropa toda embarrada de sabrá Dios qué –preguntó mí mamá.
–¿Eh? –me sentía descubierto.
En mi mente resonó nuevamente la frase que me perseguía desde hacía años: “yo no quiero un hijo marica”.
–Y mira, tus zapatos todos llenos de popó de perro –señaló mi madre.
–De seguro andabas en el basurero ¿verdad? –agregó.
Yo estaba petrificado. Imaginaba a mi madre llegando de improviso y descubriendo lo que José le hacía al Chuy. No respondí nada.
–Se la pasa con el Chuy. No lo dejes que se junte con ese mocoso maricón –dijo Marco, mi hermano, adoptando su actitud de “macho”.
Volteé a mirarlo con una leve sonrisa en el rostro, sabía su secreto, era igual de malo que José.
–Anda, vete a bañar –me ordenó mamá.
Si los seres humanos aprendieran a disfrutar de la vida en lugar de agredir, el mundo estaría lleno de felicidad.
¡Sexo en vivo, excitante!
Excelente relato. como sigue?
ya esta la num 5
Como sigue?
Ya esta la continuacion
Que rico, me encanta esta historia. Me tienes enganchado.
ya esta la continuacion
Como sigue?
Ya esta la continuacion
Excelente tu historia, muy bien relatada. Gracias
Ya esta la continuacion
que delicia de relato y que morbo me ha dado leerlo.
Ya esta la continuacion