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Gays

ABRIENDO LAS ALITAS, FINAL

Historia de mi vida, mis inicios sexuales y amorosos,,, 95 % ciertos. Si les gusto, pidan la continuacion,.
HISTORIA DE MI VIDA,,, verdadera, sensual, erótica y con cada vez mas sexo poniéndose mas caliente a cada relato…
Les recomiendo leer los anteriores capitulos.

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17 QUERÍA Y NO (14-15 años)

El gavilancito atrapado.

Las sorpresas de la noche continuaron.

–¡Uy! ¿Qué pasó aquí? –me despertó una voz conocida.

No sé cuánto tiempo pasó después de tener sexo con David, me quedé dormido hasta que una voz me despertó. Al escucharla, volteé a la puerta y me topé con René. Me asusté e intenté cubrirme al darme cuenta de que estaba desnudo recostado sobre David. Intenté decir algo, pero no encontré palabras. René se acercó y con señas me indicó que no hiciera ruido, me tomó del brazo y me jaló para que bajara de la cama. Preguntó si David había tomado mucho y le dije que un poco.

–Mejor. Va a dormir un buen rato –aseguró al momento de cobijar a David.

Me daba vergüenza que me viera desnudo y que se diera cuenta de que “algo” había pasado entre David y yo, busqué mi ropa para vestirme pero no la encontré.

–Estás bien así, ven, vamos a mi recámara, déjalo dormir –dijo mientras me jalaba del brazo.

–Es que…tu hermano –intenté oponerme, pero fue inútil.

Apagamos la lámpara y nos fuimos a su recámara. Todos mis yo´s estaban temerosos y a la defensiva.

–Espérame aquí. ¿Quieres cerveza? –dijo y le contesté que no.

Lo esperé sentado a la orilla de la cama, con la mente confundida. René regresó con un vaso de agua para mí y una cerveza para él. Yo estaba muy nervioso por toda la situación y avergonzado por mi desnudez. Miré un reloj en el buró y vi que eran las 3 de la mañana.

–Se la pasaron muy bien ¿verdad? –preguntó mientras se sacaba la camisa.

–Los vi bailando medio encuerados en el patio antes de irme.

–Pero, tú no estabas –dije extrañado.  

–Regresé por la bolsa que se le olvidó a mi novia y los vi –aclaró.

Me sonrojé.

–Luego, regreso más tarde y…los encuentro de cochinos –dijo con picardía.

–No pasó nada…es que…nosotros… –intentaba dar explicaciones.

–Lo vi todo… No los quise interrumpir –dijo mirándome directamente a los ojos.

Yo no atinaba a decir nada, la vergüenza se convirtió en miedo. Por el tono de su voz no entendía si René estaba molesto, si me estaba regañando, si me estaba juzgando o qué. Sentado en la cama clavé la mirada en el piso mientras él caminaba por el cuarto.

–Me dio envidia –dijo después de varios minutos de silencio, con la misma voz inocente de David.

–¿Envidia de qué? –pregunté extrañado.

No esperaba esa confesión. Por el tono de su voz supe que no era ni enojo ni regaño lo que motivaba sus palabras.

–De lo que él te hacía y lo que tú le hacías a él –agregó quedito y más me sorprendí.

Volteé a ver dónde se encontraba y grande fue mi sorpresa al ver que se había quitado toda la ropa. Estaba tan nervioso que no me di cuenta de lo que él hacía mientras hablábamos. Mi erección se hizo presente, la plática con René y la vista de su cuerpo desnudo me estaban perturbando demasiado.  

Pensamientos y sentimientos confusos atormentaban mi mente. Me dio remordimiento estar excitandome con el hermano a solo unas horas de haber estado en los brazos de David. Mi yo “sensible” me decía que eso no estaba bien.  Por otro lado, el estar los dos solos y desnudos provocó que mi deseo sexual se despertara de manera acelerada. El parecido de René y de David era mucho, y su cuerpo era igual de perfecto. A uno lo amaba y al otro lo estaba empezando a desear, difícil situación.

Mi yo “machito” me decía que me despidiera y me fuera a dormir, pero lo que siguió me lo impidió. Desde atrás, suavemente, René puso su mano sobre mi hombro y me jaló para que quedara recostado en la cama.  

–¿Ahora si me contestas? –preguntó.

–¿Qué cosa?

–Lo que te pregunté en la mañana, ¿Yo no soy tan guapo?

René se inclinó sobre mí para alcanzar mi pene con una mano y su miembro duro quedó sobre mi cara y rozó mis labios, no los abrí, pero tampoco los apreté. Luego René empezó a masturbarme lentamente. Mi yo “sensible”, el que existía solo para amar a David, me reclamaba furioso por estar ahí, me ordenaba que me fuera.

–Ándale, chúpamela igual que se la chupaste a David ¿sí?

Seguía pensando que no era correcto estar ahí con René después de haber estado con su hermano. David me había demostrado lo mucho que me quería. Hice un intento más por evitar dejarme llevar por mi yo “sexual” y me incorporé para quedar sentado a la orilla de la cama.

–Es que David y yo… –dije.  

René se quedó mirándome fijamente unos instantes.

–¿Lo quieres mucho?

–Sí –confesé muy seguro.

–Pues… si mis papás se enteran de lo que pasó entre ustedes… no sé como lo puedan castigar –agregó mientras me acariciaba descaradamente el pene.

–Si te quedas conmigo un rato…nunca lo sabrán.

No supe cómo negarme, estaba vencido, comprendí la amenaza. René se acercó a mi cara y me besó. Luego empezó a pasar la lengua por mis hombros. Mi diablillo me aseguró que David no podría enterarse porque su hermano no sería capaz de revelar lo que hiciéramos, me perdí en el placer.   

–Ay, cabrón, que rico estás. ¿Entonces qué, repetimos lo que hicieron? Imagínate que yo soy David –sugirió mientras guiaba mi mano hasta su pene.

René me empujó suavemente del cuello hasta que mis labios chocaron con su miembro, no valdrían mis palabras. Abrí la boca y me dispuse a complacerlo. Su pene era un poco más largo y grueso que el de David, mi yo “sexual” lo disfrutaba, pero yo estaba muy intranquilo, me sentía forzado, solo déjate hacer –dijo mi diablillo.

Luego de unos minutos de acariciarnos Rene se puso de pie y con algo de destreza, en segundos se puso crema en el pene y después guió mi cuerpo para acomodarme en la cama y penetrarme en diferentes posiciones. Me lo hizo de una manera un tanto brusca. Entonces, después de su orgasmo, René sugirió que yo lo penetrara. Me yo sensible se molestó por la erección de mi pene, parecía tener voluntad propia, querer penetrar a René, a pesar de que yo estaba ahí en contra de mi voluntad. Lo bueno fue que en mi mente, era el culito de David el que me daba placer, ojalá.  

–Así Nito, así. Méteme la verga, toda, hasta el fondo –decía mientras le taladraba el culo.

Por sus palabras y porque vi que tenía los ojos cerrados, supe que René imaginaba que era hermano el que lo estaba penetrando.

–Qué rico estás –volvió a decirme en cuando terminamos.  

En lo físico y en la manera de penetrarme se parecía mucho a David, pero no sentía con él la misma conexión, era sexo forzado, sin amor. Luego nos tiramos en la cama y en minutos me quedé profundamente dormido.

Y en la mañana ¡casi me muero!

–¡Hey! ¿Por qué estás dormido aquí? –me despertó la voz de David a media mañana del domingo.

Sentía mucho remordimiento y pánico de que David se enterara de lo que había pasado entre su hermano y yo. Me quedé sin aliento, mi corazón se detuvo, volteé a buscar a René. Me tranquilicé un poco al no encontrarlo y al darme cuenta de que yo tenía puesta la trusa.

–Buenos días –saludó René al entrar a la recámara.

Volví a respirar cuando vi que él estaba completamente vestido.

–Le dije que se durmiera aquí. ¡Cómo eres gacho! Lo encontré dormido en una silla a un lado de tu cama –dijo mientras me miraba de reojo.

–Yo me dormí en la sala. Espero que no hayan hecho “cochinadas”… con sus amigas –dijo en tono burlón.

David y yo nos volteamos a ver y sonreímos.

–Traje comida para el desayuno y ya me voy –dijo mientras me sonreía antes de retirarse.

–René, espera –le llamó David.

–Sí, ya sé, no vamos a decir nada, ¿verdad? –dijo René volteando a mirarme como si me lo dijera a mí.

Ese sería el último día que pasaría con David antes de terminar la escuela. René se fue y David me tomó de la mano para ir a desayunar, los dos apenas vestidos solo con la trusa, luego regresamos a la recámara.

–¿Te la pasaste bien? –me preguntó quedito mientras me abrazaba.

–Claro que sí, con todo lo que hicimos.

–¿Qué hicimos? Es que casi no me acuerdo –agregó.

–De todo, estabas bien caliente –contesté.

–¿Te bañas tú primero o yo? Entra tú primero si quieres –dijo.

Entré al baño y aproveché para lavarme el culito con la manguerita una vez más, la enredé en mi toalla cuando la saqué de mi mochila. Solo así me podría sentir limpio después de haber tenido el pene de René dentro de mí.

Al salir, David me tumbó en la cama y me besó. Luego se bañó y apenas salió del baño, desnudos, calientes y enamorados, se recostó en la cama junto a mí.

–Te amo. Me encantó estar contigo –dijo al momento de empezar a acariciarme.

–Espera, ¿y si regresa tu hermano?

–No va a volver pronto y no importa, él siempre me apoya en todo.

Yo ya sabía por qué lo apoyaba, estuve a punto de preguntarle si su hermano le decía Nito, pero no dije nada.

El día estaba caluroso y nos quedamos sin ropa recostados en la cama. David cerró los ojos y yo aproveché para admirarlo una vez más. Lo vi tan inocente acostadito a mi lado que no me aguanté las ganas y empecé a acariciarlo, primero le acomodé el cabello y luego mis dedos recorrieron toda su piel. Recordé cómo la lengua del profesor Miguel había recorrido mi piel y empecé a deslizar mi lengua lentamente por todo su cuerpo. Alternaba caricias moviendo la lengua en círculos, luego mordiendo suavemente o pellizcando suavemente su piel. David empezó a jadear y me detuve.

–Sigue, sigue, se siente bien.

No dejé ni un centímetro de piel sin lamer, acariciar o mordisquear. En cuanto se le puso un poco duro el pene se lo empecé a chupar. Necesitaba darle placer porque de esa forma él me daría placer a mí.

–Ninguna chava me lo hace así –dijo y me sentí halagado.

–Tú no te quedas atrás.

–¿Yo? ¿que te hice? –preguntó incrédulo.

–Me la chupaste, y bien rico.

–Estás loco. ¿Yo te lo chupé?

Asentí con la cabeza. Me recosté a su lado y continué chupándole el pito con muchas ganas.

–¿Te gusta? –le pregunté.

–Nomás no te lo vayas a comer –fue su respuesta y nos soltamos riendo.

David se acomodó para alcanzar mi pene y empezó a acariciarlo, sin olvidar mis nalgas, mis muslos y mis piernas. Mi excitación volvió a elevarse.

–Quiero tu verga –me obligó mi diablillo a pedir quedito.

David no dijo nada, se quedó quieto acostado boca arriba. Como si nuestros pensamientos estuvieran sincronizados entendí su idea. Fui a mi mochila por crema para lubricarle el pito y mi culito. Luego me senté sobre él y me acomodé su pene entre las nalgas. En cuanto me entró todo empecé a moverme con ritmo y los dos empezamos a jadear. Primero me moví despacio, con cuidado, luego fui aumentando el ritmo. David tomó mi pene y sincronizó sus movimientos para pelármelo al mismo ritmo que me penetraba. Nuestros gemidos se mezclaban. Al conectarse la energía de nuestros cuerpos sentí que flotaba, que David y yo nos convertíamos en un solo ser hecho de aire, de nada, fuera de nuestros cuerpos. Fue divino alcanzar el orgasmo al mismo tiempo.  

Luego de eyacular, él dentro de mí y yo en su abdomen, nos quedamos enchufados, mirándonos en silencio, nuestro amor era uno solo, nuestro cuerpo era uno solo, nuestro placer era uno solo.

El sexo con David era el más bello, el más completo, el más placentero que jamás había vivido. Mi yo “sensible” se había alimentado de su infinita energía y de su amor, mi yo “sexual” colmado de placer, solo mi yo mental, el “machito” intentaba protestar, pero sin fuerza.

Luego David me daría un poco más ese día, tomó algo de mi semen de su abdomen con los dedos y me lo puso en la boca. Lamí completamente sus dedos y pensé en tragármelo, pero entonces David se incorporó hasta que nuestras bocas se encontraron, compartimos beso y semen. Fue como un pacto de unión eterna.

–Ahora tu eres mío y yo tuyo, por siempre –dijo.

Nos acostamos y nos quedamos dormidos juntitos muy abrazados, despertamos casi a las dos de la tarde. Al ver la hora en el reloj, decidimos darnos un regaderazo rápido. Después de vestirnos, le ayudé a recoger todo el tiradero que había, sus papás llegarían el lunes temprano. Al terminar nos fuimos a su recámara a descansar mirando la televisión.

–Ven, siéntate conmigo –dijo.

Se sentó sobre la cama y me invitó a sentarme en medio de sus piernas. Mi espalda recargada en su pecho, sus brazos rodeándome. Yo seguía soñando, flotando en las nubes.

–¿Qué me diste para que te quisiera tanto? –me preguntó quedito al oído.

–¿Yo? Nada.

–¿Por qué me quieres? –insistió.

–No sé, solo es algo que se siente y ya –dije.

–Es cierto, ni yo lo entiendo –dijo.

Volteamos a mirarnos en silencio, estábamos en paz.   

–¿Se cumplieron tus deseos? –quise saber.

–Si, todos. ¿Y los tuyos? –preguntó.

–Uy, más de los que me imaginé.

–¿Cuáles? –preguntó intrigado.

–Nunca me imaginé que me lo mamarías –agregué.

–No sé por qué lo hice. Te aseguro que no lo haré con nadie más –agregó.

Me volvió a abrazar.

–Ya me tengo que ir –dije al ver que ya eran las 5.

–Dany, no quiero que te vayas –suplicó tiernamente.

–Nos veremos mañana.

–Pero después ya no nos vamos a ver –dijo en tono triste.

–El que se va a otra ciudad eres tú –contesté.

Nos veríamos la última semana que eran los exámenes finales y el día de la graduación. Ese momento era el último que teníamos para estar juntos y a solas.

–Me la pasé muy bien. Gracias –dijo.

–¿Por qué?

–Por lo de anoche, por quererme, por lo que me haces sentir. Te amo –agregó y las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas.

Me quedé callado, mi mente estaba en blanco intentando disfrutar del abrazo, podía sentir su respiración en la espalda.

–Todavía tengo un deseo. – dije.

–¿Cuál?

–En verdad, ¿lo que yo quiera? –dije.

–Lo que sea.

–Quiero que me regales una foto tuya –dije.

David se soltó riendo, luego me prestó un álbum de fotos y dejó que tomara la que quisiera.   

–¿Eso es todo? Pensé que ibas a querer meterme esto –dijo mientras me sobaba el pene.  

–¿Y aceptarías?

–Si tú me lo pides, tal vez sí, pero no creo que me entre, mi culito es virgen –dijo.

–Nunca te forzaría. Prefiero tu amor que tu culito virgen.

Luego me incorporé para verlo de frente, una vez más nos comunicamos sin hablar. Otro beso más a la larga lista de besos de ese encuentro. Lo tomé con ambas manos y acerqué su cara a la mía, lo miré un momento a los ojos.

–Te amo. Y siempre te voy a amar, pase lo que pase, recuérdalo. Siempre –dije.

Él solo se dejó besar, nuestro amor estaba sellado. David empezó a sollozar.

–Chingado, ¿por qué ya no te voy a ver? –protestó.

–Ya me voy.

Me vestí, tomé mis cosas y me dirigí a la puerta.

–Nos vemos mañana en la escuela –dije intentando contener las lágrimas.

–¡Espera! Llévate estas piedras para que crean que fuiste al campamento –sugirió.

Un último beso antes de abrir la puerta.

–¿Sabes algo? Lo que más me gusta es como besas. Te gusta mucho besar, ¿verdad? –me preguntó.

–Más que nada.

–Te amo Dany –fue lo último que me dijo.

–Yo más –fue lo último que le dije.

Crucé la puerta despacio y en silencio. Caminé un par de cuadras para alejarme de la casa y me senté en un parque para tomar aire, una gran opresión en el pecho me hacía sentir que me ahogaba. No quería llorar, lo experimentado con David esos dos días me tenía tan lleno de felicidad que no quería llorar. ¡No iba a llorar!

En ese momento acababa una relación de tres años que justo había llegado a su punto máximo. Pensé que la vida era mala al no dejarme estar con David, pero luego pensé que la vida era buena conmigo por permitirme haber vivido todo lo que viví con él.

Esa experiencia me marcaría para siempre y su recuerdo me ayudaría a navegar por la vida. Se convirtió en un puerto mental a donde descansar después de cada tormenta.

Acepta lo que la vida te da, solo así lograrás la felicidad. 

Una canción del grupo Yndio que escuche en la radio empezó a sonar en mi cabeza.

No encontrarás amor igual

como el que dejas hoy así.

A nadie más podrás amar, Oh no

Porque tu amor se queda aquí.

 

No encontraré otro amor.

Que a mi me quiera como tú.

A nadie más podré querer, oh no.

Pues tu te llevas mi amor.

Todo mi amor.

 

No sé por qué nos dijimos adiós,

Tú me dijiste adiós a mí,

Y yo te dije adiós, queriéndonos así.

18 ROMPIMIENTO INEVITABLE,,, FIN,

El gavilancito en medio de la tormenta.

Y vivieron felices para siempre dice la historia… ¿o no?

Al día siguiente llegué a la escuela muy animado, impaciente por encontrarme con David. Serían los últimos días que nos veríamos y todavía me sentía muy feliz por todo lo vivido en casa de mi novio, estaba seguro de que la vida me daría un poco más.

En cuanto nos topamos en el salón, David puso la mano en mi hombro y me acarició la mejilla sutilmente con los dedos, pero sin decirme nada. Pensé que la conexión entre los dos continuaba ahí, fuerte, aunque no lograba percibirla claramente. De la caricia, los compañeros ni cuenta se dieron, excepto Yolanda.

–¿Cómo te fue con David? –preguntó quedito.

–Nunca te contaría.

–Te entiendo. ¡Uy! De seguro te fue rete bien. Qué bueno.

David terminó el examen antes que yo y a la salida ya no lo encontré. Me pareció muy extraño, de hecho, caí en la cuenta de que David no me había dicho ni una sola palabra durante toda la mañana y de que no se había sentado junto a mí. Su actitud fue un tanto evasiva. Supuse que estaría triste por la despedida y que en su casa tendrían muchas cosas que hacer.  

Al siguiente día llegué temprano a la escuela para repasar con Yolanda el examen de matemáticas antes de que empezara.

–Dany, David me pidió que te avisara que te está esperando en el parque –dijo un compañero al entrar al salón, que vayas rápido.

Me fui corriendo, mi corazón empezó a palpitar aceleradamente, presentí que algo malo sucedía. Se me hacía muy raro que David no entrara a hablar conmigo directamente. Lo encontré recargado en unos árboles a la entrada del parque, muy serio, esquivando mi mirada.

–¿Qué pasó? –pregunté con desesperación.

–Ven, sígueme –dijo David mientras caminaba rumbo a los sanitarios de la cancha de voleibol.

–¿Qué pasó? –le preguntaba insistentemente.

No dijo nada y lo seguí sin comprender su actitud. En cuanto entramos a los sanitarios David me tomó del cuello y sin más, me mordió los labios bruscamente.  

–¿Qué me diste para convencerme? –me preguntó, o más bien me reclamó.

–¿Qué te pasa? –contesté nervioso.

–Tenía que verte antes de entrar al salón.

Me abrazó y me empezó a tocar las nalgas con brusquedad.

–Te voy a meter la verga, cabrón –sentenció tajante.

–Estás loco, aquí no se puede. Ya va a empezar el examen.

–Nos vemos aquí al terminar el examen y vale más que vengas –me ordenó.

Se quedó mirándome enojado y su mirada me asustó, mi confusión era muy grande. Salimos de ahí y nos fuimos al salón sin decir nada.

Por nerviosismo apenas pude contestar las preguntas del examen. Al terminar, David y yo nos encontramos nuevamente en la entrada del parque, me hizo señas y lo seguí hasta las gradas del campo de béisbol.

–Sígueme –volvió a ordenar.

–¿Qué pasa? ¿Por qué me hablas así? –le insistía, pero él no contestaba.

Lo seguí hasta los vestidores bajo las gradas, más por lo intrigado que me tenía que por obedecerlo.

–Te encanta la verga ¿verdad? –dijo mientras jalaba mi mano para que sintiera su pene debajo de los pantalones.   

–¿Qué tienes? –pregunté asustado.

–Nada, solo que te la quiero meter ahorita –ordenó

–Nos puede ver alguien.

–Aquí nadie nos ve, cabrón –insistía.

No comprendía sus insultos y me quedé inmóvil. Luego, me llevó a empujones hasta la parte más alejada de los vestidores, a un rincón medio oscuro y maloliente. Me recargó de cara contra la pared con violencia, tuve que detenerme con las manos para no chocar con el muro. De un jalón me quitó la mochila y la tiró al piso. Se colocó detrás de mí y de inmediato empezó a morderme el cuello mientras intentaba violentamente bajarme los pantalones. Ya con el pene de fuera me lo restregaba en las nalgas intentando penetrarme. No atinaba a defenderme porque no entendía lo que pasaba, empecé a asustarme en serio, ese no era el David que yo tanto amaba.  

–Andas muy raro, mejor nos vamos. ¿Qué tienes? –dije.

–Si te la meten otros porque yo no –gritó fuera de control.

–¿Por qué dices eso? –protesté al lograr voltearme de frente a él.

Sin darme tiempo de defenderme me propinó un fuerte puñetazo en el rostro que me hizo tambalear, alcancé a detenerme de la pared. Con un segundo puñetazo me rompió los labios y me tiró al piso.

–¡Lo hiciste con mi hermano, la misma noche que lo hiciste conmigo, pinche puto marica! –gritó.

Me tomó de la camisa y me obligó a levantarme. Yo estaba mudo de la impresión, no esperaba que René se lo fuera a contar. Gruesas gotas de llanto rodaban por mis mejillas.

–¿Te gustó más su verga que la mía? –preguntó David fuera de sí.

Intentó nuevamente voltearme para penetrarme. Su mirada me daba miedo, pero no por eso iba a dejar que me violara. El miedo se convirtió en valor y lo aventé con fuerza, cayó al suelo y aproveché para salir corriendo. Él salió tras de mí gritando algo que no entendí.  

Yo iba tan asustado que no vi por donde corría, al llegar a la zona arbolada del parque tropecé con algo y caí de cara al suelo. Casi me desmayo del fuerte golpe que me di en la nariz. David me alcanzó y al intentar levantarme vio tanta sangre en mi rostro que se quedó paralizado. Algo me decía, pero yo ya no le escuchaba.  

Adolorido y confundido, con sangre y tierra en el rostro, no entendía sus palabras y pensé que seguiría golpeándome. Tomé una rama del suelo para defenderme y empecé a gritarle que me dejara en paz mientras lo intentaba golpear con ella.

Mis gritos llamaron la atención de los estudiantes que pasaban. Entre ellos iban nuestros compañeros Ernesto y Luis quienes se acercaron a ver qué pasaba. Al verme lleno de sangre aventaron a David a un lado para ayudarme.

–Ya déjalo güey, ya lo madreaste –le reclamaban.

David intentó acercarse de nuevo, pero al no saber con qué intenciones, Ernesto pensó que quería seguir golpeándome y me defendió.

–¿Quieres chingazos? Ahí te van –le advirtió antes de propinarle varios golpes en el rostro.

David cayó al suelo mientras otros compañeros, entre ellos Yolanda, me acompañaban hasta los sanitarios de la cancha de voleibol para lavarme la cara. No sé qué escurría más por mi rostro, mi sangre o mis lágrimas.

Con tanto alboroto alguien avisó en la escuela y pronto apareció el prefecto para averiguar lo que había pasado. En cuanto me vio sangrando decidió llevarme a la enfermería de la escuela. En el trayecto preguntó por mi mochila y no supe qué decir, si decía donde la había dejado tendría que confesar qué hacía en ese lugar. Por suerte tenía a Yolanda, mi gran amiga, que se encargaba de solucionar las cosas.

–Yo la traigo –dijo y se fue a buscar a David.

Ya en la oficina del prefecto, la trabajadora social y el prefecto me revisaron, me lavaron la cara, me recostaron en una camilla y me pusieron hielo en los golpes para bajar la inflamación.

–¿Qué fue lo que pasó? ¿Quién te golpeó? –preguntó el director justo en el momento en el que David y Yolanda se aparecían en la puerta.

–Es que yo… –dijo David con voz entrecortada y la mirada en el piso.

–A ver. Tú también traes golpes en la cara. ¿Se pelearon? –preguntó el prefecto.

–Es que yo… –volvió David a intentar explicar algo.

–Es que andábamos jugando, salimos corriendo y nos tropezamos –dije.

–No les creo –dijo el director.

–Si, yo andaba con ellos, pero yo no corrí y por eso no me tropecé con las ramas –dijo Yolanda.

Al parecer con eso los convenció porque ya no preguntaron más. Le pidieron a David que se sentara en una silla a mi lado y lo revisaron. Traía los labios reventados y le pusieron hielo igual que a mí.

Yolanda dejó mi mochila y se retiró. Me preocupé al pensar que Yolanda se imaginaría que David y yo estábamos haciendo “cosas” en el campo de béisbol al encontrar mi mochila en los vestidores. El prefecto nos dijo que descansáramos un momento y que luego regresaría.  

–Perdóname. Te amo Dany –dijo David con dificultad.

–Pero estaba celoso al saber que lo hiciste con René –agregó.

–¿Tu hermano te contó? –pregunté y David asintió moviendo la cabeza.

–¿Y no te dijo que me obligó…por envidia?

–¿Cómo que por envidia?

–Él está enamorado de ti desde niños, él me lo dijo.

–¡No es cierto! –dijo sorprendido.

–Pregúntale porqué me decía “Nito” cuando lo estábamos haciendo, él se imaginaba que lo hacía contigo.  

–¿Nito? Así me decía él cuando éramos niños.

–Me amenazó con contarle a tus papás lo que hicimos si no me aceptaba –dije.

En ese momento regresó el prefecto y nos dijo que nos llevaría en su auto hasta la casa. David intentaba decirme algo, pero yo lo ignoré, me subí al asiento delantero del auto y David se subió en el asiento de atrás. Todo el camino permanecí callado y sin voltear a verlo, estaba muy preocupado pensando en cómo reaccionaría mi mamá al verme. El prefecto primero dejó a David y luego me llevó hasta mi casa. En la escuela el director me prestó una camisa del uniforme que tenía para estos casos porque mi ropa estaba toda manchada de sangre.

Al llegar a casa mi mamá salió asustada al ver que llevaba un parche en la nariz y con la cara hinchada.  

–Buenas tardes, aquí le traigo a su muchacho. Se cayó en el parque por andar jugando carreras con sus amigos –dijo el prefecto.

Luego de darle las gracias, mi mamá me revisó y trató de sacarme la verdad.

–No te creo, de seguro te peleaste. ¿Verdad?

Insistí que era cierto lo que le había dicho el prefecto, pero nunca me creyó.

–Un día te medio matan por andar de vago. No tenías nada que hacer en el parque. Dios castiga a los que se portan mal.

Si en realidad Dios me castigara por andar en el parque, de seguro ya me hubiera mandado un rayo para desaparecerme de este mundo por andar haciendo tantas cosas “malas”, pensé.

En el trayecto a mi casa el prefecto me dijo que no tenía que presentarme en la escuela los siguientes días. Cada año, al terminar el año escolar, los alumnos íbamos los últimos días para limpiar y pintar el salón y las bancas, como un servicio para la escuela, después de eso solo quedaba ir a la ceremonia de entrega de boletas el siguiente fin de semana.

Es difícil comprender la vida cuando se sufren agresiones de quien dice querernos.

Decía que me quería…cochar.

El gavilancito sobrevive, y perdona.

La cosa no terminó ahí.

El siguiente sábado después del pleito con David no pude asistir a la quinceañera de Patricia por lo golpeado que estaba. 

Durante todo ese tiempo estuve recordando todo lo vivido con David. Mi yo machito me hiso pensar que tal vez me merecía todo lo que me pasó por “puto y marica”, como él me lo había gritado, por dejarme llevar por mis deseos “anormales”. También recordé la increíble conexión que tuve con “mi novio”, aunque ahora no estaba seguro de que él hubiera sentido por mí lo mismo que yo sentí por él.

Ese tiempo me sirvió para reflexionar en todo lo vivido durante la secundaria y ahora sé que también me sirvió para aprender y madurar. Regañé a mi diablillo por obligarme a hacer cosas atrevidas. Los diez días que duré recuperándome de los golpes la voz del diablillo no volvió a resonar en mi cabeza, al final entendí que mi diablillo no era nada más que yo mismo intentando vivir la vida.

Había cosas que seguía sin entender y que me dolían muy dentro. Mi yo “sensible” no entendía cómo es que alguien a quien amas tanto te puede hacer tanto daño, y no era la primera vez que me sucedía, estaba en el suelo, la cantidad de energía negativa recibida con la agresión me dejó sin fuerzas. Me sentía destrozado, a veces hasta llegué a pensar que David me había fingido amor solo para tener sexo conmigo, ¿Por qué era tan estúpido? ¿Por qué las personas se aprovechaban de mi buena voluntad para hacerme daño? Mi yo “sexual” intentaba pasar desapercibido creyéndose culpable de lo sucedido.

El día de la entrega de las boletas le rogué mucho a mi mamá para que me dejara ir con ella a la escuela a pesar de los moretones que aún me dolían, tenía que ir a la ceremonia de cierre de cursos y además quería convivir con mis amigos por última vez.

–No vayas a andar corriendo ni peleando porque ahora si te quiebran la nariz –me sentenció. Y recuerda que debes llevar el uniforme porque van a tomar fotos.

En cuanto me topé a Yolanda en el patio de la escuela me dijo que David quería hablar conmigo. Yo me negué, aunque una parte de mí era lo que más deseaba.

–No sabes todo lo que me hizo y me dijo –dije.

–Sí lo sé, él me contó, pero si vieras como ha llorado toda la semana.

Al fin acepté encontrarme con él, más por la curiosidad por comprobar lo que mi amiga decía. Puse como condición de que ella fuera conmigo. Nos encontramos en el parque frente a la escuela mientras Yolanda nos esperaba cerca.

—Dany, perdóname –dijo David en cuanto me vio.

Mis lágrimas hablaron por mí, no pude contener todo el dolor que sentía por lo sucedido.

–Es que… no sé lo que siento –agregó al momento de intentar abrazarme.

–Yo sí sé lo que siento por ti David. Te quiero con el corazón, no por tu cuerpo, lo siento aquí adentro –le dije llorando mientras rechazaba su abrazo y me llevaba las manos al pecho.

–Me imaginé lo que hacías con René y me dio coraje. Siento que solo eres mío –me confesó.

–Ni siquiera porque me golpeaste y lo que me dijiste puedo dejar de amarte.

–Yo también te amo –insistía.

–No te creo, no te creo.

Me tomó de las manos y me pidió que lo abrazara, me negué, me daba miedo sentir lo que sentía. Quería perdonarlo y volver a abrazarlo, a besarlo, pero eso no tenía sentido si él no me amaba realmente. No podía creer que un amor tan grande como el que le tenía a David no podía ser correspondido. Nuestro noviazgo acababa de una forma que nunca me hubiera imaginado.

Rechacé sus manos y caminé rápido rumbo a la escuela, Yolanda intentaba convencerme de que me quedara, pero no le hice caso. Me sentía muy confundido, triste y enojado al mismo tiempo. Recordaba que me había gritado “puto marica” con tanto desprecio que esas palabras se repetían constantemente en mi cabeza. Me dispuse a buscar a mi mamá para esperar a que terminara la entrega de boletas e irme a casa.

Al ver que la entrega duraría mucho tiempo le pedí a mi mamá que me dejara buscar a mis amigos para despedirnos. Mis amigos me habían invitado a reunirnos en la cafetería para platicar una última vez. Mi mamá me dejó ir con la condición de que no hiciera tonterías ni me saliera de la escuela.

En cuanto entré a la cafetería vi a David en una mesa junto con Yolanda. Me quedé parado en la puerta, no sabía qué hacer. En eso, Ernesto me habló para que los acompañara a él y a otros compañeros en otra mesa.

–¿Te sigue molestando? –preguntaron mis compañeros mientras volteaban a verlo.

David se acercó a la mesa para intentar decirme algo. Ernesto se puso de pie en actitud retadora.

–Déjalo en paz –le advirtió.

–Dany, te amo, necesito que me perdones –dijo David sin importarle que nuestros compañeros escucharam.

–¿Y por eso lo madreaste cabrón? –le reclamó Ernesto.

La situación se puso muy tensa, mis compañeros se quedaron sorprendidos y callados, yo no hallaba dónde esconderme de la pena que sentía y por lo mismo no respondí ni una sola palabra. Yolanda sacó a David de la cafetería para evitar más problemas. Mis compañeros y yo empezamos a comer nuestras últimas tortas en la escuela intentando aparentar que no pasaba nada. Pensé que sería mejor dejar las cosas así.

–Ándale, no seas gacho, en verdad está bien arrepentido –insistió mi amiga al encontrarme a la salida de la cafetería.

–¿Qué tal que se deprima y hasta se suicide? –agregó.

–¡Cállate! No digas eso –le reclamé.

No había considerado que pasara algo tan drástico, se me hacía imposible, pero ese comentario me hizo repensar la situación, fuimos a buscar a David y lo encontramos sentado bajo nuestro árbol favorito.

–¿Me perdonas? ¿Sí? ¿Por favor? –me dijo mirándome con su carita de niño bueno con la que tan fácilmente me desarmaba.

–¿Qué te perdono, los chingazos o que me llamaste pinche puto marica? –reclamé.

No contestó nada, nos quedamos callados por unos minutos con la mirada perdida a lo lejos.

–¿Vas a ir al baile de graduación? –preguntó Yolanda intentando suavizar el ambiente.

–¿Con la cara llena de moretones? –dije fuerte para que David me escuchara.

–Yo tampoco voy a ir. Nos vamos mañana temprano –agregó muy triste.

Miré que mi mamá me buscaba afuera de la escuela y salí a encontrarla. Me dijo que todavía no le entregaban los documentos, que salió para avisarme que mi papá pasaría a recogernos un poco más tarde.  

Le dije a mi mamá que iría al salón a tomarme fotos con mis compañeros. Ella se quedó esperando en la larga fila para entrar a las oficinas. Al pasar por el patio rumbo al salón me topé con René, estaba recargado en el barandal esperando a su hermano.

–Dany, espera, necesito decirte algo –me gritó.

Fingí que no lo había escuchado y apresuré el paso, pero él me alcanzó antes de llegar a la zona de los salones.

–¿Qué te pasó? –preguntó sorprendido al verme los moretones en la cara.

–¿Qué quieres? –dije de forma cortante.

–Perdóname… le conté lo que hicimos… por celos. Pensé que así dejaría de quererte. Yo siempre lo he querido –dijo quedito.

Su confesión me dejó sin palabras por un instante.

–¿Y a mi qué? Él te creyó. Además, ya no somos nada –dije.

–Si, ya sé, por eso vine. Anda muy triste desde el día que lo golpearon.

–No fue nada comparado con lo que él me hizo a mí, ¿no crees? –le recalqué.

–¿Se atrevió a pegarte? –preguntó incrédulo.

–Y todo por tu culpa –le reclamé.

René se quedó callado, no se atrevía a mirarme a los ojos.

—Mis papás creen que está triste porque nos vamos a ir, pero yo sé que es por ti.  

–Si no me puedes perdonar a mí. Perdónalo a él, por favor –me suplicó.

–Al menos ustedes se aman, para mí, siempre será solo Nito, como desde niños –dijo y sus palabras me parecieron sinceras.

No dije nada, pero mis lágrimas le dieron la respuesta. Me apresuré rumbo a la cafetería, necesitaba decirle a David que lo perdonaba. En el camino pensé lo afortunado que era, David me quería a mí y yo a él, René nunca podría ser amado así por su hermano menor. Mi yo sensible se restablecía poco a poco.

Encontré a David y a Yolanda todavía bajo nuestro árbol favorito.

–Vamos al parque. ¿Sí? –sugirió David.

–¿Para qué? –dudé un poco.

–Para despedirnos.

Aprovechando que todavía tenía tiempo acepté seguir a David hasta el rincón alejado del parque donde antes nos habíamos ocultado detrás de los matorrales. No solo estaba sintiendo que lo podía perdonar, también sentí que podía confiar en él.  

–Te amo, no sé por qué, ni cómo, pero te amo –dijo David en cuanto nos tiramos en el pasto.

No hubo necesidad de decirle que lo perdonaba, me acerqué y lo besé. Nuestras manos ansiosas empezaron a recorrer el cuerpo del otro, nos deseábamos. De los besos en la boca pasamos a mordisquearnos el cuello y los hombros.  

–Quiero demostrarte cuánto te quiero –dijo tiernamente.

–¿Cómo?

Sin más David me desabrochó el cierre del pantalón y se apoderó de mi pene, sin más empezó a chupármelo con ganas. Todo fue tan sorpresivo que no intenté detenerlo. David parecía hambriento de mi pene. Cerré los ojos y lo dejé hacer.

–Quiero que me coches, que estrenes mi culito –dijo sin titubear.

Yo no estaba preparado para penetrarlo, ni convencido de querer hacerlo, además me el momento era un tanto incómodo por el lugar y por el dolor que aún tenía en el rostro. Mi diablillo insistía que aceptara, “para que pague lo que te hizo”.

       –Yo disfruto tu amor y con eso me conformo –dije convencido.

–Quiero que seas tú y solo tú el que me estrene. Quiero llevarme ese recuerdo de ti –dijo al momento de darme un frasquito con crema.

Nuestro amor se reafirmaba al igual que nuestras almas. Ya no insistí en enearme, mi pene estaba más que listo para penetrarlo.  David se recostó boca abajo en el pasto y se bajó los pantalones. No lo pensé más, me puse crema en el pito y lo apunté hacia sus nalgas.

      –Relájate para que no te duela –le sugerí.

Con cuidado, lentamente, mi pene desapareció dentro de mi novio, que gemía quedito.

      –Ay, cabrón, duele un chingo –dijo al sentir todo mi pene dentro.

Dejé de moverme sin salir de él. Me acerqué a su oído y le dije lo mucho que lo amaba y lo mucho que me gustaba estar dentro de él. Mi excitación era tanta que, a pesar del dolor en el rostro, llegué al orgasmo sin moverme, le aventé varios chorros de semen. Nos movimos para quedar recostados de lado para poder masturbarlo hasta que él también se descargó. Fue una cochada rápida, pero increíblemente excitante. Otra vez tocaba el cielo.

–¿Ves cuánto te quiero? Antes de conocerte estaba seguro de que nunca dejaría que me lo hicieran. Y muchos chavos querían conmigo –me confesó David.

–¿Y por qué lo hiciste conmigo?

–Porque te amo…con nadie más lo haré nunca, lo prometo, me dolió un chingo.

–Ahora si estoy seguro de que me amas –le dije justo antes de besarnos una vez más.

Le sugerí que fuéramos a los sanitarios a lavarnos con agua antes de regresar a la escuela y David aceptó. Nos arreglamos el uniforme y salimos del parque agarrados de la mano. Mientras caminábamos, pensaba en lo mucho que la vida me había dado, no solo me había dado la oportunidad de amar a David con un amor tan puro y fuerte como el que sentíamos los dos, también me había dado la oportunidad de disfrutar de su cuerpo a plenitud. Ahora sería mucho más dolorosa nuestra separación.

–Qué bueno que los encuentro. Vamos a tomarnos una foto en el salón, rápido –dijo Yolanda muy apurada cuando la topamos al entrar a la escuela.

–Pero es que, yo… –intenté decir.

–Nada, nada. Allá están todos, vengan, vamos –insistió.

Con cuidado de no que no me viera busqué con la mirada a mi mamá y vi que todavía estaba en la fila. Decidí ir a tomarme fotos con mis compañeros.

Todo era euforia en el camino al salón. Los compañeros nos empezamos a escribir mensajes en el uniforme, de color caqui los hombres y de color guinda las mujeres, al fin que era el último día que lo usaríamos. Escribíamos mensajes de agradecimiento, de buenos deseos, y hasta algunas bromas. Estando yo rodeado de compañeros no me di cuenta cuando David escribió en una de las mangas de mi camisa, TE AMO hasta que Ernesto me lo señaló.  

Ese era el David que yo amaba, alegre, bromista, hermoso. Para responderle yo le escribí en el pantalón “TE AMO, NITO”. Todos los compañeros aplaudieron. A mí tampoco me importaba ya que supieran de nuestro amor.

—Vengan, les tenemos una sorpresa –dijo Yolanda.

Subimos al último piso de la escuela, a nuestro salón de tercer grado. Entré seguido de Yolanda, Ernesto, Rosy, Luis, Tere, David, Luis y Patricia.

–¿De qué se trata? –preguntó David.

–Sabemos que son novios –dijo Ernesto.

–¿Cómo lo saben? –pregunté yo inocentemente.

–Ya los habíamos visto besándose en el parque, y con todo lo que pasó –dijo Yolanda.

Todos los compañeros aplaudieron.

–Queremos darles un momento aquí, para que se despidan, nosotros les avisamos si alguien viene.

–¿Y quién la hace de mujer? –preguntó alguien.

–De lunes a miércoles yo y los otros días Dany –dijo David.

–¡Cállate! –le dije quedito sintiendo la cara caliente de tanta pena que sentía.

–Beso, beso, beso –empezaron a gritar todos.

David se acercó, me abrazó y puso su frente pegada a la mía como el día de la despedida en su casa. El tiempo se detuvo y nuestros compañeros, y el mundo desaparecieron.

–Te amo Dany. Perdóname –dijo con sincero arrepentimiento.

–Quiero que me perdones todo lo malo que te hice.

–Todavía me duele la cara, cabrón. Y me llamaste pinche puto –le dije al oído.

–Por eso quise que me cocharas, ahora los dos lo somos ¿Qué no? –me dijo al oído.

–No sé cómo voy a vivir sin verte. Gracias –me dijo con la voz entrecortada.

–Beso, beso, beso –empezaron a gritar todos.

–No griten para que no nos vengan a correr –dijo Yolanda.

Ahí mismo, frente a todos, así abrazados como estábamos nuestros labios se encontraron una vez más y permanecimos así por varios minutos. Fue un beso tierno, firme, con los ojos cerrados y el alma abierta. Todos los compañeros aplaudieron y nos rodearon sin dejar de vigilar por si alguien se acercaba.

–Te tengo un regalo –dije.

Saqué mi libro de canciones y se lo entregué. Desde casa, mi yo “sensible” pensó que tal vez se daría la oportunidad de dárselo y así fue.

–Son todas las canciones que he reescrito para ti. Te las dedico, desde aquí –dije señalando mi corazón.

Empecé a cantarle en voz baja la canción “El amor de mi vida has sido tu” del cantante Camilo Sexto. La mayoría de los compañeros, en especial Yolanda, lloraban junto con nosotros.

David y yo estábamos en paz. Antes de salir del salón me despedí con un abrazo de Yolanda, de Ernesto, y de cada uno de los compañeros que ahí estaban.

–Me tengo que ir ya –dije.

–Dame tu camisa, y te doy la mía –sugirió David.

Antes de entregársela le escribí: Te amo con el corazón, recuérdalo. Me puse su camisa y me encantó porque tenía su olor.

Caminamos en grupo, David y yo tomados de la mano, algo que sorprendió a algunos estudiantes de otros grupos que nos topamos en las escaleras. Al llegar al jardín David me jaló hacia nuestro lugar favorito, debajo del árbol, donde habíamos pasado incontables mañanas a la hora del recreo, el recostado en el pasto, yo acariciándole el cabello mientras le cantaba canciones. Los compañeros se empezaron a retirar. Me senté en el pasto y David se sentó junto a mí sollozando incontrolablemente. Empecé a cantarle quedito, con la voz entrecortada, la canción “Nuestro amor” de Los Solitarios.

Si tú sabes que todo mi amor es para ti.

Que te quiero y te necesito siempre junto a mí.

No habas caso de lo que te digan si todo es mentira.

Piensa en nuestro amor.

¿Qué no ves como son las cosas? Quieren separarnos.

No debes creer

Nuestro amor. Juntos para siempre.

Solo eso existe entre tú y yo.

–Que romántico –dijo Tere.

En eso vi que mi mamá salía de la oficina. El inevitable momento de despedirnos había llegado. Rápidamente tomé la cabeza de David con ambas manos.

–Nunca, nunca te voy a olvidar, te amo recuérdalo –dije.

Planté mis labios en los suyos por última vez. Salí corriendo antes de que mi mamá viera a su “hijo marica” besándose con otro chavo.

–Nos vemos en la preparatoria –gritó Yolanda.

–Adiós Dany – gritaron los demás.

Fue lo último que escuché de mis amigos. David ya no pudo decirme nada, se quedó llorando recargado en el árbol que había sido testigo de nuestros sentimientos. Aun cuando sentía que parte de mi se quedaba ahí bajo el árbol, no sentía un vacío, sentía que me llevaba una parte de David conmigo, que mi alma estaba colmada de amor.

La vida me permitió vivir una increíble experiencia de amor total con ese ser maravilloso de manera intensa, inocente y limpia. El destino nos hizo encontrarnos para experimentar, crecer y vivir. El sexo vivido con las demás personas durante esa etapa de mi vida me enseñó muchas cosas, me dejó placer, satisfacción en el cuerpo. Mi relación con David me dejó, nos dejó, la vida llena con tanto amor que hasta el día de hoy alimenta mi espíritu a través de los recuerdos. Me transporto a sus brazos cada vez que escucho:

–Te quiero, como nadie te ha querido. 

Es la canción que resuena en mi mente cada vez que recuerdo a David.

–Te quiero como nadie te querrá.

 

FIN

82 Lecturas/14 agosto, 2025/0 Comentarios/por Martian25
Etiquetas: amiga, amigos, gays, hermano, hijo, mayor, recuerdos, sexo
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