AGUSTÍN Y LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi familia era de un muy buen pasar económico, vivíamos en una gran casa en el sur de la Patagonia a las afueras de la ciudad, disponíamos de extensos campos de gran vegetación y árboles tupidos que nos mantenía siempre en contacto con la naturaleza.
Recuerdo esa vez cuando mi primo llegó a la casa.
Era temporada de vacaciones y él, que no tenía muchas ganas de estar por allí, pese al hermoso paisaje, no tuvo alternativa.
Su hermano estaba internado en una clínica psiquiátrica y sus padres creyeron que sería bueno mantenerlo lejos de los problemas y de nada sirvieron las súplicas de Agustín, quien prefería estar cerca de la familia, en Buenos Aires.
Mi primo tenía dieciséis años y era precioso.
Tenía un cabello ondulado de un castaño claro y ojos verdes que se intensificaban cada vez que le miraba a uno los ojos.
Practicaba natación con frecuencia, lo cual le permitía presumir un cuerpo bien tonificado, de espalda ancha, brazos y piernas marcados de una virilidad desmedida.
Esa vez llevaba puesto jeans ajustados y una camisa de mangas largas que dejaba ver parte de su pecho bronceado.
Se vestía bien y olía increíble.
Recuerdo, estaba fascinado por su presencia y cada movimiento que daba.
Despertó en mí fuertes deseos que no podía describirme ni a mí mismo.
Yo era único hijo y a medida que pasaban los días su compañía se me hacía de lo más interesante.
Recorríamos la casa en busca de lugares secretos a los que nadie había llegado y entonces él contaba historias escalofriantes que me quitaban el sueño por las noches.
Salíamos a dar breves paseos por el bosque sin alejarnos demasiado y con cuidado de no perdernos.
Por aquél entonces yo, que estaba por cumplir diez años, vivía cada momento como una gran aventura y mi primo se encargaba de hacer de esos días, los mejores de mi vida.
En un principio no noté sus segundas intenciones pero sí, me di cuenta, a mi manera, de que había algo que no era del todo normal en su trato conmigo.
Siempre fue amable y sonriente, afectuoso y efusivo por momentos.
Hoy comprendo con certeza, que quería poseerme a su antojo y si iba a tener relaciones sexuales conmigo, tenía que ser con mi consentimiento.
Y para eso, necesitaba despertar mis deseos sexuales innatos, y debía hacerlo paso a paso y con extrema meticulosidad.
Tenía un poco más de un mes para conseguirlo.
El primer suceso ocurrió, si no me equivoco, en la casa del árbol que mi padre había construido para mí, antes de que naciera.
No muy lejos pero sí, bastante oculta entre los inmensos árboles.
Agustín, se disponía a leerme un cuento y me había indicado que me acercara y me sentara en sus piernas y así lo hice sin darle importancia a nada.
Él me envolvió en sus brazos por detrás y comenzó a leer en voz baja.
La forma en que narraba la historia me parecía más tenebrosa que lo que se contaba.
Yo, dándole la espalda y teniendo el libro en frente seguía con la mirada las palabras que pronunciaba, hasta sentir en un momento dado, una dureza bajo mi trasero, mientras se aproximaba más y más contra mí.
Por un lado quería zafarme de sus brazos y salir corriendo de allí, y por el otro no quería moverme porque, aunque extraño, la sensación era placentera.
Un calor inexplicable recorría todo mi cuerpo y me estremecía por completo.
Sabía que era su pene lo que se apretaba bajo de mí, no era tan tonto como para ignorar esa realidad.
Era consciente, si bien no plenamente, de las costumbres de la edad adulta, pero era algo que no encajaba en mi cabeza y me confundía.
Agustín sería quien acomodaría las piezas en mi mente.
Era un hecho.
Esto sucedía con frecuencia y yo solo podía disfrutarlo en silencio.
El segundo paso sería clave, sucedió una noche en la que me dejaron dormir en su cuarto para ver algunas películas.
Nos encontrábamos en su cama para ver la televisión, luego a la hora de dormir me iría a la mía.
Él llevaba un pantalón, largo y a cuadros de color azul oscuro, y una camiseta blanca de manga corta.
Tenía ambos brazos doblados con las palmas de las manos detrás de la cabeza.
Y yo me acurruqué muy cerca, pensando en lo lindo que era mi primo, sin prestarle atención a la película.
—¿Por qué tanto pelo en las axilas, Agus?
—Porque soy más grande y a los varones cuando crecemos nos sale pelo en todo el cuerpo, en la cara, en las piernas, en los brazos, en el pecho y en otras partes —respondió.
—¿En otras partes? —pregunté.
—Sí, en la verga y en las bolas, se llenan de pelos rizados —comenzó a decir mi primo, fingiendo desinterés—.
Como el de las axilas.
—¡Mentira! Eso es asqueroso —dije, riéndome y llevando mi mano a sus axilas para tironearle de los vellos.
—No me creas, pero es la pura verdad, parece asqueroso sí, pero es como tiene que ser con nosotros, los hombres.
—¿Me mostrarías?
—No puedo, sos muy chico y no sería correcto.
Yo me puse serio y no quería insistir para no parecer pesado, aunque moría por verle desnudo.
—¿Qué más cambia en el cuerpo, Agus?
—Mucho.
Todo empieza a crecer y nuevas sensaciones aparecen que ni te imaginas.
Pero otro día te cuento.
Ahora estoy muy cansado.
Agustín al ver mi expresión de disconformidad me agarró la mano y la llevo a su abdomen que ya tenía un poco de vello, y la fue bajando despacio mientras con la otra mano se levantaba el pantalón ligeramente, sin que pudiera ver nada.
Entonces metió mi mano, no hasta el fondo como me hubiese gustado, sino solo un poco para que pudiera tocar con los dedos los abundantes rizos.
—¿Ahora me crees? —Preguntó mi primo sin esperar respuesta—.
¡A la cama!
Me levanté sin decir nada, directo a mi cama.
No pude dejar de recrear en mi cabeza una y otra vez lo sucedido.
Si todo crece y cambia en nuestro cuerpo a medida que llegamos a la madurez.
Qué tanto más grande era su pene del mío.
Cómo se veía su verga y testículos con tanto vello.
Qué más había para saber y descubrir.
Todo se revoluciono en mi mente y no me iba a quedar de brazos cruzados.
Era mi turno de avanzar y demostrar que tenía todo mi consentimiento a su favor.
Esa mañana desperté mucho antes que todos en casa, había algo raro en mí, me sentía algo incómodo e inquieto.
Comencé a moverme de un lado a otro, era muy temprano para levantarse, no pasaban de las cinco am.
Miré a mi primo que dormía en la otra cama y no pude dejar de contemplarlo.
Algo lo diferenciaba de los demás chicos que conocía hasta entonces, él era realmente precioso.
Mi pene estaba erecto, con más fuerza que nunca y esa vez noté cuan placentero era tocarlo.
Algo nuevo e increíble estaba empezando a germinar dentro de mí.
Mis ojos se posaron en Agustín mientras me tocaba intensamente e intentaba tomar valor para levantarme de la cama y pasarme a su lado.
Pero no fui yo quien se levantó, fue él.
Cerré los ojos de inmediato y sin mover ni un músculo fingí estar profundamente dormido.
—Benjamín, ¿lo querés ver? —Hablaba conmigo, evidentemente me había visto—.
Está en su mejor momento.
—Sí, lo quiero ver —respondí sin vueltas, de nada servía hacerme el desentendido.
Me levanté de mi cama a la expectativa de lo que iba a pasar.
—Bueno, lo vas a ver, pero no ahora.
Lo miré enojado y a él pareció gustarle.
—Primero vamos a jugar un juego muy interesante.
Agustín buscó en uno de sus cajones hasta dar con una corbata azul, se acercó y me vendó los ojos con cuidado.
—El juego consiste en seguir mis órdenes pero lo más importante, en conocer mi cuerpo solo con tus manos.
—Está bien, juguemos —dije, ansioso por lo que me proponía.
No podía ver nada.
—Primero, de rodillas.
Quiero que busques mis pies, quiero que los toques, los beses y me describas cada paso, cada sensación.
Busqué sus pies y empecé el juego.
—Tus pies son pesados… se sienten graciosos y huelen mal.
Tus dedos son largos.
Los beso y siento que me gustan —dije, casi riéndome y exagerando algunas cosas, en verdad no olían mal.
—Sacame el pantalón.
Fui bajándole el pantalón, tironeando desde abajo.
—Acariciame las piernas.
—Tus piernas están peludas, tus rodillas duras, tus muslos suaves, muy suaves.
Mis manos acariciaban sus piernas sin subir demasiado.
—Dame tu mano derecha —Dijo y se la alcancé con torpeza hasta tomar la suya.
Agustín fue llevando mi mano a su pecho de piedra y continué el juego.
—Tu pecho está fuerte y suave, tu abdomen se siente genial.
Tenes pelo en el ombligo
Agustín colocó mi mano en su paquete.
Sobre el calzoncillo sentí un trozo duro que daba empujones contra el algodón y realmente ardía de calor.
—Sacame los calzoncillos.
Con mis manos fui bajándole los calzoncillos y sentí como su pene hacía ruido al golpear contra su vientre y parecía que todo se salía fuera con prisa.
Lleve mis manos, finalmente, a su pene y las choque torpemente con sus testículos.
Escuche él grito ahogado de mi primo y pedí perdón, si darle mucha importancia.
—Esperá un poco, eso dolió.
Despacio nene.
—Perdón, perdón.
Esperé hasta que el mismo me guio despacio hasta el tronco de su pene.
—Es enorme y duro… caliente, rugoso, pegajoso.
Tus bolas son pesadas, peludas, suaves.
Huele raro, como a pis, pero es… diferente.
—Es semen, un líquido que a los hombres nos sale por la verga y es delicioso —dijo.
Agustín me sacó el vendaje y fue cuando lo vi por primera vez.
Lo había descrito bien, era enorme.
De un color rosado emanaba humo de lo caliente que estaba, tambaleando al simple roce de mis dedos.
Me ordenó que lo besará y lo saboreara como a un helado.
Hice lo que pude y supuse que lo hacía bien porque Agustín cerraba los ojos y gemía llevando la cabeza hacía atrás.
Cuando mi lengua hizo un giro en el glande, este me escupió todo el semen.
Mi cara estaba empapada de su líquido oloroso y pegajoso, me sentía sucio y feliz.
Mi primo paso uno de sus dedos por mi cara y me dio a probar el semen.
—Es raro, no sé, no está mal.
Las venas de su pene se fueron aclarando y a medida que este perdía tamaño, el glande brilloso se ocultaba dentro del prepucio.
Sus bolas le colgaban peludas y pesadas.
Solo podía mirarlo y disfrutarlo segundo a segundo.
Tenía tanto vello púbico alrededor que me volvía loco.
Y el olor se hacía cada vez más fuerte.
Agustín se recostó unos segundos, como meditando lo sucedido, completamente desnudo.
—Estuvo bien para ser la primera vez —dijo—.
Vamos a darnos una ducha antes de que se levanten tus padres.
El olor está impregnado en todas partes.
Agustín se paró con aire presumido, mientras revoleaba sus genitales apropósito para que no pudiera quitarle los ojos de encima.
Voy a invitar a un amigo la próxima semana, Exequiel.
Él es muy bueno para los juegos y seguro nos va a dar una lección de quién manda.
Muy bueno. A ver cómo sigue