Al que madruga, Dios lo ayuda: el semidios rubio, la oficina y su sofá rojo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Tenía 19 años y era el verano.
Trabajaba como secretario en una oficina del centro de Morelia.
Entraba a ala 9:00, pero ese día desperté temprano y salí para disfrutar de las calles que despertaban con poca gente.
Me encanta esa sensación de la ciudad quieta al amanecer.
Paseaba para llegar a la oficina y disfrutar un café y un libro mientras llegaban los demás.
A dos cuadras de mi trabajo, veo que camina hacía mí un bello niño que parecía ligeramente menor de mi edad, rubio y muy blanco, de ojos color miel, delgado y muy bien parecido, con un estilo relajado y se topa con mi mirada.
Caminamos uno al lado del otro, hombro con chombro y al dejarnos mutuamente atrás, volvimos la mirada para seguir disfrutándonos al mismo tiempo.
Me detuve y me volteé por completo.
Él dio un par de pasos e hizo lo mismo.
Nos miramos fijamente y le hice señas para que se acercara.
Cuando estuvimos cerca, le pedí que me siguiera.
-Tengo donde estar cómodos- le dije.
-Vamos, me llamo Robert- respondió.
-Yo Lalo.
Mucho gusto- concluí, mientras estrechamos las manos en señal de cortesía y seguimos hasta mi oficina que no tendría más gente que nosotros hasta dentro de una hora y media.
Sin decir mucho, al estar en mi oficina con la puerta cerrada, de inmediato comenzamos a besarnos.
Qué rica sensación cuando palpé sus abdominales marcados y sus brazos fuertes a pesar de lo delgado que se veía.
Tenerlo desnudo frente a mi, entre mis dedos y bajo mi lengua fue un verdadero privilegio.
Sólo con el pantalón y sus zapatos lo senté en el escritorio, lo besé aún más y bajé sus pantalones y calzoncillos.
Yo seguía vestido y qué gozo hallarme el premio de su entrepierna: una enorme y preciosa verga.
Blanca, como la vainilla en leche, derechita y perfecta, con el mismo grosor desde la base hasta la cabeza, que era rosadita, bien ancha y le apuntaba al ombligo con una ligera curva hacia arriba; cerca de 22 cm de dulzura y hermosura placenteras sin exagerar.
Una de las reatas más grandes y deliciosas que he comido.
Lástima que fue única y furtuva ocasión.
Su vello se extendía invitatorio desde su ombliguito hasta la corona de la base de su verga, güerito, rubio, amarillito y hasta platinados en los grandes huevos colgantes del mismo color vainilla que su camote.
Yo no podía creer que ese tipo de hombres estuvieran al alcance real de uno.
Pensé que sólo salían en películas porno.
Modelo hermoso vergudo.
Pinche Robert, qué rico recuerdo.
Yo mamaba como desesperado esa verga deliciosa y de excelente aroma, como a humedad limpia.
Yo era de 174 cm de alto, y 16 de verga, blanco, varonil, velludo, de barba, cabello y ojos castaños, delgado, pocas pero respingadas nalgas.
Soy guapo, honestamente y la gente me lo dice, pero Robert era excepcionalmente guapo.
Cuando me enderecé a besarle rostro y cuello, luego de mamar mucho su verga, dijo:
-Vamos al sofá- uno rojo que estaba en ka oficina y así lo hicimos.
Cuántos ricos momentos en ese sofá.
Llegando ahí, nos desvestimos por completo, se acostó bocarriba y me puso de rodillas, rodeando con mis piernas su cuello, frente a su cara, para comerse mi verga mientras lo veía a los ojos.
Me sentía privilegiado.
No aguanté tanto placer y me vine en su boca.
Tragó mucho y se dejó un poco en la boca para acercarme a su rostro y besarme paseando mi semen entre su lengua y la mía.
Yo estaba mucho menos excitado pero no quería dejar pasar la oportunidad.
Escupí saliva en mi mano, viscosa por estar mezclada con mis mecos y me lubriqué el culo para sentarme poco a poco en su fierrote.
Lo deseaba tanto y lo hice con tal cuidado que no dolió.
Lo saqué un par de veces antes de sentarme por completo hasta que lo hice y mi culo se fruncía para apretar su vergotota.
Robert suspiraba y me besaba profundamente en ratos que yo caía sobre su pecho o que el se sentaba un poco para alcanzarme.
Estuvimos unos intensos minutos hasta que Robert me apretó bien fuerte contra él y se vino.
Respiré y recuperé la calma.
Al bajarme, vi que estábamos a tiempo.
Limpié con agua y pañuelos el pene morcillón de mi bello amante y yo tenía la verga dura.
Se sentó en el sofá y yo me recosté con el rostro a su entrepierna para comerle el pollón.
Lo quería completo y para siempre conmigo.
Le mamé como 20 minutos hasta que sólo con mi boca le saqué la leche y me la comí toda.
Yo me vine masturbándome y él tomó mis mecos para dármelos en la boca con su mano.
De inmediato me besó, con nuestros mecates entre lenguas.
Fue espléndido y alucinante.
Me dio una visión angelical al contemplar sus marcados y modestos músculo mientras vestía.
Ver como colgaban su inmensa verga y testículos hasta media pierna.
Delicia de jovencito.
Nos vestimos.
Eran las 8:20, a 40 minutos de que llegara la gente al edificio.
Salió Robert y en el aire se podía cortar con la mano la lujuria y el aroma a sexo.
Abrí las ventanas para ventilar el espacio y que quedé atónito en el sofá que me sirvió de tálamo.
Hasta siempre, Robert.
Sinceramente suyo, el coyote cojo.
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