Alan (IV): El siguiente paso con el Roberto
El Roberto me invitó a pasar un fin de semana en su casa. Durante la madrugada fuimos más allá en nuestras exploraciones sexuales..
El relato anterior de esta serie se encuentra aquí: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/alan-iii-haciendo-amistad-con-el-roberto/
Eventualmente el Roberto y yo daríamos el siguiente paso.
Me invitó a quedarme en su casa un fin de semana. Después de una apasionante noche de películas de terror, palomitas de maíz, juegos de mesa y payasadas en general, por fin estábamos detrás de la puerta cerrada de su dormitorio y preparándonos para ir a la cama.
El bulto que se levantaba en sus shorts era intrigante, y supongo que el mío también lo era. Ninguno de nosotros sacó a relucir el tema de puñetearnos.
Él me invitó a compartir su cama (que no era grande) y yo, por supuesto, acepté. Hablamos hasta altas horas de la noche, principalmente sobre el sexo como de costumbre. Finalmente él se durmió.
Me quedé despierto por algún tiempo, tumbado quieto, escuchando su respiración… Y duro como una roca. A veces podía sentir su cuerpo rozando el mío y su lindo trasero contra el mío.
Mientras yacía quieto pude sentirlo moverse. Por un momento pensé que podría estar jugando con su pene.
–Alan –susurró–, ¿estás despierto?
Me quedé callado. aunque no sabía por qué. Me preguntaba si él continuaría jugando consigo mismo, ya que me excitaría quedarme en silencio y escucharlo.
Me empujó suavemente mientras lo ignoraba de nuevo. Satisfecho, volvió a lo que estaba haciendo. Aunque yo tenía los ojos cerrados, ahora podía decir que en verdad se estaba acariciando a sí mismo.
Pero se detuvo, sin el habitual jadeo. Luego se volteó hacia mí. Podía sentirlo presionar contra mí. su pecho sobre mi espalda, su entrepierna contra mis nalgas… su pene contra mi culo. Mientras yo yacía sobre mi lado izquierdo, él yacía allí, sin moverse, su virilidad separada de mí sólo por nuestros shorts.
Estaba emocionado, pero decidí seguir con ese juego con una actitud de esperar y ver qué pasaba. Mi propio miembro estaba a más no poder y mi corazón se aceleraba.
Casi di un brinco, pero no lo hice, cuando sentí su mano subir por mis muslos. Se detuvo justo dentro de mis piernas y debajo de mi ingle. Podía escucharlo respirar más rápido mientras me exploraba más, volviéndose más valiente. Ahora descansaba ligeramente entre mis muslos.
–Alan –volvió a susurrar, algo aprensivo y con ese cierto tono excitado. No respondí. Eso estaba mejorando. ¿Hasta dónde llegaría?
La mano se deslizaba de nuevo. Estaba en la parte delantera de mis shorts. El Roberto jadeó casi inaudiblemente cuando sintió mi miembro palpitante. Su mano sintió suavemente mi dureza a través de la tela, un tirón aquí, un tirón allá, saboreando el momento. Su propia virilidad se apretó más contra mí.
Se separó momentáneamente y pude sentir su mano libre liberar su verga y una vez más dejarla descansar en mi culo. Nuevamente su otra mano trabajaba en mi pene sobre mi ropa.
Mientras su mano me acariciaba se volvió aún más atrevido y metió la mano dentro de mi shorts. Piel con piel ahora, su mano me atormentaba, trabajando la parte inferior de mi pene, luego la cabeza. Su propio miembro ahora se movía contra la tela detrás de mí, su respiración se hizo profunda. Estaba intentando contener la respiración, lo que quedaba de ella, cada vez más excitada. Yo podía sentir un poco de líquido preseminal en sus dedos, excitándolo aún más. En la parte de atrás, mis shorts se sentían húmedos.
El juego continuó, él movió su atención entre su mano en mi pito y su propio orgasmo pendiente. Yo terminé primero, llenando la parte delantera de mis shorts con mi leche y su mano sacando hasta la última gota. Intenté contenerlo, pero obviamente estaba jadeando. Cuando por fin el orgasmo se calmó, él yacía inmóvil contra mí y yo todavía fingía estar dormido.
–¿Estás despierto? –preguntó suavemente otra vez, poniéndome a prueba. Seguí sin responder. Volvió a tocarme en serio y pude sentir su aliento en mi cuello. Incluso su cabello estaba mojado ahora y todo lo que tocábamos se sentía húmedo. Sus movimientos se aceleraron y con un gruñido explotó, enviando ráfaga tras ráfaga contra mí, empapando mis shorts con semen caliente y pegajoso.
Mientras yacíamos, yo goteando semen, él descansando contra mí, nuestros cuerpos se relajaron lentamente. Mi propio miembro, que se había vaciado apenas momentos antes, estaba de nuevo a media asta, con su mano alrededor de él otra vez, apretándolo con cautela. Aún así, se presionó contra mí por detrás, aunque sus propias caderas estaban quietas.
–¿Te gustó? –susurró. Lo ignoré. Su mano me apretó con más fuerza entre mis piernas–. Ya sé que estás despierto… ¿Te gustó?
–Ay… –me escuché decir mientras él apretaba más fuerte.
Él se rió levemente.
–Sabía que estabas despierto. ¿Por qué te hacías el dormido? –preguntó divertido.
La fiesta había terminado, pero yo no sabía qué decir. Allí yací en mis shorts empapados por delante y por detrás, con el semen goteando por mis piernas, en todo mi esplendor… y sin palabras.
–Di algo… ¿Estás enojado…? ¿No quieres limpiar o algo así? –continuó después de un rato.
No estaba enojado; de hecho, estaba duro como una roca otra vez, y en realidad esa sensación era bastante agradable, pero no quería decir eso.
–No, no estoy enojado… ¿Tienes una toalla? –hablé por fin.
–Sí. Espérate.
Se levantó de la cama y sacó una pequeña toalla de su cómoda. Cuando me la entregó, retiró las sábanas y encendió la lámpara de su buró.
–¡Estás empapado! –exclamó–. ¿Por qué me dejaste que me vaciara encima de ti? ¿Por qué te hiciste el dormido?
–No sé –fue todo lo que dije.
Me levanté de la cama. Me quité los shorts y los bóxers, me limpié y me los volví a poner. El Roberto pudo ver toda mi erección.
–Todavía estás duro. Estás muy caliente, ¿no?
–Parece que sí. –Me sentía apenado, quizás.
–¿Qué sentiste cuando me frotaba contra ti? –quería saber. Su propio pene ahora se elevaba nuevamente mientras estaba de pie junto a la cama.
–No sé… Estuvo bien…
–Si quieres, me lo puedes hacer a mí.
–¿Hacerlo?
–Sí, frotarte contra mí. Como lo hice yo contigo.
Se estaba acariciando y ahora estaba a toda velocidad, tal vez un poco rojo, pero listo. Yo quería sentir su dulce culito y ahí estaba mi oportunidad.
–¿Qué pasa si alguien entra?
–¡No mames! Son las tres de la mañana, todos están dormidos –dijo–… ¿Quieres hacerlo o no?… Creo que me voy a vaciar otra vez –agregó mientras se acariciaba.
–Bueno. ¿Cómo lo hacemos?»
Se quitó la camiseta y, desnudo, se deslizó a mi lado. Se acostó bocabajo y me dijo: –Ponte encima de mí.
Allí yacía él, con las piernas abiertas, ambos brazos debajo de su cuerpo, en la entrepierna, el trasero un poco levantado, invitándome. Su pequeño ano brillando como diciendo «cógeme».
Quitándome la ropa, me recosté sobre él. Mi pene presionó contra su culo y comencé a mover rítmicamente mi dureza allí. con torpeza él se acarició debajo, empujándose contra mí. Me imaginé que mi verga se deslizaba hacia su interior y mi respiración se volvió entrecortada nuevamente.
–Ya casi termino –susurré.
–Yo también –respondió.
Animado, aceleré el paso y pude percibir ese sentimiento tan familiar en mi alma.
–¡Aquí viene! –anuncié y momentos después tuve mi segundo orgasmo de la noche.
Seguí bombeando, sintiendo mi humedad bañar su trasero, jadeando como un perro en celo. Mis ojos se volvieron vidriosos. Sus manos se detuvieron cuando estallé, presumiblemente para maximizar su propio disfrute de mi orgasmo.
Nos quedamos quietos, mis fluidos corporales goteaban por sus nalgas. Mi cuerpo se sentía como gelatina después de ese final tan intenso.
–¿Alan…? –preguntó el Roberto en voz baja.
–¿Sí?
–¿Ahora me lo harás?
Hice una pausa, inseguro de lo que me pedía.
–Si no quieres, no… ¿Me la jalas?
Se había salido de debajo de mí y estaba acostado de espaldas. Su pene se veía tan duro, tan atractivo.
–Está bien.
–Gracias. No tardaré mucho –prometió.
Agarré silenciosamente su miembro palpitante. Su dureza me calentó y, a medida que aparecía cada gota de líquido preseminal, sentí una nueva oleada de excitación.
Tras diez u once jaladas y anunció: «¡Me voy a vaciar!» y eyaculó en la palma de mi mano.
Aunque el orgasmo le pareció intenso, esta vez su eyaculación rezumaba en lugar de los grandes chorros que le había visto brotar durante nuestras sesiones de masturbación.
Ya no dijimos nada. Nos limpiamos de nuevo y nos quedamos dormidos.
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