Amantes
Esta narración, también completamente verdadera, es continuación de las anteriores, especialmente de la que titulé «Nueva experiencia», respecto de la relación incestuosa con mi hermano dos años mayor. Para este momento yo ya tenía cerca de los 14 y él casi 16 años. Agradezco sus comentarios.
La cogida que me dio mi hermano y que he narrado con el título de «Nueva experiencia» fue sensacional. Pero en verdad eso había llevado las cosas a un plano diferente. Para decirlo claramente, nos convertimos en amantes.
En esta nueva etapa de intercambio sexual, una vez más tardé unos días en asimilar lo que habíamos hecho y no lo asalté por la noche. Pero pasado el periodo de reflexión, más o menos como una semana después de aquella cogida, mi calentura se impuso y regresé a la rutina nocturna. Durante estos días, sin embargo, no dejé de deslecharme gozando el recuerdo de la parchada que me dio.
Como siempre, aguardé fingiendo dormir a que llegara Daniel por la noche, lo que hizo cerca de las doce. Me emocioné cuando oí que llegaba, entró en nuestro cuarto, encendió la luz y se desvistió. Yo sonreía para mis adentros, disfrutando por anticipado lo que venía.
Apagó la luz y se metió en su cama. Yo esperaba ansioso a que se durmiera.
Cuando escuché su acostumbrada respiración lenta y profunda que denotaba que ya estaba durmiendo, sin pensarlo dos veces, me quité el calzón, me destapé y en la oscuridad me bajé de la cama.
Siguiendo el patrón de conducta tantas veces representado, me acerqué a su cama. Me puse en cuclillas a su lado y comencé el ritual: metí mis manos en sus cobijas hasta sentir su cuerpo y ya con confianza, coloqué una de ellas dentro de su calzón para palpar su sexo. Mis caricias empezaron a despertar aquel instrumento de placer y sentí cómo crecía y engordaba en mi mano al tiempo que su respiración ahora silenciosa, denotaba que había despertado.
Sí, de ahora en adelante, lo iba a hacer cumplir todas las noches con su obligación de mayate.
Ya tenía la verga completamente dura, dispuesta a recibir mis caricias y no la hice esperar. De inmediato comencé a masturbarlo meneándole el cuero, destapándole la cabeza como me había enseñado aquella noche inolvidable. Luego, sin demorarme, hice sus cobijas a un lado para tenerlo completamente a mi disposición y empecé a mamarle la verga, sintiendo su riquísima forma y sabor con mi lengua, labios, paladar, dientes.
Con las manos le acariciaba los huevos duros al tiempo que le comía el camote parado, chupando su cabeza, sorbiendo su líquido lubricante, lengüeteándole la corona rodeada de granitos. La mamé a gusto un largo rato para calentarlo al extremo y se le ensalivé completa, dejándole más baba en la cabeza.
Entonces me subí a su cama, mientras Daniel se hacía a un lado para hacerme lugar, para recibir a su amante ardiendo en deseos de cogérselo.
Me acomodé y parando las nalgas lo agarré de la verga para atraerlo a mí. Mi hermano se me repegó echando hacia adelante la pelvis. Con lo aprendido, no le solté la verga cuando la tenía ya en la entrada de mi culo. Lo detuve, me ensalivé los dedos y llevé esta nueva dosis de lubricante a su cabeza, ya de por sí bien mojada con mi saliva. Se la embarré bien y le moví la verga indicándole que podía intentar penetrarme.
Empujó su varilla dura y casi de inmediato me metió la cabeza y cuando iba yo a detenerlo de nuevo al aparecer el dolor, me la dejó ir completa.
Al tenerla adentro el dolor se transformó en placer. Qué delicia era aquello. Mi culo reconoció la forma y dimensiones de aquel instrumento que lo había desvirgado. Era la verga de mi macho, el precioso pitote de mi hermano que sin esperar más, inició su labor placentera.
En la posición de las cucharas, Daniel me sujetaba levemente de la cadera mientras movía la suya hacia adelante y atrás cogiéndome de forma exquisita.
¡Qué delicia era tenerlo adentro! Me hubiera gustado gemir con cada empujón que me daba, pero eso hubiera sido demasiado peligroso porque podría despertar a alguien. ¡Mi hermano cogía riquísimo!, se movía con un ritmo que demostraba que estaba gozando las nalgas adolescentes de su hermano menor.
Yo la sentía entera deslizándose dentro de mí, con mi propia verga bien tiesa por la excitación. ¡Con razón a las viejas les encanta! Y en ese momento yo era el mujercito de Daniel, mi guapo, joven y cogelón mayate. Mi hermano amante de tan hermosa verga.
Ahogaba mis suspiros y jadeos, todo era silencio mientras sentía yo en mi nuca su respiración, una mano apoyada en mi cintura y su joven y bello cuerpo poseyéndome por el culo.
Yo estaba disfrutando cada empujón de aquel magnífico movimiento de vaivén. Con mi pensamiento le decía: cógeme, cógeme, así, así… cógete a tu putito, hazme tu puto, cógeme, así, así…
Y como si me leyera el pensamiento, Daniel me poseía con su hermosa verga convirtiéndome en su vieja. Poco a poco empezó a aumentar la velocidad, me daba unas embestidas riquísimas como si se quisiera meter entero en mí y de repente, sentí dentro del culo los disparos de mocos espesos y calientes. Ufff,, ¡qué sensación más sabrosa!, ¡qué rico se vino dentro de su mujercito!
Se me repegaba más, para inyectarme hasta la última gota de mocos y ya satisfecho, me soltó la cadera y me sacó la verga aún tiesa.
Yo estaba feliz y de inmediato me hice una chaqueta apresurada, para lo que bastaron pocos jalones rapidísimos, estaba tan excitado que me vine muy pronto, arrojando mi leche hacia el piso, a un lado de su cama.
Sonriendo para mis adentros con el gozo que me había dado Daniel, me bajé de su cama y me pasé a la mía. Qué deliciosa manera de terminar el día antes de dormir. Y desde entonces se volvió mi adicción.
Era curioso, durante el día no nos hablábamos, éramos ariscos uno con el otro, como si estuviéramos peleados, pero en la noche, gracias a mi audacia, él era mi mayate y yo su cachamocos.
Era muy raro que algún día lo dejara en paz. Prácticamente todas las noches ejercíamos como los amantes que éramos. Y lo mínimo era hacerle su chaqueta y mamársela, pues ahora que me dejaba coger, también empecé a hacerlo que me la metiera de pie.
Las primeras veces, que fueron muchas, me poseía en la posición de las cucharas, hasta que la tuvimos completamente dominada, pero me había imaginado y así lo comprobé muy pronto, que si nos bajábamos de la cama y le ofrecía las nalgas inclinado como la primera vez que lo intentamos, me entraría más profundamente su riquísima ñonga, de modo que en la primera oportunidad así lo hicimos. Para entonces ya me había amoldado el culo completamente a su tamaño y movimiento, era completamente su puto.
En esas ocasiones me cogía como perro, con movimientos más rápidos pero igualmente sabrosísimos. Yo paraba el culo y me inclinaba sujetándome de mi cama o de la suya, pero a veces me doblaba tanto que aguantaba sus embestidas de perro agarrándome de sus piernas y él apoyaba sus manos en mi cintura. Qué bello debía haberse visto aquel cuadro: el joven hermano cogiéndose a su hermano adolescente, emputeciéndolo.
Siempre me cogió con ternura, con cariño, fuera lento o rápido, me poseía con un excelente ritmo, sin lastimarme.
Pienso que a esa edad mi hermano sólo había cogido con putas, porque a pesar de todo, era caballeroso y no creo que se hubiera cogido a alguna de sus novias, pero tal vez a la hora de estar con alguna, me tenía en su pensamiento imaginando las lindas nalgas duras y paradas de su perrita que era yo.
Y es que a mis 13 o 14 años, tenía yo bonito cuerpo, delgado, las piernas no muy gruesas pero sí bien formadas y las nalgas alargaditas, firmes, levantadas, justo para él. Yo era de él, mi culo era suyo completamente. Me encantaba ser su perra. No dudo que el mío era el primer culo que se cogía, pues no creo que incluso a las putas se las cogiera así, más bien con ellas seguramente era disfrutar boca y panocha.
¡Cómo gozábamos! Era un incesto chingonsísimo.
Muchas veces al tenerlo a mi disposición ya encuerado, besaba su verga y sus huevos. Recostaba mi mejilla sobre ella para darle a entender cuánto me gustaba. Y era mía como mi culo era suyo. Yo había conquistado su polla hermosa, curva, de cabeza amoratada, con huevos siempre llenos de leche para mí. Solamente como cinco veces durante todo el tiempo que fuimos amantes, me costó trabajo ordeñárselos, o sea que me llevó mucho más tiempo e incluso llegó a ponérsele el pito un poco flácido a pesar de mis jaladas, pero cuando eso ocurrió con la boca se la volví a entiesar y aumenté la velocidad y firmeza de mi mano hasta obtener mi premio.
Esas ocasiones me imagino que traía poca leche por haber cogido durante el día o habérsela chaqueteado, sin duda pensando en su puto.
Y yo estaba completamente conquistado por él. Algunas veces me bañaba ya por la tarde y en el agua que usaba ponía unas gotas de perfume. Quería estar oliendo rico cuando Miguel poseyera a su perra.
Otras veces cuando oía sus pasos acercándose a la casa, me quitaba rápido el calzón y me acomodaba tapándome todo pero con las nalgas descubiertas. Quería excitarlo desde que entrara a nuestro cuarto, a ver si se animaba a tomar la iniciativa y me poseía en mi cama. Pero nunca lo hizo. Siempre fue necesario que yo ejerciera la rutina despertándolo para entregármele.
Algunas más, quise excitarlo también tapado pero boca arriba, mostrando los huevos o el pito sacándolos por un lado del calzón, aunque tampoco se animó. Siempre esperó a que ya en la oscuridad lo atendiera con mis manos, boca y culo.
Andando el tiempo, me percaté que Daniel fumaba marihuana. Ya lo sospechaba, pero lo confirmé porque en ocasiones olía a mota. Debe haber disfrutado mucho más cuando lo ordeñaba con la mano o con mis nalgas y él estaba marihuano. No sé si se drogaba justo para potenciar el placer o sólo coincidía que había estado fumando con sus amigos, entre los que estaba mi primo Chava, como año y medio más grande que mi macho.
Pero el caso es que gozábamos de a madres nuestra relación incestuosa. Yo especialmente estaba encantado de darle las nalgas, de ser su funda, su puto silencioso y obsequioso. Pienso que a la hora de que le estaba mamando la verga él me decía con el pensamiento: eso putito, come verga, chúpame el chile, cómetelo, sácale la leche…
Y también a la hora de tenerme ensartado hubiera querido decirme: putito estás bien rico, qué sabroso me aprietas la verga con tu colita de perra, déjate coger…, déjate coger,…, así, así, así…
Me cogió más o menos por dos años. Luego, como ya trabajaba, puso dinero para que arriba de nuestro cuarto se construyera otro y se mudó a él. De ese modo se dificultó subir a abusar de él y tuve que calmar mi calentura solamente con mis chaquetas, en las que casi siempre fantaseaba con nuestro romance. Después, como al año, se casó, cuando aún no cumplía los 18 años.
Siempre he pensado que a la hora de estarse cogiendo a su esposa Ana, pensaba en mí y la verdad no creo que por puta que fuera, lo atendiera tan bien como lo hacía yo aunque tampoco dudo que le mamara la verga y le diera el culo además de lógicamente abrir las piernas para que le llenara la panocha de mocos, porque a los pocos meses la preñó y le hizo un hijo.
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