Anatomía Paterna (parte I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Wildtype.
Entonces desperté de mi sueño. No sería la primera ni última vez que habría soñado con mi padre. Él es un hombre bastante atractivo. En aquel entonces, a sus 41, se le notaba retosante. Piel morena tostada, muy alto, 1.92 de estatura, cuerpo bien trabajado por años de gimnasio y deportes. De espalda ancha, de pectorales amplios carentes de vello, generosamente carnosos, tambien vientre plano, en forma, piernas y brazos fornidos en proporción. Su rostro no dista de esa belleza corporal, sus facciones son muy varoniles: mandíbula ancha y cuadrada, ojos grandes color miel, cabello negro azabache que lo llevaba corto, en resumen, todo un ejemplar masculino.
Mi nombre es Alejandro y estoy enamorado de mi padre biológico. Es tal su encanto y nuestra cercanía que involuntariamente deseo su virilidad.
Te preguntarás como es mi relación con la familia del cual soy hijo (único). Mi madre murió poco despues de que nací, por complicaciones del parto.
Crecí con mi padre, Javier, nunca se volvió a casar, su vida giraba en torno a su profesión y a su hijo. Siempre estuvo allí, a mi lado, al pendiente, nunca se volvió lo que llaman un padre ausente y yo se lo agradezco mucho.
Todo comenzó hace unos meses, cuando entré en la universidad. De repente me vi perturbado por extraños, detestables, pero irresistibles deseos morbosos de observar el cuerpo de mi papá desnudo, cuando se iba a la cama, cuando se vestía para ir a trabajar, cuando hacia ejercicio y cuando se metía al baño. Era muy excitante la sensación de saber que se iba a bañar. Todas las mañanas se levantaba a las 5 de la mañana para hacer ejercicio en un cuarto adaptado como gimnasio que tenemos en la casa y terminar se quitaba toda la ropa hasta quedar en calzoncillos y se metía a bañar. También acostumbraba bañarse en las noches antes de dormir. Como mi cuarto estaba a junto al suyo, a veces lo veía pasar y muchas veces estuve alerta para espiarlo, hasta que se me hizo un hábito vergonzoso.
Esto también ocurría en las noches, cuando regresaba del trabajo. Los nervios y la adrenalina que me producian el morbo de poder avistar sus formas magras y sus dimensiones, me hicieron terminar deseando ver aun más, su sexo. Primero deseaba que fuera por accidente, pero como mi padre no hacia cambios en su rutina, empecé a idear planes con tal de saber cómo era ese miembro misterioso, siempre oculto…
La noche siguiente me marcaría de por vida. Me encontraba solo en casa, preparándome la cena, aunque lo último que quería era comer, estaba excitadísimo, con una ansiedad que apenas me dejaba respirar.
De pronto, escuché el ruido de un motor entrando a la cochera que interrumpió mis fantasías. Sonaron las llaves de mi papa abriendo la puerta de la entrada y en cuanto se abrió, apareció mi papasote vestido de pantalón de vestir negro y una camisa blanca de manga larga arremangada, un tanto ceñida a su pecho, algo que le pasaba seguido, y a causa de que no usaba camisetas debajo se alcanzaban a traslucir sus pezones oscuros y dilatados. Lo cual no parecia importarle, aunque a mi me daba pena que lo vieran.
-Hola hijo…órale, ya estas preparándote la cena.
-Sí, me estoy muriendo de hambre- contesté fingiendo.
-No seas malo y prepárale un sándwich a tu papi ¿no? También me muero de hambre.
-Sí.
Dejo su maletín en uno de los sillones de la sala y mientras buscaba algo en ella, la forma de su espalda frunciendose en aquella camisa blanca me sacudió desde los cimientos.
-Me voy a bañar y después voy a cenar –aclaró.
-Va –contesté.
Entonces se fue a su cuarto y por el sonido de sus zapatos al ser aventados, adiviné que se estaba desvistiendo. Unos segundos más y la puerta del baño se cerró tras de él.
Ya no había vuelta atrás. Algo me decía que ese sería el día en que lo vería completamente desnudo. Hasta entonces no sabía cómo era el pene de mi padre y desde hacía varias semanas no dejaba de imaginar varias suposiciones acerca de su tamaño, su forma y su color. Para que todo saliera como yo quería, me había asegurado de quitar todas las toallas del baño que eran para salir envueltos en ellas y también de tirar todos sus calzoncillos que estaban en su closet al bote de la ropa sucia. El era muy despistado y no lo notó antes de meterse al baño, como era de esperarse. Yo ya sabía lo que vendría después.
Estaba tan nervioso y aturdido que no pude tragar bocado y fui a su cuarto, vi sus ropas y me acerque su camisa a la cara para olerla. Sentí un estremecimiento que me recorrió desde la cabeza a los pies, era una colonia deliciosa mezclada con un poco de sudor, de aroma tan distinguible, sutilmente impregnado de su esencia de varón maduro. De repente se cerró el agua de la regadera y yo de inmediato dejé su ropa lo más parecido a como la había dejado él y me fui de hurtadillas a la cocina. Entonces escuche:
-¡Alex! – gritó
-¿Qué pasó? – contesté nervioso.
-Ya no hay toallas en el baño, fíjate si quedan en el closet.
-Ok! – contesté.
Fui a su cuarto y esperé unos minutos fingiendo buscarlas y luego fui a la puerta del baño y le dije sin abrirla:
Ya no hay papá, me acordé que usé la última en la mañana y como llovió, no hay ninguna seca de las que se lavaron.
-¿Cómo que llovió? Yo no vi que lloviera.
-Por acá si, fue en la mañana- dije, obviamente era una mentira y yo había mojado la ropa para que mi argumento tuviera algo de coherencia.
-¿Y por qué no metiste la ropa cuando viste que estaba lloviendo?
-Porque yo ya estaba en la Uni.
-…¡ya que! haber con que me seco- contesto algo molesto.
Entonces se abrió la puerta y yo me quedé congelado al ver a mi padre escurriendo agua por todos lados. Se quedó en la entrada erguido y me dijo:
-Voy a tener que lavar esa ropa ahorita, y si no es para tener toallas secas en la mañana, con que lo estén en la noche.
Lo que pasó entonces me martirizó los minutos siguientes, ya que no me atreví a bajar la vista estando él tan cerca, haciéndome contacto visual. Mi corazón latía a mil, no pude percibir más que una zona oscura entre sus piernas no muy por debajo de mi línea de visión. Aunque me vi recompensado con la imagen de su generoso pecho que quedaba un poco debejo de la altura de mis ojos, ya que yo no soy muy alto. No me resistí a observar, pues rara vez lo había tenido así de cerca. Se me hacía tan grande, sus pectorales perfectamente marcados se asemejaban a los de un jugador de futbol americano y sus tetillas tostadas, que iban a juego con semejantes pechos de broce, eran tan grandes como obleas de cajeta y se le proyectaban considerablemente por el frío, como si me invitaran a mamar de ellas. De ellas goteaba el agua de forma intermitente.
En cuanto dejó de decirme lo de las toallas, salió del baño y se fue a su cuarto; entonces volteé a ver su trasero: sus nalgas musculosas rebotaban al compás de sus pasos y entre ellas, de vez en cuando se asomaba una sombra bamboleante de lo que serian sus genitales, que colgaban para mi placer bien abajo, pesados y se protegían de mi morbosidad gracias a esas piernas de futbolista. Entonces mi pene se levantó de golpe obligándome a retirarme rápidamente. Fui a la cocina y casi me di de topes contra la pared pues mi plan había fallado, aunque….¡sí! todavía había alguna esperanza.
Mientras estaba tratando de calmarme en mi cuarto, él se secaba con unas sabanas de cama y escuché un:
-Que diablos!
-¿Qué ya no tengo calzones?
En un minuto lo vi salir de su cuarto dirigiéndose al de lavado con las sabanas de su cama mojadas pues se habia secado con ellas. Llevaba su pijama completa puesta.
Preparé la pastilla efervescente de papá, que las tomaba para poder dormir. Mi padre tenía dificultades para dormir en ese entonces, supongo que porque la carga laboral era demasiada. Aprovechándome de esto, disolví 3 pastillas en el vaso en vez de una. Fui a avisarle de la cena cuando el ya estaba terminando de programar la lavadora automática. Su miembro le levantaba un poco su pijama, a manera de carpa a medio montar, pues no traía nada que lo contuviera y sin poder despegar mi vista de ese contorno fálico semitraslucido por lo blanco de la tela, le dije:
-Ya está la cena y la pastilla.
-Gracias hijo- dijo sin notar mi indecencia.
Entonces lo miré a los ojos, aquellas bellas esferitas color miel, que me reconfortaron con su dulzura.
-Oye, ¿podemos ver una película? – Lo cual era de ley todos los fines de semana.
-Sí, ¿Cuál quieres ver ahora?…
Minutos más tarde terminamos en su cama cenando y viendo la película. Las pastillas empezaron a hacer su efecto y mi papá, poco a poco, fue cabeceando y acomodándose para dormir. Pero antes de que se quitara el saco de la pijama, como era costumbre en él, lo abatió un sueño profundo.
Me quedé un buen rato sin moverme, después, apagué la tele y lo moví del brazo lo suficiente como para despertar a cualquiera y al ver que no despertaría fácilmente empecé a sentir los inicios de otra erección.
Desabroche lentamente el saco de su pijama, por el roce de mis dedos con su pecho tibio me di cuenta de que tenía un torso muy suavecito; descubrí completamente aquellos colchones abombados que formaban sus pectorales firmes y redondeados. Observé su cara completamente relajada. No se dará cuenta, pensé. Empecé a respirar agitadamente mientras el pecho de él subía y bajaba apaciblemente. Me acerqué más y con grandes esfuerzos pasé su brazo alrededor de mi cuello. Besé aquel bíceps que se asomaba, hinchado, que me aprisionaba la cara, estaba turgente aun en reposo. El beso me recorrió el cuerpo entero, esa sensación de lo prohibido, de los descubrimientos, de la cercanía de mi rostro y su cuerpo semidesnudo me erizó la piel y me sacudió el cerebro.
Después me hice consciente de la sensación que los vellos de su axila provocaban en mi cuello, me volví suavemente de espaldas y me acurruqué hundiendo mi cara entre su brazo y su pecho para poder olerlo. Despedía el olor característico de sus camisas, sutil, a macho, incluso el jabón no se lo había llevado consigo por completo. Despacito fui rozando mi nariz varias veces contra sus vellos jugando con ellos un buen tiempo con los ojos cerrados, aprisionándolos con mis labios de vez en cuando y relamiéndolos como gatito sobre la base de su musculo pectoral. Eran lacios y sedosos.
¡Cuántas delicias me aguardaban!
Continuará…
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