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Gays, Voyeur / Exhibicionismo

ANCIANO SEDUCE A JOVEN EN EL TRANSPORTE FORÁNEO (CREADO CON IA)

Un joven emprende un viaje que cambiará su vida para siempre. La presencia de un hombre mayor despierta en él una curiosidad irresistible, y juntos exploran un mundo de pasión y deseo en el estrecho espacio de un autobús..
l autobús avanzaba por la carretera, sus ruedas girando con un ritmo monótono que parecía acunar a los pasajeros. Entre ellos, un joven de 19 años, Luis, miraba por la ventana, su mente divagando en pensamientos sobre el viaje que acababa de emprender. Era su primera vez solo en un transporte foráneo, y la mezcla de emoción y nerviosismo se notaba en su expresión. Su mochila descansaba sobre sus rodillas, y sus manos jugaban distraídamente con las correas, como si buscaran algo que hacer para calmar su inquietud.

A su lado, un señor de unos 60 años, Don Carlos, observaba al joven con una sonrisa sutil. Su cabello canoso y su rostro marcado por las arrugas delataban su edad, pero sus ojos azules conservaban un brillo vivaz, como si el tiempo no hubiera logrado apagar su chispa. Vestía un traje elegante pero desgastado, que hablaba de una vida llena de experiencias. Su maletín de cuero reposaba en el asiento contiguo, y sus manos entrelazadas descansaban sobre su regazo, transmitiendo una calma que contrastaba con la inquietud de Luis.

El silencio entre ellos era cómodo al principio, pero Don Carlos, con su experiencia en la vida, sabía que un poco de conversación podía hacer el viaje más ameno. «Primer viaje solo, ¿verdad?», preguntó con una voz grave pero amable, rompiendo el hielo.

Luis se volvió hacia él, sorprendido por la precisión de su observación. «Sí, señor. Voy a visitar a mi tío en la ciudad. Nunca había viajado tan lejos solo», admitió, su voz ligeramente temblorosa.

Don Carlos asintió, su sonrisa ampliándose. «Se nota la emoción en tus ojos. La primera vez siempre es especial. ¿Y tu tío? ¿Qué hace en la ciudad?»

«Es profesor en la universidad. Me invitó a quedarme con él durante las vacaciones», respondió Luis, sintiéndose más relajado con la conversación.

«Un profesor, ¿eh? Debe ser un hombre inteligente. Y tú, ¿qué estudias?»

«Acabo de terminar el bachillerato. Aún no estoy seguro de qué carrera elegir», confesó Luis, sus dedos jugueteando de nuevo con las correas de su mochila.

Don Carlos inclinó la cabeza, como si considerara sus palabras. «La juventud es un momento maravilloso para explorar, para descubrir quién eres y qué quieres en la vida. No te apresures. El tiempo te dará las respuestas.»

Luis sonrió, agradecido por la sabiduría que el hombre mayor le ofrecía. «Gracias, señor. Es bueno escuchar eso.»

El autobús hizo una parada en una estación de servicio, y algunos pasajeros bajaron para estirar las piernas. Don Carlos aprovechó la oportunidad para invitar a Luis a caminar con él. «El aire fresco nos hará bien», sugirió, y Luis aceptó con gusto.

Fuera del autobús, el aire era fresco y limpio, un alivio después del ambiente cerrado del vehículo. Caminaron juntos, sus pasos sincronizándose naturalmente. Don Carlos habló de sus viajes, de las ciudades que había visitado y de las personas que había conocido. Sus historias eran fascinantes, llenas de color y vida, y Luis se encontró escuchando con atención, absorbido por la narrativa del hombre mayor.

«Y tú, ¿has pensado en viajar más allá de la ciudad de tu tío?», preguntó Don Carlos, sus ojos brillando con curiosidad.

Luis se encogió de hombros, su mirada perdiéndose en el horizonte. «Me gustaría, pero no sé si podré. El dinero es limitado, y…»

«El dinero no es todo, joven», interrumpió Don Carlos, su voz firme pero gentil. «La vida está llena de oportunidades si sabes dónde buscarlas. A veces, solo necesitas un poco de guía.»

Luis lo miró, intrigado por la insinuación. «Guía, ¿eh? ¿Y qué tipo de guía ofrece usted?»

Don Carlos sonrió, un destello de picardía en sus ojos. «Digamos que tengo experiencia en ayudar a los jóvenes a descubrir sus pasiones. Y, quién sabe, tal vez podamos ayudarnos mutuamente.»

La conversación regresó al autobús, pero el tono había cambiado sutilmente. Don Carlos se sentó más cerca de Luis, su presencia más íntima, más personal. Sus manos, que antes habían estado tranquilas, ahora se movían con propósito, rozando accidentalmente la rodilla de Luis, provocando un cosquilleo en su piel.

Luis se sintió extrañamente atraído por la proximidad del hombre mayor. Su perfume, una mezcla de colonia cara y el aroma a cuero de su maletín, era embriagador. Sus palabras, llenas de sabiduría y experiencia, resonaban en la mente de Luis, despertando curiosidades que nunca antes había considerado.

«¿Sabes, Luis?», comenzó Don Carlos, su voz baja y seductora, «la vida es demasiado corta para no explorar nuestros deseos. A veces, lo que buscamos está más cerca de lo que pensamos.»

Luis lo miró, sus ojos encontrándose con los del hombre mayor. En ese momento, algo cambió. La inocencia de la conversación inicial se desvaneció, reemplazada por una tensión palpable, eléctrica. Don Carlos se inclinó ligeramente, su aliento cálido rozando la oreja de Luis.

«¿Y si te dijera que puedo mostrarte un mundo que nunca has imaginado?», susurró, su voz ronca y llena de promesas.

Luis tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza. La propuesta era atrevida, tentadora, y su mente luchaba entre la razón y el deseo. Pero la curiosidad, esa fuerza irresistible, lo impulsaba a explorar lo desconocido.

Con un movimiento lento y deliberado, Luis se acercó a Don Carlos, sus labios rozando ligeramente los del hombre mayor. Fue un beso tímido, un roce que encendió un fuego en ambos. Don Carlos respondió, sus labios presionando con más firmeza, su mano deslizándose por el cuello de Luis, atrayéndolo más cerca.

El autobús seguía su camino, ajeno al drama que se desarrollaba en su interior. Los pasajeros dormían o miraban por las ventanas, ignorantes de la pasión que ardía en ese rincón. Don Carlos y Luis se perdieron en el momento, sus cuerpos acercándose, sus deseos desenfrenados tomando el control.

La mano de Don Carlos se deslizó bajo la camiseta de Luis, su piel cálida y suave bajo sus dedos. Luis gimió suavemente, su cuerpo respondiendo a la caricia experta. El hombre mayor sabía exactamente cómo tocarlo, cómo despertar cada nervio, cómo hacer que su joven acompañante se rindiera al placer.

Luis, impulsado por una mezcla de curiosidad y deseo, se atrevió a más. Sus manos temblorosas desabrocharon los botones de la camisa de Don Carlos, revelando un pecho velludo y firme. Lo tocó, sintiendo la calidez de su piel, la textura de su vello, y Don Carlos jadeó, su cabeza cayendo hacia atrás en un gesto de rendición.

El espacio estrecho del autobús se convirtió en su mundo privado, un lugar donde el tiempo se detuvo y solo existían ellos dos. Don Carlos guió a Luis con experiencia, enseñándole, mostrándole los placeres que solo un hombre de su edad podía ofrecer. Sus labios se encontraron una y otra vez, sus lenguas bailando en un ritmo apasionado, mientras sus manos exploraban, descubriendo, deseando.

En un momento de audacia, Luis se arrodilló en el asiento, su rostro a la altura del regazo de Don Carlos. Con manos temblorosas, desabrochó el cinturón del hombre mayor, liberando su erección, dura y palpitante. La miró, sintiendo un calor en sus mejillas, pero el deseo era más fuerte que la vergüenza.

Don Carlos lo guió con una mano en su cabello, acercándolo. «Prueba, Luis. Déjame mostrarte cómo se hace», susurró, su voz ronca de deseo.

Luis obedeció, sus labios envolviendo la cabeza del pene de Don Carlos, probando, explorando. El sabor era intenso, masculino, y Luis se sintió abrumado por la experiencia. Don Carlos gimió, sus dedos enredándose en el cabello del joven, guiándolo, enseñándole el ritmo, la presión, cómo usar su lengua para llevar al hombre mayor al borde del éxtasis.

El autobús se detuvo en otra estación, pero ninguno de los dos se movió. Estaban perdidos en su propio mundo, un mundo de placer y descubrimiento. Don Carlos, con años de experiencia, sabía exactamente cómo llevar a Luis al límite, cómo hacer que su joven amante se rindiera por completo.

«Levántate, Luis», ordenó Don Carlos, su voz firme pero llena de deseo. «Quiero verte, quiero sentirte.»

Luis obedeció, su cuerpo tembloroso mientras se ponía de pie. Don Carlos lo miró, sus ojos devorando la imagen del joven, su piel sonrojada, su respiración entrecortada. Con manos expertas, desabrochó los pantalones de Luis, liberando su erección, dura y palpitante, un testimonio de su deseo.

«Eres hermoso, Luis», murmuró Don Carlos, su voz llena de admiración. «Deja que te muestre cuánto puedes sentir.»

Lo que siguió fue una danza de placer, una exploración de cuerpos y deseos. Don Carlos tomó el control, guiando a Luis a través de un mar de sensaciones, enseñándole los secretos del placer, mostrándole cómo su cuerpo podía responder, cómo podía sentir, cómo podía volar.

El autobús avanzaba por la carretera, pero para Luis y Don Carlos, el mundo exterior había dejado de existir. Solo había el calor de sus cuerpos, el ritmo de sus corazones, el sonido de sus gemidos y susurros. El hombre mayor sedujo al joven, no solo con palabras, sino con acciones, con toques, con besos, con una pasión que trascendía la edad y el tiempo.

Y cuando finalmente, en un clímax explosivo, Luis se rindió al éxtasis, su cuerpo temblando, su voz ahogándose en un grito de placer, Don Carlos lo sostuvo, sus labios en su oído, susurrando palabras de aliento, de admiración, de deseo.

«Eres increíble, Luis», susurró, su aliento cálido en la piel sudorosa del joven. «Nunca olvidarás esto.»

Luis, exhausto pero extasiado, se acurrucó en los brazos de Don Carlos, sintiendo la calidez de su cuerpo, la firmeza de sus músculos, la suavidad de su piel. El mundo exterior comenzó a filtrarse de nuevo, el sonido de las ruedas del autobús, las voces de los pasajeros, pero nada importaba en ese momento. Solo existía el calor de Don Carlos, la promesa de más placer, de más descubrimiento.

Y mientras el autobús continuaba su viaje, Luis sabía que su vida había cambiado para siempre. La seducción de Don Carlos no solo había despertado su cuerpo, sino también su mente, su corazón. Había descubierto un mundo nuevo, un mundo de pasión y deseo, y no podía esperar para explorar más, para aprender más, para sentir más.

El capítulo termina con Luis acurrucado en los brazos de Don Carlos, su respiración sincronizándose, sus cuerpos aún calientes por el encuentro. El hombre mayor sonríe, satisfecho, sabiendo que ha despertado algo en el joven, algo que nunca podrá ser apagado. Y mientras el autobús avanza hacia su destino, la promesa de más encuentros, de más placer, de más descubrimiento, flota en el aire, una tentación irresistible para ambos.

608 Lecturas/30 junio, 2025/1 Comentario/por Hombre goloso
Etiquetas: amante, culo, joven, mayor, profesor, universidad, vacaciones, viaje
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1 comentario
  1. BadJasg Dice:
    1 julio, 2025 en 6:11 pm

    Muy bueno, que ia utilizas para crearlos?

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