Andresito, mi estudiante de 14 años
Es blanquito. Usa un cortesito de cabello de mariquito, su carita es perfilada, tiene una sonrisa de ángel, es alto, casi de mi tamaño. Y su cuerpito es lo mejor: es acuerpadito. .
Cuando lo vi, me detuve enseguida a admirarlo. Estaba sentado en la dirección esperando. De momentos veía su teléfono, y de momentos veía de un lado a otro, como pensativo. Se veía hermoso. Tiene catorce años. Es blanquito. Usa un cortesito de cabello de mariquito, su carita es perfilada, tiene una sonrisa de ángel, es alto, casi de mi tamaño. Y su cuerpito es lo mejor: es acuerpadito. Tiene carnita de donde agarrar. No es flaquito, ni mucho menos gordo, sino que tiene un cuerpito promedio, lo que me resultaba más delicioso. Cuando se levantó y le vi el culo, me excité y todo. Lo tiene paradito y tiene unas piernonas que me encantaron. No aguanté e intenté fingir entrar a la dirección a equis cosa solo para saber un poco más de él.
Cuando me vio, supe enseguida que ese niño era gay, pero era muy probable que ni él mismo lo supiera todavía. ¿Me comprenden? Es como un octavo sentido que tenemos los maricos para detectar carne fresca, es como un maricómetro que se activa enseguida. Además, me lo confirmó el hecho de que me vio más de lo que debería, y sí, sé que una persona normal diría que exagero, pero solo ustedes pueden entenderme, espero.
La directora se levanta y me lo presenta, diciéndome que era su nieto y que ahora entraría a mis clases porque necesitaba ponerse en movimientos nuevamente con las matemáticas, puesto que pronto presentaría exámenes finales en su colegio, en un mes. El niño, no tan niño, me tendió la mano y dijo que se llamaba Andrés. Andrés Hernández. Su mano era suavecita.
El nieto de la directora se había vuelto toda una celebridad en el colegio. Las niñas esperaban ansiosas mi clase de matemáticas puesto que lo verían. Y he de admitir, que a veces yo también me ponía ansioso. Era un estudiante precioso. Y no solo a mí y las niñas había cautivado Andrés, sino que ciertas compañeras mías, en ocasiones mencionaban que era un niño muy bello y esas cosas.
— Ese carajito es marico —le decía yo a la secretaria, que era una muy buena amiga.
—¡¡¡Que QUÉ!!! —decía ella.
—Como te digo, Adriana.
—No vale, tú estás viendo maricos donde no los hay.
—Bueno, tú sola te darás cuenta.
— ¿Será que sí? —se ponía a pensar ella.
Pasado los días, Adriana me dio la razón y no directamente a mí, sino con sus compañeras.
—De pana que ese carajito es marico, porque yo decía mil y un chistes y ni se movía, en cambio este decía “A” y Andrés no lo dejaba de ver. —se refería a mí.
—No vale, tampoco así.
—Claro que sí, ahora te vas a hacer el loco.
—Estás loquita.
—Mosca con una vaina es lo que es, que ese es el nieto de tronchatoro.
—Relájense. Yo no tengo la culpa de tener mejores atributos que ustedes, a la hora de levantarse a un hombre. —les decía a ellas en modo de broma, haciéndolas partirse de risa.
—Ridícula —me bromeaba Adriana.
—Envidia mami —decía yo— Eso se llama envidia.
Al final me dejaba pensando lo que había dicho Adriana y decidí ponerlo a prueba a ver qué tan cierto era. Y después de una semana, sí, confirmé que Andrés sí se me quedaba viendo mucho, y sí se reía de todo lo que yo decía, o al menos se reía más conmigo que con los demás. Aunque supuse que era porque como él a la única clase que entraba era a la mía, que soy profesor de matemática, se sentía más en confianza conmigo.
Nuestro primer acercamiento sucedió un día que tuve que darle clases a él solo, clases extras, quiero decir. Nos situamos en la biblioteca y cuando lo vi entrar, enseguida me sonrió. Definitivamente me encantaba ese niño, pero me repetía para mis adentros que era un niño de 14, que era mi estudiante, y además nieto de la directora donde trabajo.
Mientras le explicaba, notaba mucho su mirada en mí. Pero trataba de hacer caso omiso de ello. Poco a poco la biblioteca quedaba vacía, hasta que la bibliotecaria me dijo que iba a almorzar que venía en un rato. Le dije a Andrés que si quería descansáramos pero dijo que no había problema en seguir. Pasado un buen rato, le dije que llamara a sus papás para que lo pasaran buscando. Antes de irse, hablábamos de cosas triviales, de cosas actuales, que si facebook, instagram, snapchat y esas vainas, y me preguntó si yo tenía instagram.
—Sí. Es @alfrestrada.
—Ya lo sigo. Cuando vea mi user no se asuste, jajaja.
— ¿Por qué me tendría que asustar?
—Porque mi user no lleva ni mi nombre ni apellido.
— ¿Y eso por qué?
—Locuras mías. Ya lo seguí, profe.
—Déjame ver… ¿Eres —?
—Si, jajaja.
—Ok, ok.
—Ahora cuando esté en la casa lo stalkeo.
—Ah, bueno, yo igual, Andresito.
— ¿Andresito?
—Bueno, sí, tú te llamas Andrés, ¿no?
—Sí, pero no me había llamado Andresito antes.
—Bueno, no te llamo Andresito entonces. —dije con toda tranquilidad.
—No, no, es decir, sí, o sea, no hay problema en que me diga así. Suena bien, ¿no?
—Bueno, sí, supongo.
Al ratico llegamos a la conversa que quería llegar: las novias.
— ¿Y eso? ¿Por qué no tienes novia?
—Se fue del país. Jajaja.
—Jajaja, como todos… ¿Pero cuando te vayas la buscarás o algo así?
—No, de aquí a allá ella tendrá otro. Y yo seguro igual.
— ¿También tendrás a otro? Digo, a otra, jajaja. —eso lo apenó un poco.
—No sé, uno nunca sabe.
— ¿Cómo no vas a saber si tienes un chupón ahí en el cuello?
—JAJAJA, ay Dios, qué vergüenza con usted, profesor.
— ¿Por qué vergüenza, si eso es normal?
— ¿Qué va a pensar después usted?
— ¿Qué podría pensar, Andresito? Que estabas haciendo algo ciertamente placentero y dejaste que te chuparan el cuello.
Eso lo hizo reírse más. Pero su risa era de pena, de vergüenza, estaba un poco incómodo. Luego añadí:
—No está mal que te hagan un chupón, Andresito, pero los chupones se hacen en los lugares de la piel que el sol no puede tocar.
—Bueno sí, pero ella es muy loca.
— ¿Ella? ¿Tu novia?
—No, no tengo novia, profe. Es una amiga.
—Bueno, yo no me dejaría hacer esas cosas solo por amigas.
—Cierto —dijo él.
Cuando iba en mi carro, camino a casa, no podía dejar de pensarlo. Ese niño definitivamente me estaba gustando más de lo que debería. De momentos hasta me daba nostalgia que me gustara tanto. Qué gafo yo.
Estaba acostado mientras veía su perfil de insta, y viendo sus fotos, después de darle like a una foto adrede, me llegó un mensaje privado. Era él.
- ¿Todo bien?
- Sí, todo bien. ¿Todo bien?
- Sí, bueno, aquí, tratando de quitarme lo que me queda de chupón.
- Ah, bueno. Quíteselo lo más que pueda, que no quiero verte ese chupón cuando te vea de nuevo.
- Está bien profe Jajaja.
- No te rías, estoy hablando en serio. Me voy a molestar.
- ¿Por qué?
- Por nada. Te voy a dar una nalgada si te veo otra cosa de esas, Andrés.
- No me daban nalgadas desde que era un bebé, creo.
- Sigues siendo un bebé, Andresito.
- Bueno, sí, pero ya no tomo tetero.
- Dices tú Jajajaja
- ¿Qué insinúas? —Aquí comenzó a tutearme.
- Yo no insinúo, soy sincero. O directo. Como quieras verlo.
- Bueno, me confundo.
- No te confundas y anda a dormir, que ya es tarde, y tú eres un bebé.
- Lo bebés no pueden dormir sin tomarse su tetero.
- Yo te puedo ayudar con eso, si quieres, un día de estos.
- ¿Seguro? ¿o me estás vacilando?
- Ya te dije que soy serio.
- No lo dudo.
Después de ese día, estaba todo dicho, y de ahí en adelante, las cosas comenzaron a cambiar. Casi todas las noches hablábamos. Cuando lo veía en el colegio, su mirada había cambiado, y la mía hacia él también. Hasta comenzamos a juguetear más, y cuando nadie nos veía en la biblioteca o los pasillos, yo le daba una nalgada y así. Así poco a poco la complicidad fue creciendo y tuve que actuar rápido porque pronto dejaría de ir al colegio cuando comenzaran sus exámenes de lapso. En una de nuestras conversas nocturnas, lo invité a mi apartamento a “comer” jajaja aunque me lo iba a comer era a él. No, serio. Sí lo invité a comer y aceptó. Era un sábado. Le di la dirección y al llegar, bajé casi en pijamas, pero fui más rata y bajé sin bóxer, y con el guebo medio parado, para provocarlo más. Cuando lo vi, lo abracé y se lo arrecosté. Y cuando íbamos en el ascensor, ya había más confianza.
—Pasa —le dije, mientras abría la puerta.
Pasó y se sentó.
—Estás en tu casa —dije—. En tu futura casa, si te casas conmigo.
— ¿Así? ¿Sin diamantes ni nada? No, así no me gusta. Yo soy muy religioso.
— ¿Virgen hasta el matrimonio? No, así tampoco me gusta a mí.
Ambos reíamos. Bebió algo de agua, lo típico, luego le dije que si quería cocináramos de una, para ir adelantando.
—Ven, te doy un short y una franela para que estés más cómodo.
Cuando salió de mi cuarto y lo vi, me quedé paralizado en la entrada de la cocina, viéndolo. Se veía realmente hermoso.
— ¿Qué? ¿Qué tengo? — me preguntaba, viéndose de arriba abajo.
—Nada, bobo.
Puse algo de música y ambos entramos a la cocina. Era genial verlo ahí conmigo. Era obvio que algo iba a suceder, un hetero no va a casa de su profesor y hace lo que este niño estaba haciendo. Al final, comimos y reposamos un buen rato viendo una película en mi cuarto. Me preguntó que si se podía dormir, y le dije que sí. Había pasado una hora y todavía Andresito estaba dormido. Luego fui a bañarme y cuando entré al cuarto él se estaba despertando. Me vestí algo rápido, pero nuevamente sin bóxer. Solo me puse un short y me quedé sin camisa. Me senté a su lado. Cuando despertó de verdad, puso su cabeza en mis piernas con la mayor confianza posible. A mí ya se me estaba comenzando a parar el guebo, pero intentaba pensar en otra cosa para disimularlo. Él lo notó y me lo hizo saber.
—Andrés —comencé a decir.
— ¿Sí…?
— ¿Te sientes cómodo?
—Sí, sí, mucho.
— ¿Seguro?
—Sí, en serio.
—Está bien —dije.
— ¿Siempre eres así de atento?
—No lo sé, pero lo intento. —dije comenzando a tocarle su cabello, para luego de un rato en silencio viendo la tv, comenzar a tocarle los labios.
Volvió su cabeza hacia mí, y ahí fue cuando lo besé. No era una posición muy cómoda y él lo comprendió porque mientras lo besaba, se sentaba hasta quedar frente a mí. Sin pensarlo, comencé a subirle lentamente la franela que le había dado, y como no opuso resistencia, se la quité por completo.
—Me gus…
—Shhh, no digas nada —lo callé mientras lo besaba.
Sus labios eran carnosos pero suaves. Sin yo decirle nada, él se quitó el short. Yo colaboré y me quité el mío también. Lo lancé a la cama, de manera que yo quedara encima de él. Así, le quité el bóxer que tenía. Por fin podía ver su cuerpo blanco, suave y terso, desnudo.
Era totalmente lampiño, lo cual me encantaba. Y pálido. Lo cual me encantaba más.
— ¿Por qué cierras los ojos? —le pregunté.
—Tengo algo de pena.
— ¿Pena?
—Sí, pero tranquilo, me siento cómodo con los ojos cerrados. Puedes hacerme lo que quieras.
—Como usted ordene. —sentencié.
En menos de un minuto me había dicho que era virgen y que no había hecho algo más allá de un chupón, además de no haber hecho nunca nada con algún hombre.
Verlo ahí desnudo, y solo para mí, me excitaba demasiado. Era casi de mi tamaño, y si me hubiera mentido y me hubiese dicho que tenía 17, le hubiera creído. Pero no; tenía 14. Y era mi estudiante.
Comencé a besarlo con calma, tranquilamente, después le chupaba la piel de una manera más morbosa, hasta llegar a su cuello, para terminar en una de sus orejas, lo cual pude notar que le encantaba por la manera en que movía su cuerpo sin frenesí. Estaba todo dicho: ese era uno de sus puntos débiles.
—Qué rico —decía él en un tono de voz casi inaudible.
Luego comencé a chuparle el pecho hasta llegar a una de sus tetillas, la cual chupé, lamí, y mordí, y con cada acción que hacía, recibía un gemido de Andresito. Eso me volvía loco, verlo disfrutar era mi mayor placer. Seguidamente llegué hasta su miembro. No era muy grande, por supuesto, pero para su edad era normal. De igual manera tenía un guebo rico, era derechito y tenía un tamaño con buena proporción. Se lo masajeé un rato, haciéndolo gemir, para luego tragármelo todo, absolutamente todo, y eso lo hizo liberarse más de la presión que tenía. Desde ahí comenzaba a dejarse llevar más.
—Uff, nunca me habían hecho eso. Sigue, por favor.
Sus deseos eran órdenes, porque yo seguía complaciéndolo. Luego le comencé a chupar las bolitas y sentía cómo su cuerpo se retorcía del placer. Mi placer, por supuesto, crecía cada segundo más. Después le subí las piernas y le di un lametón en la entrada de su culo, y eso lo hizo suspirar. De manera súbita, lo volteé, haciendo que su culo quedara a mi total y completa disposición. Me le encimé y subí dándole besos en la espalda hasta llegar a su cuello, para luego posarme a chuparle una orejita, porque sabía que eso lo volvía loquito. Y comencé a poner mi guebo en su culo.
—Abre esas nalguitas para mí, ¿sí? — le preguntaba suavemente en su oído.
Enseguida, abría sus nalgas y mi guebo quedaba dentro de ellas, simulando que me lo cogía pero todavía no llegábamos a eso. Al minuto no aguanté y me bajé a chuparle el culo.
Primero, lo nalgueaba, en cada nalga daba una palmada. Luego las masajeaba, una primero y después la otra. Acerqué mi cara a sus nalgotas y comencé a morderle suavemente una nalga y después la otra. Me encantaban esas nalgas, eran grandes y lampiñas, para devorarlas sin piedad. Después, se las abrí de par en par y con mi lengua, empecé a hacerle círculos en su culito, el cual se notaba cerradito, y hacer eso hacía que se retorciera de placer. No aguanté más y comencé a chupárselo. Él, instintivamente me agarró del cabello. Yo con mis dos manos le acariciaba las nalgas y bajaba a tocar sus piernas, pero seguía mamándole ese culito rico. Era virguito. Así estuve por unos cuantos minutos, mientras que sus movimientos de gata en celo cesaban.
Luego me le fui de una a hablarle a la punta del oído.
—No aguanto más, quiero que me des ese culito.
—Eso es tuyo. Mi culo es tuyo. Métemelo.
— ¿Eso quieres?
—Sí, métemelo. Me gusta mucho todo lo que haces.
—Te va a doler un poco, pero tienes que aguantar, Andresito.
— ¿Duele mucho?
—Te dije que solo un poco, pero luego te acostumbras y pides guebo a gritos.
—Hazlo. Métemelo. No importa.
Se lo ensalivé un poco más y me eché saliva en la cabeza del guebo, para ir lubricando cada vez más. Le pedí que se abriera las nalguitas y con sus dos manos lo hizo. Saber que ese culito sería para mí de vaina me hace acabar. Comencé a meterle la cabeza lentamente, porque tampoco quería que sufriera, era mi bebito y quería que disfrutara tanto o más que yo. Sentía que hacía presión, que se cerraba.
—No te pongas tenso, bebé. Déjate fluir, relájate, y disfruta. Abre.
—Tengo un poco de nervios —me decía.
—Lo sé, te entiendo.
— ¿Te pondrías condón si te lo pido?
—Claro. Déjame buscar uno, si eso te hace sentir más relajado.
Enseguida me agarra de un brazo.
—No, no, está bien así. Yo confío.
De igual manera yo nunca tiro sin condón pero con este carajito quería hasta el cielo. Además, uno identifica cuando alguien está sano, él lo está, y por supuesto yo también. Fue entonces cuando sentí que se abría con más tranquilidad. Yo se lo sacaba de momentos, para seguirme escupiendo la cabeza y lubricar un poco más. No usaba lubricante porque sabía que eso le ardería más. Como sabía que debía armarme de paciencia, íbamos poco a poco, y por fortuna él no se sintió incómodo por ser virgen e inexperto, porque lo que intentaba yo era hacerlo sentir bien. De igual manera teníamos todo el tiempo del mundo, ¿por qué apurarme entonces? Finalmente entró la cabeza y obviamente sentí cuando su esfínter intentaba pujar para sacar al nuevo intruso.
—Ay, ay, ay. —decía.
—Shhh, Shhh, relaja, relájate, respira un poco, que poco a poco se te pasa.
A los segundos, ya estaba más relajado, y sin tanta incomodidad. Se lo saqué, lo ensalivé algo rápido, y se lo volvía a meter, entrando con tranquilidad, y produciendo finalmente algo de placer en su rostro. Eso me encendía a mí, el hecho de que él disfrutara. Porque yo disfrutaba que él disfrutara.
De esa manera, lo fui acostumbrando al nuevo intruso, se lo metía un poco, se lo sacaba, lo ensalivaba y se lo volvía a meter, pero más profundo. Hasta que noté que se lo había metido todo. Él soltaba gemidos, como suspirando. Eso me volvía loquito.
—Esooo, bebé, te lo tragaste todo ya. ¿Viste que sí se podía?
—Sí, ja…ja…ja —decía él casi jadeando.
Finalmente comenzamos disfrutar un poco más de manera física, comenzando yo a sacárselo lentamente y volvérselo a meter. De momentos le echaba más saliva para que entrara más suavecito y eso le encantaba a él. Después de un rato, le empecé a dar un poco más rápido, y comenzamos a gemir ambos, él más que yo. Le daba algo rápido, él gemía fuerte, yo me detenía un poco y hacía el mismo procedimiento.
—Así, me encanta así. No te detengas. —me decía Andresito moviendo su cabeza de un lado a otro, como volviéndose loquito. Se notaba que lo disfrutaba, y yo, más.
Después de un rato, me levanté un poco, tomándolo con mis manos de su cintura, para finalmente ponerlo en cuatro. Se encorvó como un gato, y yo de esa manera, lo empecé a embestir poco a poco hasta que comenzaba a pedirme más, a disfrutarlo de verdad.
—Dale más rápido. —me decía jadeando.
— ¿Así? —preguntaba yo, aumentando la intensidad.
En ese momento comencé a tomarlo de cabello y darle nalgadas, y eso le gustaba aun más. Después lo comencé a ahorcar suavemente y eso lo hacía comportarse más sexual, cosa que me excitaba a mil por ciento.
Después de unos minutos, le pedí que me cabalgara, y sentir cómo le entraba mi guebo en su culo lentamente les juro que me llevaba al cielo. Era una sensación demasiado placentera. Estando como estábamos me hacía disfrutar mucho, y se notaba que a él también. Me encantaba verlo así, encima de mí, tocando mi pecho con sus dos manos. Poco a poco fui acelerando los movimientos y él se fue acercando más a mí, de manera que yo lo abrazara y se lo siguiera metiendo. Estando así, le besaba el cuello, le mordía los hombros y mientras se lo seguía metiendo rápido lo besaba.
Besarlo era otro nivel. Sus labios eran suaves. Eran carnosos pero suaves. Besaba con calma, pero con pasión, de momentos le metía mi lengua, para terminar chupándole uno de sus labios hasta terminar mordiéndoselo.
Con mis manos le apretaba las nalgas, lo nalgueaba, se las masajeaba, y se lo metía lentamente para ir subiendo la intensidad.
A los minutos de estar así, le pedí que cambiáramos de posición. Ahora estaba él acostado en la cama y con sus dos piernas en mis hombros. Tenía yo ahora la mejor vista de todas. Me encantaba esta posición porque podía verle la carita más cerca y porque podía agarrar sus manos mientras lo tenía así, era una posición que lo dejaba indefenso. Además, sentía que de esta manera le entraba más. Y me lo hizo saber.
—Ahhh, ay, me duele. Ya va. —Decía intentando poner una de sus manos en mi pecho.
—Shhh, tranquilo, mi bebé. —respondía yo, besándolo con delicadeza.
—Listo, dale. —dijo.
—Como usted mande —dije yo dándole besos en el cuello.
Y entonces ese era yo, dándole todo el guebo posible a mi estudiante, Andresito, de 14 añitos. Y en esa posición me dijo que le estaban dando ganas de acabar. Con sus dos manos me abrazaba por el cuello, y mientras yo lo besaba, sentía cómo él estaba acabando sin tocarse. Eso me hizo elevarme más, me excitó más e instintivamente acabé dentro de él. Ambos gemíamos, jadeábamos, nuestras respiraciones eran entrecortadas. Nuestros movimientos eran rudos, toscos, lo cual era magnifico para mí. Después de acabar, aun estando dentro de él, lo besaba con ternura.
—Me encantó —le dije besándolo lentamente. Le daba piquitos. Eso lo hacía sonreír.
—A mí más. —dijo, sin aguantar la risa. Verlo sonreír era un poema.
Nos levantamos, lo llevé al baño, abrí la regadera de agua caliente y la de agua fría, de modo que el agua estuviese tibia. Nos bañamos, bueno, yo lo bañé a él. Ambos estábamos en silencio, y a veces sonreía él, mientras yo enjabonaba su cuerpo. Me encantaba cuando se colocaba de espaldas, dándome el culito, mientras yo lavaba cada uno de sus brazos, luego su espalda, para después llegar a sus nalguitas.
Este niño definitivamente me encantaba. Era hermoso, su cuerpo era hermoso, su personalidad, todo él. Me inspiraba mucha ternura. Luego nos acostamos a ver películas un rato, desnudos. Después de un rato, se despertó, nos vestimos y lo acompañé hasta un lugar que queda cerca de su casa, aquí en Valencia, Venezuela.
Siento que me está gustando más de lo que debería. Pero no sé qué hacer. ¡Es mi estudiante! Me gusta, y sé que yo igual. Aun cuando dentro de unos días se irá a su escuela, sigue siendo un niño. Díganme ustedes, ¿qué puedo hacer? Escríbanme a mi instagram: @alfrestrada, y/o dejen comentarios. Y por cierto, también he escrito sobre él en mi blog / alfrestrada.blogspot.com / si gustan, pueden visitarlo. ¡Saludos!
Buen relato.