Aprendí de un guarda mulato
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me llamo Daniel y ahora tengo 48 años. Mi fantasía ha añadido algunas cosas, de tantas veces que lo he recordado, pero la mayor parte sucedió tal como lo cuento.
Era cuando yo tenía catorce años. En ese curso solía escaparme de algunas clases con un grupo de compañeros de colegio. Eramos siete u ocho chicos de varios cursos. Yo y mi amigo Alberto eramos los más pequeños. Un sitio al que ibamos con frecuencia era un pequeño descampado al lado de una fábrica abandonada.
Pasabamos el rato investigando las máquinas, los montones de madera, cazando gatos… haciendo todo tipo de travesuras. A uno de los chicos más mayores, que debía tener unos 17 años, le dio porque nos pajeáramos mirando revistas de chicas que él conseguía. Las íbamos pasando y nos masturbábamos delante de los demás.
Una de las veces, el chico este (no me acuerdo del nombre) empezó a hablarme a mí mientras se estaba masturbando.
– Oye, Danielito, ¿sabes que las mujeres le chupan la pinga a los hombres para darles gusto?
– No, no tenía idea
– Sí, es mucho mejor que lo que hacemos nosotros aquí. Mi novia del verano pasado me lo hizo y está muy, muy bueno.
Los chicos prestaron atención a lo que decía.
– Deberían probarlo los que todavía no han estado con chicas. ¿Tú cómo lo ves Daniel?
– Pues… sí, supongo que estaría bueno eso.
– Pero como no hay chicas aquí, y tú eres el más menudo, ¿por qué no nos chupas la verga? Todos sabemos que a tí no te disgusta.
Se solían meter conmigo mucho y a veces hacían burla insinuando que me gustaban los chicos.
– Sí, venga, que Daniel nos la chupe – empezaron a vociferar
Yo protesté enseguida, y me levanté para empezar a correr pero se tiraron encima mío y me agarraron los brazos y los pies.
– Tranquilo, Daniel – dijo el chico mayor. Estate quieto, que no va a pasar nada, hombre.
Dejé de forcejear y siguió hablando.
– Lo que hacemos que me la chupas unos segundos a mí, que ya sé cómo va esto. Y si no te gusta pues dejas de hacerlo y se acaba el tema. ¿Te parece?
– No sé… ¿sólo unos segundos?
– Sí, claro
– Vale
He de reconocer que poco podía hacer en ese momento, y algo de curiosidad también tenía. El chico acercó su verga, abrí la boca y la metió dentro. Olía fuerte, estaba bien caliente y dura. Yo no hacía nada, pero el chico la movía dentro y gemía. El resto lo animaba mientras me sujetaban. Poco a poco me fui relajando y empecé casi sin darme cuenta a succionar y emplear la lengua para apreciar mejor el miembro del chico. Era el que la tenía más larga de todos nosotros. Pasó más de un minuto así y yo me dí cuenta que no pensaba parar. Así que empecé a protestar con mi boca ocupada con ese trozo adolescente. Entonces me la enterró más, hasta la garganta. Sus huevos me golpeaban en la barbilla. Apenas podía respirar.
Y al poco se corrió inundando mi interior de abundante leche. En varias espamos su polla disparó chorros de esperma que yo debía tragar si no quería ahogarme. Y en ese momento se oyó una voz potente, que no era de ninguno de nosotros.
– ¡Qué demonios hacéis aquí! ¡Estáis robando, malditos criajos!
Era el guarda de la fábrica. Lo habíamos visto algunas veces pero lográbamos escapar de él fácilmente. Era un hombre mulato, de cincuenta y tantos, con el pelo canoso y de espaldas anchas. Enseguida se dio cuenta de lo que pasaba.
– ¡Dejen en paz al chico, si no quieren que les mate a palos, desgraciados!
Mis compañeros me soltaron inmediatamente y el chico mayor apenas pudo disfrutar de su corrida. Se subió los pantalones como pudo mientras echaba a correr. En apenas unos instantes todos habían desaparecido, escapando en varias direcciones. Yo recuperaba el aliento. Tenía la boca pastosa, con un sabor extraño. Además tenía bastante miedo de lo que podía hacerme el guarda.
– Tranquilo chico. Menudos amigos que tienes… Ya os había visto por aquí.
Me ayudó a levantarme.
– Me tenían agarrado -dije sollozando entre lágrimas. No podía hacer nada, no me dejaban en paz…
– Ya, sí, lo vi… no te preocupes. Intenta respirar y límpiate la cara.
Me dio un pañuelo y me dijo que podía asearme en la caseta suya que estaba a unos metros del lugar. Por el camino fue tranquilizándome. Cuando llegamos me indicó dónde estaba el baño.
La caseta era un lugar pequeño, con la cama, un hornillo y una mesa en una habitación nada más entrar. Había una pequeña puerta que llevaba al aseo que no tenía siquiera ducha. Me limpié con algo de agua en el lavabo. Me alcanzó una toalla y me invitó a sentarme en una silla. El se recostó en la cama.
– No es bueno estar con determinada gente -dijo al rato. Hay que escoger bien las amistades. Yo tengo mucha más experiencia que tú y sé bien de lo que hablo.
– Tiene usted razón. Le estoy agradecido de que me los quitara de encima. No pienso tener más que ver con ellos.
– A tu edad se hacen muchas tonterías. Deberías buscarte novia cuanto antes. Yo he pasado mucho tiempo solo, y sé bien lo que es necesitar una pareja.
Mientras hablaba me fijé en su mirada, algo triste, clavada en el techo. Su cara tenía varias cicatrices y los labios estaban secos y desgastados. Tenía sus dos manos enormes cruzadas bajo su cabeza.
– Nunca he tenido novia -le confesé. Por eso se meten conmigo los chicos.
– Pues debes defenderte, no debes permitir que lo hagan.
– Pero me agarraron y no pude hacer nada. Si no hubiese sido por usted. Quisiera agradecérselo.
En esos instantes me pasaron varias cosas por la cabeza. En verdad que estaba muy agradecido a ese hombre y recordé lo que dijo el chico mayor de que a los mayores les gusta que le chupe la verga una mujer. Y este hombre estaba muy solo, probablemente sin mujer durante mucho tiempo. Así que me acerqué a él y puse mi mano sobre su rodilla. Él se sobresaltó y se incorporó.
– ¿Qué haces chico?
– Tal vez tengan razón -respondí. Tal vez no pueda tener novia nunca. Usted necesita que lo cuiden un poco y debo agradecerle lo que ha hecho por mí.
– Pero no tienes por qué hacer esto…
Paró de hablar y noté que en realidad lo había pensado mejor. Así que subí lentamente mi mano hasta la cremallera de su pantalón y empecé a bajarla. La misma curiosidad que me había llevado a chupar la polla de aquel adolescente me estaba llevando a hacer lo que hacía. Metí mi mano entre sus calzoncillos y agarré su verga. Me asombré de lo grande que parecía al tacto. Y me costó sacarla de su pantalón. Era un cacho enorme de carne mulata, que sin estar completamente erguida, medía al menos entre 8 y 9 pulgadas. Pero lo más impresionante era el ancho que tenía. El capullo no se veía. Bajo un capuchón de piel oscura que lo cubría se adivinaba la punta colorada.
– Es enorme tu pija -exclamé
– No tienes por qué hacer nada, chico -repitió él
– Es mi forma de agradecerle, y sé que lo necesita
Agarré esa manguera con mis dos manos y empecé a masturbarle como pude. En cada meneo echaba la piel del capullo hacia abajo liberando la punta. Él miraba lo que estaba haciendo como si viese su polla por vez primera.
– Oh… hacía mucho tiempo que nadie me hacía esto
– Es tremenda. Nunca había visto una de este tamaño. Y la forma que tiene… con toda esa piel. ¿No le molesta para hacer pis?
– Cuando meo lo echo un poco para atrás. Pero dentro de poco ya no hará falta, de lo dura que se me está poniendo.
Poco a poco el guarda estaba más cómodo. El capullo de su verga iba hinchándose, tomando un color rojo intenso. Y efectivamente, la piel que antes lo cubría se amontonaba justo por debajo de sus bordes.
– ¿Quiere que se la chupe ahora?
– Chico, no sé si esto que hacemos está bien
– Pero a mí no me importa. No sé si lo podré hacer bien con mi boca, tan pequeña. Pero intentaré que le dé gusto
– Ay… no puedo quitarte la idea de la cabeza, de lo dulce que lo dices
Besé la cabeza, por el sitio donde tenía su agujero. Y luego lo fui besando por toda ella. El guarda largaba de vez en cuando suspiros profundos. Eso me dio seguridad de que le estaba gustando y empecé a pasar la lengua como si fuera una piruleta de caramelo. Empapé casi toda su verga con mi saliva. Luego abrí bien los labios y me metí la punta roja en la boca. No me entraba nada más. Chupaba, la sacaba un poco y la volvía a meter dentro.
– Muy bueno, chico. Sigue mamándola así…
Estuve un buen rato chupando, pero este hombre no era como el chico, no se corría tan rápido. Me estaba empezando a doler la mandíbula, así que paré un momento.
– Me avisa cuando vaya a largar la leche, que no quiero atragantarme
– No, todavía no me va a salir. Estás cansado de mamar, ¿no?
– Un poco. Pero descanso un momento y se la chupo hasta que termine.
– No te preocupes. Ya ha estado muy bueno.
– Pero yo quiero que usted acabe, con todo el gusto que merece por ayudarme antes
– A mí lo que me gusta en verdad es tirarme a una buena mujercita, pero no puede ser. Hace tanto que casi ni me acuerdo
– Se refiere a metérsela a una mujer, ¿no?
El guarda no respondió. Se quedó como pensativo amasándose la tranca con la mano.
– Chico, no sería lo mismo… pero si me quieres hacer el favor completo ¿me dejarías probar a ver si puedo metértela a tí? Es que me has puesto caliente a reventar
– ¿Por dónde? ¿por el trasero mío?
– Sí, por el culito. Intentaría no hacerlo brusco. Serías mi mujercita por esta vez
– Pero si me cuesta meterla en la boca ¿cómo me va a entrar por atrás?
– Bueno, con paciencia. Tienes que estar bien relajado
No me hacía mucha gracía la idea. La polla del mulato parecía casi una serpiente. Pero le había prometido que se lo agradecería hasta que se corriese.
– ¿Y cómo me relajo?
– Bueno -dijo sonriendo-, primero quítate el pantalón y el calzón, mientras yo me desvisto
Así lo hice. Me quedé desnudo de cintura para abajo. Él se desvistió completamante dejando al descubierto su cuerpo, musculoso a pesar de la edad. Me fijé en sus huevos. No eran muy grandes, comparados con su tremenda tranca.
– A ver chico, ponte como un perrito en el suelo, a cuatro patas… que te pueda ver bien el trasero
– Así…
– Sí, muy bien
Puso sus manos sobre mis nalgas. Estaban muy calientes. Masajeó un poco mis glúteos.
– Un culito bonito, casi de mujer. A ver esa verga…
Me agarró la pija y empezó a pajearme suavemente. Me daba un buen gusto cómo lo hacía. Luego me masajeó un poco los huevos y despúes volvió a pajearme. Entonces sentí algo húmedo en mi ano. El guarda estaba pasando su lengua por ahí.
– ¿Me está chupando el agujerito del culo?
– Sí, deja que lo haga para que vaya relajando
Al ratito la sensación se fue haciendo agradable. El guarda lo notó y empezó a meter su lengua hacia adentro. Mientras me seguía sobando la pija y los huevos.
– Ves como poco a poco se va abriendo
– Ay, sí… es muy rico eso que hace
– Vamos a ver que tal…
Empezó a enterrar un dedo. Instintivamente mi agujerito virgen se cerró, resistiéndo la entrada del intruso.
– Tienes que relajarlo. Haz como si fueras a hacer de vientre. Como si quisieras echarlo para afuera
– ¿Así…? no parece que vaya mejor
– Espera que necesitas un poco más de saliva
Me chupó un poco más y volvió a intentarlo. Esta vez hice lo que decía y de repente el dedo entero pasó suavemente.
– Muy bien… ahora lo sacaré y meteré cada vez más rápido
– Vale
– Está bien relajadito. ¿Te gusta?
– Es muy bueno, así, entrando y saliendo
– Ves que sí
Fue haciéndolo después con dos dedos. Y al rato con tres. En ese momento me dolió bastante, pero después de varios movimientos me acomodé. Sin querer empecé a gemir levemente. De repente sacó los dedos y se incorporó.
– Voy a probar ahora, parece que estás listo
– ¿Va a meterla ya? ¿Estará suficientemente abierto?
– Tranquilo chico. Te dije que no lo haría brusco. Ahora eres mi mujercita y no quiero lastimarte
– Si es lo que necesita para correrse, no me importa ser su mujercita entonces
Colocó sus piernas a los lados de mi cuerpo y las arqueó. Luego tomó su enorme polla y colocó la cabeza en la entrada de mi culo.
– Recuerda. Empuja hacia afuera, como si tuvieras que sacarla
Intentó enterrarla pero el dolor que me produjo me hizo soltar un grito.
– No puede entrar. Es muy gorda -dije casi llorando
– Voy a intentar otra vez. Si entra la cabeza luego es más fácil. Tienes que aguatar todo lo que puedas. Hazlo por mí… por tu macho
Al oír eso me mordí los labios e hice fuerza para afuera como me había dicho. Poco a poco su capullo iba dilatando mi agujero. Me parecía que me iba a rajar el culo. Apenas aguantaba el dolor, y solté unas cuantas lágrimas. Pero al rato dejó de empujar.
– Ya está dentro toda la cabeza. ¿Cómo estas chico?
– Uf… me ha dolido horrores
– Bueno, la dejo así un poco, para que vayas acostumbrando
Con sus dos manos separaba mis gluteos e iba moviendo su verga muy poco. Cuando me dolía se lo decía y él paraba. Así fue entrando más y dspué de un rato sentía ya un buen pedazo de carne dentro de mí. Entonces fue haciendo los movimientos más amplios. Sacaba un poco y la volvía a enterrar.
– Ah… tu culo virgen es muy acogedor, chico. Muy calentito. Parece que estuviese hecho para tragarse mi verga
– Hoy soy su mujercita así que me encanta que lo disfrute. Ya no me hace casi daño
– Aguántalo chico. Tenía necesidad de enterrar la polla en un agujerito estrecho y jovencito como el tuyo
Estaba ensartado, completamene lleno por detrás de carne caliente, de pollón de hombre mulato. Apoyé mi cara en el suelo y agarré sus pantorrillas con mis manos. Así aguantaba mejor las embestidas. Ahora eramos ya hombre y mujercita. Su sudor caía sobre mi espalda. Nuestro placer estaba sincronizado, cómo un reloj de cuerda.
– Está costando un poco… Voy a sacarla un momento para poner más saliva
Cuando lo hizo noté un gran vacío. Como si me hubiesen sacado algo de mis tripas. Aquella verga enorme se había hecho sitio dentro de mí de una forma brutal.
– Tienes algo de sangre… Tal vez ha sido demasiado para tu culo virgen. No debería metértela de nuevo
– Pero ¿sangro mucho? a mí no me duele
– No. Apenas un hilito. Es normal… para ser la primera vez
– ¡Ay, pues dele! Cláveme otra vez esa verga. La estaba gozando de verdad. Quiero que usted lo disfrute hasta que acabe
– Te está gustando bien mi polla de macho, ¿eh? Mi mujercita está en celo así que voy a meterle bien adentro mi trozo, hasta que no pueda más del gusto
Separó de nuevo mis nalgas, escupió en mi agujero, y me atravesó con su gruesa barra de carne caliente. Esta vez fue más violento y me dolió bastante, pero pasó rápido. Al rato ya sentía un tremendo placer. Empezaba en los bordes de mi agujero, estirados al máximo por el grosor de la pieza. Se amplificaba más adentro, por los movimientos de su polla, removiendo todo mi interior. Y terminaba con su cabezón que sentía bien hundido, abriéndose paso sin piedad. Todo ello me producía escalofríos que me recorrían todo el cuerpo. Me estaba costando decir algo con sentido.
– Ah… que rico… ah, ah… me está atravesando… toda
– Y eso que tu culo virgen se ha tragado sólo la mitad del trozo… Está bien estiradito pero por más que aprieto no entra más
– Oh… es mucho gusto… por favor, siga más… dele rabo a su mujercita
Y siguió talandrándome un buen rato, aumentando el placer mío por dentro. Nunca había imaginado lo gozoso que iba a ser que me enculara. Estaba llegando a un punto que no podía más. Me acerqué una mano a mi verga y casi sin tocarla empezé a correrme como un auténtica “perra en celo”. Comencé a tener espasmos de gusto, sin control. Largaba mi leche sobre el piso, apretaba mi castigado agujero contra la tranca que me tenía ensartado, me temblaban los brazos y las piernas. Casí perdí la conciencia de lo que pasaba. Sólo el guarda decía algo, pero apenas podía oírlo.
– Ah, sí… así se corre mi mujercita… sí, gózalo
Debieron pasar muchos segundos, o incluso algún minuto. Cuando logré abrir los ojos estaba tumbado en el piso, boca abajo, sobre mi propio esperma. Me costaba mover los brazos y mi cuerpo parecía no responder de cintura para abajo. Lo que sí tenía claro es que mi culo estaba liberado de la polla del guarda.
– Tranquilo chico. ¿Puedes levantarte? Si no, recupérate ahi mismo, tranquilo
– Buf… ha sido mucho gusto junto… ¿usted terminó igual que yo?
– Relájate chico, recupérate, anda
Pude girar la cabeza y vi como el guarda estaba sentado en la silla. Su pollón seguía bien derecho. Lo amasaba con una de sus manos, asi que deduje que él no se había corrido.
– No ha terminado todavía ¿verdad?
– ¿Pero no te he dicho que te relajes?
– He sido su mujercita hasta ahora, y lo seré hasta el final
Saqué fuerzas, estiré los brazos y me pues de rodillas. Junto con mi semen había algo de sangre mezclada. Eso me asustó un poco.
– Se la vuelvo a mamar ¿vale? hasta que largue la leche
– Pero chico, apenas me falta. Lo puedo hacer yo mismo. Ya he disfrutado mucho de tu culo virgen
Sin dejarle hablar más le agarré la tranca y me la metí en la boca. Chupaba como si fuera la última cosa que tuviese que hacer en mi vida. Me excitaba pensar que ese instrumento había estado perforando mi interior. Su sabor había cambiado pero no me resultó desagradable.
– Ay, chico… te dije que no faltaba mucho. Ya… ya, largo la leche
Me la saqué de la boca. Seguí meneándola con mis dos manos y a lo largo del tremendo tronco de carne mulata sentí como se estremecía. De la hinchada punta roja comenzó a brotar el esperma del guarda. Salía un hilo de líquido claro. En cada contracción echaba una leche de color blanco amarillento, espesa, casi sólida. Después volvía a manar el hilo de lechecita clarita. Así en varias contracciones, todo mezclado iba cayendo lentamente hacia abajo. Parecía una fuente interminable. Sentía como su semen me cubría abundantemente las manos. Dude unos instantes y después comencé a sorber la catarata de esperma que iba soltando el guarda. Me imaginaba cómo había estado almacenado, en su soledad. Me parecía un bien preciado que no debía ser malgastado. Cuando vio lo que hacía pareció redoblar su placer.
– Ah… me la estás sacando toda
Su sabor era fuerte, sobre todo cuando se espesaba. Yo gozaba saboreándola. Poco a poco la fuente se fue agotando. Seguí lamiendo y tragando hasta que quedó todo limpito de leche.
– Oh… ya no me queda más. Me has dejado los huevos secos… En verdad que eres mucho más que mi mujercita, sin duda
– Era deuda, no podía dejarlo así… Además, está bien rica la leche de mi hombre
Sonrió y me dijo que podía ducharme en la parte trasera de la caseta, con el agua de una manguera. Fue él el que me baño cariñosamente: me enjabonó, me limpió y me secó. El agua fresquita le vino muy bien a mi trasero algo dolorido.
Me siguió diciendo que debía encontrar una novia, como si no hubiese pasado nada. Y después me recomendó que me buscase otras amistades y me acompañó hasta fuera de la fábrica. Luego nos despedimos y desgraciadamente no volví a verlo más.
Y no supo que después seguí saliendo con los mismos compañeros, pero ya no me resistía. Todos disfrutaron de mi culo amaestrado y probé frecuentemente la leche de todos ellos. Fui la mujercita del grupo durante varios cursos. Aquel guarda, sin quererlo, me había marcado para siempre. Me hizo gozar de tal manera que ya no tuve dudas de lo que necesitaba.
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