AQUEL VIEJO PERVERTIDO
Mis historias son ficticias, inspiradas en anecdotas que me han contado amigos o fantasías que he tenido..
AQUEL VIEJO PERVERTIDO
Por Lobato69
Hola, mi nombre es César actualmente tengo 22 años y vivo en una colonia tranquila al sur de la ciudad de México. Lo que contare es una anécdota que me ocurrió cuando yo tenía apenas 16; la verdad es que fue una experiencia que me marcó para siempre. Cada que lo recuerdo llega a mi el morbo único que solo experimenta quien lo vive en verdad. Disfrútenlo.
Tengo 16 años, estudio en una preparatoria de paga en el turno vespertino (13:30 a 19 horas). Vivo con mi mamá y mi hermano mayor. Me considero un chavo serio y algo tímido; como estudiante soy regular. Físicamente: soy moreno claro, de cabello negro, me gusta llevarlo corto; un poco bajo de estatura; delgado pero atlético, desde chico me gusta practicar futbol. No me considero ni guapo ni feo, más bien común. Nunca he tenido novia, pero he sido amigo con derechos de un par de chicas.
Acostumbro ir para la escuela a las 12 del día; bien limpio ya que me baño diario; aunque a veces los domingos o sábados no. En mi camino paso cerca de una vecindad de aspecto sucio, incluso crían puercos. Me desagrada el lugar, pero he llegado a entrar con mis primos en época de fiestas patrias o navidad porque venden cohetes y siempre los compramos ahí. En esa vecindad vive un señor de aproximadamente unos 50 años; él me conoce de vista así como yo a él. Con frecuencia me lo topo en la calle o en el transporte público. Ya he notado que cuando coincidimos me ve con unos ojos muy, muy lascivos; eso a mí me pone de malas, me da mucho coraje que me vea así. Intento mirar hacia otro lado para ignorarlo, pero cuando lo miro otra vez, él me sigue observando. Alguna vez un amigo me dijo en broma que tuviera cuidado porque parece que el tipo se muere por cogerme. El señor es algo gordo, de cara fea con nariz grande, pelo canoso y largo; siempre usa ropa holgada y es característico de él salir a comprar las tortillas en sandalias sin calcetines. No tengo idea de dónde trabaje, ya que nunca lo he visto arreglado; tampoco creo que tenga esposa ni hijos, siempre está solo.
Hace unos días, el maestro de historia nos dejó un trabajo de investigación en el museo del templo mayor en el zócalo. El horario del museo es de 9:00 am a 5:00 pm. Todos los compañeros nos quedamos de ver el sábado en la estación del metro Balderas a las 10. Ese día salí de mi casa a las 9:15, tardísimo para llegar a la cita con mis amigos. Llevaba puesto el uniforme azul marino de mi equipo favorito, Pumas y mis tenis blancos con calcetas azules. No llevé mochila ni cuadernos. No me quedó de otra que tomar un taxi para que llegar a la estación Viveros desde donde tomé el metro con dirección a Balderas; con eso y tomando en cuenta los retrasos de mis compañeros, ahora tenía muy buen tiempo para llegar; ya eran las 9:45. Para mi mala suerte en el vagón donde me subí también estaba ese señor que les describí. Cuando me vio entrar en el vagón, que no iba muy lleno, sonrió. Yo me fui a una esquina escuchando música de mi cel, pero él inmediatamente se me acercó y me vio de pies a cabeza. Sentí toda la mala vibra de su mirada, como si me hubiera desnudado con ella. Se puso como a tres pasos cerca de mí y me veía muy insistentemente de arriba a abajo. Empecé a ponerme nervioso y también apenado por lo que estaría pensando la gente alrededor. Traté de ignorarlo pero no podía, mi incomodidad iba en aumento. Como a la tercera estación subió más gente al vagón y él aprovecho para acercarse; no dejaba de verme, sobre todo mi cara y mis piernas. Mientras el vagón paulatinamente se iba llenando, yo comencé a respirar con dificultad por el miedo que empezaba a sentir; por ello también empecé a moverme de una forma extraña o al menos eso sentía. Él se acomodó para estar justo frente a mí; el vagón iba casi lleno así que ya no era tan evidente lo que hacia ese viejo.
Ahora el tipo estaba casi encima de mí, muy descaradamente. Entonces pasó algo casi increíble, como si estuviera planeado: hubo un apagón y el metro frenó bruscamente. El viejo aprovechó y se pegó a mí con rapidez. Yo sentí su pene picar mi muslo y luego subir a mi cadera, entonces empezó a restregármelo con rudeza de un lado a otro, llegando a chocar con mi pene flácido. En ese momento tuve un shock, como una punzada en mí ser, al sentir su miembro a media erección chocando contra el mío; dos penes separados por algunas delgadas capas de tela. Su verga madura con experiencia supo y logró tocarme íntimamente y me excito bruscamente. Esto fue cosa de algunos segundos, quizás un minuto; por lo oscuro nadie más lo notó. Inmediatamente la energía del metro se restableció, pero mi pene igual ya se había echado a andar; comenzó a crecer rápidamente y como no tenia nada con que ocultarlo fue muy notorio. Por supuesto el viejo se dio cuenta y la gente que nos rodeaba probablemente también. Yo no pude controlarme y empecé a sudar de lo incomodo que era esta situación. Por fortuna la pena hizo que se me bajara la erección.
Estaba a solo dos estaciones de bajarme y estar con mis amigos, cuando el señor me tomó del antebrazo con mano firme.
—No te preocupes, ven. —. Me indicó con firmeza.
Entonces me bajó del vagón, así sujeto como si yo no tuviera voluntad y fuera un simple objeto. Yo estaba muy turbado con una mezcla de nervios, vergüenza, miedo, incredulidad. No podía hablar mientras él me decía puras babosadas:
—Todos pasamos por esto, nene, y es normal; a todos nos hace falta o nos hizo falta vivir situaciones así vergonzosas, pero créeme que nos ayudan muchísimo —. Y bla, bla, bla…
Sus palabras me ponían nervioso, pero al mismo tiempo me excitaban El morbo venció a mi miedo. Juntos caminábamos por los pasillos del metro; él me llevaba del brazo como a una señorita. Cuando llegamos a las escaleras, él me soltó y empezó a recorrer con su mano mi cintura y casi mis nalgas. Yo era su mujer en ese momento, así me trataba. Salimos del metro sin que yo hubiera dicho una sola palabra. Ya en la calle, con voz rasposa y riéndose me hizo platica.
— Ya no estés nervioso. Dime ¿cómo te llamas, chamaco?
— César
— ¿Y cuántos años tienes, César?
— 16
— ¿Y a dónde ibas, César?
— Al zócalo
— ¿A qué?
— A un museo para un trabajo de la escuela. Oye, ya me tengo que ir.
— Mira, no tienes de qué asustarte ni ponerte nervioso. Nadie en este mundo puede juzgarte, solo tú. Y has lo que te dé la gana sin preocupaciones. Hoy yo le daré una hermosa cogida a esas lindas nalgas que tienes, bebé. Perdona que sea así directo, pero es la verdad y así es como se deben de ver las cosas. No pasa nada, hijo, ya verás.
Sus palabras fueron algo así como un gancho al hígado, me dejó sin aliento y sin saber que responder.
— Pero es que yo no…
— Tú no digas nada, así no te incomodaras.
Al salir de la estación Hospital General, echamos a caminar y recorrimos un par de cuadras. Yo seguía sin hablar y él llevándome en momentos de la cintura. Cuando ya estábamos lejos de las avenidas grandes y en una calle con poca gente, me dio una nalgada y yo le dije que no, pero sin ninguna energía. Fue como si se lo hubiera dicho a un árbol y él se rio. Para entonces me llevaba abrazado de la cintura y trapeándome todo el tiempo. De pronto dijo: “ya llegamos, nene”. Me sujeto por los hombros y suavemente me guio por la puerta de un inmueble ruinoso. Después me di cuenta que era un motel clandestino. Dentro, el viejo saludo amistosamente a una señora como de unos 45 años y le dio 100 pesos. Pasamos por un pasillo sucio y con poca luz y llegamos a una habitación del fondo. No se escuchaba ruido, solo a lo lejos el sonido de los autos pero muy tenue. Él abrió la puerta con la llave que le dio la señora y me metió acariciándome las nalgas; entro también y cerró con llave. Entonces me dijo: Ahora sí, bebé, eres todo para mí.
En el cuarto había una cama matrimonial destendida, una tele que parecía que no funcionaba, un armario estropeado, dos mueblecitos comunes y un baño sin puerta con sus mosaicos en decadencia. Las paredes pintadas de rosa pálido con acabados en verde; había una ventanita con cortinas deshilachadas que miraba a un patio lleno de tiliches. Ese lugar deprimía.
El viejo me recargó contra la pared y se pegó a mí. De nuevo empezó a restregarme bruscamente su duro pene sobre el mío aun flácido; recordé el momento del metro y eso me hizo ponerme duro también.
—No hables —. Me dijo al tiempo que empezó a abrazarme y acariciarme mis pelos —. ¡Ay César! Quién lo iba a decir, estás bien rico. Aaammmmm. Quién iba a decir que sí eres un putito dulce. Aaaayyy.
Entonces comenzó a besarme y a chupar mi cara y mi cabello. Iniciando en mi frente y luego pasó a recorrer mis mejillas; después bajo a mi cuello y donde me dejo unas marcas enormes. Me dolía cuando me los hacía, pero él me seguía chupando. También pasó por mis parpados y mucho se centró en mi nariz, la chupo y beso sin llegar a mi boca. Ya tenía casi toda mi cara mojada de su saliva. Mientras tanto, él bajó su mano hacia mi muslo izquierdo y la metió bajo mi short del pumas; entonces la subió buscando mi trusa que cubría mi aparato ya durísimo. En ese momento aunque mis dos piernas estaban apoyadas en el piso yo sentía que temblaba. Al encontrar mi trusa rápidamente el viejo la corrió hacia un lado. Libre de la tela ajustada, mi pene salto libre por el hueco de mi short, expuesto a lo que mi seductor quisiera hacerle. Inmediatamente el viejo se apoderó de él con su mano callosa y empezó a besarme en mi boca. Sentí por primera vez el beso de un hombre y su saliva mezclarse con la mía. Aunque me mordía el labio superior y me lo jalaba, no sentía dolor al contrario me calentaba más. También podía sentir como con tosquedad él apretaba mi pene y me lo jalaba. Sinceramente eso sí me lastimo un poco e hice mi cadera hacia atrás en señal de rechazo, pero poco le importo al viejo porque me lo volvió a jalar igual. A cada momento yo la tenía más dura, mientras él continuaba con la ruda manipulación de mi verga. Sentir como salía la cabeza de mi pene de su capullo de piel, era muy placentero sobre todo porque no eran mis manos las que lo hacían.
—Abre la boquita —. El viejo me ordenó mientras me besaba.
Yo ya estaba bien caliente y ya le había perdido el asco que me invadió al principio. Separe mis labios y dientes y entonces el introdujo su lengua que era grande y muy rugosa; con ella invadió mi boca como si buscara algo. Mis pulmones parecían no funcionarme bien, se me iba el aire por lo que me hacia aquel viejo en ese cuartucho tan lejos de mi casa y del museo a donde iba a ir.
El señor dejó mi cara empezó a besarme por mi cuello. Como mi camisa le estorbaba me hizo alzar mis brazos para quitármela. Yo ni pude oponer resistencia. Tras despojarme de mi prenda la aventó y luego continúo recorriendo mi torso hacia abajo lamiendo mi piel y llenándome de chupetones y besos. Tomo mi mano izquierda y la llevo a su boca para chuparme cada uno de mis dedos. Los succionaba como si fueran un manjar. Mucho se concentró en oler y lamer mis axilas. Recorrió mi pecho hasta llegar a mis tetillas, a las cuales chupo y les dio mordiditas. Ansioso continúo su viaje por mi cuerpo. Al llegar a mi ombligo le hizo cosquillitas con su lengua. Lo cual me provoco algo de risa. Bajo un poco la tela de mi short para exponer mi pubis. Aunque soy lampiño tengo muchos vellos ahí. El comenzó a mordérmelos se sentía raro, pero no era desagradable. El atendió cada parte de mi cuerpo, menos mi pito. Saltó esa parte y empezó a recorrer mis muslos hasta mis rodillas. Entonces intensifico los chupetones y mordiditas como si quisiera comerme las piernas; las cuales tengo bien torneadas por el futbol. Mientras continuaba chupándomelas y llenándome de saliva, sorpresivamente jalo mi short y lo levanto hasta mi ingle.
— ¡Ay pinché César! Que verijas tienes; tiernas como de señorita, aaaaammmmmm…
En ese instante me beso la ingle y me la chupo muy fuerte, dejándome ahí un par de moretones. Sentí riquísimo que casi se me doblaban mis piernas. El viejo me sujeto de las rodillas porque estaba hincado y yo parado y siguió mamándome mis verijas, como él les decía. Después de un rato de manera tosca me volteo y yo quede de cara a la pared. Nuevamente me chupo las piernas, pero esta vez por la parte de atrás; con su boca y lengua recorría mis extremidades subiendo y bajando, poco a poco hasta llegar al inicio de mis nalgas, las cuales también me besó y lengüeteo con gula. De pronto él se levantó y subió mi short muy fuerte; prácticamente me hizo calzón chino. Casi me levantó del piso y mi short se me metió muy dentro entre la raja de mis nalgas. El viejo jadeando me dijo con burla y lascivia:
— ¿Qué sientes? ¿Rico, no? Mucho mejor que haber ido al museo. ¿Verdad, nene? ¿Te gusta? ¿Te gusta?
Yo solo pude mover mi cabeza para indicar que sí. En ese momento descubrí porque les gusta tanto a las mujeres usar tanga. Sentía mi ano casi comerse mi trusa y se me salió el primer gemido cuando nuevamente me levanto con fuerza: mmmmmmmmggggg.
—Eso es chamaco, así deja salirlos. Gime y sentirás más rico.
Volvió a levantarme así, con mi short y mi calzón friccionándome el ano y otra vez gemí: mmmmmhhhgggg. Mis quejidos no eran largos pero eran tiernos. Cada que el viejo me levantaba, yo emitía un gemido. En ese momento que sentía los jalones me visualice y me sentí ridículo. Estar en esa posición y con el viejo jalándome de mi ropa y yo moviéndome y gimiendo a su ritmo. Volví a sentir la pena que antes me invadía. Recordaba a mi familia: tíos, primos, incluso amigos, pero sobre todo mi hermano y mi madre. Yo todo caliente permitiendo que ese viejo degenerado me sometiera. Sentí tanta vergüenza que deje de gemir, pero no quería que ese señor parara. Él me hacía sentir riquísimo y el morbo de darle las nalgas me llenaba de sensaciones nuevas e indescriptibles.
En ese momento, el viejo hizo un cambio de ritmo; probablemente incitado por el silencio que hice. Él se levantó, todavía no se desnudaba. Tampoco yo, aún tenía mi short y mi calzón aunque incrustados entre mis nalgas. Me agarro de los brazos y me arrojo a la cama; como si fuera un objeto y me quede acostado bocabajo. Caí en la cama como una mujer, no como un hombre. Me quede ahí pensativo unos minutos. Sentía las sabanas frías en mi cara, con mi mano me toque las mejillas y estaban calientísimas. Debía parecer como un tomatito rojo. Mientras tanto el señor se quitaba la ropa, quedándose solo con una playera de tirantes y sus tenis. Qué raro que no se quitó los tenis. De reojo pude ver su verga y me causo impresión porque nunca había visto una en erección salvo la mía. Él se inclinó para desatorarse el pants de su zapato y su falo seguía sobresaliendo, firme hacia arriba. Me sentí desprotegido al ver su pene duro, duro. Eso me hizo sentirme aún más desvalido ante él. Como un esclavo a punto de ser castigado por su señor o un conejito a punto de ser devorado. Entonces me resigne a ser su objeto de placer. Recosté mi cara en el colchón para relajarme. De pronto sentí como él con ambas manos agarraba mi trusa y short al mismo tiempo y me los bajaban estando yo así acostado. Sentí como cada milímetro salió de mi raya y luego bajar por mis muslos. Por fin me los quito completamente y de paso aprovecho para quitarme mis tenis y calcetines.
– ¡Por Dios! ¡Qué hermoso culo! Mejor que el de cualquier vieja.
Entonces el señor se abalanzó hacía mi trasero y me propino un par de fuertes nalgadas. Después con cada mano agarro cada una de mis pompas. Me las presionaba muy duro, posteriormente me olfateo y comenzó a besarme mis nalgas y darme mordidas, pero sin lastimarme. Por un buen rato devoro mis glúteos y eso me prendió al 100.
— ¡Ay, Ceci! No sabes cuánto tiempo espere este momento. Llevo años queriendo cogerte, desde morrito se notaba que tenías un culo de campeonato y juré que un día serías mío.
El viejo me hizo girar y me coloco acostado de espaldas. Posteriormente agarro mis pies y los junto como si quisiera aplaudir con ellos y enseguida puso su pito casi negro en medio. Me ordenó que se lo apretara con mis pies y entonces me los soltó. Estuve apretándole el falo con mis pies desnudos, intentando darle un masaje pero mis movimientos eran muy torpes. Su verga estaba muy caliente. En un momento dado de nuevo me sujeto los pies y se los coloco en su panza y bruscamente me los separo y subió a la cama. Casi me desmayo al ver como se acercaba a mí entre mis piernas abiertas. Así acostado pude sentir su cuerpo pegado al mío. El viejo me mantuvo en esa posición y sentí su pene picar mis nalgas. Comprendí que buscaba acomodar su pito. Gemí de nuevo y eso le gusto porque me beso en el cuello. Me abrió más las nalgas y coloco su falo inflamado en medio. Una sensación muy distinta a la del calzón chino de hace rato.
—Ahora sí Ceci. Ya te la voy a enterrar ¿Qué te parece? Ponte flojito y cooperando, vas a ver que te entra toda bien rico. Mmmmmmm.
De alguna manera me escupió varias veces en el ano y me sentí humillado, pero lo permití. Sentí la suavidad de su saliva lubricándome. El viejo procedió a colocar su pene en la entrada de mi ano y me empezó a dar piquetes.
—Levanta la colita, chamaco. Como si me quisieras dar tu culito. Anda, más arriba.
Yo levante mi culo lo más que pude y él pudo acomodarse. Su pene cual ariete estaba listo para penetrarme. Los piquetes nuevamente comenzaron; eran más y cada vez más fuertes. De pronto se metió la cabeza de su animal en mi ano.
—Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm —. Gimió él.
Aunque sentí algo de dolor pero también sentía rico por como mi ano ahorcaba la verga del viejo. Entonces me la saco solo para inmediatamente dejármela ir otra vez. En esta ocasión me la empujo más adentro y volvió a sacarla. Empezó un lento vaivén, en cada embestida intentaba metérmela más adentro. Cada que me la metía yo no podía respirar solo podía gemir cuando me la sacaba. Me escupió otra vez y ahora me la metió toda. No se movió, la dejo adentro por un buen rato.
—Siéntela chamaco. Hhhaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa; sientela. Yo siento como me aprietas. Hhaaaaaaaa. Siente lo que aprietas. ¿Lo sientes? ¿Sientes la verga atorada?
Le respondí solo con la cabeza que sí.
—Muévete un poquito príncipe. Haaaaaa. Así ¡Que rico! Despacito, muévete para no lastimarte. Haaaaaaaaaa síííí. Te quiero. Te la voy a sacar.
Sentí como si me estuviera cagando mientras sacaba su pene de mi culo.
—Ponte en tus cuatro patitas, como un perrito —Me ordenó.
Obedeciendo al instante, sobre la cama me coloque apoyado en mis manos y rodillas. El viejo me dio otro par de nalgadas.
—Separa más las piernas, Ceci. Enséñame tu hoyo.
Así lo hice y el señor me dio un besote en uno de mis glúteos. Me metio su mano entre mis piernas y examino mis genitales.
—Lo tienes bien duro, se ve que te esta gustando. Asi te ves bien chulo, chamaco; así, tan sabroso mmmmmmm ahí te va.
Recibí su pene en esta nueva posición; ahora entro más rápido. Yo puse mis ojitos en blanco, de huevo cocido. Esta vez me cogió como se debe.. El sujetaba mis caderas y me embestía cada vez más fuerte. Cada cierto tiempo me daba una palmada en alguna de mis nalgas. Yo sentía delicioso y grite y grite de felicidad como una gatita en celo a media noche. Tal vez la gente en los cuartos vecinos pudo oír todo mi concierto, pero ya no me importaba. Solo me concentraba en el placer que me proporcionaba la verga de mi seductor. El se aburrió de esa posición y entonces me levantó teniéndome aun penetrado. Me sorprendió la fuerza que tenía mi amante. Como pudo el viejo se sentó en la cama y yo unido a él.
—Baila en mi verga, amor. Baila en tu papi. Anda, muévete. Mmmmmmmmmm.
No entendía bien lo que quería. Pero empecé a mover mi culo en círculos y dando como brinquitos.
—Así, papacito. ¡Qué rico lo haces! ¿Quieres gemir, amor? Anda gímeme más fuertecito. Te tengo bien cogido y lo sabes. Eres todo un putito. Grita aaayy. Así bien amor. ¿Ya viste como te pique la cola, chamaco? ¿Ya viste que rico es que te enchufen la cola, amor? Salta, salta, salta. Mmmmmmmmm.
Teniéndome bien ensartado, el viejo me hizo girara mi cabeza para poder besarme y meterme su lengua. Por comodidad apoye mi mano en su cabeza. Él volvió a jalarme mi verga y masajearme mis huevos.
— Me vengo. Párate, párate —. Dijo de pronto.
El viejo me levantó y quede ahí de pie y desnudo esperando sus órdenes. El señor dio unos pequeños saltos para que no venirse todavía.
—No me voy a venir. Te quiero coger todo el día hasta mañana sin parar. Ayyyy chamaco es que no tienes idea de cómo aprietas riquísimo. Ahí quédate te voy a coger ahí en esa esquina y paradito.
Obedeciendo me apoye en esa esquina de la pared. Él se me acerco y me volvió a escupir en el culo. Yo ya sabía cómo ponerme para facilitarle la entrada. Mi ano ya buscaba su verga. El viejo me empalmo en otra vez. Tuve que recargarme en la pared ya que sus embestidas eran cada vez más fuertes. En un momento dado se quedó encima de mí apretándome el cuerpo y yo quede prensado entre la pared y él. Mi piel desnuda sentía el frío de la pared y mi culo sentía su pene clavarse con toda su fuerza. Yo gemía de placer completamente en éxtasis. Pero entonces él se despegó de mí.
—Yaaaa, ya no aguanto, ya no te aguanto. Me vas a hacer explotar; ya chamaco tú ganas. Ven.
El viejo se subió en la cama se acostó boca arriba
—Clávate tu solito al fin ya sabes cómo y báilame. Anda, Ceci. Móntate, ensártate mmm hhhaaaaaa…
Me subí a la cama, me pare sobre el colchón. Me coloque a la altura de su cadera y vi su pene que apuntaba hacia en medio de mis piernas. Me fui agachando despacio y el señor se retorcía. Llegue a una altura donde ya podía sentir que su pene picaba mi raya. Antes de ensartarme, el viejo se hecho bastante saliva en su mano y me unto la raya rápida y desesperadamente.
—Ya chamaco, acábame siéntate mmmmmmmmm…
Me senté y entro todo. Hice unas sentadillas clavándome su falo que seguía durísimo y después me deje caer completamente con mis rodillas en la cama. El señor me agarro de la cintura y me apretó con fuerza.
—Baila de nuevo para mi, príncipe.
Baile sobre su verga y podía sentir como su cuerpo se tensaba. Él trataba de meterme todo su miembro por el ano. Podía levantarme estando yo sentado en su pene. Con fuerza se elevaba hasta formar un arco y yo arriba sentado gozando. Me imaginaba ser un vaquero cabalgando un toro. De pronto sentí un líquido invadir mi intimidad; era su semen se asentaba en mis intestinos. Fue como cosquillitas dentro de mí.
—Aaah carbón, pinche Cesar. Puto, péndejo. Me llevaste al cielo hijo haaaaaaaaa, haaaaaaa. Ya quisiera embarazarte pero no puedo embarazar putos.
Como pude me desmonte, yo también estaba extasiado. El viejo se fue al baño a limpiarse.
—Ven —. Me grito.
Al instante lo alcance, aún encueradito. El señor me coloco frente a la taza de baño como si yo fuera a orinar. Se puso detrás de mí y me la empezó a jalar. Intente jalármela yo mismo pero él no me lo permitió.
—Agárrame la verga —. Me ordeno.
Pase mis manos hacia atrás, a la altura de mis nalgas y le apreté su miembro. El señor salto un poco cuando se lo agarre quizás lo tenía muy sensible por la tremenda jornada que tuvimos. Mientras me la jalaba y yo le agarraba su flácido pene, él me decía cosas cachondas.
— ¿Lo sientes guango?
Le dije que sí con la cabeza.
—Es por tu culpa, chamaco. Me sacaste toda la leche de la semana, amor —. Me decía mientras con su mano derecha me hacía una chaqueta apretándome fuerte mi duro pito y con su mano izquierda me pellizcaba mis tetillas. También me llenaba de besos en la espalda y el cuello y lamía mi oreja. —Apriétame la verga, siente mis huevos. ¿Están flojos? Es por tu culpa, chamaco, te deje todo aquí en tu ano. ¿Sientes mi semen saliendo de tu culo, verdad? ¿Te gusta?
Yo no le pude contestar porque sentí como intensos toques que anunciaba mi inminente orgasmo. Me retorcí hacia atrás y el viejo uso ambas manos para manipular mi pito y mis huevos. Empecé a eyacular intensamente y le llene las manos de mi semen oloroso.
—Eso es amor. Ya terminaste también. ¿Qué rico, no? Eres un dulce, de los mejores putitos que he tenido Nos vamos a bañar y nos vamos.
Bañándome con él me sentí como si fuéramos pareja. Ya no hubo más sexo por fortuna. Yo estaba agotado. Ambos disfrutamos del agua y el jabón tranquilamente. Nos vestimos y arreglamos. Salimos del cuarto y al pasar junto a la señora que nos rentó el cuarto, al viejo solo se le ocurrió decir: “¿No que no, Rosa?” La mujer me miró y solo respondió con una sonrisa burlona. Otra vez sentí pena, pero algo había cambiado en mí. Había descubierto un nuevo mundo de intensas sensaciones que ansiaba volver a experimentar. En silencio, el viejo me acompaño hasta el metro y se despidió de mí. Llegue a mi casa casi a las 4 de la tarde aún con el aroma del jabón corriente que compartí con mi desvirgador cuando nos bañamos juntos. ¡Qué raro! No le pregunte su nombre.
hola, me encanto el relato me gustaria que publicaras mas
Delicioso relato , muy buena historia , muy parecida a la mía con un viejo amigo de mi padre , nunca he encontrado una verga mas grande , dura y lechera como esa , era una verdadera delicia cada vez que me cojia , muchas gracias por hacerme recordar tan bella experiencia .