Aquelarre
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por moisesx.
¡Qué mal! Vaya resaca, no me acuerdo de nada.
Estos pensamientos acudían a mi pesada mente. ¿Cómo llegué a casa………?.
Si… no estoy en casa, ¿dónde estoy?-
Estaba en un lugar extraño, acostado en una enorme cama y totalmente desnudo. Todo era raro, no recordaba nada, sólo
entre nebulosas recordaba en un bar a un tío barrigón y calvo contándome historias. Ahora estaba en una habitación donde sólo había una cama y una mesilla, tenía una ventana cerrada y una puerta de salida.
Tenía la boca reseca y me dolía la cabeza. Me levanté de la cama, no había rastro de mi ropa. abrí la puerta y entre en otra sala diáfana donde habían dos sofás grandes y una mesa de centro. En los sofás estaba el hombre que había conocido la noche anterior y a su lado otro hombre, también enorme. Al abrir la puerta se girarón bruscamente y dirigieron su mirada hacia mí.
– ¿Cómo te encuentras? ¡Vaya pedo llevabas!
– ¿Dónde estoy? ¿Qué ha sucedido?
– De momento nada, pero ahora veremos. Anoche no acertabas ni a metértela en la boca.
Ambos se leventaron y se encaminaron hacia donde yo estaba. Eran corpulentos, estaban como sus madres les trajeron al mundo y calzaban unas mastodónticas pollas, adornadas por grandes testículos que colgaban balanceándose en un baile descontrolado.
– ¡Por fín vamos a poder disfrutar de aquello que tanto presumías!
– ¿Perdona? ¿por qué estoy aquí en pelotas?
– Tú sabrás, me dijistes unas cosas y las vas a cumplir. No te puedes echar atrás.
Al llegar a mi altura me agarro del cuello con violencia y me introdujo de nuevo en la habitación. Era el doble de fuerte que yo, y encima estaba debilitado por el alcohol; así que no le costó mucho tirarme sobre la cama con su embestida. Me quedé perplejo y asustado, quise salir huyendo pero el otro hombre me agarró del brazo y volvió a tirarme sobre la cama.
– Mira que dos buenas pollas vas a satisfacer. Así que relájate y disfruta.
El gigantón se tumbó sobre mí y fué como si una roca pesada me cayera encima, me agarró del cuello y dirigió su lengua contra mi boca. Yo la cerré pero su mano en mi cuello me axfisiaba, así que no me quedo más remedio que abrirla. Introdujo su húmeda lengua hasta casi la campanilla y vertió sus babas en mí, su saliva tenía un saber mezcla de alcohol y comida. Movía su carnosa lengua freneticamente provocándome angustiosas arcadas.
Yo estaba casi inconsciente, gracias a Dios que dejó de comerme la boca para introducirse el enorme miembre del otro, que se había colocado a nuestro lado. Seguía encima de mí mientras mamaba ávidamente su polla; sacaba y metía el miembro en su boca con enorme fruicción. Sergio, que así se llamaba el individuo que conocí la noche anterior, le agarraba de la nuca y acompañaba los movimientos de cabeza del otro mientras gemía gozosamente.
Sin previo aviso abandonó el miembro y dirigió de nuevo su boca hacia la mía, yo volví a negarme, pero otra vez me apretó del cuello y vertió su saliva espesa con restos de semen en mi garganta. Era vomitivo pero no me quedaba más remedio que saborear esa mezcla de líquidos. No podía ofrecer resistencia. Cuando quedó satisfecho me liberó de su cuerpo, se puso de rodillas sobre la cama y me cogió del pelo, dirigiendo mi cara hacia el enorme aparato de Sergio. Me obligó a introducirlo entre mis labios, casí no podía introducirla en mi boca; estaba caliente y dura.
– Juega con ella, ¡Cabrón!. Mueve la lengua.
Me agarró de la nuca, sustituyendo la mano de Juan -así lo llamaba- y me introdujo el pollón hasta el fondo. No había espacio en mi cavidad bucal para tanta carne, entró hasta mi esófago y comenzó a follarme con brutalidad. Luego relajaba su presión, y de mi boca salía un hilo de babas y semen. Tenía unos accesos próximos al vomito y de nuevo de golpe introducía la polla hasta el final. Yo creía morir del asco pero no quedaba más remedio que aguantar.
Me encontraba en la cama a cuatro patas y sentí como la otra persona se introducía entre mis piertas y agarraba mi rabo con sus labios. Sentía una cálida humedad que por un instante me relajó; pero la presión de Sergio seguía inundando mi boca con sus flujos, y me costaba respirar. Sergio comenzaba a jadear de gusto, al mismo tiempo que me profería insultos lascivos. Cada vez penetraba mi boca con más violencia y mi garganta se llenaba de jugos viscosos de un sabor agridulce. Sin embargo mi polla se había inflado y sentía cierto gusto en el vientre; la verdad es que Juan movía la lengua con maestría, no era nuevo en el tema, y eso me estaba excitando.
Sergio aulló al mismo tiempo que vertía un torrente caudaloso de lefa que salía por la comisura de mis labios por un lado y llegaba a mi estómago por el otro; no había otro sitio. Fué una reacción en cadena ya que mi cuerpo se cortocircuitó y vertí mi leche en la boca de Juan. Por un momento los tres nos relajamos, pero no duró mucho mi descanso.
Sin tiempo para reaccionar Juan colocó mis piernas sobre sus hombros y asestó un tremendo estocazo en mi ano. Sin tiempo para dilatarse, mi esfinter se abrió transmitiéndome una sensación inhumana de dolor, que a punto estuvo de hacerme perder el conocimiento. La enorme polla se abrió camino, reventando toda resistencia que encontró a su paso. Grité de dolor, pero eso pareció animarle, aumentando el ritmo de sodomización. Su cara era la de un loco que disfrutaba partiéndome el culo con violencia. No sé cuanto tiempo duró el calvario, sólo recuerdo un gemido saliendo de su boca y un chorro de líquido que salía de su polla y me inundaba por dentro. Sacó la polla a presión de mi ano, me incorporó y de otro hachazo la introdujo otra vez en mi boca. Esta vez había un arco iris de sabores. Lefa, sangre, orina y mierda, un cóctel que se me ofrecía sin poder rechazarlo.
– Límpiala Hijo de Puta.
Su carne llenaba mi boca y yo no podía quejarme, me follaba apasionadamente y yo me resignaba a saborear los fluidos que bañaban su prepucio. Sentí unas manos en mis caderas, quise liberarme pero otra vez sin previo aviso el enorme falo de Sergio taponó mi ano; esta vez costó menos pero el dolor fue el mismo. Las paredes de mi agujero se dilataban pero no tenían capacidad para recibir ese ariete sin resentirse. Ahora no podía gritar pues la otra polla en mi boca lo impedía.
Comenzó un aquelarre frenético de mete y sacas brutales, me mantenía en pie porque parecía un cordero ensartado para asar a la leña. Las embestidas eran descoordinadas, cada uno buscaba su propio placer, de vez en cuando paraban para cruzar sus lenguas en lascivos besos. Estaba sin fuerzas, ausente, dolorido. Me destrozaban a pollazos sin ofrecer resistencia. Y al final una tremenda corrida al unísono, coordinada y electrizante. Sus gemidos debieron oírse incluso en el infierno. Lo último que recuerdo es esos dos cipotes meándome en la cara. Sentía el calor del amarillento líquido bañándome. Perdí el conocimiento.
La fiesta duró varios días. Del calvario pasé al consentimiento y de éste, al placer. Ahora me gusta que me vejen y me inunden, soy feliz.
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