Aquellos campamentos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
En los veranos de los años 70, los adolescentes como yo, una de las pocas opciones de viajar que teníamos era a través de los campamentos que un organismo del régimen franquista tenía en cada pueblo.
Los campamentos duraban unas 3 semanas del verano y se hacían normalmente en lugares de montaña, en capaments hechos de tiendas de campaña de lona montadas en el bosque.
Aquel año, por primera vez en mi vida, mis padres me dejaron ir de campamentos.
En principio íbamos tres amigos, pero por motivos que no recuerdo me encontré al final que iba solo, lo que no me hacía ninguna gracia.
Pero mi padre era bastante inflexible y no me dejó volverme atrás y tuve que ir solo.
A los que llegamos sin amigos nos pusieron en una escuadra o grupo formada por aquellos que no teníamos amistad previas.
Éramos 8 en nuestro grupo-tienda.
Leo era de la capital, y aunque todos teníamos entre 11 y 12 años, parecía más grande que el resto de nosotros.
Nos explicó que pese a sus pocos años ya formaba parte de una banda y que por ello los servicios sociales de la época lo habían enviado de campamentos a ver si separándolo de su entorno cambiaba.
Era de maneras bruscas y se notaba que controlaba bien las situaciones de violencia, lo que contrastaba con el resto del grupo.
Entre los otros del grupo había ptro de un pueblo, como yo, Santi, que parecía un par de años más joven que el resto de nosotros.
Era muy guapo, de pelo castaño claro, piel blanca y fina, muy buenas maneras y bien vestido, aunque todos íbamos de uniforme.
El líder del grupo, enseguida, fue Leo que sabía de la vida mucho más que todo el resto de nuestro grupo y que se imponía siempre en todo lo que hacíamos y, hasta incluso, en lo que hacían los demás grupos del camapament que lo miraban con una mezcla temor y respeto.
En las horas que pasábamos en la tienda de campaña del grupo Leo explicaba muchas de sus aventuras vitales que todos escuchábamos con la boca abierta.
Uno de los temas que Leo controlaba, y que el resto ni intuíamos, era el del sexo.
Estábamos aún en plena dictadura franquista, teníamos 11 o 12 años, muchos estudiábamos en centros religiosos, casi todos -Leo, no- y éramos de pueblos rurales.
Es decir, que Leo nos deslumbraba con sus historias sobre aquel mundo tan oscuro y atrayente que era para nosotros el de las relaciones sexuales.
Desde el principio se notó que Leo cogía mucho afecto a Santi.
Santi siempre estaba sentado a su lado y cuando iba de un lugar a otro del campamento lo solía hacer con el brazo de Leo pasado por su cuello.
Leo, a pesar de sus maneras bruscas le trataba con una deferencia que todos notábamos, pero que aceptábamos con naturalidad y respeto… y con envidia, por lo menos yo.
Conforme pasaban los días, la familiaridad entre todos nosotros iba creciendo de forma natural por las muchas horas de convivencia.
Leo nos trataba a todos nosotros muy bien, éramos su grupo.
Todos sentíamos su protección en todo lo que nos tocaba hacer el campamento.
Notábamos que incluso los "mandos" trataban Leo con un respeto extra, lo que aún reforzaba su poder y le correspondíamos con nuestro apoyo incondicional.
El grupo adoraba Leo, yo también, pero la verdad es que envidiaba las deferencias extras que Leo tenía de forma continua con Santi.
De hecho siempre los estaba observando y no me pasaban por alto ninguna de aquellas deferencias.
Disimulando tanto como podía, seguía con la mirada todo lo que hacían Leo y Santi.
Me excitaba sobremanera observar las libertades que Leo se tomaba con Santi, y mucho más porque muchas de las procacidades se las hacía delante de todos nosotros.
Aquel verano yo estaba a punto de cumplir los 12 y todavía ni me masturbaba.
Leo nos enseñó que era aquello de mastrubarse y, de vez en cuando lo hacía por encima de sus calzoncillos delante de nosotros.
Pero lo que a mí me excitaba más era cuando le cogía la mano Santi y la ponía sobre el bulto que su sexo formaba bajo sus pantalones.
Entre sonrisas nerviosos veíamos la blanca mano de Santi que, guiada en un principio por la de Leo, pasaba y pasaba sobre su berga erecta de Leo.
Para mí que no sabía nada absolutamente sobre el sexo eran escenas con una carga de morbo que me ha acompañado toda la vida.
Recuerdo que una tarde que lloviznaba y nos habíamos quedado todos los 8 dentro de la tienda, Leo nos empezó a contar como se había morreando algunas niñas.
El ambiente se fue caldeando con las preguntas que le íbamos haciendo y las cosas que Leo iba detallando, y seguro que exagerando, ante aquel público tan entregado.
En un momento de la sesión dijo que nos iba a explicar cómo besar a las niñas, cogió Santi por la barbilla, y como si fuera lo más normal del mundo, le empezó a besar labios primero y, poco a poco, le fue abriendo la boquita con su lengua que acabó por introducirle del todo ante el asombro de todos nosotros .
y la admirable y sensual pasividad de Santi que, dócil, se dejó morrear tan hondo como se pueda hacer.
No sé cómo vivieron el resto del grupo aquello, pero a mí me causó un impacto que hasta ahora mismo me produce una intensa excitación.
A partir de ese día, con alguna excusa o sin ella, ante nosotros o medio a escondidas, vi como Leo paseaba su lengua por la dulce boquita de Santi.
Era tan excitante observar como con cualquier excusa Leo le abrazaba como si se tratase de una lucha hasta qe acababan en el suelo donde los manoseos de Leo no olvidaban ninguna de las partes más sabrosas del lindo Santi.
Se revolvían por el suelo siemre con la mínima resistencia de Santi que enseguida quedaba debajo del cuerpo de Leo que le bloqueaba con sus manos y brazos, con su boca a milímetros de la suya mientras les iba presionando su sexo claramente abultado sobre el culito o el pubis de Santi.
Yo estaba completamente empalmado y al principio no me mastrubaba porque todavía ni sabia, pero hacia el final del campamento, después de las lecciones de Leo, yo, y creo que muchos de los otros, ya nos hacíamos pajas.
En aquella época ninguno de nosotros tenía otra cosa que pantalones cortos, muy cortos.
Recuerdo muy bien como me había gustado desde el principio sorprender alguno de los tiernos y suaves testículos de Santi asomarse por pernera del pantalón.
Era una visión que me excitaba y que me alentava a colocarme los lugares desde donde pudiera tener tan edificante visión.
Leo iba mucho más lejos, como es natural, y aprovechaba muchas de las ocasiones en que estábamos sentados con las piernas abiertas para meterle la mano por pernera a Santi y cogerle uno de esos bellísimo testículos que nos la enseñaba entre sonrisas y risas.
No recuerdo que le sacara nunca el sexo, pero los testiculos de Santi nos los mostró unas cuantas veces.
Aquella imagen me excitaba sobremanera y ya comencé a mastrubarme cuando estaba solo con el simple recuerdo de los dedos de Leo urgando en las cortas perneras de Santi hasta llegar a sus dorados huevecitos.
Había unas letrinas en el centro del campamento, pero habitualmente hacíamos nuestras necesidades directamente en el bosque, entre los pinos.
Como Leo siempre llevaba Santi con él yo estaba obsesionado en ver que hacían, porque yo pensaba que cuando estaban apartados le tocaba el sexo también a Santi y quizás se mastrubaban.
Aunque los intenté espiar solo unas cuantas veces conseguí sorprenderles, pero esas ocasiones han dejado unos recuerdos imborrables.
En una de las ocasiones en que les seguí hasta detrás de unos matorrales vi como después de mear los dos con los pantalones y los calzoncillos por las rodillas, Leo se ponia de cara a Santi y comenzaba a tocarse el pene hasta ponerselo completamente erecto.
Luego le cogía la mano a Sani para que se lo tocase y él mismo le masajeaba con cierta rudeza el pequeño y tierno miembro de Santi.
Los tocamientos no cesaron hasta que Leo cogió por encima la mano que Santi tenía sobre su pene y aceleró la masrubación hasta que eyaculo en abundancia y, para mi gran sorpresa, delante mismo de Santi.
Esa escena me sacudió y motivó de tal manera que viví el resto de los días del campamento pendiente de volverles a ver en acción.
La siguiente ocasión fué muy similar, pero està vez les veía mucho mejor y pude observar con detalle como le agarraba Leo las nalguitas blanquísimas de Santi que estrujaba mientras éste le mastrubaba.
Yo también me mastrubé aunque no llegué a euacular.
Esta vez la leche de Leo quedó en parte en la mano y las botas de Santi.
Las manos se las limpió sobre la hojarasca, pero las gotas que le cayeron sobre el zapato todavía las pude ver claramente a partir de aquella tarde.
Por las noches, en la montaña, a pesar de ser verano, hacía bastante frío y todos nosotros habíamos llevado los rudimentarios sacos de dormir de la época.
Leo no había llevado nada y aunque le habían dejado una manta los mandos del campamento, desde las primeras noches dormía dentro del saco de Santi.
Yo dormía al lado de ellos y para mí eran una tortura los minutos antes de dormirme oyéndolos restregarse y hablar entre ellos en voz baja.
Notaba por los movimientos como Leo se marturbaba mientras tenía abrazado a Santi.
Yo intentaba dilatar el máxmo las mis pupilas para ver algo de lo que suponía que estaban haciendo, pero sólo podía contemplar en la madrugada como solían despertarse medio abrazados y con unas buenas erecciones matinales.
Extrañamente, ninguno de los otros del grupo ni comentábamos entre nosotros ni hacíamos otra cosa que hacer de observadores atentos, pero pasivos, de aquella sensual relación.
No sé cómo les debía afectar todo lo que vimos durante aquellos días, pero a mí me ha dejado todo un mundo de excitantes sensaciones junto con una secreta pesadumbre por no haber sido yo el elegido por Leo o por no haber podido nunca besar ni tocar las intimidades del sensual Santi.
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