Arroyo Escondido
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por cutepyan.
Esta historia real tuvo lugar cuando yo tenía 10 años, actualmente tengo 25. Para escribir este relato tuve que recurrir a mi primo Rodrigo por dos motivos, para pedirle permiso a narrarla y para que me ayude a recordar ciertos detalles que se me pudieran haber olvidado. Rodrigo no tuve el menor drama para ambos pedidos, y espero que les guste esta historia.
Mi nombre es Nelson, y como dije en el párrafo anterior, tengo 25 años. Soy de estatura promedio, 1,77mts, 77kg, de buen físico, piel bronceada, y cabello rizado un poco arrubiado. Soy bisexual, disfruto del sexo con mujeres, aunque tengo que reconocer que también me fascina hacerlo con hombres. He decidido narrar minuciosamente el evento que en mi opinión definió mi sexualidad y la de Rodrigo, mi primo.
Mi familia y yo vivimos en la capital, sin embargo, siempre hemos tenido parientes del lado de mi padre que viven en el interior, por lo que solíamos ir con bastante frecuencia a visitarlos. Recuerdo que un verano -en el mes de enero-, hace 15 años, fuimos a la granja de un tío a pasar toda una semana de vacaciones, la misma dista unos 200km de la capital, en un hermoso lugar que tiene mucha vegetación, cerros, y arroyos que los cruzan. Mi tío Ricardo –hombre bastante acaudalado y orgulloso- y su familia vivía allí, y mi primo favorito, Rodrigo (único hijo de esos tíos míos), que era un año mayor a mí, es decir que en aquel entonces tenía unos 11 años. Rodrigo había ido a pasar las vacaciones de invierno anteriores (en julio) a mi casa en la capital, y la pasamos muy bien, jugando al fútbol, yendo al cine, y al parque durante el día, pero especialmente, masturbándonos nuestras pequeñas pijas viendo las revistas pornográficas de mi padre durante la noche, pues dormíamos en la misma habitación. Rodrigo me había dicho que un compañero de primaria le había mostrado cómo el pene se alargaba y ponía tieso al sobarlo. Incluso, Rodrigo y yo nos habíamos hecho pajas recíprocas, lo que nos permitió descubrir que era mucho más placentero cuando una mano que no es la propia le acaricia la pija a uno.
En ese verano en cuestión, el clima no podía estar mejor: soleado y muy caluroso, por lo que al día siguiente de haber llegado a la granja de tío Ricardo, decidimos ir a un arroyo cercano para nadar y juguetear en sus aguas, de tal manera a aplacar el tremendo calor de 38 grados que hacía. Como mis padres prefirieron quedarse a charlar con mis tíos en la granja, y yo no tengo hermanos mayores, decidieron que sería mejor que nos vayamos con una persona mayor, quien pudiera cuidarnos, pues si bien el arroyo no era muy caudaloso, sí tenía partes ondas. Es así como llamaron a Mario, uno de los peones, quien en ese momento tenía unos 19 años. El verano anterior que yo había ido a la granja, él aun no trabajaba en la misma, según recordaba, por lo que no lo conocía. Tío Ricardo comentó q mis padres que Mario era un chico muy responsable y trabajador, quien había venido hace unos 8 meses de un pueblecillo cercano a trabajar para ayudar a su familia compuesta por sus padres y sus tres hermanos menores. El padre de Mario era peón en una estancia de un amigo de Tío Ricardo, por lo que tenían total confianza en Mario, además había resultado ser un formidable niñero de Rodrigo, y que incluso lo había enseñado a nadar muy bien. Fue entonces que Mario apareció y despertó en mi algo que había estado durmiendo dentro mío, la admiración por un hombre y el deseo sexual. Claro, a esa edad probablemente lo expresé con una mirada fija en aquel muchacho, que era un chico alto, de físico musculoso y fibroso forjado por el trabajo, piel tostada bajo las largas horas de jornada bajo el sol, ojos marrones claros, y unos dientes perfectos que parecían perlas. Poseía unas cejas muy tupidas que casi se unían por encima de la nariz y unas piernas gruesas y duras, producto de las cabalgatas diarias y los partidos de fútbol con los otros trabajadores de la granja. Él no era ningún “muñequito” de cara, sino que era un verdadero macho atractivo, por el que cualquier chica hubiese abierto las piernas.
-Mario, llévales a Nelson y Rodrigo a pasear y nadar al arroyo,- dijo mi tío Ricardo, con su característica voz de mando que nunca dejaba dudas de su autoridad.
-Como no patrón,- respondió Mario, secándose el sudor de la frente con el pañuelo que llevaba alrededor del cuello – les llevaré a Arroyo Escondido, está cerca de aquí, como a veinte minutos a caballo, el agua está buena en esta época del año, señor- agregó Mario, medio informando, medio pidiendo permiso a tío, quien simplemente se limitó a asentir con la cabeza sin mirarle siquiera, para luego continuar conversando con mis padres.
Seguidamente, Mario fue a traer a su caballo, Trueno, de un color marrón muy brillante y bien fornido, al que Mario manejaba con mucha experiencia y autoridad. Aún recuerdo la imagen de Mario al ensillar a Trueno, nos dio la espalda y se escupió las manos para luego tomar la silla de montar. Entonces pude ver su fabulosa constitución física, bien ancho de hombros, lo cuales se notaban perfectamente, a pesar de la remera que llevaba puesta. Además, sus nalgas fuertes, redondeadas, y varoniles, que parecías dos pequeños melones bajo el desteñido vaquero. Juntos, Mario y su caballo Trueno parecían la representación de la misma idea, el semental, uno en versión animal, y el otro, en humana. Mario notó que yo había mirado con suma atención el gran pene de Trueno, por lo que sonrió y me guiñó el ojo, algo que yo sólo respondí con una sonrisa cómplice. Como yo era el menor, Mario me ayudó a subirme primero sobre el tremendo animal, luego él hizo lo mismo quedándose detrás mío, y finalmente alzó a Nelson con su formidable fuerza como si se tratase un muñeco de juguete y lo colocó detrás suyo
–Tendrás que sujetarte bien fuerte de mi cintura si no quieres caer, -le dijo a Rodrigo-, y tú, Nelson, agárrate bien de la silla de montar, mira que el viaje está lleno de saltos, pero no tengas miedo, sólo agárrate fuerte- agregó, mirándome y guiñándome de nuevo, al tiempo que agarró mis manos en las de él y las apretó contra el asidero de la silla, al tiempo que las mismas se perdían en esa masa de músculos de sus manos.
Recuerdo sus piernas fuertes a cada lado del caballo, sus jeans ajustados, y una cintura y abdomen como tabla de fregar ropas de tan fuertes que eran. Una sensación hermosa era la de cabalgar sintiendo a semejante tipo detrás de mío, y con el vaivén de cada paso del caballo podía sentir el enorme bulto de sus entrepiernas rozando mis nalguitas. Mientras nos íbamos a Arroyo Escondido, Mario nos contaba historias de cómo él había encontrado una víbora y la había matado con un machete, y cómo en otra ocasión se encontró cara a cara con un puma, al cual también había matado, y también cómo había enseñado a nadar a su hermano Gustavo, de 15 años y Martín, de 12.
Conforme cabalgábamos, sentí que las manos de Rodrigo, las cuales habían estado originalmente en la cintura de Mario, se bajaron hasta posicionarse sobre el bulto de su vaquero, hecho que me llamó mucho la atención, y del que fácilmente me di cuenta, pues al mismo tiempo, las manos de Rodrigo rozaban mis nalgas. Muy discretamente, me di vuelta para comprobarlo, y efectivamente puede ver que las manitos de mi primito estaban acariciando el feroz paquete de Mario, detalle que no escapó a la atención de Mario, quien simplemente me dio una sonrisa y un guiño al alzar mi mirada a él, y luego dijo –
El patroncito me ha contado que son compañeros de juegos allá en la capital – a lo que simplemente sonreí. En ese momento, las manos gruesas y fuertes de Mario se posaron sobre mis piernitas y me dijo –no tengas miedo Nelson, que no caerás, no tengas miedo al caballo, que cuando termine el día, serás un experto en cabalgata – y soltó una risa, al tiempo de acariciarme mis huevos y mi pija, que para entonces estaba bien dura, y luego apretar su duro bulto por mi culito virgen tanto de roces, toqueteadas, y obviamente, penetraciones.
Luego de aproximadamente veinte minutos, llegamos a una elevación del terreno que tenía, cuesta abajo, una especie de valle cubierto de tupida vegetación al que teníamos que bajar, pues en su base corría Arroyo Escondido, -¡Agárrense bien chicos!- dijo Mario – ¡esto está bien empinado!- agregó, riéndose al unísono con Nelson, quien conocía bien el recorrido por lo que pude notar. Entonces comenzamos el camino cuesta abajo, lo que hacía que el caballo se mueva de un lado a otro, por lo que me fijé como garrapata a la silla de montar, y Mario rozaba su fuerte pecho y la cintura a mi espalda.
Luego de un minuto de cabalgata cuesta abajo, que pareció una experiencia de montaña rusa, nos encontramos en un lugar de lo más hermoso: árboles altos se encontraban en sus copas, formando una especie de techo que proyectaba su sombra sobre el suelo cubierto de una verde hierba. Era un alivio estar allí, pues luego de cabalgar en el fuerte sol, estábamos empapados en nuestro propio sudor, y la sombra fresca de ese lugar invitaba al descanso y al ocio.
Mario señaló luego a un claro como a treinta metros del bosquecillo, -allí lo tienes, Nelson, Arroyo Escondido- Era sencillamente hermoso, la corriente de agua era como de 15 metros de ancho, y corriente arriba, había una cascada natural como de cuatro metros. Me quedé mirando el arroyo desde el borde, totalmente embelesado, la cascada era magnífica, y había una escalera natural de piedras a uno de sus costados que alcanzaba la cima de la misma. En ese momento, me di vuelta y vi a Rodriguito y a Mario ¡ya totalmente desnudos! Se habían quitado la ropa cuando yo observaba el arroyo, y el espectáculo me dejó boquiabierto: mientras que a Rodrigo ya lo había visto desnudo (pija de unos pocos centímetros) en varias ocasiones en mi casa de la capital, e incluso nos habíamos masturbado mutuamente, nunca había visto desnudo a un chico de la edad de Mario.
Éste contaba con un físico increíble pero lo que más me llamo la atención fue las dimensiones de su pija no circuncidada, realmente enorme, tanto de larga como de gruesa, y unos huevos grandes y redondos bien fijos a la base, los cuales levantaban la pija y la hacía caer sobre ellos hacia el frente, dejándola colgar como péndulo. El vello se concentraba más bien sobre la pija, antes que en los huevos, lo que permitía ver tanto a la pija como a esos enormes huevos de macho en todo su esplendor. Inmediatamente al ver eso, me calenté tanto que sentí que mi rostro comenzaba a arder.
-Parece que tienes mucho calor Nelson – dijo Mario, con su sonrisa cómplice, al tiempo que se acariciaba un huevo y se estiraba la piel del mismo –que tal si nos damos un chapuzón? El último en tirarse es un maricón! – dijo y se tiró al agua, al tiempo que Rodrigo y yo también lo seguimos.
Ya en el agua jugamos a la lucha, Rodriguito y yo luchamos contra Mario, quien fácilmente nos tomaba a ambos en sus fuertes brazos y nos apretaba contra sí mismo como si fuésemos dos ovejitas. Al principio fui algo tímido con el contacto físico, pero luego, siguiendo el ejemplo de Rodriguito, empecé a pasar mis manos por las piernas y el abdomen de ese hermoso macho. En un momento dado, veo que Mario toma a Rodriguito por detrás y lo aprieta contra su entrepierna, y ambos empiezan una suerte de caricia, antes que de lucha, al tiempo que mi primo no intenta escapar sino mas bien empieza a frotarse su propia cola contra Mario. Luego, al erguirse ambos, vi que la pija de Rodrigo estaba totalmente erecta, ¡pero también la de Mario! ¡Qué espectáculo tan maravilloso! Bien larga, gruesa como mi antebrazo de niño de 10 años, bien venosa, y con la cabeza hermosamente rosada y brillante. La misma, a pesar de su grosor, apuntaba al cielo y tenían unos hermosos huevos, más grandes y redondos que nunca.
Creo que es hora de mostrarle a Nelson nuestro escondite secreto…- dijo Mario -pero sólo si juras no decírselo a nadie, ¿lo juras? -me preguntó.
Sí…- fue todo lo que atiné a decir, pues me parecía increíble lo que estaba viendo, no podía retirar la mirada de la fenomenal masculinidad de Mario.
Entonces Mario primeramente tomó sus ropas y la de Rodrigo, que estaban en la orilla, y luego se dirigió hacia a las gradas de piedra que estaban al costado derecho de la cascada, y lo seguimos Rodriguito y yo. Al llegar a un lugar determinado, pude ver que había una especie de abertura al costado de la cascada, en el lecho mismo del arroyo, la cual estaba cubierta las tupidas ramas de frondoso árbol. Era la entrada a una especie de cueva natural de bastante amplitud, la que estaba iluminada por la luz que ingresaba por entre el follaje, pero que de todas maneras no era suficiente para distinguir sus detalles internos. Mario habrá visto el temor en mi rostro de ingresar a ese lugar obscuro, pues tomándome del brazo me dijo:
– No tengas miedo, Rodrigo y yo ya hemos venido muchas veces aquí, es nuestro escondite secreto para jugar – y luego me estiró suavemente hacia dentro de la cueva.
Debido a que la entrada no era muy ancha (o tal vez a propósito) rozó su gruesa verga semierecta contra mi costado, erizándome la piel inmediatamente – nos vamos a divertir a lo grande, te lo puedo asegurar – agregó, al tiempo que rozó y apretó mis nalguitas, las cuales cabían perfectamente en una sola de sus enormes manos.
Una vez dentro de aquella hoquedad natural, mis ojos tardaron un poco a acostumbrarse a la poca luz, pero pude notar que Nelson pasó a Mario una cajita de fósforos, con los que éste último encendió un par de velas. Entonces, con la nueva luz, pude distinguir que en el suelo había signos que indicaban que la cueva había sido visitada con cierta frecuencia: una manta extendida, que servía como una cama, un rollo a medio usar de papel higiénico, y dos o tres revistas pornográficas al lado de la manta. Incluso, las mismas velas que Mario había encendido estaban bien consumidas, habiendo dejado su cera sobre las rocas donde las habían fijado. Aquel lugar era el escondite perfecto, pues a pesar del calor extremo de esa tarde veraniega, el agua del arroyo, que corría sobre el la roca que hacía de techo de la cueva, refrigeraba la cueva muy agradablemente.
Entonces Mario, en todo amistoso pero diligente, nos dijo que nos sentemos sobre la manta junto a él, y apoyemos la espalda contra la pared de roca maciza. Una vez acomodados a cada uno de sus lados, tomó del suelo una de las revistas porno y la comenzó a hojear, y admiraba las hermosas tetas, y las nalgas carnosas de las mujeres, al tiempo que observamos que su hermosa y gruesa pija se ponía más dura aún. No pude evitar una risita traviesa al ver eso, lo que fue secundado por Rodriguito.
Seguidamente, Mario posó sus brazos sobre nuestros hombros, nos jaló para si mismo, y comenzó a acariciarnos a la vez, mientras los tres miramos en la revista cómo una mujer tomaba una verga entre sus manos, para luego llevarla a la boca. Entonces, tomó una de nuestras manos y las llevó al mismo tiempo a su dura maza de carne de macho. Yo la sujetaba desde la base, y Rodriguito puso su mano sobre la mía, y aún así, había suficiente verga para una o dos más de nuestras manos. Aun recuerdo que a mis 10 años recién cumplidos, me parecía fascinante poder sentir ese cilindro de lujuria palpitante en nuestras manos, las cuales no podían cerrarse por completo a su alrededor, y que un nuchacho como Mario nos enseñe cosas tan nuevas y placenteras. La verdad es que tanto Rodrigo como yo sabíamos muy bien qué hacer, por lo que Mario no necesitó decirnos absolutamente nada para que comencemos el movimiento “de arriba abajo” lo que causó le causó gran placer, pues sus caricias fueron más intensas, y bajaron de mi espalda a mis nalguitas, sobándolas con mucha pasión, lo que despertó en mi una nueva sensación de placer que no había tenido antes.
Seguidamente, Mario, apoyando la mano en la nuca de Rodrigo, lo estiró para si, besándolo en los labios. Veía cómo esos labios carnosos devoraban los de mi primito, y su boca era horadada por la lengua roja, mojada y carnosa de Mario. Entonces Mario escupió saliva en ambas manos, y las dirigió a nuestros penes erectos, haciéndonos una paja simultánea. Seguidamente, Mario me miró y preguntó -¿Ya has besado a alguien en la boca? ¿Quieres ver qué se siente? – y sin esperar respuesta, también me acerco a él, dándome mi primer beso, ¡que por cierto también era el primer beso “con lengua” que daba! Cerré mis ojos, sentía que la lengua de Mario llegaba hasta mi garganta, para luego sentir sus dientes mordisquear mis labios. Bebía su deliciosa saliva, y sentía su aliento de macho caliente en todo mi rostro. Luego abrí mis ojos para sólo sorprenderme más. Rodrigo ya estaba mamando la pija de Mario, tal como la mujer de la revista: la succionada fuertemente, a juzgar por los hoyos formados en sus cachetes, e intentaba meterla lo más que podía en la boca, ayudado por la presión que Mario ejercía sobre su cabeza y sus suaves pero firmes embistes de cadera que hacía -Dale patroncito, chupe bien que le voy a dar leche para que crezca- decía entre gemidos de placer que eran interrumpidos por las arcadas de Rodriguito -¿Y tú Nelson no ayudarás a tu primo? Hay suficiente verga para ambos aquí…- al tiempo de guiarme a su pene. Yo nunca había hecho algo semejante, en un principio dudé un poco, pensé que era asqueroso, pero al ver a mi primo disfrutar tanto, simplemente empecé a lamer los huevos y el tronco de ese pene. Rodrigo y yo estábamos chupando verga como si nuestras vidas dependiesen de eso, veía cómo él se metía un huevo en la boca y mordisqueaba suavemente la piel, Mario ya lo había entrenado bastante bien, y en varias sesiones.
– Te voy a enseñar Nelson cómo aquí nos divertimos si no hay mujeres- dijo Mario, irguiéndose y poniendo a Rodrigo sobre su espalda, para luego levantarle las piernas y enterrar su lengua, grande, roja y mojada, en el ano de mi primo, quien empezó a gemir y respirar más rápidamente, ante las lamidas y fuertes succiones de la experta boca de Mario. Pero éste no era nada egoísta, pues también de tanto en tanto se ocupaba de la pequeña pija erecta y los huevitos de Nelson, engulléndolos por completo en su caliente boca, hasta hacerlos desaparecer por completo. Mario estaba transformado, ya no era el sumiso peón dispuesto a seguir todas las órdenes que se le daba, sino un dominante macho calentón con un solo objetivo, la lujuria, la satisfacción sexual.
Luego de una buena sesión de lamida de culo, Mario empezó a meter un dedo dentro de culito de mi primito, quien no puedo evitar un pequeño grito al tiempo de tomar la mano de Mario e intentar quitarla. Pero era un esfuerzo inútil, pues Mario escupió más saliva y de un solo movimiento metió todo el dedo en el ano de Rodrigo, el cual ya se empezaba a dilatar para recibir otro dedo. Así, y con movimientos expertos, Mario logró meter tres de sus gruesos dedos en Rodrigo, el cual ya gemía como una perra en celo.
– Eso mi patroncito, eso…- decía Mario, mientras horadaba a Rodrigo para luego meter por completo su carnosa lengua en la caverna ya dilataba de éste. De un solo movimiento, Mario puso de espaldas a Rodrigo, haciéndole doblar una de sus piernas, mientras la otra permanecía derecha. Luego, puso un cobertor bajo la cadera de mi primito, dando un escupitajo final a su ano. Yo no tenía idea de lo que vendría, pues me parecía imposible que esa verga de al menos 19 centímetros de largo y 5 de ancho pudiese caber en el culo de Rodrigo, pero Mario ya tenía bastante experiencia y mi primo también. Suavemente, Mario se acostó sobre él, apoyando la gran cabeza de su verga en el hoyito de Rodrigo, y empezó a presionar, lenta, pero firmemente. El esfínter de Rodrigo comenzó a ceder ante el gran invasor, pero al pasar la línea del glande por el mismo y recibir en cuerpo del pene que era bastante más grueso, Rodrigo pegó un grito de dolor que me paralizó.
Entonces Mario empezó a acariciar la cabeza y espalda de Rodrigo e hizo una pausa en su penetración, y esperó que su esfínter se acostumbrara a su gran pene, y le susurraba al oído cosas como – Ya patroncito, relájese, al principio nomás le duele un poco, pero luego me pedirá más y más verga como siempre, ¿sí?- Rodrigo asentía con la cabeza, al tiempo que derramaba lágrimas de dolor. Mario seguidamente rodeó fuertemente sus brazos alrededor de la cadera de Rodrigo y juntó las manos en los genitales de éste, para darle una paja que lo hiciera resistir más el trance por el que estaba pasando.
Después de unos instantes, Mario continuó enterrando más y más verga en el culo de Rodrigo, hasta que finalmente sólo se veían sus dos grandes huevos, del tamaño de una manzana grande, llegar y presionar contra las nalguitas de mi primo. Rodrigo estaba ensartado, totalmente empalado, e irremediablemente atravesado por aquel joven semental que le había enseñado, y me estaba enseñando a mi, los placeres milenarios del sexo entre hombres. Su joven y grande verga ocupaba totalmente la cavidad rectal de Rodrigo, quien sentía que la punta del pene de su cogedor llegaba hasta su estómago. Ahora, varios años después, pienso que era como retroceder miles de años en el tiempo, cuando los hombres en las cavernas tomaban a cualquiera con un culo que coger cuando la calentura apuraba.
Pero esto sólo fue el principio, porque luego de un minuto o dos, vi que las hermosas nalgas fuertes de macho de Mario, se relajaban lentamente, para luego contraerse de nuevo. Había empezado el vaivén de la penetración, al tiempo que Rodrigo lanzaba el aire contenido en sus pulmones con cada embestida, y yo me pajeaba furiosamente ante tal espectáculo. La cadera de Mario se movía con tal gracia y fuerza, dejando el tronco de su cuerpo totalmente inmóvil, en cual se sostenía por sus musculosos brazos, posados en el piso de la cueva. Su cadera penetraba, daba círculos alrededor del culo de Rodrigo, para luego penetrar más y más.
Cuando Mario se aseguró que Rodrigo ya se había acostumbrado a su pene, y que había comenzado a sentir placer nuevamente, aumentó el ritmo y la fuerza de sus embestidas, las que sonaban con un constante ¡plaf, plaf, plaf!, producto del choque de sus grandes huevos contra el culito abierto de Rodrigo, el cual había sido lubricado con mucha saliva.
Desde mi lugar podía ver con total asombro y fascinación como todo la gruesa verga de Mario salía casi por completo, hasta la línea del glande, para luego enterrarse hasta los huevos en las nalguitas redonditas de Rodrigo, quien para este entonces gemía por el enorme placer de sentirse cogido por ese hermoso macho. Era imposible que nadie escuchase nada desde afuera, pues además de estar en un lugar muy apartado de toda población humana, los gritos, gemidos y jadeos eran apagados por el agua de la cascada que caía a unos metros de nosotros. Mario penetraba sin ninguna piedad a su “patroncito”, quien permanecía totalmente pasivo, entregado a su cogedor.
Pero Mario todavía no estaba cerca de eyacular, por lo que colocó a Rodrigo nuevamente sobre su espalda y le separó bien las piernas. Entonces, mirándome a mi, que estaba detrás de ellos, dijo con gran satisfacción y orgullo – Mira Nelson cómo le he dejado el culo al patroncito – y señaló el gran hoyo que había penetrado hasta segundos atrás – creo que él está listo para su inseminación jeje – y volvió enterrar, de un solo golpe, toda su pija. Esta vez Mario buscaba el orgasmo, mediante penetraciones profundas, rápidas, y fuertes.
Abrazó a Rodrigo, y el vaivén de su cadera y abdomen masturbaban el pequeño pene de aquel, que se retorcía del placer, con los ojos en blanco, ignorando por completo mi presencia. Rodrigo empezó a gritar de placer y de dolor, pero Mario lo acalló dándole el más profundo de los besos. Rodrigo era salvajemente penetrado, cogido, sodomizado, clavado, y con cada fenomenal embiste se volvía irremediable e irreversiblemente puto, mil y una veces puto, maricón, trolo, y adicto a la pija.
Entonces, Rodrigo lanzó un grito de placer, que más bien sonó como un alarido, al tiempo que Mario jadeaba y aumentaba el ritmo de sus embistes y decía – Goce, goce patroncito, que para servirle a usted estoy…- y luego con un embiste más fuerte y profundo que los demás, Mario se detuvo, presionando al máximo sus huevos, los cuales se tensaron y se elevaron un poco más, como tomando vida propia, comenzando una serie de espasmos que inundaban de leche la cavidad rectal de mi primito. Como la verga de Mario ya ocupaba toda ese espacio, la leche empezó a salir por el costado del esfínter de Rodrigo y cayó sobre la manta, agregando una mancha más a las muchas que ya tenía. Yo mismo entonces, tuve un orgasmo fenomenal, y vi como por primera vez me salía del pene una especie de saliva pegajosa y casi transparente.
Mario descansaba todo el peso de su cuerpo sobre Rodrigo, quien lo abrazaba en agradecimiento por la grandiosa cogida que le acababa de dar. Luego de unos minutos de silencio, el olor a semen inundó la cueva, al tiempo que Mario se erguía y retiraba la enorme mazorca babeando del ferozmente abierto culo de Rodrigo, el cual devolvía lentamente la leche que había recibido.
Mario, entonces, se volvió a percatar de mi presencia, y girando, con su gran verga aún dura y babeante de su propio semen y los jugos rectales de Rodrigo, me dio una sonrisa traviesa y dijo:
– No es bueno que tú te vayas sin recibir también tu dosis de pinga …
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