Atento
Este es mi primer relato. Es una obra de ficción cuyo único objetivo es entretener al lector. Cualquier relación con la realidad es mera coincidencia. Seguiré subiendo más historias dentro de poco..
Me desperté cuando los rayos del sol entraban por la ventana y proyectaban un rectángulo de luz perfecto en la puerta blanca del placard. Me quedé observando las pelusas que flotaban en la resolana como partículas pequeñas. A mis pies se levantaba el espejo de la pared, como una columna, y me reflejaba la plantilla de los pies y una parte de la cara. Mi pija estaba dura. Creaba una carpa en mi short de dormir azul. Me la toqué tan sólo un poco. Reaccionó enseguida, como un latido.
Me pasé la mano por el pecho. Estaba un poco más gordito que antes. Me había puesto como meta ganar un poco más de masa muscular para poder seguir creciendo con el entrenamiento. Era un cuerpo de transición, pero me sentía cómodo en él.
Dejé que la mano izquierda acariciara los pezones y mi abdomen. Podía sentir el cosquilleo inútil de los pelos diminutos que me cubrían algunas partes del pecho y la panza. La mano derecha amasaba la poronga con movimientos lentos. Me saqué el short y lo tiré cerca de la puerta.
Mi pija no es la gran cosa. Pero, en ese momento, en la duermevela, mientras la sentía endurecerse más y latir en mi mano, me pareció que era más gorda de lo normal y un tanto más larga. Comencé a masturbarme de a poco. El prepucio bajaba y subía. No me importaba sentir una parte de la piel atrapada entre mis dedos. Sentía los bordes de la cabeza debajo, el glande suave y mullido. Mi mano izquierda bajó y me masajeé los huevos.
Cerré los ojos y pensé en Fabián. En cómo solíamos pajearnos juntos cuando éramos chicos. Los ronquidos de mamá y papá se intercalaban y llegaban a nuestra habitación por el pasillo. Nosotros dormíamos en una cucheta. Por la noche, cuando los muebles y las paredes se teñían de un azul oscuro, escuchaba la madera rechinar y la sentía moverse. Fabián bajaba por el costado y se metía en mi cama.
Correte un poco, me decía. Haceme lugar.
Yo lo esperaba con el pito un poco endurecido.
Sacate, sacate, susurraba y tiraba del elástico de mi calzoncillo, pero siempre terminaba sacándomelo él solo.
Cuando agarraba mi pito entre las manos, yo sentía los dedos helados que empuñaban el tronquito y gemía.
Uy, se te pone re duro a vos, me decía en voz baja.
Nadie hubiera pensado que él era el más joven. En ese entonces, teníamos diez y doce años. A él le gustaba pajearme porque a mí ya me salía la leche. Se entretenía mirando como brotaba el líquido blanco y espeso de la punta de mi pito.
Una de esas noches que más me gusta recordar es la noche en la que mientras me masturbaba sentí que se la había metido en la boca. Me agarró un escalofrío terrible que me caminó como un hormigueo por todo el cuerpo. Los labios de Fabián subían y bajaban. Cada tanto, me raspaba con algún diente y era medio torpe con la lengua. Pero en ese momento, me sentí en las nubes. Me acuerdo que empuñé con las manos el cubrecama y me aguanté las ganas de gritar. Sentí un temblor en todo el cuerpo y una sensación similar a la de elevarme, mientras le llenaba la boca de lechita caliente a mi hermano.
Habían pasado veinte años, y el suceso seguía calentándome igual. Él nunca más mencionó esas noches. Se había casado y hacía cinco años había nacido mi sobrino, Patricio. Les había costado horrores encontrar un departamento en venta, hasta que finalmente encontraron este. Me llamaban para que hiciera de niñero a veces, cuando tenían que viajar a visitar por trabajo.
Abrí de nuevo los ojos. En el blanco del techo me pareció ver una mancha circular y amarillenta. Pasé mi dedo por la cabeza de mi pija y sentí el líquido preseminal que cubría todo el glande como una capa de saliva. Levanté la cabeza de nuevo. En el borde de mi poronga destellaban unas burbujitas diminutas. Mis pies estirados con los dedos crispados. Y al lado, la puerta abierta, y los ojos de Patricio que me miraban.
No me sobresalté. No dejé de masturbarme. Le sostuve la mirada. Tenía los ojos de mi hermano. El pelo lacio más largo que hace unos meses atrás le cubría la frente. Lo único que llevaba puesto era su calzoncillo de supermán. Tenía una mano en el pomo de la puerta y con la otra se tocaba el pito mientras me miraba. Abrí las piernas y dejé que viera mis huevos y mi verga. Mi culo gordo de macho, lleno de pelos. Con la mano que tenía libre, estiré una nalga y le mostré mi agujero. Patricio miraba con los ojos muy abiertos. Yo me masturbaba más rápido. El tronco de mi pija se endureció más. Y, ante la mirada atónita de mi sobrino, lancé unos chorros de leche mientras gemía con gritos de guerra. Patricio salió corriendo mientras se reía a carcajadas, y yo cerré los ojos, dejé caer mis brazos en el colchón y me dormí.
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