Atreyu, el chaval del videoclub
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por hector.richvoldsen.
Corrían los principios de los años 90, y aquello de Internet era algo que sonaba todavía a ciencia ficción.
Ahora toda la información de la humanidad está al alcance de unos pocos clics, pero en mi infancia y buena parte de la adolescencia, en lugar de escribir “Wikipedia” en Google, teníamos que ir a la biblioteca pública para consultar aquellos enormes y polvorientos tomos de enciclopedia.
Y ya de porno ni hablamos, claro.
Con doce años, mis amigos y yo hacía tiempo que habíamos descubierto las pajas, y nos teníamos que buscar las mañas para encontrar material.
Nada de buscar “porno” o “sexo” en Google y bucear entre millones de páginas dedicadas a lo mismo, había que hacer verdaderas proezas para ver aunque fuera una sola teta.
Habíamos intentado todo: rebuscar en los contenedores junto al kiosco del pueblo en busca de revistas porno pasadas de fecha, colarnos por la puerta de emergencia del cine cuando ponían alguna película con desnudos, intercambiar bragas usadas de nuestras hermanas mayores… Pero casi siempre la cosa acababa mal: o no encontrábamos nada interesante o nos pillaban con las manos en la masa y nos caía, con suerte, solo una buena bronca.
Seguíamos dándole a la mente en busca de nuevas opciones cuando una tarde mi amigo Javier y yo fuimos al videoclub a devolver unas películas en VHS que habían alquilado sus padres.
Habíamos entrado alguna que otra vez allí, pero dado que ninguno de los dos teníamos videoconsola y la que tenían de exposición estaba apagada el 90% del tiempo, aquello era una pérdida de tiempo.
Sin embargo, aquel día cuando entramos, resultó que el dueño había salido a hacer algún recado, pero había olvidado de cerrar con llave la puerta y dejar el correspondiente cartel escrito a mano de “Vuelvo en 5 minutos”.
Entramos sin saber que estábamos totalmente solos, y cuando nos percatamos de ello, le dije a Javier que dejara las películas en el mostrador y nos fuéramos.
Había un pequeño problema: por aquel entonces todo el sistema era completamente manual, se apuntaba en una libreta el nombre de la película, el de la persona que lo alquilaba, y los días que había pagado.
Al ser un pueblo pequeño y no tener tampoco demasiadas películas en el inventario no habría demasiados problemas, pero nosotros sí teníamos uno: no podíamos dejar las películas allí sin más.
Sin nada mejor que hacer, nos pusimos a dar vueltas por los pasillos llenos de cajas vacías, haciendo tiempo.
-¡Eh, Javier, mira! –Dije a voz en grito, llamando a mi amigo que había tirado por otro de los pasillos.
-¿Qué has visto? ¡Hostia! El pasillo de las porno.
Como el resto de cajas del videoclub, ninguna tenía dentro la cinta, pero las carátulas estaban allí, ante nuestros ojos.
La mayoría de las portadas no eran demasiado explícitas, si acaso alguna teta pero la mayoría estaban censuradas.
En cambio las contraportadas… Aquello era otro nivel.
Aunque en algunas continuaban los pezones y las pollas tapadas por estrellas y cuadrados de todo tipo de colores y formas, casi todas las que íbamos girando contenían fotos de escenas totalmente explicitas: mamadas, penetraciones, corridas… Claro, para dos críos que aún mandaban a dormir cuando salían los dos rombos en la tele, aquello era todo un descubrimiento.
Miré de reojo a Javier y efectivamente: estaba tan empalmado como yo.
¡Como para no estarlo! Sus pantalones cortos montaban una carpa en la parte delantera que no dejaba lugar a dudas.
Yo recuerdo que llevaba un pantalón vaquero y sentía que iba a estallar en cualquier momento.
En esas estábamos cuando sentimos la puerta de la calle.
Dejamos las películas lo mejor colocadas que pudimos y huimos discretamente de ese pasillo, volviendo al mostrador dando un rodeo para no levantar sospechas.
-Ah, no os había oído entrar…
-No, señor Ramón, llevamos aquí un rato.
Hemos entrado y al ver que no había nadie estábamos dando una vuelta, para ver si había llegado Regreso al Futuro III, pero no la hemos visto.
-No, todavía no está para alquilar… Hasta Navidades no creo que la tengamos.
Ya avisaré a tu padre cuando nos llegue, pero todavía queda, si acaba de salir en el cine…
Aquella tarde nos fuimos, pero a partir de entonces convertimos las visitas al videoclub en una de nuestras rutinas cuando no había nada mejor que hacer.
Le comentamos el descubrimiento al resto de la pandilla y estudiamos la mejor forma de poder inspeccionar aquellas cintas sin ser descubiertos.
A cargo del videoclub estaba casi siempre Don Ramón, pero los sábados por la tarde dejaba encargado a un sobrino suyo.
Tendría unos 16 o 17 años y todo el mundo le llamaba Atreyu, pues llevaba el pelo largo como el protagonista de La Historia Interminable y se daba cierto aire, aunque ya tuviera algo de pelusilla en el bigote.
Descubrimos que era bastante fácil de distraer, pues era un apasionado del cine de ciencia ficción y de aventuras.
Uno de nosotros se iba al mostrador a preguntar si sabía cuando iban a recibir esta o aquella película y mientras Atreyu se ponía a divagar sobre otras pelis similares, el resto se iba directo al pasillo de las porno a ver las fotos de las caratulas.
Los más osados nos atrevimos alguna vez a cascárnosla allí mismo, sin sacárnosla siquiera del pantalón, pero lo habitual era que nos fuésemos de allí al descampado de detrás de la ermita y nos pajeáramos recordando aquellas escenas tan explícitas.
Quedaban un par de semanas para que empezaran las clases cuando Javier y yo aprovechamos una tarde de sábado para ir al videoclub.
Eran cerca de las 8 y media, el resto de la pandilla o estaba con sus padres en la playa o se habían ido ya para casa a cenar.
El videoclub estaría tan desierto como de costumbre a esas horas, pues quedaba media hora para el cierre.
Según llegamos, Atreyu estaba a punto de cerrar.
-Hola chavales, ¿vais a alquilar algo?
-No sé, mi padre me ha dicho que dé una vuelta y si veo algo interesante se lo lleve.
-Bien, pasad.
Oye… tengo que pediros un favor.
Iba a cerrar un rato antes porque tengo que hacer un recado urgente, pero si os quedáis vosotros al tanto, vengo en media hora y cierro, ¿vale? Si viene alguien a devolver se la cogéis y le apuntáis el nombre, y si viene a alquilar algo le decís que no la tenemos y que vuelva la semana que viene.
Así mi tío no se entera de que he cerrado tan pronto, que ya sabéis como es.
-Vale, pero con una condición.
–Dijo Javier, muy convencido.
-¿Cuál?
-¿Nos enciendes la Mega Drive?
-¡Claro que sí! Pero no digáis nada de esto a mi tío, ¿vale?
-Hecho.
–Dije yo.
-En el mostrador tengo una bolsa de Ruffles a medias, si os entra hambre coged.
Nos estaba saliendo el plan perfecto, Javier propuso que uno de nosotros se quedara en la consola, que quedaba muy cerca de la entrada y así vigilar, mientras el otro se iba a nuestro pasillo favorito e irnos turnando.
Así lo hicimos.
Perdí a los chinos y me tocó empezar con la consola, que tenía puesto el Streets of Rage.
Cuando ya iba por la cuarta pantalla decidí acercarme a ver qué hacía Javier.
Aunque ya me hacía una idea de lo que estaría haciendo, estaba entreteniéndose demasiado y no me iba a dar tiempo a mí.
Como esperaba, me lo encontré con las bermudas por los tobillos, con la carátula de una película en la mano izquierda y la polla en la derecha.
-¿Qué haces? Vuelve a la consola, que ya casi estoy.
-Joder, llevas casi veinte minutos y a mí no me va a dar tiempo a nada.
-¿Qué dices de veinte minutos? Si no habrán pasado ni diez…
-Mira.
–Dije señalándole mi reluciente Casio F-91W.
–Son las 20:47, y Atreyu se ha ido a las 20:29.
Al final nos va a pillar por tu culpa.
-Si me estás hablando tardo más.
Pilla una peli tú también y vete empezando, en cuanto acabe me voy a vigilar.
Aunque era algo arriesgado, pues el videoclub estaba abierto y podría entrar algún cliente, no me lo pensé dos veces.
Busqué mi favorita, “Colegialas Calientes” creo recordar que se llamaba.
En la portada una chica en uniforme chupaba con lascivia una piruleta roja, y en la contraportada la piruleta era sustituida por pollas de todos los tamaños y colores.
Imaginé que una de aquellas era la mía y me puse a pajearme.
Miré de reojo a Javier, que seguía a lo suyo, y al ver que le miraba me sonrió con complicidad.
Instantes después, su sonrisa se convirtió en una mueca de espanto, y al girarme, supongo que mi expresión cambió del mismo modo.
Al final del pasillo estaba Atreyu, con la misma cara de sorprendido que nosotros.
-Chavales, ¿qué cojones estáis haciendo?
Estaba tan petrificado que aunque mi cabeza me decía que me subiera el pantalón y saliera de allí corriendo para no parar nunca, mi cuerpo no reaccionaba.
Tampoco Javier parecía reaccionar.
-Tíos… Cortaos un poco, que os puede pillar cualquiera… Menos mal que he sido yo, llega a ser mi tío y os corre de aquí a escobazos.
O algún cliente… ¿Por qué no me habéis dicho nada? Os podía haber dejado la llave del cuartito de detrás del mostrador, que ahí no os ve nadie… Anda, levantad de ahí, que como venga alguien y os vea con las pollas en la mano se va a pensar que somos los tres maricones…
Javier y yo obedecimos como autómatas, sin saber qué decir ni qué hacer.
Por un lado supongo que estábamos esperando una buena bronca, que Atreyu nos dijera que no volviéramos a pisar por allí y que todo quedara en una vergonzosa anécdota de la que no volver a acordarse.
Pero la reacción comprensiva de Atreyu nos dejó fuera de juego.
-Esperad aquí, voy a cerrar la puerta.
Nos miramos sin saber muy bien qué tramaba Atreyu.
¿Iba a reñirnos después de todo? ¿Iba a llamar su tío para contarle lo que había pasado? ¿A nuestros padres? Yo me temía lo peor…
-Al principio yo también me hacía pajas viendo las caratulas de las pornos de mi tío.
–Continuó Atreyu desde la puerta.
–Pero luego acabé descubriendo donde las guarda y están mucho mejor que las fotos de las carátulas, la verdad.
¿Queréis que os ponga una?
Javier me dio un codazo y me hizo señas para que dijéramos que sí.
Después de todo, nos habíamos quedado con la paja a medias y estábamos cachondos como monos.
-Vale.
–Respondí.
-Pasad por aquí, yo creo que entramos de sobra los tres.
Detrás del mostrador, tapada tras altas estanterías llenas de cintas VHS en cajas transparentes listas para ser alquiladas, había una puerta blanca que no quedaba a la vista desde el otro lado.
Había un pequeño cuarto con una antigua tele de tubo forrada en imitación de madera, un sillón desgastado, y varios reproductores de video Beta y VHS, probablemente destinados a rebobinar cintas y a comprobar que las novedades que iban llegando estaban en perfecto estado.
-¿Queréis ver alguna en concreto o me dejáis elegir a mí?
Nos encogimos de hombros, y Atreyu volvió al mostrador a por una de las suyas.
La metió en uno de los vídeos y se quedó de pie junto a la puerta.
-Oye… ¿Os importa si me quedo a verla con vosotros? El “recado” al que iba no ha salido todo lo bien que esperaba, así que parece que me va a tocar descargarme yo solo, como de costumbre…
A mí al menos no me parecía muy atractiva la idea, pero estábamos en deuda con el chaval, que no solo no nos había reñido por pajearnos en mitad del local de su tío, sino que encima nos acababa de poner la primera película porno que íbamos a ver en nuestras cortas vidas.
¿Cómo podíamos decirle que no, que preferíamos estar a solas? Y después de todo, estamos acostumbrados a hacernos pajas con compañía, era algo habitual en nuestra pandilla.
-Claro, es el local de tu tío, lo que tú quieras.
–Respondió Javier.
Atreyu cerró la puerta blanca y se quedó de pie, apoyado contra ella.
El sillón ya era bastante estrecho para Javier y para mí, y necesitábamos un mínimo de espacio para mover los brazos y no salpicar a nadie cuando llegara el momento.
La película aún estaba con la escena introductoria, pero Atreyu se fue desabrochando los vaqueros para tener todo a punto.
Echó mano de un rollo de papel de cocina que había sobre una de las estanterías y cortó un trozo.
-¿Soltáis leche ya? ¿Necesitáis papel para luego?
-Sí.
–Dijimos al unísono.
Nos acercó un par de trozos más y se quitó la camiseta; en aquel cuarto empezaba a hacer bastante calor.
La película comenzó a animarse, la enfermera que acababa de salir de la ducha llegaba a una habitación con un hombre de unos 40 y un chico de unos 20.
Comenzaba a revisar a los dos pacientes, que estaban desnudos bajo las sábanas, y al llegar a la polla del más joven, comenzaba a chupársela sin mediar palabra.
Aquello abría la veda: Javier se metió la mano en las bermudas y yo hice lo propio.
De reojo vi que Atreyu también se nos unía, aunque él sin ningún miramiento se desnudó del todo y comenzó a masturbarse abiertamente.
No pude evitar mirarle la polla, bastante más grande y peluda que las nuestras.
Él se percató de que estaba siendo observado, pero no dijo nada y siguió mirando la tele.
Ahora la enfermera había cambiado de paciente, y se la chupaba al hombre más mayor mientras el chico hurgaba bajo su bata blanca.
Un par de dedos entraron sin dificultad en su coño, cubierto por una gruesa mata de vello negro.
La enfermera dejó de chupar para centrarse en su propio placer, y para mi sorpresa, el hombre acercó su polla a los labios de su compañero de habitación.
Si ya estaba bastante impactado con ver todo aquello en movimiento, que aquella película tuviera escenas de ese tipo me dejó completamente desorientado.
Había alguna carátula en aquel pasillo en el que salían tíos follando entre ellos, pero siempre que encontrábamos alguna nos reíamos y la dejábamos donde estaba.
Aún así aquello era aún más extraño: por un lado el chico le metía dos dedos en el coño a una mujer, y por otro se la estaba chupando a otro hombre.
Atreyu nos miró, como queriendo ver nuestra reacción.
A priori nunca me había sentido atraído por ningún otro chico, y siempre me pajeaba pensando en tías, pero una vez metidos en situación, aquella película no me cortó para nada el rollo.
Seguí a lo mío como si aquello fuese lo más normal del mundo, y a mi lado Javier hizo exactamente lo mismo.
-¿No tenéis calor así? Poneos cómodos, chicos, que hay confianza, ¿o no? Además, así seguro que os vais manchar la ropa de lefa.
No os dé vergüenza, yo ya estoy en pelotas.
Sonaba convincente, pero a la vez… raro.
Aún así, no era cuestión de decir que no a nuestro anfitrión.
Me quité el pantalón y me subí un poco la camiseta y Javier se quedó totalmente desnudo, igual que estaba Atreyu.
Nuestras tres pollas apuntaban al falso techo de escayola de aquel almacén y el olor a sudor y a sexo empezaba a cargar el ambiente.
La película avanzaba: el chico dejó de chupar y se la metió a la enfermera, que a su vez continuó la mamada al otro paciente.
Los tres de la pantalla gemían ruidosamente, mientras los tres del cuartito trasero nos pajeábamos en silencio.
-Si no decís nada de esto, yo tampoco.
–Dijo Atreyu.
Pensé que se refería a lo de enseñarnos películas porno y pajearnos juntos, pero me equivocaba.
Se acercó a Javier, que era el que estaba más cerca de la puerta, se arrodilló frente a él y le quitó la mano con la que se estaba pajeando.
Nos miramos nerviosos, hasta que Atreyu se metió la polla de mi amigo en la boca y éste cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.
¿De verdad se la estaba chupando?
La película había pasado a un segundo plano, yo no quitaba los ojos de la polla de Javier.
Éste parecía estar como en trance, con la cabeza apoyada en el sofá y sacudiendo sus caderas de arriba abajo.
En pocos segundos, empezó a jadear y a moverse más deprisa, y de pronto un espeso goterón blanco se escapó de la boca de Atreyu y resbaló hasta el sillón.
El chico del videoclub siguió chupando unos instantes más, y finalmente escupió la corrida de mi amigo en una de las servilletas de papel que teníamos preparadas para limpiarnos.
-A ver si tú aguantas un poco más.
–Me dijo Atreyu mientras se acercaba a mi posición.
Como mi amigo, cerré los ojos y me desentendí de la película, en la que ahora habían cambiado las tornas y era el hombre mayor quien se follaba a la enfermera.
Al sentir aquel calor húmedo rodeando mi polla me estremecí.
La lengua de Atreyu acariciaba la punta, mientras sus labios subían y bajando a lo largo del tronco.
Es cierto que yo tampoco tenía ninguna experiencia y que probablemente cualquier mamada mal hecha me hubiera hecho terminar en pocos minutos, pero Atreyu sabía bien lo que hacía.
Ni mucho menos estaba improvisando, aquella no era la primera ni la segunda vez que se comía una polla.
No puede decirse que se estuviera recreando en lo que hacía, más bien pretendía hacer que me corriese lo antes posible.
Y así lo hizo antes siquiera de que terminara la escena de la película.
Ya apenas prestaba atención, pero allí seguían los tres: ahora el chico volvía a follarse a la enfermera, y mientras tanto, era follado por su compañero de habitación.
Cerré los ojos y me centré en mis sensaciones: estaba a punto.
Sin que pudiera remediarlo, me corrí en la boca del chaval del videoclub, que no pareció inmutarse al recibir los primeros chorros en su garganta y siguió chupando con energía.
-Parece que os ha gustado, ¿no? –Dijo tras escupir de nuevo en el papel de cocina.
Mi amigo y yo nos miramos sin saber qué decir: si decíamos que sí estábamos reconociendo abiertamente que éramos maricas, y si decíamos que no, lo mismo Atreyu se enfadaba y no nos la volvía a chupar.
Finalmente asentí de forma tímida, y Javier hizo un gesto similar.
-¿Os animáis a devolverme el favor? Yo todavía no me he corrido –Dijo Atreyu mirando a su erección, que había comenzado a supurar líquido preseminal.
Aquello ya sí que no pasaba por mis planes, no iba a chupar aquella polla ni por todo el oro del mundo.
Una cosa era dejar que me la chuparan a mí en un momento de calentón, y otra ponerme a hacerlo yo después de haberme corrido.
Estaba agradecido a Atreyu, sin duda, pero no tanto.
-Yo si quieres te hago una paja.
Chupártela no, que me da asco.
–Dijo Javier, para mi sorpresa y diría que también para la suya propia.
Atreyu valoró sus posibilidades durante unos segundos, debió de llegar a la conclusión de que era eso o nada, y aceptó.
Se sentó entre nosotros como buenamente pudo, pues el sillón no daba para mucho y se puso a ver la película, a la espera de que Javier diera el siguiente paso.
Así lo hizo, con ciertos reparos mi mejor amigo acercó su mano derecha a aquel rabo, que a nosotros entonces nos parecía enorme comparado con los nuestros y lo agarró sin mucha decisión.
Atreyu se estremeció y miró a Javier, tratando de impulsarle a seguir adelante.
Mi amigo bajó con cuidado el prepucio, y cuando se encontró algo de resistencia por parte del frenillo, volvió a subirlo lentamente.
Tras unas pocas sacudidas, empezó a acelerar el ritmo, cogiendo confianza a cada movimiento.
Yo había dejado de ver la película, pues los dos pacientes ya se habían corrido sobre la enfermera y ahora todo se resumía a una escena de otra enfermera masturbándose sin mucho entusiasmo en las duchas del vestuario del hospital.
Estaba absorto viendo a Javier pajear a Atreyu con cada vez más soltura, en principio parecía algo sencillo de hacer, era como cascársela a uno mismo.
Javier me miraba de reojo, y al cabo de un rato levantó la vista y me dirigió una mirada de esas que solo entienden los que llevan siendo amigos durante mucho tiempo.
Con ella me decía algo así como “tío, te toca a ti, tenemos que estar igual de implicados en esto para asegurarnos de que siga siendo un secreto”.
No me hacía ni pizca de gracia agarrarle aquella polla tan llena de pelos a aquel chaval de aspecto desaliñado, pero Javier tenía razón: teníamos que implicarnos por igual para asegurarnos que ninguno de los dos dijera nada.
Asentí discretamente con la cabeza y Javier se hizo a un lado.
Me armé de valor y sin pensarlo demasiado, rodeé con mi mano el tronco de aquella polla ajena.
Nunca había tocado ninguna, aparte de la mía, y me sorprendió su temperatura, parecía estar al rojo vivo.
Era gruesa, y las yemas de mis dedos apenas rozaban la yema del pulgar al sostenerla.
Estaba algo pegajosa por el líquido preseminal, y podía sentirla palpitar en mi mano.
Comencé a pajear a Atreyu tal como hacía habitualmente conmigo mismo, deslizando el prepucio arriba y abajo sin llegar a descubrir del todo el glande.
Para mí, el truco estaba en centrarse en el frenillo, apretar más fuerte en esa parte y subir y bajar mecánicamente incrementando el ritmo de forma gradual.
-Sigue así, eso me mola.
–Dijo de pronto Atreyu, que llevaba sin abrir la boca desde que habíamos empezado salvo para soltar algún gemido.
–Estoy casi a punto de correrme, probad a hacerlo los dos a la vez.
Javier me dirigió otra de sus miradas, esta vez de extrañeza.
Actué rápido: muchas veces cuando me la cascaba usaba mi mano izquierda para acariciarme los huevos.
Había descubierto que así me corría antes, y solía hacerlo cuando tenía prisa en acabar.
Agarré la mano de mi amigo y la puse suavemente sobre los peludos testículos de Atreyu.
Javier lo captó a la primera y empezó a jugar con ellos mientras yo retomaba la paja.
En menos de un minuto, un líquido espeso y caliente comenzó a chorrear por mi mano derecha.
Atreyu se estaba corriendo como un toro, soltaba largos trallazos blancos que se estrellaban en su pecho desnudo alternados con otros menos potentes que escurrían por mi mano, pringándome.
Hacía tiempo que Javier y yo habíamos empezado a corrernos, pero nunca habíamos visto tal cantidad de lefa junta.
Los años de desarrollo que nos llevaba por delante se notaban.
Me limpié rápidamente con el resto del papel que aún estaba sin usar, y Javier hizo lo mismo, pues también le había salpicado.
Atreyu en cambio no se movió, dejando que su corrida chorreara por su cuerpo hasta que se empezó a secar.
Parecía estar completamente agotado, como si hubiera perdido todas sus fuerzas.
Javier y yo nos sentamos de nuevo en el sofá, viendo la película sin prestar mucha atención pero sin atrevernos tampoco a hacer nada hasta que nuestro anfitrión lo hiciera.
Se me estaba empezando a poner dura de nuevo cuando Atreyu se levantó y puso a rebobinar la cinta mientras se vestía.
-Chicos, me tengo que ir a cenar.
¿Vais a alquilar algo al final? –Dijo con normalidad, como si aquello de chuparnos las pollas fuese tan común como jugar a la consola juntos.
-No.
–Dijo Javier.
–No he visto nada interesante para mi padre.
-Como quieras.
Oye, cuando queráis repetir esto no tenéis más que venir cuando no esté mi tío.
Hacemos como hoy, venís a la hora de cerrar y vemos juntos la porno que queráis, ¿os hace?
Por supuesto que nos hizo.
Javier y yo no dijimos ni una palabra del tema al resto de la pandilla, pero en secreto ansiábamos la llegada del sábado por la tarde para ir a ver a Atreyu.
Nos íbamos a casa con cualquier excusa y en realidad hacíamos una parada por el videoclub.
Había veces que me sentía mal, a mí no me gustaban los tíos y dejaba que Atreyu me la chupara, pero como suele decirse, en tiempos de guerra, cualquier agujero es trinchera…
El plan se repetía: Javier y yo llegábamos unos minutos antes del cierre, Atreyu nos dejaba elegir una película y cuando estábamos empalmados, nos la chupaba, primero a uno y después al otro.
Al acabar, mi amigo y yo nos alternábamos para pajearle hasta que se corría también.
Algún día repetíamos la secuencia; otros lo dejábamos ahí.
Aquello duró varios meses, hasta que mi amigo se echó novia y empezó a quedar con ella a solas.
Muchos sábados ponía excusas para no venir al videoclub, y yo no me atrevía a ir solo.
Con Javier delante aquello tenía un matiz distinto, éramos tres amigos viendo porno juntos, pero sin él… La cosa cambiaba.
Además Atreyu parecía cada vez menos satisfecho con chupárnosla a cambio de que le hiciéramos una paja entre los dos, y se ponía muy insistente con que le hiciéramos también una mamada.
Entre unas cosas y otras las visitas al videoclub se fueron espaciando, y a principios del invierno siguiente dejamos definitivamente de ir.
Al ser un pueblo pequeño nos solíamos cruzar con Atreyu, que nos invitaba a pasarnos por allí a ver alguna de las pelis nuevas que tenía, pero acabó por darse cuenta de que había dejado de interesarnos su oferta.
Era una putada quedarse sin la mamada semanal de Atreyu, y más teniendo en cuenta que las chicas de nuestra edad apenas dejaban tocarse el culo, pero no estábamos dispuestos a llegar más lejos con otro tío.
No puedo poner la mano en el fuego por mi amigo, pero en mi caso he de decir que fue la única vez en mi vida que he tenido un contacto sexual con alguien de mi mismo sexo.
No me arrepiento en absoluto, con esa edad aún estaba experimentando con mi sexualidad y que mejor manera de saber que algo no te gusta que probarlo directamente.
Hoy día tanto Javier como yo estamos felizmente casados, y Atreyu acabó heredando el videoclub de su tío.
Con la llegada de Internet y las películas piratas tuvo que cerrarlo y en el local que ocupaba hoy hay una frutería.
Al parecer el local sigue siendo de su propiedad, pero se marchó del pueblo hace años y apenas se le ve por aquí.
Pese a todo, guardo un buen recuerdo de aquellos días, y he de reconocer que pocas mujeres han sabido chupármela tan bien como lo hacía aquel chaval del videoclub.
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