AVENTURAS BARRIALES (EL NUEVO VECINO)
“¡Ah! ¡Qué lindo! ¡Cómo me gusta coger!” – Exclamó Gustavo, mientras me cogía, suave al principio y a buen ritmo, a medida que se incrementaba su excitación..
Hola a todxs.
(Sugiero leer mis relatos anteriores)
Los chicos que habitualmente manteníamos relaciones sexuales en el barrio, éramos más o menos siempre los mismos (Raúl, Roberto, Lucas, Adrián, Marcelo y yo), aunque, a veces, solía aparecer alguno nuevo, pero, en esos casos, solamente se trataba de “cogidas circunstanciales” y, en mi caso particular, si bien mi culo “era de todos en el ámbito barrial”, por aquel entonces era Lucas, quien más me gustaba, el número uno a la hora de las preferencias, pero eso fue solamente, hasta que llegó un vecino nuevo.
Por aquellos años, éramos pocos y todos nos conocíamos, por eso, enseguida nos enterábamos cuando alguien arribaba al barrio por primera vez y, en esta ocasión, se trató de una familia conformada por una mujer, la madre y sus tres hijos, Gustavo, el mayor, de aproximadamente unos 16 años de edad y dos niñas, de entre 9 y 11 años.
Rápidamente nos dimos cuenta que se trataba de una familia con ciertos hábitos promiscuos y ello tenía que ver con el hecho concreto de que la vida misma, no los había tratado muy bien; la mujer estaba separada de su última pareja (el padre de las dos niñas) y, del progenitor de su hijo mayor, desconocía absolutamente hasta su paradero.
Solían, no hablarse, sino gritarse e insultarse entre ellos y en forma permanente, pero ello tenía que ver, precisamente, con la descripción efectuada en el párrafo anterior y el trato, en general, resultaba hasta violento, para el resto del vecindario.
Obviamente, quien primero se acercó a nosotros (los chicos del barrio), fue Gustavo, quien demostró ser, además, muy bueno jugando al Fútbol, por lo que, rápidamente, fue integrado y, a pesar de ser él mayor que todos nosotros, no se notó tanto, a priori, esa diferencia.
Una noche, estábamos jugando a las escondidas (hoy en día, un juego por demás obsoleto, hasta para niños más chiquitos), con la particularidad de que, quienes se encondían conmigo, aprovechaban para tocarme el culo e inclusive, para darme una rápida “apoyada” por detrás y ello fue observado por Gustavo, quien, en principio, no hizo ningún comentario al respecto, pero se encargó de averiguar, en el entorno barrial (lo supe porque el resto de los chicos me lo hicieron saber), si ello había sido algo circunstancial o si, por el contrario, era normal, común y natural.
Una tarde, Lucas y yo estábamos besándonos y tocándonos, detrás de unos matorrales, cerca de la casa de Gustavo, pero ninguno de los dos reparó en que él nos estaba observando; yo, en mi habitual actitud y posición de pasividad y de sumisión total, mantenía los ojos cerrados mientras recibía, en mi boca, los dulces y tiernos besos de Lucas.
Mientras nos besábamos, Lucas me bajó el pantaloncito y el calzoncillo, para comenzar, de inmediato, a manosearme todo el culo e inclusive, me introdujo un par de sus dedos en mi ano; yo, en tanto, le acariciaba la entrepierna, por encima del pantalón.
Después de un buen rato, Lucas me hizo voltear, con el obvio propósito de penetrarme, así que yo me despojé de mis prendas de vestir, quedándome absolutamente desnudo y a merced de aquel chico que tanto, pero tanto me gustaba.
Lucas, salivó abundantemente en su mano, para lubricar, tanto su pija como mi culo e inmediatamente después, me penetró y con suma facilidad, para comenzar a cogerme; una embestida tras otra, hacía que el golpeteo de su pelvis sobre mis “carnosos cachetes”, era lo único que se oía en el ambiente, además de algún que otro jadeo y gemido de placer, hasta que, grito mediante, Lucas acabó dentro de mí, llenándome el culo con su tibio néctar.
“¿Me das otro beso?” – Le dije a Lucas, mientras me terminaba de vestir y mi pedido fue respondido, con un último y rico beso en mi boca, antes de partir, de aquel lugar, ambos con rumbos diferentes.
Al día siguiente, me crucé con Gustavo, en el mismo lugar en el cual había tenido en encuentro sexual con Lucas y éste, sin ningún tipo de preámbulos, me dijo:
“Ayer los vi. Lucas y vos se estuvieron besando acá y él después te cogió.”
No tenía ningún sentido negar aquello y, además, yo nunca solía hacerlo, si quienes me preguntaban algo así, eran los chicos del barrio, así que le respondí afirmativamente.
“¿Te gusta que te cojan? ¿Te dejás coger por otros chicos o solo por Lucas?” – Volvió a preguntarme.
“¡Sí! ¡Me gusta que me cojan! Me cogen casi todos acá en el barrio” – Le dije sin tapujos y agregué:
“Además, yo tengo el culo más lindo. A todos les gusta mi culo.”
“¿Me lo mostrás? ¿Me dejás que te lo mire?” – Me preguntó nuevamente Gustavo.
“¡Sí! ¡Miralo!” – Respondí, mientras me bajaba el diminuto, ajustado, ceñido y cavado pantaloncito corto y el calzoncillo.
“¡Ah! ¡Uy! ¡Qué culazo! ¡Qué pedazo de culo! ¡Qué hermoso! Nunca vi un culo así en un varón” – Exclamó Gustavo y agregó:
“¿Me dejás que te lo toque?”
Sin responder, crucé un par de miradas cómplices y una sonrisa pícara y socarrona, que, obviamente, era una respuesta afirmativa.
Gustavo comenzó a toquetearme y a manosearme todo el culo y mientras lo hacía, se deshacía en elogios y en halagos hacia “mi parte trasera”.
“¡Me gustaría cogerte! ¿Me dejás que te coja?” – Me preguntó:
“¡Sí! ¡Dale! ¡Cogeme!” – Respondí mientras me quitaba toda la ropa, quedándome totalmente desnudo.
Gustavo se bajó rápidamente su pantalón y su calzoncillo y me apoyó su verga aún fláccida, para empezar a moverse; a medida en que yo noté que su pija crecía y ponía bien dura, me agaché, ya que era esa la postura que hacía más fácil una penetración.
Intentó penetrarme “en seco”, pero no pudo, así que se ensalivó bien esa hermosa “poronga” e hizo lo propio con mi orificio anal; apoyó su glande a las puertas de mi culo, hasta que lo introdujo y de a poco, fue introduciéndome toda la verga, hasta tenerla, por completo, dentro de mí.
“¡Ah! ¡Qué lindo! ¡Cómo me gusta coger!” – Exclamó Gustavo, mientras me cogía, suave al principio y a buen ritmo, a medida que se incrementaba su excitación.
Estábamos de lo más absortos en esa cogida, que no reparamos en los alrededores y mucho menos aún, en que, la madre de Gustavo, nos sorprendió en pleno acto sexual.
“¿Qué estás haciendo, pendejo de mierda y la concha de tu madre?” – Le gritó la mujer a su hijo.
Rápidamente y un movimiento felino, me quité la pija de Gustavo y comencé a vestirme.
“¡No quiero tener kilombos en este barrio! ¡Ya nos tuvimos que mudar por culpa tuya! ¡Pelotudo! ¡Tarado!” – Le volvió a gritar y agregó:
“Recién llegamos y ya estás haciendo cagadas ¿Qué querés? ¿Qué nos tengamos que ir de acá también?”
“¡Pero si él se deja coger! ¡Le gusta que lo cojan! ¡Todos los chicos del barrio lo cogen!” – Exclamó Gustavo, mientras me señalaba con el dedo y yo no sabía qué decir ni qué hacer y solo atiné a terminar de vestirme.
“¡No me interesa si le gusta o no le gusta que lo cojan!” – Gritó nuevamente la madre y agregó:
“¡No quiero que lo vuelvas a coger acá, ni en ningún otro lado!” Y finalizó diciendo:
“¡Ni a él, ni a ningún otro y muchos menos a alguna chica del barrio!”
La mujer se calmó un instante y mirándome, nuevamente, dijo y para mi sorpresa y asombro:
“¡Si lo querés coger y él se deja, cógelo en la casa, en tu pieza, donde nadie pueda ver nada!”, para finalizar, diciendo, refiriéndose a su hijo.
“¡Vayan a jugar por ahí, pero sin hacer ninguna cagada! ¿Entendiste pendejo?”
Nos fuimos los dos de aquel lugar y en el trayecto, Gustavo me comentó que él había manoseado y toqueteado a una niña, en el barrio en donde vivían antes, razón por la cual se tuvieron que mudar.
“La pendejita era de lo más provocadora, pero después, empezaba a los gritos y te mandaba al frente, la muy hija de puta” – Dijo, masticando bronca y agregó:
“Además, yo no la cogí; fue otro chico el que la cogió; me acusaron a mí y nos hicieron ir del barrio.”, para finalizar diciendo:
“Otro día podemos ir a coger a mi casa, como dijo mi vieja”.
Yo lo quedé mirando como no creyendo en todo ello, pero como me gustaba tanto, pero tanto que los chicos me cogieran, no lo di por descartado, ni mucho menos; además, el hecho de coger sobre una cama, tal y como lo había hecho con Carlos, el hombre que me había penetrado por primera vez, el año anterior, me agradaba y vaya si me agradaba, sobre todo, porque mis últimas cogidas en el barrio, habían sido todas ellas, en obras en construcción o detrás de arbustos o matorrales.
Yo, generalmente, no tenía ningún tipo de inconvenientes, en contar en el barrio, acerca de mis actividades sexuales, pero algo dentro de mí, me decía que no debía decir nada de lo que había ocurrido, ese día, con Gustavo y su madre, así que nadie se enteró de aquella situación tan, pero tan particular.
No pasaron dos o tres días de aquel y Gustavo me dijo, sin ningún tipo de preámbulos, que fuera a su casa, para que cogiéramos en su habitación, ya que, según sus propios dichos, su madre no estaría en toda la tarde.
Una vez que llegamos a casa de Gustavo y luego de hacer un rápido paneo, me di cuenta de la forma de vida que llevaban allí, ya que había desorden, suciedad y desprolijidad por donde uno mirara, pero quise yo cerciorarme de que no hubiese nadie allí y le pregunté por sus hermanitas, diciéndome que, a esa hora, estaban las dos en la escuela.
La pieza de Gustavo era también un absoluto desorden, pero ello era lo que a mí menor me importaba, así que me senté sobre su cama (toda desecha) y, aguardando a que él entrase, escuché la voz de su madre (no me fue difícil, ya que todos ellos hablaban a gritos).
“Si lo querés coger, cogelo en la pieza, con la puerta cerrada y no quiere que nadie en el barrio se entere ¡Por favor! Asegurate de que él no le cuente nada a nadie”
Yo no lo podía creer; era la primera vez que se me presentaba una situación tan inusual y tan particular, pero bueno, yo estaba allí para otra cosa.
Gustavo entró a su habitación y cerró la puerta con llave, para inmediatamente desnudarse por completo; era realmente lindo, no tanto como Lucas, pero no estaba nada despreciable, así que yo también me desvestí por completo y me recosté sobre la cama.
El contraste, entre ambos, era notorio, ya que él era de piel morena, ajeada y descuidada, por falta de aseo personal, en cambio yo, de piel suave, tersa, aterciopelada, exageradamente blanca y super cuidada; ya, desnudos los dos, nos abrazamos y empezamos a besarnos en la boca; Gustavo era muy bueno en eso, se notaba que le gustaba besar y que sabía muy bien como hacerlo; suave, dulce y tiernamente al principio y fogosa y apasionadamente después.
Eran de esos “besos con mucho ruido” y mientras nos besábamos desaforadamente, yo ya había encontrado su entrepierna y estaba manoseándola por completo.
“¡Me gustan las minitas y vos sos como una minina!” – Exclamó Gustavo a agregó:
“¡Solo te falta tener concha, en lugar de pico y serías una minita hermosa” – Para finalizar preguntándome:
“¿No te enojás si te digo minita? ¿No te molesta? ¿No?”
“¡No! ¡Para nada!” – Exclamé a modo de respuesta.
“¡Ah! ¡Chupame un poco la pija! ¿La sabés chupar? ¿Te gusta chuparla?” – Volvió a preguntarme.
¿Gustarme? ¡Sí y mucho! ¿Saber? Ahí yo estaba muy flojito, pero igual me las arreglé, sobre todo, tratando de no “rasparle la verga con mis dientes”, por era ese mi gran problema en aquellos años.
Empecé a pasarle la lengua y a darle unos suaves besitos; le lamí los huevos y después ya sí, me la tragué por completo y comencé a chuparla, tal y como se debe hacerlo; entre “chupada y chupada”, levantaba la vista para ver el rostro y la expresión de Gustavo y, a juzgar por sus expresiones, le estaba gustando y mucho mis mamadas.
Aquello era realmente alucinante; estábamos cogiendo en la pieza de Gustavo, mientras su madre proseguía con los quehaceres del hogar y a sabiendas de que su hijo, estaba manteniendo relaciones sexuales, con un chiquito del barrio.
Después de chupar un buen rato, Gustavo me hizo poner a su lado, de costado, pero dándole mi espalda, obviamente para que él pudiese apoyarme por detrás, así que me “pegué” bien a él e inmediatamente sentí “su bulto” refregándose en toda la superficie de mi culazo.
Mientras Gustavo “me apoyaba” por detrás y se meneaba permanentemente, me besaba el cuello y me daba suaves “cuponcitos”, que a mí, me volvían loco, aunque inmediatamente y una fracción de segundo, en la que la razón pudo más que el deseo, recordé unas marcas en el cuello, que me había dejado Roberto, hacía ya un buen tiempo atrás y que me costó muchísimo disimularlas, para que no las descubrieran en mi casa, así que le pedí a Gustavo que, por favor, no me dejara marcas en el cuello.
Podrán suponer, lxs lectorxs, que todas esas reacciones, comentarios, etc., por parte de un niño de 9 años, resulta exagerado y muy poco creíble, pero, recuerden, que yo ya llevaba casi un año y medio, dejándome coger no solo por mis pares (chicos, adolescentes, etc.), sino también por hombres mayores.
Cuando la pija de Gustavo estaba en estado de erección total, dura y caliente, comenzó la penetración propiamente dicha, la cual, por la postura que teníamos, resultó bastante dificultosa, pero como dice el refrán popular “Lo que cuesta, vale” y sentir esa hermosa verga dentro de mí, fue algo simple y sencillamente espectacular.
La intención, a priori, de Gustavo, fue hacer durar aquello todo lo que más se pueda y entonces, comenzamos con el tema de las “posiciones en la cama” y créanme que pusimos en práctica varias de ellas, hasta que yo, preso de calentura y excitación, “mi cogedor” eyaculó abundantemente dentro de mí, llenándome todo el culo con su leche.
Mis últimas cogidas, como también cité en uno de los párrafos precedentes de este relato, habían sido en “obras en construcción”, detrás de “arbustos, matorrales, etc. y en lugares similares, por ende, “el polvo era uno solo” , pero en este caso, al estar los dos desnudos y en la cama, bastó otra “apoyada”, para la pija de Gustavo volviera a ponérsele como “piedra” y no solo una segunda, sino, inclusive, hasta una tercera vez, así que, en aquella ocasión, mi culo quedó completamente lleno de semen.
Después de semejante cogida, nos vestimos y salimos de la habitación de Gustavo; yo deseaba que su madre ya no estuviese en casa, porque si bien habíamos tenido su “autorización para coger”, la situación no sería del todo cómoda, pero, lejos de haberse ido, la mujer continuaba en la casa, así que, al verme, sonrió también pícara y socarronamente (tal y como solía hacerlo yo) y, con total y absoluta naturalidad, me dijo, llamándome por mi nombre (era la primera vez que lo hacía):
“¡Marquitos! ¡No le cuentes a nadie! ¡Que no se entere nadie! ¡Ni siquiera tus amiguitos! ¿Sabés Por qué? Somos nuevos, en el barrio y no queremos tener ningún tipo de problemas” – Y agregó:
“¡Si te gusta, podés venir cuando quieras para que Gustavo te coja!” – Para finalizar diciéndome, cuando yo ya estaba de espaldas y frente a la puerta de salida:
“¡Qué linda cola tenés, Marquitos! ¡Con razón a mi hijo le gustó tanto cogerte!”
Obviamente, aquella no fue la única vez que yo fui a casa de Gustavo, para que me cogiera en su pieza, pero lo que sí ocurrió y tal vez por primera ocasión en mi corta vida, fue que nunca comenté nada acerca de aquellos encuentros sexuales, pero ello, seguramente, será material de otro relato.
“¡Ah! ¡Casi me olvidaba!” Sandra, la hermana de Adrián, al fin tuvo sexo con Lucas (por alguna razón ello no me dio ningún tipo de celos, ya que fue ella misma quien me lo confesó, para yo después, constatarlo en el propio Lucas) y Roberto, quien hacía mucho rato quería cogerse a Sandra, comenzó a rondar la casa de Gustavo, porque sus hermanitas ya estaban bastante buenas y representaban mucha más edad de las que, en realidad, tenían.
Besos a todxs
Soy marcoscomodoro y mi correo es: [email protected]
Espero sus comentarios y valoraciones, pero sobre todo, que me escriban a mi E-Mail.
wow sigue contando tus relatos son muy buenos amigo …. 🙂 😉 🙂 😉
Muchas gracias. Escríbeme a mi correo, por favor. Besitos.
comos igue por favorrrrrrrrrrrrr
Gracias. Estoy preparando varios relatos sobre esa etapa de mi vida sexual. Paciencia, por favor. Besitos.