AVENTURAS BARRIALES (LA DESPEDIDA DE GUSTAVO – 2DA. PARTE)
“¡Ay, Marquitos! ¡Quiero tu culo! ¡Quiero disfrutar de ese culo, que ya no lo voy a tener más!”.
Hola todxs.
(Sugiero leer mis relatos anteriores).
Después de ese verdadero “revolcón” que nos habíamos dado con Gustavo, quedaban solamente menos de dos días para la mudanza, pero el sábado, las cosas no iban a resultar muy propicias para una buena cogida y mucho menos en la cama, ya que, la madre y las hermanas iban a estar en la casa durante todo el día, así que no quedaba más remedio que agudizar el ingenio.
Ya en casa de Gustavo, me puse a disposición para lo que hubiera que hacer, así que iba recibiendo las indicaciones de su madre, quien nos decía qué hacer, a donde poner cada una de las cosas que se embalaban, etc. ¡Ah! ¡Me olvidaba! ¿Cómo estaba vestido yo? ¿Adivinen? ¡Sí! ¡Como siempre! Con mi diminuto, ajustado, ceñido y muy cavado pantaloncito corto, color rojo, que, ante cada uno de mis movimientos, dejaba al aire libre parte de mis “carnosos cachetes”.
Se comentaba en el barrio, que las hermanastras de Gustavo, eran, a pesar de sus cortas edades (9 años, la menor y 11 años, la mayor), eran muy provocadoras, incitadores y bastante “ligeritas” y ello lo pude comprobar yo mismo, aquella tarde, ya que, constantemente, estuvieron haciéndome “caritas”, insinuaciones, etc., pero, por supuesto, toda mi atención estaba puesta en su “hermanastro mayor” y lo más gracioso fue que, como no obtuvieron lo que supuestamente buscaban, se dedicaron ambas a tocarme el culo, mientras sonreían pícara y socarronamente.
En un determinado momento, la madre mandó a las dos chicas a hacer una serie de compras y ello, rápidamente fue aprovechado.
“¡Ma! ¡Vamos a estar en la pieza, con Marcos!” – Gritó Gustavo, mientras nos dirigíamos raudamente a la habitación.
Sabíamos que no tendríamos mucho tiempo, así que Gustavo cerró la puerta con llave e inmediatamente nos subimos a la cama, previo desvestirnos por completo (fácil, para mí; solo el pantaloncito y las zapatillas, jajaja) y empezamos a besarnos en la boca, a toquetearnos y manosearnos, él, mi culo (mi super culazo) y yo, su entrepierna.
A mí, siempre me gustó y mucho “dejarme besar”, pero, a sabiendas de que, en muy poco tiempo, ya no tendría más ese chico tan “carilindo”, fui yo quien le comí la boca a besos.
“¡Ay, Marquitos! ¡Quiero tu culo! ¡Quiero disfrutar de ese culo, que ya no lo voy a tener más!” – Exclamó Gustavo y agregó:
“¿Me das el culo? ¿Me lo das para que te lo coja todo?”
¡Sí! ¡Tomá! ¡Acá lo tenés! ¡Cogelo! ¡Cogelo todo! ¿Te gusta mi culo? ¿Verdad que yo tengo el culo más lindo del mundo?” – Respondí mientras le ofrecía toda mi parte trasera.
Gustavo quería disfrutar de mi culo y vaya si comenzó a hacerlo, porque, cuando yo supuse que me iría a penetrar directamente, empezó a besar, a lamer, a manosear y a toquetear toda la superficie de esa maravilla de culo, que tenía ante sí e inclusive, en un momento, tal vez, de desesperación por gozar al máximo, me clavó los dientes; me mordió fuertemente, haciéndome gritar (al día siguiente, aún tenía los dientes de Gustavo, marcados en mi culo).
“¡Perdón, Marquitos! Pero este culazo me vuelve loco ¡Me lo quiero comer todo!” – Dijo Gustavo.
“¡Cogeme! ¡Meteme la pija! ¡Dale! ¡Cogeme antes que vengan tus hermanas!” – Respondí con la voz entrecortada.
Dicho y hecho, Gustavo se untó la verga con un lubricante, la apoyó a las puertas de mi rosado orificio anal y comenzó a penetrarme, lentamente, metiendo apenas la puntita, sacándola y volviéndola a meter (Algo que a mí me desesperaba. Lo hacía a propósito, el muy cretino), hasta que, al fin, me la metió bien adentro y empezó a cogerme, tal y como se debe hacer.
¿Qué se oía en la habitación? ¡Lo de siempre! El fuerte golpeteo de la pelvis de Gustavo, sobre mi carnoso y voluptuoso culo, más los jadeos y gemidos de placer, de gozo y de satisfacción sexual; los de él y los míos propios.
“¡Chicos! ¡Terminen ya, que están por volver las chicas!” – Dijo la madre de Gustavo, desde afuera y golpeando la puerta.
Por un momento, hasta me había abstraído de que, aquella buena mujer, ya sabía que estábamos cogiendo (mejor dicho, que su hijo estaba cogiéndome), porque que fue ella misma quien, el primer día, le había dicho a su hijo “que no me cogiera en la vía pública y que sí lo hiciera en la intimidad de su habitación, porque no quería tener problemas con el vecindario”.
No fue tan rápido, porque a Gustavo le llevó un buen tiempo acabar, haciéndolo, como siempre, adentro de mi culo (si yo hubiese sido mujer, habría tenido un sin número de embarazos, jajaja), llenándomelo con su delicioso y tibio “néctar”.
Salimos de la habitación y continuamos con las tareas propias de la futura mudanza, no sin antes, recibir yo, por parte de la madre de Gustavo, un cruce de miradas cómplices y de sonrisas pícaras y socarronas.
Al poco rato, llegaron las hermanastras de Gustavo, murmurando también y susurrando entre ellas, mientras nos miraban a su hermanastro y a mí (creo que intuían lo que había ocurrido).
Entre tanto, habíamos terminado de embalar prácticamente todo, pero quedaban algunas cosas aún y lo que no había ya, era cajas vacías, como para continuar el embalaje, así que yo le dije a la madre de Gustavo, que, en mi casa, teníamos esas “cajas vacías”, que podrían usarse y que si, ella estaba de acuerdo, iríamos, junto con Gustavo, a buscarlas; la señora me agradeció e inmediatamente partimos hacia esa búsqueda.
Mientras caminábamos hacia mi casa y como no podía ser de otra manera, Gustavo aprovechaba cada instante para tocarme el culo y yo, para hacer lo propio con su entrepierna, por supuesto siempre haciendo un paneo hacia los alrededores, para no ser observados por miradas indiscretas; mi buen vecino, se deshacía en elogios y en halagos hacia mi increíble, magnífico y superlativo culo, repitiendo, una y otra vez, lo mucho que lo iría a extrañar.
De regreso ya, con unas cuatro o cinco cajas de cartón, pasamos frente a una obra en construcción, de las tantas que, como ya escribí en varios relatos anteriores, abundaban y mucho en el barrio, por aquel entonces.
“¡Entremos acá! ¡Dale! ¡Así me cogés otro poco! ¿Querés?” – Le dije a Gustavo, sin necesitar respuesta alguna.
Ingresamos a la obra, dejamos las cajas de cartón en el suelo y nos ubicamos en un vértice, sobre las paredes del fondo (yo, siempre contra la pared, esa fue siempre mi ubicación, ya fuera para que me besen en la boca, para agacharme y chupar las pijas o para darme vuelta y poner el culo para que me penetren).
Nos abrazamos y empezamos a besarnos en la boca.
“¡Te voy a extrañar un montón!” – Susurró en mi oído, Gustavo, entre beso y beso, entre lengua y lengua, entre saliva y saliva.
“¡Yo también te voy a extrañar! ¡Porque te quiero!” – Le dije, confesándole, tal vez, que yo estaba enamorado de él.
“¡Sos tan lindo!” – Volví a decirle.
Aquel breve diálogo no hizo más que acrecentar esos deliciosos besos que nos estábamos dando; tal vez los dos nos habíamos enamorado sin darnos cuenta y no era solo cuestión de coger, simplemente, por más que ello era lo que más nos gustaba.
“¿Querés que te la chupe?” – Le pregunté, mientras le tocaba la entrepierna.
“¡Sí! ¡Dale! ¡Chupámela un ratito!” – Me respondió Gustavo, mientras se bajaba el pantalón y el calzoncillo.
Yo me agaché y comencé a besar, a lamer y a chupar, tanto la pija como los huevos de Gustavo, pero traté de hacerlo con suma dulzura y ternura; era como si, después de tantas y tan excitantes cogidas, quería “hacer el amor” y no solo coger.
Al cabo de unos segundos, Gustavo tenía su verga como piedra y bien caliente, por lo que intuí que era el momento propicio para entregarle el culo, ese culo que tanto le gustaba, que tanto quería y que, según sus propios dichos, tanto extrañaría.
Al no tener nada disponible, lo único que podríamos utilizar para lubricarnos, era nuestra propia saliva, así que Gustavo usó la suya para su pija y yo la mía, para mi hambriento culo.
Me di la vuelta, me agaché, arqueé la espalda hacia abajo y levanté bien toda mi parte trasera; aquel cuadro debió haber sido maravilloso y sublime, ya que, Gustavo, exclamó:
“¡Que hermoso culo! ¡Por favor!”
Después de toquetearme y de manosearme el culo por un buen rato, me metió la verga de una y bien metida, para empezar a cogerme a muy buen ritmo, haciéndome sentir, sentir y sentir.
Para quienes somos gay pasivos, ultra, hiper y super pasivos, tener la pija adentro del culo y sentirla adentro del culo, es la máxima expresión de gozo, de placer y de satisfacción sexual y no solo nada lo supera, sino que “nada lo iguala”, “nada se le acerca mínimamente a ello”.
¡Ah! ¡Oh! ¡Ah! ¡Oh! – Esas verdaderas exhalaciones de sumo y máximo placer, retumbaban y producían eco en el lugar; tanto las de Gustavo, por cogerme y las mías, por ser cogido.
¿Por qué, a un chiquito que todavía no cumplía los 10 añitos, ya le gustaba tanto, pero tanto que lo cojan? Yo no lo sabía ni me interesaba saberlo; nunca intenté, ni siquiera, buscar una respuesta, obtener una explicación; solo, simple y sencillamente, me gustaba ser cogido y vaya si me gustaba; lo disfrutaba al máximo y después de todo ¿Por qué dejar de hacer algo que me brindaba tanto placer, gozo y satisfacción sexual? ¡Lógica pura! ¿Verdad?
A todo esto, Gustavo seguía cogiéndome; yo ya estaba erguido, contra la pared y él bien pegado a mi cuerpo, con su verga bien adentro de mi culo y ahora sí, además de los gemidos y jadeos, se oía y muy fuertemente, el golpe de su pelvis contra mi culazo; ese soberbio culo que estaba siendo cogido como realmente se lo merecía.
Tal y como no podía ser de otra manera, Gustavo volvió a acabar adentro de mí, llenándome con su leche caliente; me quedé un rato parado, en el lugar, hasta que las últimas gotas de semen, dejaron de brotar desde adentro de mi culo y dejaron de chorrear por mis muslos, para luego, volver a vestirme con mi pantaloncito rojo.
Recogimos las cajas de cartón y cuando llegamos a casa de Gustavo, la madre preguntó:
“¿Por qué tardaron tanto?”
“¡No encontrábamos las cajas! Mi mamá las había guardado en otro lugar” – Respondí yo (ya me había vuelto un experto en inventar rápidamente excusas y pretextos).
La señora sonrió, nuevamente, como intuyendo que habíamos “hecho un alto en el camino y para coger, obviamente” y las hermanastras de Gustavo, murmuraban socarronamente mientras dirigían sus miradas hacia mí.
Rápidamente, guardamos todo dentro de las cajas; ya no quedaba prácticamente nada por embalar y ya estaba todo listo para la mudanza, pero ello recién sería al día siguiente y aún nos daba, a Gustavo y a mí, un margen como para un “último acto sexual”.
Me despedí de todos en la casa, recibiendo un saludo de agradecimiento, sobre todo por parte de la madre de Gustavo, quien me dijo desde la puerta:
“¡Dale las gracias a tu mamá! ¡Por las cajas de cartón!”
Camino a mi casa, me invadió una sensación muy extraña ¿Estaba yo, acaso, enamorado realmente de Gustavo?
Espero, ansioso, sus valoraciones y sus comentarios, pero, sobre todo, que me escriban a mi correo.
Soy marcoscomodoro y mi correo electrónico es: [email protected]
Besos a todxs.
Ricos relatos!!! Me encantan…