AVENTURAS BARRIALES (LA DESPEDIDA DE GUSTAVO – 3RA. PARTE)
“¡Oh! ¡Ah! ¡Ay, Marquitos! ¡Qué voy a hacer sin tu culo! ¡Nunca tuve un chico como vos! ¡Tan lindo y que le guste tanto que lo cojan!”.
Hola a todxs.
(Sugiero leer todos mis relatos anteriores)
El domingo me levanté bien temprano y después de desayunar, fui corriendo hasta la casa de Gustavo, pero al llegar, observé que estaba todo cerrado, persianas bajas y no se veía ningún tipo de movimiento, por lo que, en un primer momento, me invadió una cierta sensación de angustia, suponiendo que, a lo mejor, ya se habrían mudado, pero también pensé, para mis adentros “Estarán durmiendo aún” y por suerte, para mí, eso era precisamente lo que, en realidad, ocurrió, en definitiva.
A escasos metros de la casa, había unos arbustos, algo bajos, pero bastante frondosos, detrás de los cuales, se podía efectuar un paneo general, hacia los alrededores, pero sin ser observado, así que decidí quedarme por allí, a esperar algún tipo de movimiento de los convivientes y cuando ya estaba por volver a mi domicilio, vi que la puerta se abría y que Gustavo, salía hacia el patio, provocando, en mí, una amplia sonrisa.
Logré llamar su atención y Gustavo corrió hacia mí, para, inmediatamente, abrazarme y empezar a besarme, sin haber mediado palabra alguna; él traía puesto un pantalón largo y una camisa de mangas cortas y yo, para variar, un diminuto, ajustado, ceñido y muy cavado pantalón cortito, color crema (de lejos, parecía estar desnudo).
A medida que nuestros besos en la boca incrementaban su fogosidad, también lo hacía nuestro estado de excitación; toda era boca, labios, lengua, saliva; nuestras cabezas giraban de un lado hacia otro e inclusive se podía oír el sonido “cual ventosas”.
Entre tanto y sin dejar un solo instantes de besarnos casi con desesperación, nuestros cuerpos estaban literalmente “pegados”; Gustavo, abrazándome fuertemente por la cintura y yo, por ser mucho más bajo de estatura, rodeando su cuello con mis brazos, hasta que él bajo una de sus manos e introduciéndola en mi pantaloncito, empezó a tocarme el culo.
Si yo, con el solo hecho de vestirme por la mañana, con ese pantaloncito que, en ningún caso podía contener, en su totalidad, a mis “voluptuosos y carnosos cachetes”, ya me sentía excitado; si al pasar frente a un espejo, me quedaba obnubilado admirando mi propia parte trasera y si al salir a la calle así vestido (o desvestido), el percibir que todo el mundo miraba mi maravilloso culo, todo ello hacía que yo “explotara de calentura”, imagínense como me sentía en la situación descripta en el párrafo anterior.
Sin dejar un segundo de comernos las bocas a besos sin que Gustavo dejara un instante de manosearme el culo, yo comencé a desabrochar los botones de su camisa, para dar con su torso desnudo y sentir, en mi cuerpo, ese contacto con su piel y, a fin de no perder tiempo, después de conseguir aquello, empecé tocar su entrepierna.
Gustavo estaba excitado como pocas veces lo había visto, motivo por el cual, cuando yo suponía que me dejaría un instante, agarrarle, acariciarle y chuparle la pija, me dio vuelta intempestivamente y poniéndose de rodillas detrás de mí, comenzó a refregar su cara en mi culo; besaba y mordía mis glúteos, manoseándolo salvajemente y mientras lo hacía, volvía, una vez más, a deshacerse en elogios y en halagos para con ese pedazo de culo que, simple y sencillamente, lo alucinaba.
“Ya te lo dije mil veces, Marquitos, pero ¡Cómo me gusta tu culo! ¡Cómo podés tener semejante culo! ¡Es tan lindo! ¡Es hermoso!” – Exclamó Gustavo.
Yo estaba total y absolutamente entregado a él; lo único que quería en ese momento, era satisfacerlo; que me tome, que me posea, que me haga suyo cuántas veces y de la forma que lo desee y, por suerte para mí, así lo hizo.
“¡Quiero cogerte! ¡Quiero cogerte ese culo precioso que tenés! ¡Quiero metértela toda! ¿Me dejás que te coja?” – Exclamó Gustavo, mientras se bajaba el pantalón y el calzoncillo.
“¡Si! ¡Sí mi amor! ¡Cogeme! ¡Cogeme como a mí me gusta!” – Le dije ofreciéndole mi precioso culo.
“¡Ay! ¡Sí! ¡Ah! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ah! ¡Sí! ¿Te gusta?” – Exhaló Gustavo.
“¡Ay! ¡Sí! ¡Me encanta! – Susurré, entre gemidos y jadeos de placer.
Coger parado es lindo, es excitante, pero cansa y vaya si cansa, así que, después de cogerme un buen rato, Gustavo me dejó su pija adentro y me dijo:
“¡Ah! ¡Mové el culo! ¡Yo me quedo quieto y vos mové el culo!”
Empecé a hacer círculos con el culo y la verdad es que me encantó; fue como si yo le estuviese cogiendo su pija con mi culo.
“¡Oh! ¡Ah! ¡Ay, Marquitos! ¡Qué voy a hacer sin tu culo! ¡Nunca tuve un chico como vos! ¡Tan lindo y que le guste tanto que lo cojan!” – Volvió a exclamar Gustavo.
Todas esas confesiones mutuas, no hicieron más que subir al máximo la excitación de ambos, pero sobre todo la de Gustavo, quien ya no pudo contenerse más y acabó, abundantemente, llenándome el culo con su leche caliente.
“¡Qué hermosa cogida!” – Pensé yo para mis adentros y agregué, de la misma manera “¡Y aún falta la tarde!”
Ya repuestos de semejante “acto sexual”, nos vestimos nuevamente y, como ya se veía movimiento en la casa de Gustavo, fuimos hacia allí.
“¡Hola Marcos! ¿Dónde estaban?” – Me preguntó la madre.
“¡Hola doña! ¡Buen día!” – La cortesía siempre al principio.
“¡Dimos una vuelta por el barrio, para que Gustavo se despida de los chicos!” – Le dije, obteniendo como respuesta, un cruce de miradas cómplices y una sonrisa pícara y socarrona, como si la mujer pretendiera decirme, con ese gesto, “Estuvieron cogiendo” y no solo eso, sino que, las hermanastras, también murmuraron entre ellas, entre sonrisitas.
Ya era cerca del medio día y se venía la hora del almuerzo, así que yo me despedí de todos y me fui a mi casa, prometiendo volver durante la tarde.
Obviamente y, como no podía ser de otra manera, en mi casa me hice propaganda solo y les comenté a todos, cuánto les ayudé a los vecinos, con el tema de la mudanza, diciendo, además, que los iría nuevamente a ayudar, ya con los últimos detalles.
Después del almuerzo en familia (algo también sagrado, por aquellos años), volví a la casa de Gustavo y, esta vez, para mi mala suerte, el camión de la empresa de mudanzas ya estaba allí y en plena carga; encima, como ellos no tenían muchos muebles, ni cosas para llevar, un solo viaje, iría a bastar y ya no volvería a ver a mi buen amigo.
Una vez dentro de la casa y luego de los saludos de rigor, empecé a ayudar con la carga del camión, algo que, además, concluyó muy rápidamente.
Ya todo estaba listo, la casa había quedado vacía y yo hice una última recorrida por las instalaciones, sobre todo, por la habitación de Gustavo, lo que me causó una sensación de congoja, al ver que ya no estaba allí, la cama, en donde habíamos cogido tanto y tan lindo.
Todo estaba dado ya para la despedida final, pero, un desperfecto en el camión, hizo que “me volviera el alma al cuerpo”.
“¡Es la batería, señora! ¡Vamos a buscar el arrancador y ya volvemos! ¡Solo será un par de horas de demora!” – Dijo el chofer del camión.
“¡Bien! ¡Voy a aprovechar para hacer una limpieza general y dejar la casa impecable!” – Dijo la madre de Gustavo y mirando a sus hijas, agregó:
“¡Ayúdenme, chicas!”
“¡Vamos hasta la canchita y ya venimos!” – Le dijo Gustavo a su madre.
“¡Bueno! ¡No tarden! ¡Miren que cuando vengan a poner en marcha el camión, ya nos vamos!” – Volvió a decir la señora.
“¿Canchita? ¡Qué canchita ni canchita! ¡Vamos a coger otra vez!” – Pensé para mis adentros y por suerte, compartí aquel pensamiento con Gustavo, ya que tomamos rumbo a “la canchita”, pero nos desviamos hacia una obra en construcción y una vez dentro, fuimos, como siempre hacíamos, hacia el fondo de las instalaciones.
No hacía falta decir palabra o hacer gesto alguno, así que rápidamente nos desvestimos y quedamos ambos total y completamente desnudos (solo con las zapatillas).
“¡Te amo Gustavo!” – Le dije mientras esperaba que me arrinconase contra la pared.
“Amor”. No lo sé; ni yo mismo, sabia muy bien qué era aquello, pero lo que sí sabía, era que esos encuentros sexuales con Gustavo, eran distintos a los que solía tener con el resto de los chicos del barrio, inclusive con Lucas, quien era el que más me gustaba de todos; había una atracción que yo, tan solo con nueve añitos (casi diez), no sabía cómo explicarla.
Después de mi confesión de amor, empezamos a besarnos, muy suave, tierna y dulcemente al principio y fogosa y frenéticamente, en la medida en la que iba subiendo nuestro estado de excitación.
Otra vez, un concierto de besos, bocas, labios, lenguas y saliva, pero encima de ello, con nuestros cuerpos desnudos, piel con piel; aquello era, simple y sencillamente alucinante, hermoso, maravilloso y sublime; más, no se podía pedir, para una despedida, que, momentos antes, ni siquiera había estado en nuestros planes.
Entre besos y cuerpos desnudos, las manos de Gustavo ya estaban toqueteando y manoseando todo mi super culazo (ciertamente y aunque parezca reiterativo, repetitivo e inclusive exagerado, tengo hacer hincapié, una y otra vez en ello, porque, realmente, mi culo, ya a esa edad, era algo insuperable) y yo hacía lo propio con su entrepierna, tocándole la pija y los huevos a la vez.
“¡Quiero chuparte la pija! ¿Me la dejás chupar? ¿Querés que te la chupe?” – Le dije y Gustavo asintió, con un leve movimiento de cabeza hacia adelante.
Yo me arrodillé y comencé a besar, a lamer, a acariciar, a tocar y a chupar esa hermosa verga. Era realmente muy malo, chupando pijas a esa edad, pero me gustaban tanto, pero tanto, que hacía mis mejores esfuerzos y ello terminó dando sus frutos, ya que, sin poder lograr contenerse, Gustavo acabó en mi boca, exhalando, jadeando y gimiendo de placer, me llenó con su leche caliente.
Era la primera vez que alguien acababa en mi boca y yo no sabía bien que debía hacer con el semen, si tomarlo, escupirlo; además, no quería hacer nada que incomodara a Gustavo, pero, por suerte, él estaba más atento que yo y me indicó como deshacerme del néctar (pocos años más tarde, ya sí, me lo tomaba y con sumo gusto).
Cómo seguir ahora; yo estaba acostumbrado a que los chicos, sobre todo Gustavo, acabara adentro de mi culo y como, además, ya sabía que, eyaculación mediante, se terminaba la cogida, mi culo se quedaría sin comer, pero no, porque él me hizo incorporar y dándome la vuelta, me apoyó su pija fláccida sobre mi culo y empezó a moverse, cual si me estuviera penetrando.
Ello surgió efecto, ya que, al poco rato, comencé a sentir como esa preciosa y deliciosa verga, empezó, otra vez, a crecer, detrás de mí.
“¡Ah! ¡Ay! ¡Se me paró de nuevo! ¡Ahora te la voy a meter y te cojo! ¿Querés?” – Dijo Gustavo.
“Querer” Vaya pregunta, quiero, imploro, deseo, necesito, me urge tener esa pija bien adentro de mi culo.
Me entró a la perfección; toda; bien adentro; una penetración magnífica y a disfrutar a más no poder.
Yo estaba entregado en forma total y absoluta; los brazos caídos y el cuerpo inerte; como mi hubiese desvanecido de placer, de gozo y de satisfacción sexual; estaba a merced de Gustavo; mi sumisión era completa; creo que, si ese instante, por ejemplo, hubiesen ingresado hombres al lugar y violaban, me golpeaban, me maltrataban, etc., hubiera sido igual; yo seguiría allí, como fuera de mí, como en otra dimensión.
Tal vez pueda parecer demasiado exagerado, pero es solo para ejemplificar mi estado mientras Gustavo no paraba un solo instante de cogerme; yo lo único que sentía era esa pija, dura y caliente, moviéndose furiosamente adentro de mi culo; había perdido por completo la sensación de tiempo, espacio, lugar, etc.; tranquilamente, me habría desvanecido de éxtasis y hubiese quedado allí, tendido.
Lo que me hizo reaccionar fueron los gritos y los alaridos de Gustavo, junto con sus gemidos y jadeos y su respiración entre cortada, producto del esfuerzo que estaba haciendo para poder eyacular nuevamente; me embestía cada vez con mayor fuerza y ahínco, hasta que, al fin, una descarga de semen, de ese néctar sublime, terminó, esta vez sí, llenándome el culo por completo.
Aquella no había sido una cogida más; fue algo que yo no había experimentado hasta ese momento, en mi corta, pero muy precoz vida sexual.
De nuevo con la ropa puesta y luego de recuperar hasta el aliento, le pedí a Gustavo un último beso en la boca, pero esta vez, un beso de amor, de profundo amor, a modo, tal vez, de despedida.
Cuando volvimos a la casa, ya estaba el camión de la mudanza en marcha y la familia lista para abandonar el barrio; así que la madre de Gustavo me dio un abrazo, un beso y dándome un par de palmadas en el culo, me dijo al oído:
“¡Sos un muy buen chico, Marquitos! ¡Y no tiene nada de malo, que te gusten los varones, si eso te hace feliz!”
Las hermanastras de Gustavo, también se acercaron a mí, para despedirse y la mayor, previo darme un pellizco en el culo y sonriendo, pícara y socarronamente, me dijo:
“¡Mi hermano te va a extrañar mucho! ¡No se si en el otro barrio, va a haber algún chico como vos! ¡No va a tener a quien coger”
“¡La gran puta! Tanto que la madre nos insistió para que no cogiéramos delante de las chicas y resulta que ellas, ya estaban enteradas de todo” – Pensé para mis adentros.
Una vez que se fue el camión de la mudanza y la familia, en el taxi, yo tomé rumbo hacia mi casa, con una mezcla de sensaciones, tales como ausencia, angustia, congoja; en fin, no sabía muy bien como explicar esos sentimientos dentro de mí y tan absorto estaba en mis propios pensamientos, que lo único que me hizo reaccionar, fue un fuerte mordisco en mi culo, que me provocó un gran alarido.
“¿Qué hacés boluda? ¡Me dejaste marcado el culo!” – Exclamé, mientras me miraba mi propio culo. Quien me dejó los dientes bien marcados en mi culo, fue nada más y nada menos, que mi amiga Sandra, la hermana de Adrián.
“¡La culpa es tuya! ¡Siempre andás con ese semejante culo al aire! ¡Tenés más culo que yo!” – Dijo Sandra, mientras me metía una buena mano en el culo.
“¿De donde venías, que ni siquiera me escuchaste cuando estaba atrás tuyo”? – Preguntó Sandra.
“¡De la casa de Gustavo! ¡Ya se mudaron! ¡Se fueron a vivir a otro barrio, porque les dieron casa propia!” – Respondí.
“¡Al fin se fueron!” – Volvió a decir Sandra.
“¿Porqué? ¿Te hicieron algo?” – Le pregunté:
“¡No! ¡A mí no! ¡Pero esas pendejitas (las hermanastras de Gustavo) eran bastante rapiditas!” – Dijo Sandra y agregó:
“La más chica andaba provocando a mi hermano y al resto de los chicos y la mayor estuvo besándose con Lucas y no se si no habrán cogido, también. ¡Bastante putitas, esas dos!”.
Venía “de celos, la cosa” – Volví a pensar para mis adentros.
Si bien, los días posteriores, siempre tenía yo la ilusión de que Gustavo, volviera al barrio, al menos para cogerme, aunque más no fuera un rato, ello nunca ocurrió y no solo eso, sino que perdí todo contacto con él y con el resto de su familia.
Tiempo después, me llegó el rumor de que Gustavo, había dejado embarazada a una chica, allí, en su nuevo barrio y ahí comprendí porqué su madre, se sentía tan a gusto con el hecho de que su hijo me cogiera y en su propia casa; a mí, nunca me dejaría “embarazado” y ello le daba cierto alivio a la mujer, quien ya de por sí, tenía la pesada carga de mantener, ella sola, a sus tres hijos.
Mis disculpas por lo extenso del relato, pero consideré necesario hacer hincapié en todos los detalles.
Soy marcoscomodoro y mi correo es: [email protected]
Espero sus comentarios y valoraciones, pero por sobre todo, que me escriban a mi correo electrónico. Respondo a todxs.
Besitos.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!