AVENTURAS BARRIALES (RÉCORD DE SEXO EN UNA JORNADA)
“¡Te cogí hoy a la mañana y te vuelvo a coger ahora!” – Volvió a exclamar Roberto, mientras me embestía con fuerza.
Hola a todxs
(Sugiero leer todos mis relatos anteriores)
Durante las temporadas de verano (enero y febrero aquí, al sur de la Argentina) y muy probablemente por el tipo de vestuario que solíamos utilizar (pantalones cortos, mallas de baño, etc.), los encuentros sexuales “entre los chicos del barrio”, se incrementaban notoriamente, pero ese día, en particular, creo que rompimos nuestro propio récord.
Después del desayuno en casa, salí a deambular por el barrio, vestido solamente con una diminuta, ajustada, ceñida y muy cavada “malla de baño” y, habiendo recorrido solo un par de cuadras (unos 200 metros aproximadamente), me crucé con Roberto, quien traía puesto un vestuario igual al mío, solo que un poco más holgado y luego del saludo de rigor, comenzamos a caminar sin un rumbo fijo.
“¡Cómo te gusta mostrar el culo, Marquitos!” – Exclamó Roberto, obviamente después observar mi parte trasera.
Yo solamente sonreí, pícara y socarronamente.
“¡También! ¡Con semejante culo!” – Volvió a decir, pero ya directamente manoseando mis “carnosos y aterciopelados cachetes”.
“¡No! ¡Acá no! ¡Nos ven de todos lados!” – Respondí ante el intenso toqueteo que estaba recibiendo en mi culo, no porque no me gustara ni mucho menos, pero sí, porque justo estábamos pasando por un lugar muy concurrido del barrio y era alta la probabilidad de ser observado por los vecinos.
“¿Querés que entremos acá?” – Preguntó Roberto, señalando una obra en construcción, que, por suerte, estaba sin la presencia de los albañiles, en ese preciso instante.
“¡Sí! ¡Dale!” – Respondí.
Ingresamos al lugar y rápidamente nos dirigimos hacia el fondo de la instalación, porque estaba muy bien resguardada de ocasionales miradas indiscretas; una vez allí, me quité mi malla de baño y le ofrecí mi culo desnudo a Roberto, quien, inmediatamente, empezó a toquetearme y a manosearme por completo.
De la misma manera en la que me gustaba muchísimo ser besado en la boca, sobre todo por Gustavo (el vecino nuevo), pero principalmente por Lucas, no era muy receptivo a los besos de Roberto, porque él no era precisamente un “carilindo”, pero, por suerte, para mí, a él tampoco le gustaba besar en la boca a otros chicos y sí, solamente, disfrutar de sus culos, por su condición de “súper activo”.
Luego de que Roberto se sacara el gusto de manosear mi culo, comenzó a apoyarme por detrás, aunque, en un principio, sin penetrarme y solo por el placer que ello le brindaba; meneaba su pelvis de atrás hacia adelante y en círculos, hasta que ya sí, con su pija completamente erecta, me penetró, obviamente previo esparcir abundante saliva, tanto en su verga como en mi culo.
Si alguien, hoy en día, me pregunta qué sentía yo, qué sensación concreta, con solo mis nueve añitos de edad, para ser tan pero tan receptivo a la hora de tener una pija adentro del culo, la respuesta es clara, simple, concisa y precisa, “porque me gustaba y mucho”.
Aquella cogida fue cortita pero muy satisfactoria y, como no podía ser de otra manera, acabé con el culo lleno de semen, pero lo más llamativo, tal vez, era que aún no habían dado las 9 horas (a.m.) y yo ya había recibido la primera verga del día.
Finalizado aquel encuentro sexual con Roberto, seguí caminando por el barrio, nuevamente sin un rumbo fijo, cuando, delante de mí, divisé a Lucas y a Sandra, quienes, sin percatarse de mi presencia, andaban tomados de la mano y se “perdieron” literalmente detrás de unos arbustos, zona que yo conocía a la perfección, ya que ahí, había mantenido varios encuentros sexuales, con los chicos del barrio.
Sigilosamente y sin hacer el menor de los ruidos, me aposté, boca abajo, detrás de un montículo de tierra, que me permitía tener una visión completa del lugar, pero sin ser descubierto e inmediatamente observé a Lucas y a Sandra, comenzar a besarse en la boca y mientras lo hacían, se tocaban sus zonas genitales respectivas, pero aún sin quitarse sus prendas de vestir; yo, si bien tenía un imagen privilegiada, no podía moverme demasiado, así que permanecí en el lugar, lo más quieto posible, pero con la firme intención de no perderme detalle alguno y en eso estaba, precisamente, cuando escuché pasos y un murmullo detrás de mí y al darme la vuelta, observé a dos de los chicos del barrio, que venían caminando hacia mí, obviamente sin percatarse de la presencia de Lucas y de Sandra.
Los chicos en cuestión eran Jorge, quien contaba con solo cinco añitos de edad y su primo, Sebastián, que tenía, por aquel entonces, siete años; ambos chicos solían recorrer el barrio, tal y como lo hacíamos el resto, así que, obviamente, eran conocidos por mí.
Rápidamente, los hice mantener absoluto silencio y los conminé a que se quedaran en la misma posición en la que yo me encontraba, es decir, boca abajo y con la cabeza apenas levantada, como para poder observar el panorama.
Una vez que mantuve a los chicos a ambos lados de mí, volví a levantar ligeramente la cabeza y observé que Lucas, estaba chupándole las tetas a Sandra, mientras él se bajaba su pantalón y su calzoncillo, pera ella hacer lo propio con su bombacha.
Hoy en día, un chico de entre 5 y 7 años, como eran Jorge y Sebastián e inclusive como yo, que ya estaba por cumplir los 10 (aún contaba con nueve en el momento de este relato), no se sorprenderían para nada al ver a dos chicos (varón y mujer) en una situación similar, ya que, las tecnologías al alcance de todo el mundo e inclusive hasta por los canales de televisión de aire, suelen verse imágenes de personas manteniendo relaciones sexuales, pero, en aquel entonces, solamente lo podíamos hacer en esas circunstancias, como la que estábamos viviendo aquellos dos chicos y yo.
Ya con las prendas abajo y mientras Sandra se levantaba el vestido (tenía puesta una ligera solera de verano), Lucas se colocó el preservativo, para posteriormente, penetrar la concha de Sandra y comenzar a cogerla.
Si bien Sandra ya me había comentado a mí, personalmente, que había tenido sexo con Lucas, era la primera vez que yo los observaba en vivo y en directo.
Una vez que terminaron de coger, acomodaron sus prendas y se fueron del lugar, sin percatarse en absoluto, que habían sido observados por nosotros tres y cuando yo me disponía a levantarme de la posición en la que me encontraba, Jorgito, quien seguramente ya había visto que mi malla de baño, dejaba casi al descubierto mi culo en su totalidad (mi profunda zanja era una auténtica “come trapo”), se subió encima de mí y apoyándome, me dijo:
“¡Te quiero coger!”
“¡Bueno! ¡Dale! ¡Bajate el pantalón y cogeme!” – Exclamé.
El chiquito se bajó su pantalón y su calzoncillo y se subió nuevamente encima de mí, apoyando su entrepierna en la superficie de mi culo; obviamente no me iba a penetrar, por lo que ni siquiera me bajé mi malla de baño.
Para mi grata sorpresa, Jorgito empezó a moverse encima de mí, tal y como si efectivamente me hubiese penetrado, produciéndome una sensación por demás agradable.
“¡Yo también te quiero coger!” – Exclamó Sebastián, quien, hasta ese momento, solo había estado observando.
“¡Bueno! ¡Sí! ¡Cogeme!” – Respondí.
Entre ambos “chiquitines”; Sebastián y Jorge, estuvieron cogiéndome, por turnos y durante un buen rato y, aunque ninguno de los dos me penetró por razones obvias y evidentes, me hicieron pasar, los dos, un momento por demás agradable; además, el haberme cogido, les dio una especie de “status” muy particular entre sus pares (los chicos de sus edades) y podían inclusive presumir en el barrio “Jorge y Sebastián se lo cogieron a Marcos”; era el susurro que yo mismo solía escuchar.
Ya en mi casa, se acercaba el “medio día” y se aproximaba la hora de almorzar; mi madre estaba regando las plantas en el patio delantero y yo, parado en el portón de acceso, cuando pasaron caminando, por el frente, Gustavo y su mamá y esta última, se quedó un instante conversando con mi madre, momento que yo aproveché para hacerle notar mis ganas por tener un encuentro sexual con él.
“¿Querés venir a comer a casa? ¿Mamá, puede ir a comer con nosotros?” – Le preguntó Gustavo a su madre.
“¡Si su mamá le da permiso, no hay problema!” – Respondió, mientras yo me di vuelta, como para implorarle a mi madre, con la mirada, que me diese ese permiso, algo que efectivamente ocurrió, así que los tres, fijamos rumbo a casa de Gustavo.
Una vez allí y mientras la madre se disponía a preparar el almuerzo, Gustavo le dijo:
“¡Mamá! ¡Vamos a estar en mi pieza! ¡Avisanos cuando esté lista la comida!”
No hicimos más que ingresar a la habitación, cerrar la puerta con lleve y rápidamente nos subimos a la cama, mientras yo me quitaba la mallita de baño y el hacía lo propio con su ropa, para quedar, los dos, total y completamente desnudos.
Nos abrazamos y empezamos a besarnos fogosamente en la boca; esos besos con ruido, que solíamos darnos con Gustavo y que tanto me gustaban, ya que él me comía la boca, literalmente y cuando estaba besándome el cuello, lo detuve y le dije:
“¡Chupame las tetas!”
Había visto la expresión de placer en el rostro de Sandra, mientras Lucas le chupaba las tetas y decidí probar qué sensación me produciría a mí; sobre todo porque yo ya contaba con unas insipientes tetitas, con sus areolas color rosado y unos “pezoncitos” bastante bien definidos.
Gustavo comenzó a chupar mis tetitas (siendo andrógino, me crecieron realmente durante mi período de desarrollo hormonal) y allí descubrí que ello me producía una sensación por demás placentera y, si de chupar se trata, inmediatamente después, mi vecino me pidió que le chupara su pija, la que muy rápidamente, había empezado a crecer.
Y si de vergas se trata, yo la quería tener adentro y bien adentro de mí, ya que, si bien me había estado entreteniendo con los “pititos” de Sebastián y de Jorgito, en la previa, era hora de darle de comer a mi hambriento culo.
“¡Cogeme, Gustavo! ¡Metémela en el culo!” – Exclamé de manera muy imperativa.
Gustavo se levantó de la cama, fue en busca de un lubricante y se untó la pija por completo, haciendo lo propio con todo mi culazo; yo estaba tan pero tan caliente, que creo que le transmití mi estado de excitación y me la “enterró de una”.
“¡Hay Marcos! ¡Qué pedazo de culo tenés! ¡Cómo podés tener semejante culo!” – Exclamó Gustavo.
“¿Te gusta mucho mi culo?” – Le pregunté, solamente para seguir incrementando mi ego.
“¡Sí! ¡Me encanta!” – Respondió sin dejar un segundo de embestirme, una y otra vez.
Estuvimos cogiendo en varias posiciones y aún Gustavo no había acabado, cuando escuchamos a su madre golpear la puerta y gritar (siempre se hablaban a los gritos).
“¡Ya está lista la comida! ¡Dejen de coger y vengan a comer!”
¡Dejar de coger! ¡Cómo si ello sería tan fácil! Sobre todo, cuando se está tan, pero tan excitado, pero tampoco era cuestión de contradecir a la madre, así que Gustavo eyaculó bien adentro de mí y me llenó el culo con su lechita tibia, para después, volver a vestirnos (en mi caso muy fácil, ya que solo tenía que ponerme la diminuta mallita de baño).
El almuerzo se dio en un contexto, como si aquella increíble y alucinante cogida, no hubiese ocurrido, ya que conversamos de temas inherentes al barrio, a la escuela, a la familia, etc., más aún, porque habían llegado las hermanas de Gustavo (obviamente no habían estado en casa durante el encuentro sexual) y, una vez que acabamos de comer, le agradecí muy gentilmente a la mamá (ello me habían enseñado en mi casa y yo siempre lo ponía en práctica) y despidiéndome de todos, me fui a casa, lleno de satisfacción (y de semen en el culo).
La jornada se había vuelto más calurosa, a tal punto que ameritaba ir a la playa, la que distaba bastante y si bien, el resto de los chicos y yo, estábamos de lo más acostumbrados a recorrer todo el barrio, sin peligro alguno, no teníamos permiso de ir a la playa, sin el acompañamiento de personas mayores, ya fueran padres, hermanos, etc., pero mayores y responsables al fin.
Por suerte, los padres de Raúl y de Marcelo se estaban preparando para i a la playa, así que yo, previo permiso de mi madre (como corresponde), me sumé a la comitiva y los cinco nos fuimos en el auto; una vez arribados, nos acomodamos en un sitio un poco más retirado y mientras los padres se asoleaban, nosotros tres, Raúl, Marcelo y yo, nos fuimos al agua, obviamente luego de las acostumbradas recomendaciones, para bañarnos.
Yo había aprendido a nadar de muy chiquito y Raúl era también buen nadador, contrariamente a Marcelo, quien prefirió quedarse a la orilla, jugando con las rompientes de las olas, mientras nosotros nos alejamos un poco.
A nosotros, Raúl y yo, nos gustaba bucear y solíamos jugar a ver “quien le bajaba la malla de baño al otro, bajo el agua”; obviamente él, con sus 14 años, siempre me ganaba y aquella ocasión, no fue la excepción, por lo que yo me quedé totalmente desnudo; Raúl tiraba mi prenda de un lado a otro y yo debía tratar de obtenerla y por supuesto, no podía salir del agua, porque estaba tal y como había venido al mundo.
Raúl tenía mi malla de baño en su mano y yo me acerqué a él, con la supuesta intención de recuperarla, pero una vez que estuve a su lado, le toqué la verga y noté que ya la tenía bien dura, así que, una vez que me aseguré “no haber moros en la costa”, pegué mi culo a su entrepierna y poco a poco, fui percibiendo como, aquella hermosa y preciosa pija, que inclusive, al tener la forma de una “banana invertida”, ingresaba dentro de mi culo con suma facilidad, por la posición que ambos teníamos y haciéndome retorcer de placer en pleno mar.
Como dentro del agua (sobre todo de mar) la densidad es diferente, yo podía, inclusive, levantar las piernas y flexionar las rodillas, por lo que solamente me sostenía con la verga de Raúl dentro de mi super culo.
Era ya la tercera vez que estaba siendo penetrado en lo que iba del día y aún faltaba mucho para finalizar la jornada; yo no hubiese querido que aquello finalizara, pero las personas que estaban tomando un baño, allí, en ese lugar, nada sabían de aquello y, cada vez que alguien se acercaba, teníamos que interrumpir “el acto sexual”, por lo que decidimos, de común acuerdo, terminar (literalmente, ya que Raúl eyaculó dentro de mí) y salir del agua.
“¿Y? ¿Nadaron mucho? ¿Jugaron una carrera en el agua? ¿Quién ganó?” – Preguntó el padre de Raúl, mientras yo lo señalaba con uno de los dedos de mi mano.
“Pero Marcos es muy buen nadador. Sabe nadar muy bien. Alguna vez me va a ganar” – Dijo Raúl, sonriendo.
Luego de compartir un momento con el grupo familiar, en el cual tomamos algunas bebidas refrescantes, acompañadas de riquísimos bocadillos, que había preparado la mamá de los chicos, Raúl, Marcelo y yo nos fuimos a caminar por la playa, ya que nos gustaba recorrer la zona y descubrir nuevos lugares, a modo de exploradores, aunque sin alejarnos mucho del “campamento base”.
Yo iba caminando en medio de los hermanos, quienes, cada tanto, aprovechaban para manosearme el culo, hasta que llegamos a un lugar, en la playa, algo reservado y Raúl le dijo a Marcelo:
“¡Vigilá que no venga nadie! – Y agregó en voz baja:
“¡Me lo voy a coger un rato a Marcos!”
“¡Pero yo también lo quiero coger! ¡Siempre vos!” – Exclamó Marcelo, a modo de queja.
Rápidamente, me quité la malla de baño y me recosté sobre la arena con las piernas separadas; mi increíble y maravilloso culo estaba allí, provocando a los chicos; pidiendo, rogando, implorando por una buena verga y Raúl “me clavó”, literalmente, para comenzar a cogerme, fuertemente, mientras Marcelo “hacía las veces de campana”, aunque en rigor a la verdad, estaba más pendiente de mirar aquella cogida, que observar la aproximación de algún intruso.
“¡Dale! ¡Ahora me toca a mí! ¡Yo también lo quiero coger!” – Refunfuñó Marcelo, ya ofuscado y entonces, Raúl sacó su pija de adentro de mi culo (ya chorreaba un poco de pre semen) y Marcelo, con una erección fruto del alucinante y excitante cuadro que estaba observando, me la metió de una y empezó a cogerme.
Uno a uno, los hermanos se fueron turnando para cogerme y yo, lejos, muy lejos de quedar satisfecho, les pedía cada vez más; las pijas entraban dentro de mi culo re abierto, a esas instancias, me brindaban algunos “bombazos” y salían, dándole lugar una a la otra, hasta que ambos chicos “se deslecharon” por completo, dentro de mí y ya no hubo manera de volver a recuperar la erección de esas deliciosas vergas.
Tanta leche había recibido en el culo, que cada dos o tres pasos que daba, gotas de semen chorreaban por mis muslos, por lo que tuve que meterme de nuevo al agua, antes de volver “al seno de la familia”.
Al finalizar aquella hermosa y alucinante “jornada playera”, los padres de los chicos me dejaron en mi casa, no sin antes, despedirme de ellos, agradeciéndoles por haberme permitido disfrutar (y vaya si lo disfruté) una tarde maravillosa.
A la hora de la cena, comenté a mi entorno familiar, todo lo bueno que había resultado aquella “tarde en la playa”, tanto con los hermanos, Raúl y Marcelo, como con sus padres e inmediatamente después de comer, salí al patio para aprovechar al máximo, los últimos momentos de un día excelente, en cuanto a la situación climática.
Consiente de todo lo que, mi maravilloso culo, solía provocar en los demás y también en mí mismo, ya que, literalmente, yo estaba enamorado de mi propia parte trasera, me senté sobre el cerco de mi casa, pero “con mi culo hacia la calle”, ya que deseaba que alguien pudiera darle, aunque más no fuera, una última mirada.
Por un momento, me distraje (no recuerdo bien por qué motivo) y me sobresalté al sentir una mano en mi culo, no porque ello no fuera de mi agrado, ni mucho menos, pero sí porque estaba totalmente distraído, así que al voltear para ver quien me había tocado, descubrí, con grata sorpresa, que se trataba de Roberto (sorpresa, porque él vivía algo alejado de mi casa).
Me bajé de un salto y me quedé parado en la vereda, al lado de mi amigo; la altura del cerco de mi casa, hacía que ningún integrante de mi familia, podía verme desde adentro, así que Roberto, rápidamente se aprovechó del entorno (la oscuridad de la noche) y comenzó a mansearme el culo, teniendo en cuenta que aún yo estaba vestido con aquella diminuta, ajustada, ceñida y muy cavada “mallita de baño”.
“¡Cómo me gusta tu culo, Marquitos! ¡Lo tenés tan lindo!” – Exclamó sin dejar un segundo de toquetearme, para decirme, nuevamente:
“¡Te quiero coger de nuevo! ¡Me quedé con ganas de seguir cogiéndote! ¡Vamos un ratito acá, a la vuelta! ¿Querés?”
“¡Bueno! ¡Dale! ¡Vamos! ¡Pero un ratito, porque tengo que volver enseguida a casa!” – Respondí y rápidamente fuimos a una obra en construcción, que estaba a la vuelta de mi casa; ingresamos rápidamente y ni siquiera tuvimos que ubicarnos en la parte posterior, ya que el lugar estaba oscuro y, por ende, reservado ante miradas indiscretas.
Me quité la mallita de baño y me puse contra una pared, con las piernas separadas y con el culo bien parado, para recibir la pija de Roberto, quien, luego de ensalivar su verga, la puso a las puertas de mi rosado orificio anal y empezó a empujar suavemente; yo comencé a sentir el glande ya dentro de mí y, poco a poco, el resto de la verga.
“¡Ah! ¡Qué lindo! ¡Cómo me gusta que me cojan!” – Exclamé e inmediatamente, produje la respuesta de mi cogedor.
“¡Sí! ¡Te encanta esto! ¡Te gusta tanto la pija! ¡Nunca vi a alguien que le gustara tanto que lo cojan!”.
“¡Te cogí hoy a la mañana y te vuelvo a coger ahora!” – Volvió a exclamar Roberto, mientras me embestía con fuerza, una y otra vez, haciéndome retorcer y volarme la cabeza de placer, de gozo y de satisfacción.
“¡Ahhhhh! ¡Ohhhhh! ¡Ahhhh! ¡Ohhhhhh!” – Gemía, jadeaba y exhalaba Roberto, previo a acabar abundantemente dentro de mi culo y extraer, posteriormente, su verga fláccida y aún “chorreando semen”.
No hubieron ni besos, abrazos, caricias, lamidas, chupadas, mamadas, ni nada de ello; fue ponerla dentro del culo y coger, coger y coger, hasta más no poder.
Luego de aquella ¿última? Cogida de la jornada, nos despedimos con Roberto y tomamos rumbo, cada uno, a sus respectivas casas.
Yo iba caminando por la calle, pensando en ese día en el cual había roto mi propio récord de cogidas; si bien a esos, mis escasos nueve años, había recibido ya “decenas de pijas en el culo”, nunca tantas y todas juntas en una sola jornada.
Y cuando ya estaba por ingresar a mi casa, volví a sentir pasos detrás de mí y otra vez, una mano, manoseando mi culo ¿Quién? ¿A esta hora? Y para mí grata sorpresa, había sido, nada más y nada menos, que mi amiga Sandra; Sí, la propia Sandra, pasó corriendo (vivía muy cerca de mi casa) y me toqueteó el culo pero bien toqueteado, es decir, me puso una mano que casi me cogió, para gritar y sin haberse detenido.
“¡Chau, Marcos! ¡Hasta mañana! ¡Buenas noches!” – Y finalizar diciéndome, ya a lo lejos:
“¡Que rico culo, Marcos! ¡Tenía ganas de tocártelo!”
Ahí sí, fue lo último de la jornada, así que ingresé a mi casa, ya a prepararme para dormir y vaya si dormí, en aquella ocasión.
Mis disculpas a lxs lectorxs, por lo extenso del relato, pero un “récord de cogidas” en un solo día, así lo ameritaba.
Besitos a todxs y aguardo sus valoraciones y sus comentarios, pero mucho más, si me escriben a mi propio correo.
Soy marcoscomodoro y mi correo electrónico es: [email protected]
Gracias por tu relato, muy bueno, espero sigas escribiendo
Muchas gracias por tu comentario. Obvio que seguiré escribiendo. Besitos.