Azrael
Ayudo a un chico de doce años y él me devuelve el favor.
AZRAEL
I.
Hace un año y medio, yo vivía en una ciudad grande lejos del mar. Un día, llegó por mi casa un viejo amigo. Habíamos sido muy cercanos, pero hace años que no nos veíamos. Me contó que acababa de separarse. En realidad, nunca se casaron, pero vivieron juntos. La mujer tenía un hijo llamado Azrael, pero ahora ella se había largado, dejando abandonado a su hijo. Nadie sabía el paradero de la madre, menos el de su padre, que era desconocido para todos. Y lo peor, no sabíamos qué decirle a Azrael.
En ese momento, Azrael tenía diez años. Iba en quinto grado de una escuela local, pero aún no sabía leer ni escribir. No hablaba mucho y costaba entender qué le sucedía. Como nadie cuidaba del niño, y me conmovió su situación, me ofrecí para representarlo en la escuela, yendo a las reuniones de padres. Empecé a ayudarlo para que aprendiera a leer, pero era increíblemente difícil. De todos modos, noté cómo sus ojos se pusieron brillantes el día que le dije -yo sé que puedes lograrlo, sé que puedes llegar lejos-. Lo vi muy emocionado; al parecer no acostumbraba recibir palabras positivas y alentadoras. Algunas veces aparecía la madre, la mayoría de esas veces drogada. Cuando eso sucedía, el niño se volvía violento y terminaba pegándole a otros niños en la escuela. En uno de sus episodios, sumido en la ira, llegó a romper varios vidrios con la mano, los que luego tuvimos que pagar. Durante algunos meses ayudé lo que más pude a Azrael, hasta que su madre decidió llevárselo lejos de nosotros. No pude hacer nada más por él.
Al poco tiempo, decidí mudarme a una ciudad costera, y encontré trabajo en un puerto. Esta ciudad vieja es muy entretenida, pero con sectores peligrosos, como en todos los puertos. Una noche que andaba de fiesta, envalentonado por un poco de alcohol que había bebido, me adentré por el sector antiguo, el más peligroso de todos. Yo andaba solo y desprevenido, cuando salió un muchacho a asaltarme. Era Azrael. Se veía grande para los 12 años que, calculo, había cumplido hace poco. Al principio no me reconoció, sólo se acercó con violencia mostrando la cuchilla de mariposa que blandía con agilidad. Cuando me reconoció, al principio quedó inmóvil. Cuando logró reaccionar, lanzó el arma lejos. Tenía los puños apretados y todo el cuerpo rígido. Su rostro comenzó a transitar entre gestos de rabia, vergüenza y frustración. Yo igual estaba confundido, no sabía si estar alegre de verlo, asustado por el arma, o triste de ver en lo que había terminado. Sonreí suavemente y me acerqué muy lentamente para abrazarlo, pero él me tomó para darme un abrazo con fuerza. Me abrazaba de manera desgarradora, casi con violencia, todo su cuerpo se juntó con el mío, al tiempo que hundía su cara en mi cuello. Sentí sus ojos húmedos y los labios apretados. Le hice cariño suavemente en la espalda para tranquilizarlo. Por la posición en que estaba, le di un beso en el cuello. Él respondió con un empujón, luego se quedó mirándome unos segundos con expresión de rabia, recogió el cuchillo y se perdió entre los callejones.
Después de ese fugaz encuentro salí a buscarlo varias veces y pregunté por su nombre, pero nadie lo conocía. Pasaron dos semanas hasta que lo encontré de nuevo. Aún había luz de sol, por lo que lo invité a comer. Yo quería saber todo de él, a ver si podía ayudarlo en algo, pero también sabía que Azrael no era bueno para conversar, así que evité apabullarlo con preguntas. De todos modos, poco a poco, comprendí su situación. Su madre estaba inubicable hace más de un año. A él lo pillaron robando y lo enviaron a un centro para menores, pero se fugó. Vivía con otros adolescentes, habían encontrado un espacio angosto y abandonado entre dos almacenes antiguos donde construyeron un refugio. Aunque no me lo dijo, por la suciedad y el olor de su ropa entendí que no lo estaba pasando bien. La última revelación fue la que más me sorprendió: era probable que él, a sus doce años, fuera a ser padre dentro de poco. Esta noticia la dijo sin expresión al principio, probablemente porque la niña también era inubicable para él. Pero ya terminando de comer, me di cuenta de algo: él quería cambiar.
II.
– Bueno, Azrael, si tú quieres cambiar, yo te puedo ayudar, pero no será fácil – le dije.
En ese tiempo, mi trabajo en el puerto tenía un ciclo anual, en algunos meses trabajaba hasta sesenta horas semanales, y en otros meses descansaba. Había terminado recién la temporada alta, por lo que se venía un mes y medio de paro. Mi plan para descansar era irme, al día siguiente, a una cabaña costera aislada de todo. Ya estaba arrendada, tenía todo listo. Y ahora pretendía llevarme a Azrael para ayudarle a enderezar su vida. Después de todo, creo que mi vida necesitaba un poco de compañía. Él aceptó mi oferta asintiendo con la cabeza.
Al día siguiente, pasé a recogerlo en el mismo lugar cerca del mediodía. Comimos algo y partimos el viaje. Aunque ya estaba llegando la primavera, la mañana había estado fría y húmeda. Azrael traía un terrible olor a humedad y cara de no haber dormido. Había pasado la noche intentando encontrar a su novia, sin éxito. Aproveché el camino para explicarle mis planes.
– La verdad, durante todo este tiempo siempre estuve preocupado por ti, así que un poco he estado aprendiendo. Lo que yo logro ver, tal vez me equivoque, es que tienes problemas para comunicarte; también has tenido problemas para controlar la ira. Creo que todo eso lo podemos mejorar. La idea es llegar allá y hacer un plan, te enseñaré a leer, vamos a jugar, vamos a hacer ejercicio, en fin, vamos a aprender y a pasarlo bien ¿qué te parece?
Azrael llevaba el brazo fuera de la ventana de la camioneta. El viento le daba de lleno en el rostro mientras él entregaba una expresión de completa placidez.
– Pero también debes saber – continué – que para poner en práctica el control de la ira, a veces tendré que hacerte enojar, y eso será difícil. Así que la primera regla que pondré es que puedes irte cuando quieras, excepto cuando estés enojado. – Esta regla tendría que repetírsela varias veces para que la entendiera.
Ya era de noche cuando llegamos al lugar, que era precioso. La dueña nos había dejado la calefacción puesta y el agua caliente lista. Después de comer pizza y bebida, comencé con mi plan.
– Qué rico está este lugar. Ahora lo primero que haré será bañarte – le dije sin más.
– PERO QUÉ DICES?! CLARO, PARA ESO ME QUIERES! – gritó Azrael, mientras tiraba un florero de vidrio contra el suelo. Luego se dirigió hacia mí con intención de golpearme, pero se detuvo a medio camino y se dirigió a la puerta. Lo sujeté para detenerlo y forcejeamos un momento.
– PARA! – respondí yo. – ¿Recuerdas que dije que no podrías irte mientras estuvieras enojado? Si quieres conversamos y cambiamos el plan, pero sólo podrás irte cuando estés tranquilo –
Estábamos contra la pared, medio en el suelo y yo sujetando sus manos por arriba de la cabeza. Azrael dejó de forcejear, pero aún con expresión de enojado.
– Te lo explicaré: toda madre baña a sus hijos con cariño. Creo que los problemas que has tenido con tu madre podrían haberte hecho daño. Mi plan durante estos dos meses es hacerte vivir toda la infancia de nuevo. Sé que será raro porque ya eres grande, pero necesito que me dejes cuidarte.-
Azrael respondió con una cara intermedia entre tranquilidad y resignación.
– Además, tienes un olor que apesta – dije riéndome. Él también se rio.
En el baño, mientras yo llenaba la tina, él se quitó la ropa hasta quedar en ropa interior. Yo pensaba bañarlo así, pero al ver lo inmundo que estaba ese boxer, me acerqué a quitárselo yo mismo. Mi corazón latía a mil por hora. Nunca lo había visto así calato, además que ahora ya estaba crecido. Se metió a la tina de pie y, mientras corría el agua, lo miré de arriba abajo. Medía casi 1.60m. Su pelo oscuro, semilargo, lacio y sucio. Su rostro imberbe combinaba ciertos rasgos infantiles con la expresión de un hombre. El cuello delgado y el torso propio de un muchacho en crecimiento. La caja torácica ya se veía ancha, mientras los hombros parecían aún angostos pero fuertes y redondeados. Una cintura delgada y muy bien definida. No se veían cuadros en su abdomen, pero en ciertos movimientos podía verse con claridad todo el recto abdominal. Los glúteos y los cuádriceps se marcaban con definición, aunque sin volumen. En el pubis algunos vellos incipientes. El pene era de tamaño mediano – pequeño, mientras que los testículos se veían ya grandes como de adulto, como si estos últimos hubieran crecido antes que el primero. Sus manos y sus pies, magullados por la calle, no eran más grandes que los míos, pero se veían grandes para su contextura.
Azrael notó que yo lo miraba con máximo detalle, así que me quitó la vista. Por suerte la tina se llenó rápido, así que le tomé la mano para que se recostara. Comencé por lavarle el cabello, masajeándolo suavemente. Tuve que lavarlo dos veces. Lavé su cuello, su pecho, espalda, brazos y abdomen, todo con mucha calma. Siempre usando las dos manos, buscando el máximo contacto. Su cuerpo delgado era fibroso y firme. En ese momento yo ya tenía una erección que no cabía en mis jeans, pero él se mantuvo con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo.
– Ahora necesito que te pares, para lavarte ahí abajo- dije.
– ¿Es necesario? – respondió.
– Creo que sí. Si vamos a vivir juntos, necesito revisar que no tengas alguna infección.
Se puso de pie y miró hacia arriba, para evitar el contacto visual. Le tomé una pierna para que pusiera el pie en la orilla de la tina, y así poder lavarlo mejor. Lavé su entrepierna con mucha calma y masajeé sus testículos. Era primera vez en mi vida que tocaba un cuerpo tan delicioso y quise disfrutarlo al máximo. Intenté echar su prepucio hacia atrás, pero él saltó hacia atrás.
– ¡¿Pero qué haces?! – reclamó
– Necesito que te lo eches para atrás, para lavarlo y revisar.
Lo echó para atrás él mismo. Su pene se puso en semierección, así que volvió a mirar hacia arriba. Estaba muy sucio, así que tuve que pasar el dedo por toda la orilla del glande hasta dejarlo bien limpio. Como lo vi muy incómodo, le dije que se recostara para enjuagarse. Pensé que ésa sería la última vez que podría tocarlo tan impunemente, así que antes de bajar, pasé ambas manos con intensidad por sus genitales.
– Bien, ahora debo lavar por detrás – le dije. Él comenzó a pararse de nuevo, así que aclaré -¿y si mejor te das vuelta?-.
Se volteó rápidamente y quedó en cuatro dentro de la tina, siempre evitando el contacto visual. Volví a pasar la mano por su espalda. Tuve un breve arrebato y le di un pequeño beso en la espalda, cerca del hombro. Esta vez, Azrael no respondió, creo que estaba disfrutando del cariño que le daba. Lavé nuevamente toda su espalda de arriba abajo, avanzando cada vez más entre sus nalgas. Lavé sus glúteos ocupando toda mi mano, primero un lado, luego en el otro y luego en el medio. No introduje nada, sólo disfruté de pasar las manos enjabonadas por todo su cuerpo una y otra vez. Partí por la espalda, continué entre sus nalgas, pasé el dedo por su ano, continué por el periné, masajeé sus testículos, agarré su pene lacio, acaricié su abdomen y luego de vuelta. Una y otra vez manoseé su suave piel adolescente. Hasta que él reaccionó.
– ¿Estás seguro que así es como una madre baña a sus hijos? – preguntó estando en cuatro y volteando la cara hacia mí.
Yo por fin salí de mi ensoñación y respondí
– Tienes razón, así no es. Mejor voltéate y vuelve a recostarte -.
Terminé de bañarlo con cariño, lavé sus piernas y sus pies. Al terminar, él tomó la toalla que llevé para secarlo, pero se la quité para hacerlo yo. Más bien era un toallón enorme. Lo envolví como a un niño. Su expresión relajada y su pelo desordenado me dieron una sensación de ternura tan grande que daban ganas de comerlo a mordiscos. Mientras lo secaba pasé la toalla por su cara y ambos nos reímos. Lo abracé fuerte y le di un beso en la mejilla. Creo que en ese momento sintió mi erección, pero pareció no importarle. Lo vestí con un buzo para que no se enfriara. Después lo dejé en un dormitorio mientras yo me bañaba.
La cabaña, típico alojamiento para veraneantes, contaba con tres habitaciones. En una había un camarote; en otra dos camas individuales; y en la más grande una cama de dos plazas más una cama pequeña. Azrael estaba en la habitación grande viendo televisión por streaming. Yo venía en toalla desde la ducha y también quería ponerme un short para dormir. Mientras abría la toalla, me fijé que Azrael me miraba. Pensé en voltearme, pero después de haberlo visto y tocado hasta el último rincón, pensé que era justo que él también pudiera verme. Cuando abrí la toalla, mi pene lacio y relajado después de la ducha, pasó a la erección máxima en un segundo. Me puse el short rápido y me metí a la cama grande.
Al entrar en la cama, pensé que Azrael elegiría cualquiera otra cama, pero lo que hizo fue lo más inesperado. Apagó la luz, dejando sólo la luz del televisor, se metió a la cama conmigo, se acostó de lado y muy cerca de mí, dándome la espalda, se bajó un poco el short y dijo sin pudor
– Métemelo, yo sé que quieres –
Se quedó completamente inmóvil, listo para recibirme. Yo sabía que eso estaba mal, pero la tentación fue enorme. Extendí la mano y acaricié esas nalgas tan suaves. Antes las había tocado con agua y jabón, pero tocarlas ahora en seco, esa piel tersa, limpia y lampiña… me puso a mil, tenía ganas de penetrarlo hasta partir en dos ese pequeño culito… pero recapacité.
– Azrael, tú no tienes que pagarme nada. Te traje para que me acompañes y te voy a ayudar porque es lo que está bien. No te estoy cobrando nada – le dije.
– Se te para cada vez que me miras o que me tocas y hasta me lo muestras parado. Ya entendí lo que quieres. Hazlo ahora y no me quejaré – respondió.
– Eres realmente hermoso – sus mejillas se sonrojaron al escuchar esto- y si se me para cuando te veo sin ropa… bueno, yo te acepto como eres, con tus arranques y rompiendo las cosas… supongo que tú me puedes aceptar así como soy, que me gustan los hombres. Pero no quiero hacerte daño. Sólo quiero cuidarte.
Se quedó inmóvil y no dijo nada más. Le subí el short y le di un beso en el hombro. Tuve que ir al baño a masturbarme porque ya me dolía la verga de tanto rato erecto. Al volver, Azrael dormía rendido. Apagué la tele y lo abracé para dormir. Creo que a medianoche desperté nuevamente con una erección y nos restregamos un poco, pero no recuerdo bien.
III.
La mañana estaba nublada y con un poco de llovizna. Mientras preparaba café y leía noticias en la tablet, despertó Azrael y apareció por la cocina. Venía recién despertando. Sólo traía un boxer suelto para dormir y una camiseta. Venía con un tremenda erección completa, la que se entrevió por la abertura del boxer al desperezarse. Yo estaba impactado y el corazón me palpitaba muy fuerte. Este chibolo intentaba matarme de un infarto. Pasó por detrás de mí, muy cerca y no pude evitar agarrárselo. Él sólo se rio, medio dormido, pero no se quitó. Luego agarró un pedazo de pan y sin más comenzó a comer, sin un plato, sin leche, sin café, sin nada.
– No, jovencito. Deja ese pan ahí que primero tenemos que salir a correr y luego vamos a tomar el desayuno en la mesa.
– Nooo, tengo sueño, mejor no vayamos – dijo acercándoseme, abrazándome y tratando de frotar su preciosa verga contra mi cuerpo.
La oferta era tentadora, pero no podía dar pie atrás
– ¡NO PRETENDERÁS CONVERTIRTE EN UN PROSTITUTO AHORA! Vamos a comenzar el plan y basta de buscar calentarme – insistí.
Azrael se puso serio. Que lo tratara de prostituto dejaba en evidencia lo que él estaba intentando y eso lo descolocó. Partió a asearse, ponerse buzo y zapatillas y salimos a trotar. Aunque es joven y se ve atlético, le costó seguirme el paso. Aún le falta encontrar un ritmo apropiado. Al regresar, tomamos un enorme vaso de jugo de naranja y nos recostamos en la sala. Yo estaba en el sofá y él en un sillón. Yo separé brazos y piernas y le pedí que viniera a recostarse conmigo y así hizo. Su cuerpo estaba sudado y caliente. El día anterior lo había sentido con un olor terrible, pero hoy estaba limpio y podía sentir su olor real. Metí la mano bajo su camiseta y empecé a manosearlo. Su olor adolescente volvió mi deseo imparable. Le quité la camiseta, lo recosté sobre la alfombra y comencé a lamerlo. Pero, lo que para mí era caliente, para él era divertido. Se reía cada vez que lamía sus pezones. Metí la mano bajo su pantalón y no se calentaba para nada, Azrael es un chico completamente heterosexual. Por suerte recordé que entre los canales del cable había uno para adultos. Estaban dando una película donde había tres mujeres en un sofá, mientras dos hombres se alternaban entre penetrar y lamer los culos y vulvas. El contenido era un tanto anticuado, pero al parecer Azrael, con sus doce añitos, nunca había visto algo así y se le paró de inmediato. Empezó a masturbarse con furia, como apurado por acabar, así que lo detuve.
– Yo lo haré por ti – dejé en claro, mientras lo masturbaba suavemente.
Ya no me detuve más, me entregué al placer de la carne adolescente. Lamí su espalda, sus pezones, sus axilas. Mordí suavemente su abdomen, sus glúteos sus muslos. Lamí todo su culo de arriba abajo. Él no quitaba los ojos de la película. Yo la encontraba un poco monótona, pero cada vez que lo masturbaba un poco él pedía que me detuviera porque estaba a punto de acabar. Sentados uno frente al otro en el sofá, entrelazamos las piernas. Yo tomé su pene y llevé su mano para que tomara el mío. A él le pareció raro al principio, no sabía cómo tomar un pene más grande que el suyo, pero luego volvió a ver la película. Rápidamente volvió a decirme que estaba a punto de acabar, así que le pedí que hiciéramos un 69. No sabía lo que era, así que lo puse en la alfombra de tal modo que alcanzara a ver la película, me metí su pene en mi boca, pero al intentar meter mi pene en la suya él se negó e intentó escaparse. Lo sujeté su cabeza con mis muslos y su cintura con mis brazos, mientras seguí chupándosela e intentado meterle mi verga en la boca. Lo hice con fuerza hasta que él lanzó un chorrito de semen en mi boca. Mientras lo hacía, separó levemente los labios, justo en el momento en que yo acabé. Le dejé toda la cara con semen y un poco entró en su boca, por lo que nuevamente quiso escapar y nuevamente lo retuve, hasta que se rindió. En ese momento hice la mayor delicia que he hecho alguna vez: aprovechando que soy más alto, con mi lengua llena de su semen, avancé y lamí su culo de arriba abajo. Le metí su propio semen por el culo. Luego le lamí la cara para limpiársela. Él se quedó inmóvil, como reflexionando sobre lo que había pasado. Puso cara de asco e intentó zafarse nuevamente, así que me tiré arriba de él y le sujeté las manos sobre la cabeza. Usé mi propia camiseta como toalla para limpiarlo un poco, y le di un besito en la mejilla.
– eres precioso – le dije.
Lanzó una sonrisa acompañada de una lágrima, me abrazó con fuerza por el torso, Me abrazó con furia, como si no hubiera un mañana.
IV
La casa tiene dos baños, en uno hay una tina y en el otro una ducha doble. Durante los cuatro días que ya llevamos aquí, la rutina matutina ha sido similar: salimos a trotar, luego desayunamos y nos bañamos juntos. En realidad, nos bañamos uno al lado del otro, no juntos, porque la regadera tiene dos grifos. Azrael se acostumbró a verme siempre con una erección en la ducha y lo ve como algo natural. Él, en cambio, no tiene erecciones al ver a otros hombres. Como dije antes, se ve que es completamente heterosexual y por eso no he persistido en tener nuevos contactos sexuales con él, a pesar de desearlo. Me conformo con mirar lo delicioso que es su cuerpo bajo el agua de la ducha.
Sin embargo, todas las noches hace lo mismo: se introduce en mi cama a oscuras, se baja el short y se arrima a mí, esperando a que lo penetre. Es bien bruto para hacerlo, como si fuera su obligación, así que anoche se lo pregunté.
– ¿Por qué siempre haces esto? ¿Alguien ya te ha penetrado como cobro por cuidarte? ¿Algún amigo de tu madre?
Azrael se paró enfurecido. Me sentí culpable, dije algo indebido y sin anestesia. Me incorporé porque pensaba seguirlo, pero él se detuvo antes de la puerta y se sentó en la orilla de la otra cama. Respiraba fuerte, casi bramaba. Comenzó a hacer unos ejercicios de respiración para relajarse que yo le había enseñado el día anterior. Después de un rato aún se veía medio enojado, pero ya no furioso. Se metió bruscamente en la cama, se bajó el short, se dio vuelta y volvió a arrimarse a mí. Y yo volví a preguntar
– ¿Por qué quieres hacerlo si a ti no te gustan los hombres? Quizá antes alguien te lo metió para cobrarte algo, pero ya te dije que a mí no tienes nada que pagarme.
– Sí… pero a ti te quiero – respondió sin voltearse.
Muy suavemente pasé por arriba de él para que quedáramos ambos de frente. Azrael no era mucho de conversar, así que tomé sus manos y me acerqué para besarlo. Él se corrió fuerte para atrás
– Los besos son sólo para mi novia – se apresuró a decirme
Y yo respondí – es que yo a ti… también te quiero –
Azrael se tumbó en posición fetal, relajado y pensativo. Yo aproveché y me acerqué para abrazarlo. Le di un besito en la frente… y en la nariz… y en un párpado… en la sien… en la mejilla… en la comisura de los labios… en los labios… y otra vez… y otra. No se dio cuenta cuando ya tenía la lengua metida dentro de su boca. Él se dejaba y de vez en cuando colaboraba un poco. De a poco quedó él de espalda y yo sobre él besándolo. Entonces recurrí al arma secreta
– Eres hermoso. Me gustas. Y te amo. –
Azrael me abrazó fuerte por las costillas, como buscando fundirse conmigo. Empezó a besarme intensamente. Metí mi mano entre su entrepierna y su pene seguía flácido. Él comenzó a masturbarse buscando tener una erección, pero dado que no resultaba lo detuve
– No es necesario, sólo relájate – le susurré al oído.
Nos desnudamos y nos frotamos uno contra el otro mientras nos besábamos. Yo frotaba mi pene erecto por su pubis y su penecito se movía hacia un lado y hacia el otro. Dejé su prepucio atrás para que su glande se frotara contra el mío. Acabé intentando que mi semen entrara por su uretra, pero la eyaculación salió con tanta fuerza que le rocié el abdomen, el pecho, y una parte cayó hasta en su cara. Él comenzó a reírse, así que lo abracé fuerte y nos pegamos con el semen, a la vez que empecé a besarlo. Con mi lengua empujé un poco de semen en su boca y él puso de cara de asco. Sabiendo que intentaría arrancar, lo abracé más fuerte y lo besé con más pasión.
V.
(continuará)
Qué buen relato, me encantó!
Gracias. Seguiré intentando ahondar en la profundidad de los personajes.