Bajo el “cuidado” de mi primo Carlos
Mi primo me inició en el sexo y me enseñó a tener orgasmos anuales y orgasmos en el ano (que no son lo mismo, eh).
Yo era muy muy MUY joven y, como solía ser costumbre desde hacía bastante tiempo, mi primo Carlos había ido a mi casa para cuidarme mientras mis padres estaban ausentes. Siempre me encargaban con él cuando tenían que estar fuera todo el día, así que Carlos y yo nos quedábamos solos desde la mañana hasta la noche. Era lo usual.
Carlos era un chico guapo. Al menos eso me parecía a mí, que para entonces ya tenía noción de que no me gustaban las chicas y sí los chicos. Además, siempre era extremadamente atento conmigo. Él tenía como ocho años más que yo, jugaba fútbol para la selección de su universidad, a la que acababa de ingresar, y además era bastante activo como deportista. Para mí, él tenía un cuerpo perfecto, pero yo me fijaba más en su rostro bronceado y su cabello negro ensortijado… salvo cuando nos bañábamos juntos, momentos en que era imposible no mirarle el cuerpo. Sucede que cuando mis padres me dejaban a su cuidado, Carlos me invitaba a entrar juntos en la ducha; entonces él me enjabonaba todo el cuerpo con especial cuidado durante horas. Siempre ha sido así desde que éramos más pequeños, así que en realidad nunca me llamó la atención nada de lo que hacíamos. Todo me parecía muy normal. Incluso cuando a él se le ponía duro el pipí, yo lo tomaba con naturalidad. Algunas veces se lo agarraba, para compararlo con el mío. No me sorprendía su enorme tamaño; ya me había acostumbrado a que el suyo sea gigante y el mío, pequeño. Algunas veces me pedía que le enjabonase los muslos o la barriga, y yo lo hacía rozando sin querer su pipí a medio despertar, algo que tampoco parecía incomodarle. A mí me gustaba verlo desnudo, con el cuerpo moreno y bien formado, todo cubierto de vellos delgados y suaves, escurriendo agua jabonosa por doquier. Particularmente, me daba curiosidad ver cómo su “pipí” se volvía enorme y se ponía duro. Casi siempre terminábamos de ducharnos y él me secaba todo el cuerpo con su toalla, también con mucho cuidado (y con especial cuidado en mi espalda y mis nalgas), mientras me aleccionaba para que no contase nada de lo que hacíamos en la ducha a nadie.
Nunca comenté nada con mis padres y no sé muy bien por qué. En principio, sentía que lo que hacía con Carlos no era malo y, por el contrario, me gustaba mucho, pero tenía cierta conciencia de que era mejor que nadie lo supiera.
Luego de un tiempo, mi primo tomó por costumbre ayudarme a “bañarme a fondo”. Decía que tenía la obligación de dejarme bien limpiecito por todas partes, y entonces se enjabonaba un dedo de la mano y me lo metía en el trasero con mucho cuidado, bien despacito. Las primeras veces lo hizo con el meñique, primero la mitad y luego todo completo; pasó a hacerlo con otros dedos a lo largo de varias semanas. Hasta que un día lo hizo con dos dedos: el índice y el anular. Una vez que estaba dentro, sea con el dedo que sea, para lo cual podía tomarse más de media hora, me limpiaba el huequito del trasero sacando y metiendo su dedo mientras con la otra mano me enjabonaba las tetillas. Eso a mí me encantaba y me hacía gemir y no podía evitar que mi pipí se pusiese duro, pero Carlos parecía no prestarle importancia a eso. Yo estaba feliz cuando me bañaba con él porque siempre me trataba y me hacía sentir muy bien. Ya para terminar el duchazo, pasado los meses tomó la costumbre de darme un beso en la boca “para la buena suerte” y, para asegurarse de retirar todo el jabón de mi cuerpo, me lamía un buen rato ambas tetillas y finalmente hacía que me agache y abra mis nalgas, con lo que él aprovechaba para meter su lengua en mi trasero. Me lamía el huequito un buen rato, para asegurarse de que no quedara jabón y así no me ardiese luego. Yo sentía muchas cosquillas y a veces le mentía; le decía “todavía me arde, parece que ha quedado jabón al fondo”, y entonces se esmeraba en introducir su lengua hasta lo más profundo, a veces ayudado por alguno(s) de su(s) dedo(s).
Y esa rutina se mantuvo hasta que, un día, Carlos llegó con la novedad del “juego de la familia”. La premisa consistía en que ambos éramos esposos y dormíamos juntos, tal como lo hacían mi papá y mi mamá y sus padres; él se despertaba primero y, para despertarme, debía ponerse encima de mí, para lo cual yo debía estar echado boca abajo. Así despertaban nuestros padres a nuestras madres, me explicó, y así lo hicimos varias veces aquel día en el cuarto de mis padres, pero con pequeños cambios de vez en vez. La primera, solo estuvo encima de mí, tranquilo, sin moverse, por varios minutos. La segunda vez, empezó a moverse y a empujar su pelvis contra mi trasero, aprisionándome entre él y la cama; lo hacía muy, muy despacio, como era siempre su costumbre al hacerme caricias, algo que me resultaba agradable. Claramente podía sentir cómo su pipí crecía y se ponía duro. Antes de hacerlo por tercera vez (o cuarta, no recuerdo bien), me dijo que debía jurarle que jamás diría a nadie la forma en que estábamos jugando; a mí me daba igual, porque no tenía idea de lo que estaba sucediendo; solo sabía que lo estaba disfrutando. Así se lo hice saber. Me agradeció y me dijo que antes de seguir jugando, debíamos bañarnos “a fondo”.
Fuimos a la ducha e hicimos todo lo que solíamos hacer. Se enjabonó él primero y luego me enjabonó a mí. Me lavó “a fondo” el trasero con dos de sus dedos mientras me enjabonaba las tetillas con su otra mano. Se tomó su tiempo, como de costumbre, y cuando terminó me dijo “parece que hoy estás listo”. Para no variar, se cercioró con la lengua que ni mis tetillas ni el huequito de mi trasero quedaran con rastros de jabón. Volví a insistirle que se fijara bien, que el fondo de mi huequito parecía quedar algo de jabón. Me siguió el juego, como siempre.
Nos vestimos y regresamos a la cama de mis padres. Volví a ponerme bocabajo y él se echó encima de mí. Se quedó quieto un buen rato y luego empezó a tocarme con suavidad la espalda por debajo del polo, y a acariciar los lados de mi cuerpo, por las costillas, lo cual hacía por primera vez; a mí me gustó mucho. Carlos respiraba por la boca haciendo algo de ruido y su boca, al estar a la altura de mi oreja, arrojaba aire caliente dentro de ella. Carlos empezó a empujar su pelvis contra mi trasero muy despacio pero con firmeza, y yo empecé a sentir que su pipí seguía creciendo y se iba poniendo cada vez más y más duro. No sabía que su pipí podía crecer tanto y ponerse como una piedra. Carlos seguía acariciándome los costados del cuerpo, debajo de las axilas, y de pronto bajó sus manos hasta el espacio que separa mis nalgas y empezó a intentar bajarme el pantalón corto, recorriendo con sus dedos muy lentamente todo el borde de mi ropa, desde mi espalda y hasta llegar a la bragueta. La abrió con cuidado y me bajó lentamente el pantalón hasta la mitad de los muslos, dejándome puestos los calzoncillos; luego, sentí cómo apuntaba con su pipí increíblemente duro, grande y caliente contra mi trasero, colocándolo entre mis nalgas por encima del calzoncillo. Yo no sabía qué estaba sucediendo, solo sentía sus caricias y su respiración sobre mi nuca y mi oreja, la presión de su pipí contra mi trasero y eso me estaba gustando demasiado. Luego, sentí cómo iba bajándome el calzoncillo muy lentamente mientras me metía la lengua en la oreja. Yo no sé si fue que empecé a gemir, pero él me pidió que no hiciera tanta bulla, que los vecinos podían escucharnos. Acto seguido, terminó de bajarme el calzoncillo y puso su pipí duro, enorme, caliente y húmedo contra el huequito de mi trasero. Empezó a empujar con mucha delicadeza, despacio y con cuidado; abrió un poco mis nalgas y sentí cómo la cabezota de su pipí se abría paso en la entrada de mi ano. Las caricias de sus dedos sobre mi cuerpo seguían, su lengua seguía lamiendo mi oreja, luego mi nuca, luego mi otra oreja; su pipí seguía intentando abrir mi huequito… y vaya que lo estaba consiguiendo.
Me preguntó si me gustaba lo que estábamos haciendo, y yo fui sincero: le dije que sí. Empezó a empujar un poco más contra mi huequito y sentí que su pipí seguía entrando en mí, despacio, muy despacio. Insistió una vez más en que no le dijera a nadie lo que estábamos haciendo, a lo que yo respondí diciéndole que no se preocupara, que nunca traicionaría su confianza. Y que siguiera haciéndome aquello.
No sé en qué momento fue que sucedió, pero de pronto yo empecé a sentir algo extraño en mí. Como un calor que me recorría todo el cuerpo y de pronto una sensación muy rica en el pipí. Sentía como que me iba a orinar encima y se lo dije a mi primo; traté de soltarme de él para ir al baño pero Carlos era mucho más fuerte que yo y me obligó a permanecer debajo de su cuerpo. Si bien sentía que me estaba orinando, no salió nada de mi pipí. Mi primo me tenía aprisionado entre su cuerpo y la cama, y como me había tapado la boca con su enorme mano, en el forcejeo uno o dos de sus dedos habían entrado en ella, lo cual no me incomodaba en absoluto. La sensación fue muy extraña pero la disfruté mucho. Estuve un buen rato sintiendo y disfrutando los espasmos en el bajo vientre y en todo el cuerpo, y para cuando reaccioné, mi primo no solo seguía encima de mí, moviéndose, sino que había logrado introducir todo su pipí dentro de mi trasero. Sentía el calor de su barriga pegada sobre mi espalda baja, sentía cómo el sudor de su pecho cubierto de vellos mojaba la parte superior de mi espalda, sentía sus testículos ardientes sobre la parte inferior de mis nalgas, acariciando con sus vellos parte de mis testículos. No sé cuándo fue que había logrado entrar, pero ya estaba dentro de mí por completo y ahora me sacaba y metía todo su pipí menos la cabeza, muy despacio y con mucho cuidado, como era su costumbre al hacer las cosas. Yo sentía riquísimo cómo entraba y salía de mi cuerpo. De pronto, una especie de cosquilla intermitente empezaba a anunciarse en el huequito de mi trasero mientras él me penetraba, me acariciaba la espalda con sus dedos y lamía mis orejas. La cosquilla en mi huequito empezó a hacerse cada vez más intensa y el calor iba apoderándose de mi cuerpo nuevamente. Mi huequito comenzó a contraerse a medida en que la cosquilla en él se hacía más y más intensa. Las contracciones en mi bajo vientre volvieron y yo sentía otra vez como que me iba a orinar. Empecé a estremecerme y a gemir por el intensísimo placer que sentí en ese momento. Cerré los ojos con la misma fuerza con que ajustaba mi trasero, apretando con furia el pipí de mi primo. Mi huequito me hacía muchas cosquillas; era una sensación increíble. Igualmente, mi pipí empezó a sentir cosquillas. Carlos, para calmarme y controlarme, empezó a morder la parte de atrás de mi cabeza, con suavidad, y a jalarme del cabello mientras introducía su pipí por completo en mi trasero y resoplaba y gritaba. Embistió con su pelvis mi trasero y me empujó su pipí hasta el fondo. Sentí su falo convulsionar entre mis nalgas, con contracciones que duraron varios minutos y que coincidieron con las de mi huequito, el cual parecía ordeñarlo, mientras el calor se apoderaba por tercera vez de todo mi cuerpo.
Carlos se quedó varios minutos sobre mí. Su boca seguía echando aire caliente dentro de mi oreja. Su pipí seguía convulsionando dentro de mi trasero. Nos quedamos en silencio cerca de media hora, siempre él sobre y dentro de mí. Me preguntó si lo había disfrutado y le dije que sí, que muchísimo. Entonces me dijo que el juego de la familia era ese, que para despertarme él tenía que hacerme exactamente lo mismo siempre. Y que lo jugaríamos cuando nos quedáramos solos. Pero que si se lo contaba a alguien, ya no íbamos a poder jugarlo nunca más. Le di mi palabra de que que no le diría a nadie.
Yo no tenía idea de lo que había sucedido pero entendí, de alguna forma, que debía ser algo confidencial. Además, me había gustado (¡y mucho!), así que no me desagradó la idea de volver a hacerlo. Y nunca se lo dije a nadie; no podía permitir que no volviésemos a jugar algo tan divertido.
Él continuó yendo a mi casa por muchos años más, a cuidarme cuando mis padres no estaban, una o dos veces por semana. Cuando tuve conciencia de lo que pasaba, nos convertimos en amantes, y aún ahora que ambos estamos casados, cada quien por su lado, seguimos viéndonos… pero esa ya es otra historia.
Qué hermosa la forma en que te inició tu primo y cómo lo relatas. Ojalá todos tuviéramos una experiencia como esa en nuestras vidas.
¡Sí, fue muy rico!
gran relato como sigue
Pronto llega la segunda parte 🙂
me gusto mucho el relato
hay segundas partes ?
Sí, la historia continuó, y me estoy animando a seguir contándola 🙂
Quiero um cuidador asi
Tuve la suerte de que me haya tocado una tan detallista 🙂
Uff que rico, me gustó mucho tu relato
Gracias 🙂