Benji
A los 14, con mi primo de 12.
Siempre adoré a mi primo Benji. Sus grandes ojos grises, su cabello castaño enrulado, su sonrisa encantadora… hacían que entre todos mis primos fuese mi preferido. Un muñeco que protegí y malcrié desde que nació.
No era especialmente habilidoso en el fútbol ni se destacaba en el colegio. Yo lo ayudaba cuando tenía problemas en sus estudios y entonces, le iba bien, porque no era tonto.
A medida que me hice mayor, esa preferencia por Benji se fue expresando de manera más física. Me encantaba mirarle las piernas, abrazarlo, despeinarlo, meter mis manos bajo su camiseta y rascarle la espalda.
Él se mostraba halagado por mis atenciones, en parte porque yo también soy su preferido y en parte, porque él es muy inocente. Y la verdad, es que el resto de los primos no le hace mucho caso.
Ahora, a mis 14 años, esa atracción indefinida se ha vuelto más sexual. Benji, que tiene 12, está más atractivo que nunca. Y aunque no me considero gay, tengo que reconocer que, cuando me hago pajas, me es más excitante pensar en Benji que en mis compañeras de clase.
Tal vez debí ser más prudente y alejarme un poco de Benji, porque él no podía adivinar que mis caricias se volvían cada vez más sensuales. A veces mi conciencia me decía: ¡Es tu primo, déjalo en paz!
Anoche mi tía (la mamá de Benji) nos dijo que estaríamos solos esa noche. Yo traté de alejar las ideas calientes que me zumbaban, teniendo a Benji al alcance de mi mano.
A medida que las horas pasaban, yo trataba de pensar en otras cosas, de jugar con él a juegos inocentes y que no tuviesen contacto físico (una lucha hubiese sido mortal) pero la tentación estaba allí, acechando.
—-
Es invierno, hace frío. La estufa del dormitorio no funciona (mi tía siempre le tuvo miedo a que un escape de gas pudiera asfixiar a alguien y la desconectó). Le digo a Benji que podemos dormir juntos y darnos calor mutuamente. Le parece bien.
Y entonces pienso que mi batalla ya está perdida: tengo a Benji en mi cama.
Le hago unas preguntas para sondear sus conocimientos, su malicia. Sigue siendo un niño ingenuo, al que le gusta salir a remar en canoa, navegar en velero o jugar con su perro. No tiene idea de lo que significa la palabra “masturbación” y no le interesa la pornografía, lo poco que sus compañeros le han mostrado en sus celulares le pareció asqueroso.
Nos deseamos las buenas noches y él gira, porque duerme de lado. Pero yo hiervo. Acerco mi cuerpo al suyo (como dos cucharas, una sobre la otra) e inicio mis maniobras, aunque estoy dividido por dentro. Una parte de mí (con una voz afónica, casi inaudible) me dice que ni se me ocurra tocarlo. La otra, poderosa, cautivante, me dice que por algo tengo a mi adorable primo allí, que haga todo lo que vengo imaginando…
Lo que tengo más a mano es su nuca y la parte superior de su espalda. Benji tiene un pijama azul, muy mono. Comienzo a masajearle la espalda.
-Qué rico- dice, susurrando.
Mientras él siente un placer “limpio” (un buen masaje en las cervicales se siente bien) yo experimento un placer de otro tipo. La erección que tengo lo confirma.
-Ponte boca abajo, Benji-
Lo hace y entonces mi masaje es más intenso. Siempre en las cervicales y en los hombros.
– ¿Te relaja?
-Mucho.
-Esto es solo el principio – digo, con doble intención Pero Benji tiene 100% de confianza en mí.
Empiezo a acariciarlo por debajo de la ropa. Desde chico a Benji le encanta que le rasquen la espalda. Y aunque ya es casi un adolescente, todavía lo disfruta. Le empiezo a quitar la parte superior del pijama.
-Oye, Marty… Hace frío…
Es solo un comentario. Benji no está asustado ni molesto. También yo me quito la mía.
-Ponte boca arriba y me ocuparé de darte calor.
Se gira. Estamos a oscuras pero yo quiero verlo, así que enciendo una pequeña lámpara. Benji tiene los ojos cerrados, pero los abre cuando siente que le estoy besando el pecho.
Es un momento decisivo. Benji puede asustarse y volverse a su cama.
Pero solo sonríe y, para mi satisfacción, me acaricia la nuca y el cabello con ternura. Así que de dar besitos paso a lamerle sus pezones mientras mis manos acarician su cuerpo. Rozo con la punta de mis dedos su entrepierna, pero por ahora no hay movimientos allá abajo. Me pongo cara a cara con él.
-Te quiero mucho, Benji- le digo.
-Yo también te quiero, Marty.
Una vez más, el “quiero” de él es “limpio, ingenuo, fraternal” mientras mi “quiero” esconde otras intenciones.
Lo beso delicadamente. En las mejillas, en el cuello (allí suspiró, y fue un suspiro incontenible) y luego, en la boca. Obviamente, Benji no sabe besar de lengua. Le enseño como le he enseñado a hacer ecuaciones o a traducir oraciones. Y él hace lo que puede, como si fuese un juego complicado.
– ¿Te gusta?
-No sé… ¿A ti te gusta?
– ¡Me encanta!
Solo por complacerme, lo seguimos haciendo. Deslizo una de mis manos hacia su entrepierna, sigilosamente. Pero mi querido primo todavía está tranquilo.
Como ya sé que en su cuello es más sensible, comienzo a lamérselo. Y funciona. Esa es la puerta hacia su sensualidad. Una rápida inspección corrobora mi teoría: Benji tiene una erección.
Me gusta lamerle el cuello, pero escuchar sus suaves suspiros me pone a mil y quiero visitar otras regiones.
Beso, con lamidas lentas, su pecho, su estómago y su vientre. Cuando le quito el pantalón pijama, no dice nada. Su respiración está acelerada. Ya tengo a mi amado primo desnudo, a mi disposición.
Tengo que ser honesto con ustedes, lectores.
Nunca, hasta esa noche, hice una mamada. Sí las había recibido. Una chica del colegio (una chica bastante fea, de 17 años) te la mamaba si le pagabas el equivalente a 25 dólares. Yo tenía 13 cuando logré juntar el dinero y me llevó a un lugar secreto en el colegio (un altillo lleno de trastos) y me hizo una mamada tan espectacular que mis gemidos se deben haber escuchado en toda la manzana. Era una profesional. Y desde entonces, varias chicas me la habían hecho. Nunca fue como la primera vez.
Su pubis es tan suave. Cuando comienzo el “blow job” como dicen los americanos, mi primo se sienta de golpe en la cama. Lo tranquilizo y se recuesta otra vez. Cierra los ojos. Sus brazos descansan al costado de su cabeza.
Trato de demorar su clímax todo lo posible, pero no tarda ni cinco minutos. Trago lo poco que echa. Delicioso.
Me pongo otra vez a su lado y lo sigo acariciando. Benji tiene que recuperarse de su experiencia. Finalmente me mira, con esos ojazos grises.
-¿Te gustó?- le pregunto.
Como respuesta me da un beso rápido en los labios. Se pone el pijama y se acuesta, dándome la espalda.
-Buenas noches, Marty.
Apaga la luz. Vuelvo a colocarme junto a su espalda (cucharitas). Benji respira con la regularidad de quien duerme como un angelito, con la conciencia tranquila.
Yo estoy muy caliente. Me gustó darle placer a Benji pero el chico es tan inocente que no sabe jugar. Faltó toda la segunda parte…
Apoyo una de mis manos en el trasero de mi primo, que duerme, y con la otra me desahogo.
—-
Cuando despierto, Benji ya no está.
Durante el desayuno, mi primo no hace ningún comentario y se comporta conmigo con naturalidad. Ninguna mirada de complicidad ni de reproche. Está de buen humor y cariñoso, no adivino en sus gestos malicia alguna.
¿Es posible que no recuerde nada? Hubo luces encendidas, besos de lengua, caricias y orgasmo. ¿Pensará que lo soñó? ¿O simplemente, en su sabiduría de niño, sabe sin saber que soy un hervidero de hormonas y me ha perdonado? No me animo a preguntarle. Tal vez sea mejor así.
Me invita a salir a remar con él y con su hermanita. Le digo que sí.
No ha pasado nada, parece.
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