Besé a mi sobrinito y luego le chupé su pequeña verga
Soy un hombre de 26 años y les contaré sobre la vez que besé y toqué a Martín, mi sobrinito menor..
Esto ocurrió a mediados de febrero del año pasado.
Quiero mencionar que antes de esto, yo ya había tenido una experiencia con mi sobrino en la que rocé mi pene con su boca, pero en esta situación fue donde llevé las cosas a un siguiente nivel.
Yo soy de piel blanca, velludo, alto y muy delgado.
¿Pero por qué hice esto con un niño? Hasta el día de hoy me lo cuestiono. La respuesta es simple: no soy atractivo y ningún adulto quiere sexo conmigo. Quisiera que las cosas fueran diferentes, pero al mismo tiempo, me alegro de que no lo son.
Allí estaba. Unos días después de cometer el pecado imperdonable de realizar un acto sexual con un niño. Pero si estaba tan mal, ¿Por qué se sintió tan bien?
Hasta el día en el que froté mi pene en los labios de mi sobrino, jamás había tenido pensamientos o tendencias sexuales de ese tipo. Por supuesto que el haber hecho eso, me afectó demasiado.
Pasé varios días triste, preguntándome por qué tenía la apariencia que tenía. Arrepentido de haberme aprovechado de un niño pequeño e inocente para hacer tal perversión y sintiéndome como un monstruo.
Pero obviamente, esos sentimientos desaparecieron demasiado pronto. Mi calentura ganó y luego de unos días, se volvió a apoderar de mí. Entonces comencé a masturbarme, como era de costumbre, tres veces al día.
Todas las veces en las que me masturbaba era con ese recuerdo; esa memoria de aquél acto sucio en donde yo, un hombre maduro de 26 años, le ponía mi gran verga erecta en los labios a mi pequeño sobrinito, quien, me había dado uno de los mejores orgasmos que había sentido. Sin embargo, yo quería más de ese pequeño. Quería poseerlo, pero también quería causarle placer, entonces se me ocurrió que ya era hora de darle su primer orgasmo.
En cuanto a mi persona, una transformación estaba ocurriendo. Estaba dejando de ser el hombre feo y sin pareja cuya desesperación sexual lo había llevado a tener sexo con un perro callejero -Sí, hice eso antes de la experiencia con mi sobrino- y me estaba convirtiendo en la bestia sexual; el depredador que estaba destinado a ser.
Si Dios me hizo feo para los adultos, entonces supongo que lo mío seran los niños, pensé. Y así comenzó mi plan para tocar a mi sobrino, y esta vez debía ser bien planeado para que no hubiera problemas en el futuro.
Comencé analizando la situación: mi sobrino era el hijo menor de mi hermano más exitoso. Tenía una familia unida y una mamá sobreprotectora, ¿Entonces cómo podría acercarme al nene si recibía mucha atención? Pues fácil, usando lo mismo que me permitió lograr mi anterior experiencia: el alcohol.
El plan era sencillo: invité a mi hermano a un asado en mi casa y este obviamente traería a su esposa y a sus dos hijos.
La tarde pasó de maravilla; los niños se la pasaron jugando con mi vieja consola de videojuegos y los adultos conversamos y bebimos cerveza. Por supuesto que yo tomé mucha menor cantidad de alcohol y me encargué de que ellos tomaran demasiada, de manera discreta.
Finalmente la noche llegó y mi hermano y su esposa estaban muy ebrios. Por supuesto, no podrian irse a su casa en tal estado y les propuse que se quedaran en mi habitación y yo dormiría en la sala -mi casa es pequeña y solo tiene una habitación-.
Ellos aceptaron porque no les quedaba de otra, y se acomodarían para dormir, los cuatro en la cama. Mis sobrinos aún seguían en la sala jugando videojuegos, entonces convencí a mi hermano, de que los mandaría a dormir al rato.
Esperé unos veinte minutos en donde los veía jugar y conversaba con ellos de cosas tontas. Luego le dije a Miguel, mi sobrino de doce, que sería mejor que él se fuera a dormir con sus papás y Martín, que era más pequeño, se quedara en el mueble al lado del sofá, debido a que él si cabía ahí.
Miguel, por supuesto, no tuvo ningún problema con mi sugerencia y se fue a dormir. Entonces finalmente quedamos solos Martín y yo.
Mi pene ya estaba erecto. A diferencia de nuestra primera experiencia en donde todo sucedió tan de repente, en esta ya lo tenía todo planeado y volvería a acercarme a mi pequeño sobrino para tocarlo de maneras inapropiadas. Yo ya no era el hombre arrepentido por aprovecharse de la inocencia de un niño; era el hombre que estaba dispuesto a causarle mucho placer y dejarle una huella como su primer macho.
Me quedé con él y tuvimos una conversación breve. Le pregunté del colegio y cosas irrelevantes. Luego le pregunté que si quería jugar un juego.
— ¿Qué juego? —preguntó Martin curioso—
— ¿Te acuerdas de la otra vez en la fiesta de navidad que jugamos a maquillarnos con el cuerpo?
— Ah, sí. Que pintaste tu pajarito de labial rojo —dijo sonriente y yo le ordené de manera amable que bajara la voz—
– Sí, pero te dije que nunca le dijeras a nadie o me pondría a llorar —susurré— ¿No quieres que llore verdad?
— No.
— Pero te gustó ese juego ¿No? Me acuerdo que te reías.
— Sí. Y no le dije a nadie para que no lloraras.
— Fuiste un buen niño, así me pongo feliz. —sobé levemente su cabeza— ¿Quieres jugar a algo parecido pero sin maquillaje?
— Bueno. —respondió sin ningún reclamo o duda—.
— Pero tampoco le puedes decir a nadie, porque sino me pondré triste y lloraré, ¿Prometes que no dirás nada?
— Okay —hizo el gesto de cerrar los labios con llave y luego la lanzó—
Por supuesto que, las promesas que hace un niño son super desconfiables y realmente jamás puedes depender de eso para pensar en que todo estará bien. Pero, enserio, estaba muy caliente y tenía todo a mi favor para jugar con el pequeño, debía aprovecharlo.
Entré silenciosamente a mi habitación con la excusa de que iba a buscar algo. Luego miré a la cama y me aseguré de que todos estuvieran dormidos y efectivamente, el alcohol había hecho su efecto, roncaban como cerdos. Su hijo estaba entre ellos dos y pues, lo noté tambien profundo.
Salí de la habitación y agarré a Martín de la mano, nos dirigimos al baño y lo cerré con seguro. Sabía que si alguien nos encontraba así, la situación sería mucho más dificil de explicar que aquella vez en la que nos encerramos en su habitación. Pero no me importaba, pues yo confiaba en que el alcohol estaría a mi favor y los mantendría dormidos por mucho tiempo.
Cuando nos encerramos procedí a quitarme la camisa. De nuevo, el montón de vello en mi torso hipnotizó al pequeño, quien esta vez no perdió el tiempo haciendo algún comentario sobre lo peludo que era y simplemente puso su mano y comenzó a acariciarme. Al parecer nuestra primera experiencia ya lo había entrenado para reconocer que su macho estaba frente a él y sabía lo que tenía que hacer para satisfacerlo.
Yo me arrodillé para que estuvieramos en alturas parecidas. Enceguecido por la lujuria, agarré a Martín, le quité la camisa y admiré por un segundo su pequeño cuerpecito de varón sin desarrollar. Procedí a lamerle el torso, olfateaba su cuello con olor a perfume de bebé, lamía sus tetillas rosadas con sabor a piel limpia. Mientras tanto, mis manos bajaban lentamente desde su suave espalda hasta sus pequeñas nalgas. El pequeño no tenía unas nalgas muy grandes, ¿Pero qué mas da cuando entre ellas había un pequeño hoyo caliente, apretado y virgen? Claro que ese hoyo era un magnífico tesoro que estaba dispuesto a probar en un futuro, pues no me parecía el momento adecuado.
Mi verga estaba mojada de lo bien que se sentía saborear al niño mientras manoseaba sus nalgas. Él solo se reía en voz baja y parecía estar disfrutando de nuestro juego prohibido.
¿Saben como me di cuenta de que su instinto sexual había despertado? Cuando pasaba mi lengua por su ombligo y noté la pequeña montaña que se formaba en sus pantalones, justo debajo de mi mentón.
— Uy, tu pajarito está despierto —bromeé entre susurros y me reí—
— Se siente raro mi pajarito —respondió sonriente y con su mano derecha se agarró el pequeño bulto para revisar que todo estuviera bien—
No saben el morbo que me dió cuando lo vi agarrarse el pequeño penecito. Yo jamás había tenido el deseo de chupar un pene, pero ver a ese niñito agarrarse confundido su pirulin, me hizo inmediatamente querer abrir la boca y degustarlo como un manjar. Básicamente, estaba hambriento de pene de niño.
Inmediatamente puse mi mano en su pequeño bulto y comencé a frotarlo. Él dejó de sonreir, nada mas veia con atención como mis dedos apretaban con gentileza sus dos huevitos por encima del pantalon.
Yo estaba en el cielo de la perversión. Seguía lamiendo su panza y al mismo tiempo tocaba el tesoro en sus pantalones.
Luego añadí un nuevo crimen a mi lista de «depredador sexual». Me acerqué a sus labios; esas hermosas esponjas rosadas que había tenido el placer de tocar con mi pene. Puse mis labios sobre los de él y lo besé. Besé a mi sobrino.
No miento al decir que él era la cuarta persona a la que besaba en mis 26 años de vida. Y lo mejor aún, yo era la primera para él, o bueno, la primera que lo besaba como un macho besa a su hembra.
Qué depravado me sentía en ese momento. Metía con furor mi lengua con aliento a cerveza, en la pequeña boca de mi sobrino; estaba enloquecido. Mi lengua era tan grande que ocupaba todo el espacio de su boca y con poco esfuerzo podía llegar hasta su garganta -pero no lo hice porque no quería ahogarlo-.
Aún recuerdo que el aroma de su aliento en nuestro primer beso era el del café. Eso porque le había regalado a los niños unos dulces que contenían ese ingrediente; y vaya que me marcó para siempre. Cada vez que quiero recordar ese momento, compro esos dulces o preparo café y me masturbo, solo imaginándome que el humo que sale de la taza es el aliento de mi pequeño amante.
«Qué sucio animal, no merezco perdón, que hijo de puta que soy» pensaba mientras lo poseía con mi lengua, pero ya no era porque tenía sentimiento de culpa, sino porque me excitaba y me ponía a mil pensar en lo enfermo que estaba volviéndome sexualmente.
El niño parecía un muñeco de trapo. Realmente no se movía ni nada, solo cedía ante las acciones de su enfermo tío. Eso me hizo creer que realmente le gustaba lo que estábamos haciendo, pero no tanto como lo que hice después.
Duramos como cinco minutos besándonos. Ahora era mi turno de que yo besara lo que tenía entre las piernas. Le bajé el pantalón y se lo dejé a la altura de sus muslos, luego puse mi mano en sus hermosos calzones del hombre araña y toqué su bultito que saltaba de la emoción y moría por ser descubierto.
— Qué lindo salta, bebé —le dije a Martín mirándolo como mi noviecito—
Él no respondió con palabras, sino que hizo que su pene saltara más y comenzó a reirse. Yo amaba lo sucio que se estaba portando mi putito, sabía que quería que mi boca lo acariciara, aunque realmente no se daba cuenta aún, pero estaba a punto de cambiarle la vida.
Le bajé los calzones y qué belleza lo que mis ojos vieron. Ahí estaba, su pequeño y tierno pene. Un pedazo de carne de unos cuatro centímetros en su estado de erección: estaba lampiño, blanquito y suave. Su punta estaba adornada por un prepucio más grueso y más oscuro que el resto de su miembro. Su par de huevitos blancos, eran como dos canicas que colgaban mucho más abajo de lo que hubiera imaginado, pero que acompañaban a aquella pistolita dura y firme.
Yo me enamoré de su verga diminuta y firme. Por primera vez tenía deseos de un pene, y era el del bebé de mi hermano.
Agarré la punta de aquella verguita infantil e intenté bajarle el prepucio. Obviamente no pude bajarselo por completo y tuve que parar cuando soltó un pequeño alarido de dolor.
— ¿Quieres sentir cosquillas? —le pregunté—
— ¡Sí! ¿Me vas a hacer cosquillas?
— Sí, pero son cosquillas diferentes. Son mucho mejores, te van a gustar ¿Me dejas hacertelas?
— Ajá.
— Bueno, pero no hagas ruido para que tus papás no se levanten y se enojen con nosotros.
Puse mi lengua en su ombligo y bajé hasta su pubis, deteniendome justo encima de su palo saltarín. Luego ocurrió. La punta de mi lengua tocó esos pequeños labios que adornan la punta del pene. Mi sobrino pegó un leve salto y se empezó a reir, pero yo le hice un gesto para que se callara.
Sin previo aviso metí toda su verga en mi boca y pasé mi lengua por cada centímetro de piel, obteniendo un sabor saladito y acido que probablemente se debía a algún rastro de orina. Pero eso no me dió asco en lo absoluto, sino que al contrario, me motivó a seguir explorando con mi lengua; estaba dispuesto a obtener todo el sabor que ese pequeño pajarito me pudiera brindar.
Sin que él se diera cuenta, metí mi mano entre mis shorts y empecé a masturbarme. Mi verga palpitaba y el jugo que brotaba de ella me servía como lubricante para facilitar mi paja.
Mi boca tenía aprisionada la pija del nene. La chupaba como a una paleta, la metía y sacaba de mi boca, hacía giros con mi lengua. El pequeño estaba cooperando y hacía su máximo esfuerzo para no reírse a carcajadas, aunque podía ver como sonreía de oreja a oreja y movía mucho su cuerpo, probablemente debido a la intensidad de las sensaciones.
Un par de minutos después, dejó de reirse y vi como abrió su boca, empezó a respirar agitado y puso su cabeza en dirección hacia el techo. Lo estaba logrando, le estaba dando su primer orgasmo. El niño temblaba y no pudo evitarlo, comenzó a reirse a carcajadas. Yo no lo detuve, solo observaba como disfrutaba del placer y se convertía en un machito y en un ser sexual.
Yo aumenté el ritmo de mi mano en mis pantalones y luego eyaculé. Tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida; mi leche salía con fuerza en grandes chorros de la punta de mi verga. Mis shorts quedaron totalmente mojados y en mi mente solo estaba la imagen del niño riéndose por las cosquillas que le había causado en el pito.
Martín solo veía en silencio su verguita dormida. La tocaba como intentando que se levantara de nuevo. Yo agarré papel higiénico y limpié al mocoso, no porque tuviera semen, sino porque tenía mi saliva en todos lados. Luego le puse la ropa y procedí a limpiar mi verga, aunque claro, tendría que cambiar mis shorts empapados por culpa de Martín.
— ¿Te orinaste en los pantalones? —señaló Martín mis shorts humedos—
— Algo así. Es que me puse muy feliz.
— ¡Yo también! —Se acercó emocionado y me abrazó— se sintió muy chistoso cuando te pusiste mi pajarito en la boca.
— Ya, pero recuerda que no le puedes decir a nadie sobre eso. Porque si le dices a alguien nos pueden alejar y se pueden poner bravos contigo.
— ¿Y por qué?
— Porque lo que hicimos es algo secreto que solo hacen los adultos que se aman mucho y tu eres un niño y si alguien se entera, pues te regañarán feo, por hacer cosas de adultos.
— ¡Ay, no! —respondió con ganas de llorar—
— Pero tranquilo que no le diré a nadie y tu tampoco. Si quieres luego jugamos más.
— Ta’ bien.
Procedí a salir del baño primero y me aseguré de que no hubiera nadie despierto. Luego le dije a Martin que saliera y lo acosté a dormir en el sofá, no sin antes darle un beso degenerado con lengua y apretar sus huevitos una vez más, para despedirme de él.
¿Por qué no hicimos más si aún habia mucho tiempo? Sencillamente porque quería ir despacio con él para no arruinar las cosas. Así, él le iría agarrando el gusto a todo poco a poco y tendría menos posibilidades que me delatara.
Me acosté a dormir en el sofa junto a él y eso fue todo lo que ocurrió aquella noche. Sin embargo, solo era el principio de mi noviazgo con Martin y de mis aventuras provocando orgasmos infantiles por el mundo.
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