Bruno – Mi primera vez
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por BrunoX.
Cuando acababa de cumplir 15 años, nos mudamos a Buenos Aires. Mi padre es ingeniero y la pasabamos viajando, y nunca estábamos mucho más de un año en cada lugar. Asi fue que durante mi infancia y adolescencia conocí y viví en muchísimos lugares de Argentina, España, Mexico y Brasil. Para mucha gente esto puede sonar fabuloso, pero la verdad para mí no fue muy bueno. Desde los 8 años hasta los 15 no logré hacerme de amigos, nunca tenía tiempo para adaptarme a cada ciudad. Encima de eso, mi educación no fue una prioridad para mi padre a la hora de decidir cual sería su próximo contrato, por lo que muchas veces tuve que recursar años en la escuela, o bien estudiar sólo en casa. La verdad es que todo eso, junto con cosas que pasaron en mi familia cuando era niño, reforzó mi timidez y aislamiento emocional. Realmente, me costaba muchísimo hablar con otras personas. Demás está decir que era virgen, mi vida sexual se circunscribía a pajas a base de porno hetero por internet. No voy a negar que alguna pija de pornstar me haya llamado la atención alguna vez, pero siempre pensé que era más por curiosidad que por deseo.
Cuando acababa de cumplir 15 años, nos mudamos a Buenos Aires. Mi padre es ingeniero y la pasabamos viajando, y nunca estábamos mucho más de un año en cada lugar. Asi fue que durante mi infancia y adolescencia conocí y viví en muchísimos lugares de Argentina, España, Mexico y Brasil. Para mucha gente esto puede sonar fabuloso, pero la verdad para mí no fue muy bueno. Desde los 8 años hasta los 15 no logré hacerme de amigos, nunca tenía tiempo para adaptarme a cada ciudad. Encima de eso, mi educación no fue una prioridad para mi padre a la hora de decidir cual sería su próximo contrato, por lo que muchas veces tuve que recursar años en la escuela, o bien estudiar sólo en casa. La verdad es que todo eso reforzó mi timidez y aislamiento emocional. Realmente, me costaba muchísimo hablar con otras personas. Demás está decir que era virgen, mi vida sexual se circunscribía a pajas a base de porno hetero por internet. No voy a negar que alguna pija de pornstar no me haya llamado la atención alguna vez, pero siempre pensé que era más por curiosidad que por deseo.
En ese tiempo, yo ya era bastante alto, 1,85 m. Rubio, delgado y lampiñísimo y con una tremenda "cara de nene" ("cara de boludo", según mi papá), mi cuerpo estaba bastante bien formado, aunque todavía tenía esas redondeces del cuerpo infantil. Al ser alto, lo disimulaba bastante bien, pero mi colita redonda, blanca y lampiña siempre fue motivo de cargadas en algún vestuario del colegio. Según Mirna, la esposa de mi padre, era todo un "niño gigante", salvo por mi mirada. Mis ojos son verde-grises, cambian con el clima y con mi estado de animo, y ella siempre decía que cuando era niño mis ojos eran verdes y llenos de chispas, pero ahora estaban siempre serios, tristes y grises.
Como habíamos llegado casi al final del año, mi padre consideró que no era necesario que ingresara a un colegio, no valía la pena y según él era mejor comenzar al año siguiente con toda la camada. La cuestión es que con esa decisión, a los 15 años estaba sólo, sin amigos en Buenos Aires y sin ninguna vocación ni oportunidad para hacerlos, y con un montón de tiempo libre.
En frente al edificio donde vivía había un gimnasio, no era demasiado grande. Era un gimnasio de barrio, sólo algunos aparatos de musculación, pesas, cintas caminadoras y bicicletas fijas. El dueño era un flaco de unos 25 años que tenía un lomazo, pero yo en ese momento no me fijaba en esos detalles, yo era heterosexual (o por lo menos lo era mi material de pajas). Juan se llamaba, y realmente tenía un cuerpo envidiable, 1.90, espalda ancha y pectorales firmes, biceps y abdominales bien marcados pero sin exagerar. Siempre llegaba temprano en su moto y la dejaba estacionada justo debajo de mi ventana. Yo lo espiaba todas las mañanas porque el sonido del motor me despertaba, pero más que a él miraba a la moto, era una Suzuki Hayabusa de 1300 cm3, negra brillante con detalles rojos, realmente veía esa moto y se me caía la baba. Después de desayunar siempre bajaba a caminar un rato y obviamente me quedaba mirando un rato la moto desde diferentes ángulos. Una mañana, yo estaba embobado mirando el diseño del escape, cuando escucho a mis espaldas una voz profundamente masculina:
– Che, capo, la estás mirando como si te la quisieras garchar!
Me doy vuelta como impulsado por un resorte, y veo que era Juan con una media sonrisa socarrona y una ceja arqueada, gesto que más adelante me iba a causar sensaciones orgásmicas con solo verlo. Yo me puse colorado como un tomate de puro tímido, e intenté sin mucho éxito articular un par de palabras, pero estaba hecho un idiota. Por suerte el se rió y algo de esa risa atenuó el ataque de pánico que me estaba dando y por primera vez lo vi bien a la cara. Rasurada perfecta, pelo negro y muy corto pero con estilo, mandibula cuadrada y unos ojos oscuros pero brillantes que parecían hablarte al alma.
– No te asustes, capo, te veo todos los dias mirar la moto como si te la fueras a devorar, quedate tranquilo. Me llamo Juan.- y me extendió la mano, grande y fuerte. Yo se la estreché conteniendo el impulso de temblar de pura timidez, pero en el momento en que lo toqué algo se relajó en mí, no se si fue el calor de su mano o la seguridad con que me apretaba la mía. A partir de ese momento, no sé qué me pasó, pero pude hablar normalmente con él, como si lo conociera desde siempre. Habremos charlado ahí en la vereda una media hora, de la moto y de la vida. Al final, el me dijo que ese día no tenía tiempo, pero un dia de esos me llevaba a dar una vuelta en moto, y me dió una tarjetita del gimnasio.
– Venite a ver si te hacemos hombre, capo – me dijo con ese gesto de la media sonrisa. Yo estaba en las nubes, no sabía bien por qué, pero estuve contento todo el día. Mirna, la esposa de mi viejo, se dió cuenta y se lo comentó a mi papá cuando estabamos almorzando, pero mi viejo le respondió algo como "Este boludo se va a poner contento cuando la ponga de una buena vez".
Al otro día por la tarde fui al gimnasio, y Juan me recibió con un abrazo y me presentó a un par de flacos que estaba entrenando como "Bruno, experto en garchar motos". Yo obviamente me puse colorado y respondí todo con monosílabos, no estaba acostumbrado a hablar con personas, pero Juan llenaba todos los espacios con el carisma que tenía y en menos de 5 minutos yo ya estaba charlando de motos con los demás, que también eran bastante fanáticos. Luego Juan me llevó aparte para explicarme los ejercicios de musculación con los que iba a iniciar mi entrenamiento. Yo escuchaba con toda mi atención como si Dios mismo me estuviera hablando. Juan me tocaba los bíceps indicando dónde tenía que sentir la tensión, o los abdominales para indicar la dirección en la que debía trabajar el músculo, mientras hacía los diferentes ejercicios, y yo me sentía BIEN, así con mayúsculas. O sea, no se me pasaba nada sexual por la cabeza en ese momento, pero mi cuerpo respondía al toque de las manos de Juan con placer, y yo hacía ciegamente todo lo que el me pedía. Pero algo en mí registró ese contacto placentero, porque esa noche soñé con Juan, él estaba sin remera, todo sudado ayudándome con una pesa mientras me miraba con esos ojos y esa media sonrisa. Me desperté de golpe y estaba re- empalmado, con la ropa interior algo húmeda de precum. No le di importancia (a esa edad lo anormal era no despertarse en esas condiciones) y me dormí enseguida.
Los días pasaban y me parecía increíble lo que lograba Juan en mí. Mi cuerpo iba tomando forma más masculina, haciendo recto donde antes había curvas rechonchas, definiendo músculos. Yo admiraba el cuerpo de Juan, era mi modelo. Juan me hacía muchas veces tocar sus músculos para que notara cómo debía trabajarlo correctamente. Juro que no sentía nada sexual (o por lo menos no lo identificaba así), sólo felicidad y algún que otro cosquilleo que yo no sabía cómo interpretar, pero la verdad es que estaba obnubilado con él. Iba todos los días al gimnasio y estaba como tres horas, ejercitándome pero también compartiendo con los chicos del gimnasio. Ellos eran todos más grandes que yo, entre 25 y 30 años, y por eso me convertí en una especie de mascota. Siempre estaban haciendo chistes acerca de que me iban a llevar de putas para que debutara de una buena vez, con lo cual yo automáticamente me ponía colorado, pero eran bromas con muy buena onda, y me hacían sentir parte del grupo. Me invitaban a asados e incluso a jugar al fútbol los jueves a la noche. Inevitablemente, todas las conversaciones terminaban en cómo se habían garchado a tal o cual minita, y eso siempre a mi me dejaba en evidencia con una erección que no podía impedir, así que siempre era blanco de chistes fáciles. En un par de semanas pasé de ser un chico introvertido sin amigos a alguien que tenía una vida y la disfrutaba. Y todo gracias a Juan, quien de a poco se había ido convirtiendo en mi mejor y primer amigo.
Fue en uno de los partidos de futbol nocturnos a los que me invitaron cuando pasó lo que tenía que pasar. Por ser el menor, siempre me mandaban al arco, cosa que yo obedecía sin chistar porque ese era mi lugar en la manada. Pero era también una forma de protegerme, porque jugábamos con tipos grandes y se jugaba muy duro. Más de una vez alguno terminaba a las trompadas. Sucedió esa vez que siendo yo arquero, atajé un penal que me tiraron al ángulo (modestia a parte, fue una atajada genial). Todo bien hasta ahí, pero a mi se me ocurrió hacerme el gracioso y le hice un pucherito (una carita llorona) al que lo había pateado, un pelado grandote como de 40 años. Para qué. Se me vinieron cinco al humo, a las puteadas, y uno me embocó un derechazo que me dejó medio tarado y con un corte en el labio. Enseguida se vinieron los chicos del gimnasio a defenderme, pero intervinieron Juan y el árbitro y se calmaron las cosas. Yo estaba tirado en el piso, aturdidísimo y con la boca llena de sangre, asi que Juan me ayudó a levantarme y me limpió la sangre. Ahí nomás me quiso llevar a un hospital, pero le dije que no porque tenía miedo de cómo se iba a poner mi viejo, que lo mejor era que me llevara a mi casa. Entonces el me puso su campera de cuero que siempre usaba cuando conducía su moto y me dió su casco, y me hizo subir detrás de él en la moto. Recuerdo que me dijo con esa voz profunda:
-Agarrate fuerte, pelotudo, no seas maricón.
Ahí entendí que Juan estaba realmente preocupado por mí, y le hice caso sin decir nada, lo abracé fuerte mientras apoyaba la cabeza en su espalda. Sentía los músculos del abdomen de Juan tensos, firmes como una tabla. La moto volaba por las avenidas, y yo volaba tambien, era la primera vez que andaba en la moto de Juan, aunque nunca me había imaginado que lo iba a hacer dolorido y con media cara hinchada. Creo que llegamos en menos de 15 minutos, pero al bajar de la moto recordé que mi viejo y Mirna tenían una cena y no estaban en casa, y yo no tenía las llaves para entrar. Juan insistió con llevarme al hospital, pero yo me volví a negar. Entonces Juan me hizo cruzar la calle para entrar en su gimnasio para aplicarme los primeros auxilios.
Una vez dentro, fuimos hacia los vestuarios y me hizo pasar a una salita donde había una camilla para hacer masajes descontracturantes. Estaba muy serio y yo muy adolorido, me hizo sentar en la camilla y me limpió el corte del labio con agua oxigenada, yo obviamente me quejé y el me respondíó con la media sonrisa y un "No seas maricón!". El corte era solamente un arañazo, por lo que dejó de sangrar rápidamente. Después me revisó el golpe en la cara, y juro que sentir sus manos sobre mi rostro tenía un efecto calmante. Cuando pudo comprobar que no era nada más que un porrazo, estuvo más tranquilo. Ahí me empezó a hacer chistes, mientras me sostenía firme la cabeza con una mano, me hacía seguir con la vista sus dedos índice y mayor de la otra como a los boxeadores cuando los noquean, y por ahí bajó los dedos hasta la altura de su entrepierna y como yo miré hacia allí me dijo "Ah, cómo mirás el bulto, ves que sos maricón en serio!", con el gesto de la media sonrisa. Yo me reí con ganas y me dolía todo, pero me sentía felíz, y sentía su mano sosteniéndome la cabeza, y se sentía tan bien. Y dejé de reirme y fue en ese instante que pareció eterno, un silencio casi incomodo en donde él me miró serio con esos ojos, y yo sentí que todos los pelos de mi cuerpo se erizaban, y esa cosquilla en la entrepierna previa a la erección.
Y sentí que su cara era como un abismo, un centro de gravedad que me atraía, y sin pensarlo siquiera me acerqué y le di un beso torpe. Fue como un rayo, porque todo mi cuerpo reaccionó instantáneamente y sentí una erección explosiva en mis pantalones. Y a la vez sentí un tsunami de vergüenza, no podía ser que yo estuviera besando a un hombre, yo era heterosexual, y Juan también suponía que lo era. Fueron segundos horribles mientras me alejaba de la cara de Juan, temiendo lo peor, temiendo haber estropeado las cosas con el único amigo que había logrado en la vida.
Pero Juan seguía allí, con su mirada profunda y su expresión tranquila y su mano sosteniendo mi cabeza, y me dijo:
– Tranquilo, todo va a estar bien.
Y me besó. Me besó en serio, labio con labio, lengua con lengua, suave al principio. Yo no entendía nada y no me importaba nada, Juan me estaba haciendo el amor con su lengua en mi boca mientras sus manos me acariciaban lentamente quitándome la ropa. Yo estaba completamente entregado, lo único que sentía era la terrible erección que apretaba mi pantalón. Juan acercó más su cuerpo mientras continuaba ese beso embriagador, separando mis piernas y acercando su pubis al mío, y ahi pude sentir por primera vez su bulto por sobre la ropa, grande y caliente. Instintivamente quizás, mientras seguía besandome, abracé con mis piernas para apretarlo más contra mí, y eso lo hizo reir e interrumpir el beso.
– Viste que eras maricón en serio – me dijo sonriendo, y al ver que yo nuevamente me ponía colorado, se puso serio de nuevo y me dijo – Sos hermoso, Bruno. Y si vos sos maricón, yo soy más maricón que vos, capo.
Y me empezó a acariciar con esas manos cálidas, quitándome la remera y mirando cada parte de mi cuerpo que acariciaba. Yo estaba en el cielo, casi ni respiraba. Miraba su cara atenta a mi cuerpo, y lo veía hermoso. Mis mejillas todavía seguían ardiendo, mientras el me quitaba las zapatillas, las medias, los pantalones. Al llegar al boxer, puso un par de dedos en el elástico y me miró. Dentro de mí luchaba la vergüenza con el placer, y él se dio cuenta, por lo que volvió a besarme con intensidad mientras su mano se metía suavemente dentro de mi boxer y liberaba mi pija, que a esta altura estaba durísima y llena de precum. Empezó a pajearmela despacito, su mano era tan grande que mis 15 cm se perdían, me pajeaba toda la pija a la vez mientras me besaba y yo no sabía si sentía más placer en sus labios o allá abajo. Todo en mí era un torbellino y no tarde mucho en explotar en el orgasmo más intenso de mi vida hasta ese momento. De más está decir que llené de leche el boxer y la mano de Juan. Del éxtasis a la vergüenza pasé en dos segundos, pero Juan me tranquilizó con la mirada y con mucha ternura me quito el boxer, me limpió y se limpió. Yo seguía empalmadísimo y no sabía que hacer ni qué decir, ya me estaba poniendo colorado otra vez. Pero Juan, siempre con una sonrisa terminó de limpiarse y así sin más se bajo pantalones y ropa interior de una vez:
– Ahora estamos parejos, capo. A ver si así dejás de ponerte colorado. – me dijo sonriendo para tranquilizarme.
Pero yo no podía dejar de ver su pija. Estaba completamente erecta, enorme, de un rosado oscuro brillante y con una levísima curvatura hacia arriba, venosa y mucho más gruesa que la mía, y más larga tambien. Mi cabeza me daba vueltas, veia esa pija y me parecía la pija más hermosa del mundo, y no podía creer que estuviera pensando eso. Juan me miraba sonriendo con ternura y me dijo:
-Dale, tocala si querés. No te hagás el boludo, ya me has tocado otras partes del cuerpo antes.
Yo me paré en frente de él, y lo miré a los ojos, me parecía que era mas fácil tocársela si no la miraba, pero el siempre sonriendo me tomo la mano y la acercó a su verga, y luego tomó mi pija y la acercó y empezó a pajearla despacito.
– ¿Ves? Así, despacito, tranquilo.
Yo repetí en su pija lo que él le estaba haciendo a la mía, tratando de esmerarme como cuando él me enseñaba los ejercicios de musculación. El contacto con su pija me derritió, la sentía en mi mano palpitando caliente y húmeda, y sentía el cosquilleo del deseo y no podía creerlo, me encantaba pajear a Juan, sentir su verga gruesa y venosa en mi mano, me encantaba ver como asentía a mis movimientos y dejaba escapar algunos gruñidos de placer. Eso me calentaba más que la paja que me estaba haciendo Juan a mí.
– ¿Ves? Ya no estás más colorado, no era tan difícil. – me dijo sonriendo, mientras acercaba nuestras pijas y empezaba rozarlas entre sí. Me besó de nuevo, pero ahora ya no tan tiernamente sino con pasión y deseo, mientras con su mano nos pajeaba a los dos. Yo estaba totalmente ido, ni en mis más locos sueños había imaginado que el sexo, mucho menos el sexo con otro hombre, pudiera ser tan placentero. Lentamente y siempre besándome, me hizo girar hasta que quedé de espaldas a el. Sentía su pija rozar mis nalgas y un pequeño destello de miedo me apareció en la cabeza, pero el placer que estaba sintiendo era tan grande que no me importaba. Mientras pincelaba con su verga el borde de mi ano y el perineo, con una mano me presionaba los pezones mientras que con la otra me seguía pajeando lento. Yo creía que iba a morir de placer e instintivamente arqueaba mi cintura para ofrecer más mi culo, juro que yo no lo controlaba, en mi cabeza había una voz que decía "Bruno, no podés ser tan puto", pero no me importaba nada. Juan detuvo lo que estaba haciendo y con esos ojos profundos llenos de deseo me preguntó si yo estaba seguro.
Y yo le dije que sí. Con la voz y con todo el cuerpo, quería ser suyo, quería ser quien le diera placer, quería someterme a él para poder devolverle al menos algo de lo que me estaba haciendo sentir. Juan tomó un frasco de aceite que había en una repisa, y me dijo que me relajara, que eso no tenía por qué doler si se hacía bien. Juro que no me importaba si me dolía o no en ese momento, pero mentiría si dijera que tuve alguna molestia. Juan me untó con el aceite suavemente, mientras seguia acariciandome, mordiendome las orejas, la nuca, el hombro, y metió suavemente un dedo, girando despacio y sin detenerse. La sensación era agradable, y mientras más metía, más me calentaba. Juan siguió untandome aceite e ingresó un segundo dedo, siempre girando mientras jugueteaba mordiendome suavemente.
Luego comenzó a jugar con la cabeza de su verga en el borde de mi hoyito. Yo sentía el calor de esa barra de carne y deseaba abrirme solo para él, de hecho mi ano empezó a contraerse involuntariamente y a pulsar. Juan se rió, diciendome que yo era hermoso y era hermoso cómo me estaba entregando, lo que me produjo una oleada de placer inmensa. Sentir que él sentía que me estaba entregando a él, era el reconocimiento máximo. Lentamente Juan empezó a penetrarme con firmeza. No hubo dolor, o quizás si hubo fue parte del placer que estaba sintiendo. Sentía centímetro a centímetro como su pija entraba en mí y Juan me repetía lo bien que lo estaba haciendo.
Cuando estuvo toda dentro, sentí el roce de sus huevos y no podía creer, Juan, mi único amigo, mi defensor, mi confidente, mi todo, estaba en mí y a mi me encantaba, y eso era amor. Lentamente, empezó a moverse mientras me acariciaba la espalda y ayudaba a relajarme, y empecé a sentir algo distinto, algo más parecido al cosquilleo sexual, y mi pija, que había perdido la erección durante la penetración de Juan, ahora empezaba a levantarse. Mi espalda se arqueó naturalmente y yo mismo empecé a moverme, demandándole placer a la pija de Juan mientras lo sentía a él jadeando de puro goce. Sin darme cuenta empecé a gemir, y a moverme con mayor naturalidad, mi pija estaba dura al máximo. Juan se dió cuenta, y me hizo apoyarme contra la pared con la espalda bien arqueada, y empezó un mete-saca cortito y fuerte, como si fuera un perro, y yo sentía como la cabeza de su pija taladraba el interior de mi culo cerca de la base de mi pija. No lo supe hasta después, pero me estaba estimulando directamente la próstata, por lo que no tardé mucho en acabar chorros de leche interminables. Al sentir que estaba acabando, Juan apuró su embestida y acabó dentro mío con un grito. Yo estaba extenuado y felíz, ese grito fue el mejor de los premios, más que todo el placer que había sentido.
Juan se separó de mi, y me puso frente a el, y me besó. Un beso distinto, un beso tierno, un beso de "gracias", de satisfacción.
– Bueno, ya no estás más colorado, pero vas a tener que dejar de temblar, capo – me dijo mientras me abrazaba fuerte entre sus brazos. Y sí, yo estaba temblando. El goce bajaba, y nuevamente la vergüenza y la timidez subía. Había tenido sexo con otro hombre y me había entregado completamente, y había gozado como loco, todo con mi mejor y único amigo, y ahora el miedo a perderlo me paralizaba. Juan era un adulto, probablemente yo para el era solamente un pendejito, un garche más, un garche cualquiera como las anécdotas que contaba en el gimnasio a los chicos. Ni siquiera podía mirarlo a la cara.
Pero Juan era Juan. Me hizo mirarlo a los ojos con ese gesto, media sonrisa y una ceja arqueada:
-En qué boludeces estás pensando, capo? – me preguntó. Como yo no decía nada, me hizo sentar en la camilla, y se sentó al lado mío y siguió: – Mirá, lo que pasó acá es lo siguiente: dos personas que se gustan, que tienen intereses similares, que se han ido convirtiendo en amigos, que se preocupan uno por el otro, acaban de tener sexo. No una sesión de sexo cualquiera. No un garche y listo. A mi me gustás, sos hermoso en serio, y después de esto sos más hermoso todavía. Esto no cambia nada en lo que veníamos sintiendo, no te hagas el boludo, en todo caso lo mejora. De esto puede salir una cosa muy linda. Pero tranquilo, boludo. Vamos a ver qué pasa. Vení, vamos a darnos una ducha.
Me tomó del hombro y me llevó a las duchas de los vestuarios, yo andaba como un autómata, pero el seguía haciendo chistes y terminó haciendome reir. Me revisó para ver que nada estuviera lastimado, y me dio un par de nalgadas "para que así por lo menos me doliera algo". No pasó nada más en las duchas ese día, salvo que mientras el agua caliente corría sobre mi cuerpo, y Juan seguía hablando pavadas para hacerme reir, me di cuenta que estaba enamorado de él, y eso se sintió como una punzada de dolor. Él lo debe haber visto en mi cara, porque se acercó y me besó mordiendome el labio y me dijo;
– Voy a tener que hacer eso cada vez que pienses en boludeces, capo.
Yo no sé de donde me salió la fuerza, pero lo miré y le dije:
– No son boludeces, Juan. Tengo miedo de que me estén pasando cosas que a vos no. Tengo miedo de ser muy pendejo para vos. Tengo miedo de que no me des más bola.
Juan se puso serio unos instantes, y ahi temí lo peor. Pero después se puso a contar con los dedos:
– Mmmm a ver, una, dos, tres, cuatro… Cuatro boludeces, cuatro besos.- Y me plantó cuatro besos mordiendome el labio.
Era un tarado, me hizo reir con esa boludez. Pero también era mágico, sabía cómo tranquilizarme.
Me cambié, me despedí de Juan y crucé hasta mi casa, era muy tarde y mi viejo estaba como loco, y me hizo un escándalo terrible por llegar a esas horas. Pero para mí, los gritos de mi viejo eran como una pelicula, no me estaba pasando a mí. Mi viejo pegó un portazo y se fue a su habitación, y enseguida vino Mirna y me reprochó que no les hubiera avisado. Ella notó enseguida el corte en el labio y me preguntó alarmada qué me había pasado, y yo le respondí "Nada" con una sonrisa. Ella se quedó mirandome desconfiada unos instantes.
– Vos estás distinto… – me dijo entrecerrando los ojos. – ¡ Tenés los ojos verdes otra vez ! – exclamó con sorpresa. Yo me rei y le dije "No, nada que ver" y me fui a mi habitación.
Pasaron muchas cosas con Juan, tuve muchísima suerte de encontrarlo y que él fuera el primero. Fue mi maestro en todo sentido, me enseñó a disfrutar de mi cuerpo (incluso en sexo heterosexual, pero eso es otra historia), de mi mente y de mi corazón. Yo era muy pendejo e hice (le hice) muchas boludeces por inseguridad, y el siempre me tuvo paciencia y firmeza, y amor. A veces pienso que no voy a poder amar a otra persona como lo amé a él. Pero después me río, porque sé que si el estuviera en frente mío esas veces, me besaría mordiendome el labio por pensar boludeces.
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