BUEN TERCIO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MonsterGuy.
—¿Crees que venga? —Le pregunté a Miguel después de sacarme su verga erecta de la boca.
—Seguro que sí —confirmó, dejando de introducir la punta de su lengua en mi ano—.
Dijo que no se lo perdería por nada del mundo, y si yo fuera él tampoco dejaría pasar la oportunidad —aseguró, dándole un par de lamidas más a mi agujero—.
Además —continuó—, faltan cinco minutos para la hora acordada.
Es muy puntual.
—Eso espero—respondí—.
Si no, tendremos que empezar sin él.
Y te juro que ya no puedo esperar más por quedar preñado—sentencié.
—Tranquilo, Roberto.
Llegará en cualquier momento.
Justo cuando mis labios rosaron la cabeza hinchada y rosa de Miguel, dispuesto a llevármela a la garganta, y las manos de Miguel de disponían a separar mis nalgas para otorgarle un fácil acceso a su lengua húmeda, la puerta de la habitación se abrió y dejó entrar la luz del exterior.
Ahí estaba Adam observándonos con lujuria.
Habíamos dejado abiertas las puertas para que entrara sin tocar, lo cual era una estrategia para ofrecerle una imagen nuestra en pleno 69, lo cual lo induciría al acto sexual sin preliminares.
—Te estábamos esperando —le informé.
Adam se quedó callado un segundo y, acto seguido, se frotó aquel bulto en sus pantalones que había estado aumentando de tamaño desde que atravesó la puerta.
—Ya veo.
—Susurró.
Adam se adelantó hacia nosotros y cerró la puerta a sus espaldas.
La habitación quedo a oscuras nuevamente, con la tenue iluminación de una vela que colocamos sobre la mesita de noche junto a la cama.
Me gustaba añadir dramatismo a las cosas.
—Gracias por la invitación —dijo Adam, mientras miraba cómo le chupaba la verga a Miguel.
—Agradécele a Roberto —respondió Miguel, como quien no quiere la cosa— El me lo pidió, y yo sólo quiero complacerlo.
Adam se había quitado la ropa con rapidez, de modo que cuando se acercó al pie de la cama, su miembro hinchado señaló mi boca, rogando por introducirse en ella.
—Ven aquí, bebé —dije, y tomé la verga de Adam con mi mano para metérmela a la boca.
El miembro de Adam goteaba líquido preseminal tan solo ejercer presión al rededor de él con mis dedos, así que lo tomé por la base y empujé todo ese elixir transparente hacia afuera mientras alargaba la lengua para lamerlo y rodear la cabeza de su pene con ella.
Adam profirió un suspiro.
—Había olvidado cómo se siente esto —admitió.
—No deberías resistirte a los placeres —señalé, y absorbí su verga por completo con mi boca húmeda.
—Uff.
Su verga se me clavó en la garganta al mismo tiempo que la lengua de Miguel reanudó sus lamidas.
Emití un gemido ahogado por la carne del miembro de Adam en mi boca y doblé la espalda, parando mi culo como una perra.
Chupé la verga de Adam por unos minutos como si la vida se me fuera en ello, al mismo tiempo que las lamidas de Miguel en mi ano me hacían perder la cabeza.
—No te olvides de mí —me reclamó Miguel.
Entonces recordé que estaba a merced de dos vergas, una en frente de mí y otra debajo de mi barbilla.
Me saqué el pene de Adam de la boca, el cual ya se había empapado lo suficiente con mis babas, y tomé el de Miguel, el cual escurría presemen, mojando sus gordas bolas con éste, y me lo llevé a la boca, clavándomelo tanto como me era posible en la garganta.
Mientras tanto, Adam comenzó a masturbarse, mirando cómo Miguel se comía mi culo.
Comencé a alternar mi trabajo oral entre las dos vergas que tenía en la cara, procurando satisfacer del mismo modo a sus respectivos dueños.
Cuando me llevaba la verga de Adam a la garganta me esforzaba por oler aquel delicioso aroma que desprendía su vello público y, cuando hacía esto con Miguel, sus jugosos huevos se pegaban a mi nariz y la inundaban con un olor igualmente delicioso, así que no podía decidir entre cuál me gustaba más.
Mis dos hombres emitían suspiros de placer cada que mi boca habilidosa rosaba sus falos y practicaba sus gloriosos dotes con ellos; a su vez, la comida de culo que me hacía Miguel me forzaba a sofocar gemidos de placer que tardaban más en salir de mi pecho que en formarse.
Miguel apretó mis nalgas con fuerza y dirigió uno de sus dedos pulgares a la entrada de mi cuerpo, sin dejar de sujetarme con el resto de su mano, y lo introdujo lentamente mientras mordía y succionaba los carnosos cachetes que formaban mis nalgas.
Mi cuerpo se dobló de tal modo que perdí la concentración puesta en las dos vergas paradas que tenía en la cara.
Adam miró mis ojos y la excitación destelló en los suyos; tomó mi cabeza con ambas manos y me metió su verga en la boca; comenzó a mover sus caderas de adelante hacia atrás, penetrando mi boca tal y como lo haría con mi culo.
Repetimos este patrón por un rato: Adam se follaba mi boca con rapidez, me liberaba para que Miguel pudiera hacer lo mismo, pero desde abajo, y éste, a su vez, me introducía uno, dos, tres dedos en el ano, mientras yo gemía como una perra.
Estaba en el paraíso.
—Es hora de que te cojamos —anunció Miguel, parando el movimiento de sus dedos—.
Si no, nos harás venir en poco rato con esa boquita tuya.
Estoy de acuerdo —concordó Adam.
Mis dos acompañantes hicieron de las suyas medio minuto más: Miguel le dio unas últimas lamidas a mi pequeño ano rosa y le metió un dedo medio hasta el fondo, mientras Adam me daba las últimas embestidas, por lo menos las últimas en mi boca.
Degusté de ambas vergas por última vez y me esforcé por captar todo su sabor y olor.
Miguel me dio una nalgada que hizo sonar la carne blanca de una de mis nalgas y que me quemó cuando su mano quedó marcada con una sombra rosa.
—Vamos —me apuró.
Levanté una pierna y luego un brazo para dejar salir a Miguel debajo de mí.
Una vez fuera, recordé cuál era la posición que habíamos acordado llevar a cabo.
Miguel se situó detrás de mí, sobre sus rodillas, tomó mi cintura con una de sus manos y con la otra tomó su miembro hinchado y golpeó una de mis nalgas con la cabeza regordeta de este; poco a poco la dirigió hacia mi ano suave y ejerció un poco de presión sobre él, amenazando con fundirse en mi interior.
—Ven aquí —le pidió a Adam, quien subía y bajaba su prepucio velozmente—.
Quiere que alternemos.
Levanté la mirada y me topé con los ojos de Adam.
—Aunque también me gustaría tenerte en la boca mientras Miguel me coje —admití—; sin embargo, considero más satisfactorio ser el recipiente sexual de dos hombres al mismo tiempo, alternando cada poco.
y quien se venga primero.
Sin duda, Adam se excitó más de lo que lo había estado durante todo este tiempo, pues la cabeza de su verga comenzó a derramar un fino hilo se presemen.
—Como quieras —me prometió, y tomó mi rostro entre sus manos de hombre para besar mis labios rosa.
Nos demoramos más de lo que debimos besándonos, tanto que sólo desperté del ensueño cuando sentí la redonda cabeza de la verga de Miguel clavarse de lleno en mi próstata.
Un dolor sutil se apoderó de mi esfínter, pero sólo lo justo como para saber que estaba ahí, pero no demasiado como para gritar.
Mi espalda se dobló ante la sensación de estar siendo penetrado y dejé escapar un gemido que separó mis labios de los de Adam.
Este se reincorporó y acudió al encuentro de Miguel, dispuesto a llenar el vacío que él dejara cuando así lo dispusiera.
Miguel comenzó a penetrarme como si fuera una perra.
Se aferró con ambas manos al contorno de mi cintura para darse soporte y poder mover las caderas de adentro hacia fuera, de modo que su enorme verga pudiera penetrar en mi interior con facilidad, para lo cual contribuía enormemente la cantidad abismal de líquido preseminal que había lubricado mi ano y el par de escupitajos que me había dado antes de comenzar.
Adam se limitó a esperar su turno mientras Miguel tomaba mi cuerpo con desesperación, rebotando su pubis con mis nalgas paradas.
Ambos gemíamos tal y como animales salvajes, abandonándonos al placer.
—Uff —suspiró—.
Esto está tan apretadito—dijo, dándome una nalgada—.
¿Quieres probar? —Le preguntó a Adam.
No hacía falta que éste respondiera, sin embargo lo hizo:
—Nada me gustaría más.
—Pues vas —le dijo Miguel.
El miembro de Miguel se deslizó fuera de mi cuerpo con suma facilidad, vaciando mi interior y dejando mi ano palpitando, rogando por ser rellenado de nuevo.
Esta vez, Adam fue quien me colocó aquella verga suya en el culo; la deslizó dentro de mí, llenando el espacio vacío que había dejado Miguel.
—Con confianza —lo animó este último.
Adam dejó ir la fuerza de todo su cuerpo, sujetándose a mis caderas.
Sentí la cabeza de su verga clavarse en mi próstata y no pude evitar gemir.
Adam comenzó a embestirme como bestia, golpeando sus huevos contra mi ingle lampiña.
—A poco no está bien apretadito —quiso saber Miguel, dirigiéndose a Adam.
Lo que más me gustaba de todo esto es que parecía que mi personalidad no existía, sólo mi cuerpo.
—La verdad es que sí aprieta bien rico —admitió nuestro invitado sin dejar de embestirme con fiereza.
—¿No te digo? —preguntó Miguel, más a modo de expresión, y besó una de mis nalgas blancas—.
Es mi tesoro más preciado —confesó con orgullo.
Adam continuó penetrándome con rapidez.
—Yo no lo compartiría —dijo Adam.
Por un momento temí que ofendiera a Miguel y todo terminara mal, pero terminó su idea con astucia—: sólo contigo.
Ambos sementales rieron un poco.
—Lo mío es tuyo —concluyó Miguel.
La plática de mis dos hombres era música celestial para mis oídos.
Adoraba la forma en que se expresaban de mí y de mi cuerpo.
Me gustaba sentir el deseo de aquellos dos machos por desposarme.
La verga de Adam se deslizó fuera de mi cuerpo y con un ágil movimiento, el cual ni siquiera noté, la verga de Miguel ya ocupaba su lugar.
Miguel taladró mi culo con su verga gruesa y larga, y perforó mi próstata con cada embestida; cada pocos minutos, Adam hacía lo propio con la suya.
Cada uno, turno por turno, ocupaba el lugar vacío que dejaba el otro en mis intestinos.
A penas fui consciente de que también yo tenía verga, pues adoraba la sensación de feminización a la cual yo mismo me sometía, tanto que olvidaba que también soy hombre.
Tomé mi falo entre las manos y me las empapé con presemen tan sólo tocarlo.
Las embestidas de mis compañeros en mi próstata habían sobrestimulado mi producción de lubricante; además, sentía que si daba un tirón a mi prepucio, el trabajo en conjunto que estaban haciendo mis dos hombres en mi culo era tan maravilloso, que eyacularía a presión.
—No se tú, pero yo ya quiero preñar a la yegua —confesó Miguel.
Su turno estaba en transcurso—.
¿Te molesta si.
?
—Para nada, hermano.
El derecho de hacerlo primero es tuyo— se precipitó Adam.
—Gracias.
Miguel levantó la mirada hacia el techo, se aferró a mis caderas y me penetró con tanta fuerza y a tal velocidad, que el sonido de la carne de mis nalgas contra la suya llenó toda la habitación.
Entonces escuché aquel gemido, aquel desgarre de su voz, tan aterciopelado, tan varonil, y en seguida sentí mis entrañas calentarse con el semen que su enorme verga disparó en ellas.
Miguel dejó de gemir y recobró el aliento por un minuto, disfrutando de la flacidez de su miembro en mi ano y, finalmente, lo sacó de mi cuerpo.
Sentí mi ano palpitar y dejar caer hilos del semen de Miguel, mojando mis piernas.
—Te toca —le avisó a Adam, quien se había estada masturbando mientras miraba.
Adam se acercó a mi ano, me penetró y su movimiento comenzó tan violento como había terminado el de Miguel.
Éste se metió debajo de mi cuerpo y comenzó a chupar la cabeza de mi pene, al tiempo que los gemidos de Adam se hacían presentes, anunciando su eyaculación inminente.
Mi ano comenzó a contraerse y terminé justo al mismo tiempo que Adam preñaba mis entrañas tanto como las había preñado Miguel.
Emití un gemido felino que daba por terminado el acto y deje de soportarme sobre los codos, me dejé caer sobre la mejilla y me abandoné al devaneo.
Cuando recobré la capacidad de pensar, estaba en medio de mis dos hombres, en la cabecera de la cama.
A penas había transcurrido un minuto desde que había quedado preñado.
Miguel, con mi semen en la boca, se inclinó hacia uno de mis extremos, en el que estaba Adam, y lo besó.
Le transfirió mi semen a su boca y éste lo degustó con placer.
—Dulce —le dijo Miguel.
Adam continuó saboreando mi semen y se acercó para besarme.
Al segundo siguiente tenía mi propio semen en la boca, imaginando que era el de ellos dos.
—Dulce —admitió Adam.
"Muy dulce", pensé, y me trague mi propio semen mientras el de ellos dos se me derramaba del culo, manchando las sábanas.
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