CACHA-PERRA-3
Cordiales saludos, deseo manifestar un tributo reconocimiento a la memoria de un personaje maravilloso que marcó la vida de quienes lo conocimos..
Ya eran altas horas de la noche cuando estábamos en la casa de la señora Eulalia mi mamá y yo, había sido un trabajo arduo de cocina entre ellas preparándose para lo que vendría a venta del día de mañana, un grupo de trabajadores de la construcción de carretera les había pedido muchas ordenes pues vendrían altos dignatarios y se conocía de la buena sazón de doña Eulalia y la forma jovial del trato a los clientes, por eso doña Eulalia nos pidió que ayudásemos y nos quedemos a dormir esa noche de sábado, desde la calle de lejos se escuchaban a los beodos en el jolgorio y la rancia tertulia, aún estaban despiertos Raquel y Daniel Adrián, con sus manitas en algo ayudaban a colocar las fundas y las viandas para en horas depositar allí la comida, don Amarildo el dueño de casa no aparecía a esas horas de la madrugada, seguramente libaba por allí con alguna querida como se refería doña Eulalia, momentos después que él aparecía, y además en compañía del carnicero Manolo, el uno llevaba una botella de ron, el otro tenía en sus manos los vasos y el hielo, se sentaron a libar a vista de las mujeres y los niños, doña Eulalia nos pidió que fuésemos a dormir, pues ya se escuchaban palabras de alto calibre propio del lenguaje jocoso de los adultos beodos, fuimos allá a los cuartitos que eran separados por biombos, uno para los varones y otro para las mujeres, Raquel en su sitio y Daniel Adrián conmigo en ese cuartito, que en vez de puerta tenía unas tablas sobrepuestas deslizantes, al momento llegó presurosa Raquel a ayudarle a ponerse el pijama a su hermano Daniel Adrián, yo me acosté sobre unas sábanas tendidas en el suelo junto a la cama de Daniel Adrián, recordaba algunas cosas hechas en la tarde como el haber ganado los juegos en el parque, Raquel que se va y de lejos se escuchaba las voces altisonantes de los beodos en casa, las risas de las mujeres, nunca olvidaré aquella noche, de a poco el frio de aquella noche en su apogeo entraba, pasaba el tiempo, ya no se escuchaba las voces pero yo no podía dormir, el cuarto estaba semi oscuro, solo la luz de luna daba algo de reflejo al ambiente interior, me dio sed, mi intención en ese momento era mi necesidad de ir por agua sin hacer ruido, para que no despertase Daniel Adrián, al levantarme y ponerme en pie no pude dejar de ver a mi amiguito si estaba dormido o no, a través de la luz de luna le vi la sábana deslizada, Daniel Adrián estaba acostado de perfil de cara a la pared, la sábana le daba a las rodillas, pude ver a través de la luz de luna ese traserito rosáceo que otras veces lo había visto cuando le bañaban, se dejaba escuchar unos leves gemidos, prudentemente me acerqué más viendo que se estaba estirando el penecito, tenía un dedo metido en la boca que lo chupaba, sonreí de ver esas acciones y me aparté discretamente a prudente distancia, esperé un poco para salir, y al instante vi que una de sus manitos recorría esa piel de sus glúteos y ya con dos deditos le recorría la rayita de ese inolvidable culito, yo atento me admiré al verle hacer eso, su pelito crecidito en parte le cubría los ojos, de repente a voz baja escuché de sus labios rojos ensalivados seguramente por el placer la voz suya que mencionaba en forma entrecortada por el gemido el nombre de G-u-d-e-n-c-i-o, la pronunciación era a toda silaba y letra prolongada, yo no hacía más que analizar el deseo del pequeño Daniel Adrián por su amiguito Gudencio, de repente, dio un giro inusitado, allí quedé petrificado viéndole el rostro a través de la luz de luna de aquella noche de sábado de 1971, le vi la mano en el pene erecto, al verme rápido se subió el pijama y de súbito también se subió la sabana, tenía vergüenza de mí seguramente en ese momento, a través de la sábana deslizada le vi esos piecitos muy originales de lo bien formaditos que eran en esa etapa infantil, muy diferentes a los de su hermana, nos dio recelo de vernos, tenía sentimientos encontrados viendo ese precioso amiguito, existía aún el respeto a los patrones y el temor de ser visto experimentando un sentimiento sexual del que ahora me estaba naciendo, pero me contuve, lo recuerdo bien, no dijimos palabra alguna, se cubrió con la sábana mientras tanto yo caminé en dirección a donde estaba la pipa de agua, al pasar vi a los beodos totalmente dormidos en sus sillones, caminé pausadamente para no despertarlos, me dirigí hacia el otro cuarto y vi a mi mamá acostada en una sábana en el piso y doña Eulalia en su cama, de repente sentí la carne de gallina pues desde un rincón en el que me oculté vi los movimientos de un hombre en la oscuridad que se acercaba a ese cuarto de las mujeres adultas, desde el oscuro rincón vi la silueta de un hombre, parecía la de don Amarildo que seguramente iría con sigilo a acostarse con su esposa en la cama, bufaba eructando aquel hombre y al reflejarse su rostro a la luz de luna pude percatarme de quien se trataba, sonreí de una forma inexplicable seguramente por mis nervios ante la sorpresa de ver a ese hombre, Eulalia se despertó y rodeó sus brazos del cuello de ese hombre que no era otro que Manolo, el carnicero, padre de Gudencio, se besaron en mi delante sin que se dieran cuenta de mí y se decían a voz baja frases de amor, seguramente se sentían seguros ante la oscuridad, e silencio de las personas durmiendo, estaban abrazados con prudencia y luego a paso firme abrieron la puerta del patio, yo instintivamente me arrimé instantes después a la ventana que estaba junto a la puerta para seguirlos viendo, allí vi que Manolo rápidamente la arrimaba a doña Eulalia a la pared, vi opacamente que la ropa de los dos caía al suelo a la vez que se manoseaban y se besaban apasionadamente, ella alzaba una pierna rodeándola en la cadera de su amante, los vi moverse de caderas así parados en que Manolo la sujetaba bien a doña Eulalia de las caderas luego tomaba su pene y se lo introducía en la vagina haciéndose gemir mutuamente, se movían armónicamente en esa postura sexual penetrando y sintiendo ser penetrada, de pronto sentí escalofríos cuando una mano tocaba mi cadera a manera de llamado de atención, de súbito giré para ver detrás de mí a Daniel Adrián, le quise tapar los ojos y llevarlo al cuarto pero ya había visto las figuras de su madre con el carnicero, a su corta edad la curiosidad le invadía, él por lo que había visto en la revista con Gudencio ya sabía lo que pasaba, quiso ver, me lo hizo saber con bruscos movimientos de quite de mis manos, de todas formas lo contuve para que viese desde la ventana diciéndole que no haga ruido, para suerte mía y de la vista de Daniel Adrián la luz de luna se hizo más visible pudiendo ver desde la ventana que el cuerpo de su madre Eulalia caía lentamente al suelo con la ayuda de Manolo, las dos pelvis desnudas se unían, yo me asombré al ver eso, recordaba las ilustraciones de aquella revista que mirábamos a escondidas con Gudencio, vi la carita del niño que en cambio sonreía y de un instinto inusitado se agarraba el pene en el pijama, miraba el pene grueso de Manolo que entraba y salía de la vagina de su madre Eulalia, se veía claro, en ese momento, seguramente para que el destino nos permitiese ver a través de esa clara luz de luna por un instante aquellas penetraciones y movimientos sexuales, me puse detrás de Daniel Adrián, lo tenía tomado de los hombros, estaba quietecito ocupado con sus dos manitos metidas dentro del pijama que seguramente manoseaba el pene, de pronto comenzó a mover su culito sobre los muslos de mis piernas y así que no dudé en dejarme llevar y le hice sentir mi erección en su espaldita, cerré los ojos para sentir placer, lo recuerdo así de claro, era mi primera acción sexual en el cuerpo de mi amado y muy maravilloso Daniel Adrián que ahora lo comparto con ustedes, vimos tiempo después que los amantes quedaron acostados en el suelo, Manolo encima de doña Eulalia, su tierno hijo la había visto, se daban de besos esos amantes en aquel escondrijo pequeño apartado a ese el gallinero del patio, mientras los veíamos besarse yo me inclinaba sin dejar de sujetarme de los hombros de Daniel Adrián para que mi pene erecto roce el potito, mi cara se apoyaba en su cabellera oliéndola, los vimos vestirse de repente, me aparté del niño y lo llevé rápidamente de la mano, pasamos por donde don Amarildo aún dormía a ronquidos, Daniel Adrián aún tenía las manos dentro del pijama, desde la ventana del cuarto donde dormíamos alcanzamos a ver hacia abajo a las dos figuras de doña Eulalia y Manolo que mutuamente se arreglaban la ropa limpiándose el polvo y tierra, Daniel Adrián muy atento, entraron a la casa, yo lo senté en la cama, a mi edad ya sabía lo que pasaría si Daniel Adrián cometiese bajo su inocencia alguna impertinencia o imprudencia de comentase lo que habíamos visto, para el trabajo de mi mamá eso sería el acabose y volveríamos a buscar trabajo ya que sería dificultoso y pasaría hambre por un buen tiempo, por eso le pedí que guardase silencio de lo que vimos, pues si decimos algo nos meteríamos en un gran lío, me miró con su rostro fijamente comprobando mi seguridad en lo que estaba diciendo y movió su cabeza afirmativamente como muestra de su inocencia infantil, le pedí que olvidase lo visto, las repercusiones de aquello se verían a futuro, pero por aquel momento era superado el silencio del niño, Daniel Adrián se acostó en su cama y yo en mi lugar de sábana en el suelo, no pude evitar manosearme el pene recordando esos movimientos sexuales de aquellos amantes, lo fresco de la noche me hacía arroparme más y que mi pene se ponga erecto, yo ya había cumplido los nueve años, Daniel Adrián estaba ya por los cinco años, era un niño inquieto y noble, el deseo de beber agua se me hizo más intenso, quise ir a beber pero me contuve, temía ser descubierto, decidí dormir pues ya era muy noche, aún sentía recelo y temor por lo que había visto, analizaba lo sucedido, doña Eulalia y Manolo eran amantes, meditaba un poco pero de pronto le escuché gemir, pero ahora con más intensidad, la cama se movía más, gemía y gemía, me levante y me acerqué a ver qué le pasaba, Daniel Adrián estaba como antes, le vi acostado de perfil de cara a la pared, ahora se giró seguramente al sentir mi presencia, esos gemidos eran su llamado de atención, me vio con mirada en el infinito, me tenía confianza seguramente para hacer lo que vi, aquello que es difícil olvidar, y era que sus manos agarraban el pene desnudo, su pijama estaba a las rodillas, me miraba al rostro, sorprendentemente sonriente, lo paré sobre la cama para subirle el pijama, él sujeto de mis hombros reía brincando sobre la cama haciendo que los resortes se moviesen evitando que le suba el pijama, traté de calmarlo para que no continuase pues alguien vendría y nos castigase por la bulla, era hora de dormir le dije y él me pidió que durmiese en su cama junto a él, le dije que se dije poner el pijama y luego acepté de inmediato, nos metimos entre las sábanas, yo con mi ropa del diario sudada sin haberme cambiado por el arduo trabajo de comidas mientras que Daniel Adrián tenía un suave pijama perfumado regalo de sus padrinos Eustaquio y Josefina que lo adoraban tanto como si fuese ese hijo deseado, lo abracé por detrás y empezó a mover el culito, yo recordaba lo que vi de esa pareja y cerré los ojos abrazándolo con más intensidad al niño, olía el cuello, la oreja y el pelo y me vino por besarle el cuello, se quedó quietecito, sentía lo que le hacía, el silencio de la noche me daba seguridad, tanta como la que presencié en la pareja, Daniel Adrián m tomó de las manos para que lo abrace y no solo eso sino que acariciaba su pecho y fui por acariciarle las mejillas, suspirábamos, vi que se alejó por unos centímetros, su cadera se alzaba y con una de sus manitos lo deslizaba al pijama dejando al descubierto el traserito, seguido lo movía, sus dos manitos estiraban el pene lampiño que tenía, yo por mi parte cerré los ojos pensando en lo que esa pareja había hecho minutos antes, me vino ese deseo natural de coger, todo eso hizo para que de inmediato me baje el pantalón corto dejando liberado a mi pene, la tela tenía un olor particular a orina que estaba impregnado en mi pene lampiño pero aun así se lo entallé en su culito, él se movía y yo también, así estuvimos por unos instantes, sentía en mi pene esa sutileza del culito de mi Daniel Adrián, se acostó voluntariamente de cara a la cama y yo le quité el pijama por completo para después acostarme sobre él alzando y bajando mi cadera así el pene se deslizaba por la rajita de su culito, lo abrí quise metérselo pero ya sus piernitas se movían mucho, me detuve apartándome de él para que se virase, nos vimos al rostro a través de la luz de luna, nos salieron risas entrecortadas al vernos, con su mirada entendí que debía acostarme sobre él, así que nuestras pelvis se unieron y fue la primera vez que sentimos nuestros penes al roce del sexo, nos abrazamos y nos dimos nuestros primeros besos quizás imitando lo que habíamos visto antes entre doña Eulalia y Manolo, pero esa fue nuestra primera vez, nuestro deseo infantil cubiertos con las sábanas, Daniel Adrián se entregaba tanto como yo pues también me dejé rozar el culo por su pene y nos abrazamos acostados sintiendo el calor de nuestros cuerpos con besos un poco ensalivados, fue a él a quien di mi primer beso y eso significaría de amor puro pues aunque el pretexto fue ver esa escena sexual de amantes el destino quiso que desde ese momento nos uniera una pasión, nos abrazamos viéndonos los penes juntos, se notaba la diferencia de tamaño debido a nuestra diferencias de edades, yo de nueve y Daniel Adrián de cinco años, su penecito parecía una pasita pero cuando se ponía erecto ya tomaba un buen volumen y eso me encantó desde la primera vez que lo vi cuando lo bañaban sobre una tina en ese amplio patio de casa en la que ahora vivían en 1971, decidí luego ir a mi lugar de donde dormía no deseaba ser descubierto, la sed se me incrementó y así también el deseo de orinar, pero me contuve y cuando abrí los ojos a la presencia del alba lo primero que hice fue ir al baño, una especie de letrina con tasa de cemento de mortero, sentado orinaba y defecaba pensando en lo visto y hecho, era una fría mañana, escuchaba a lo lejos la voz de las mujeres preparándolo todo para ir al mercado, desde allí vi que Raquel ayudaba a cargar, don Amarildo el pobre acomodaba las cosas en su camioneta y el avivato Manolo con comedimiento ayudaba a su dizque amigo de tragos pero también de piernas, todos estaban concentrados en esa actividad yo pujaba para sacar el excremento, me apuraba pues faltaba yo para ayudar, vi acercarse a Daniel Adrián así que la cortina se abre y lo tengo en mi delante, se baja el pijama agitándose el penecito, me lo muestra y yo empiezo a olerlo y lo agito hasta ponérselo tieso le paso la lengua como lo que vimos en las revistas y de a poco me lo introduzco, esa fue nuestra primera vez, Daniel Adrián gemía de gusto, luego sin dejar de ver por la hendija a las personas ocupadas hice que se siente, en su delante puse a rozar mi pene en las mejillas, con sus manitos tomaba mi pene y se lo llevaba a rozar los labios, lo pasó por su cuello mirándome alegre, le dije que se lo metiese en la boca pero recibí una negación a cambio, decía que tenía orina y eso sabía feo, no quise incomodarle, le recosté tanto así que cuando estaba recostado le abrí de piernas y lentamente me encorvé sobre él haciendo que mi pene roce el suyo, lo sostuve de las caderas y ese movimiento de pelvis le gustaba y lo sentí así pues me abrazaba agarrándose de mis caderas, era sensacional lo que hacíamos, consideré que era tiempo suficiente pues alguien podría venir y vernos, salí cautelosamente del baño letrina dejando dentro a Daniel Adrián, tenía sentimientos encontrados, por una parte el gusto que me había sido creado al ser el sexo con Daniel Adrián y por otro lado el miedo o temor de ser descubierto, de que mi madre me castigase y que perdiésemos la comida, de a poco fui llevando esos dos sentimientos.
Continuará…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!