CACHA-PERRA-4
Cordiales saludos, deseo manifestar un tributo reconocimiento a la memoria de un personaje maravilloso que marcó la vida de quienes lo conocimos..
Adrián Daniel y yo íbamos en la parte trasera de la camioneta que iba conduciendo don Amarildo, íbamos a la propiedad de la finca, el camino era muy pedregoso aunque a pesar de eso al señor le gustaba de mucha velocidad, don Amarildo estaba muy contento pues unos gambusinos le habían dicho que por sus propiedades habían encontrado una veta de oro próxima al río por donde pasaba el riego en su propiedad, lo esperaban en el lugar, la idea era llegar a la cabaña que estaba en la propiedad y de allí caminar hacia el lugar, la ansiedad a don Amarildo le hacía acelerar, lo sentíamos estando en la camioneta, yo iba acostado entre un bulto de sacos de yute mientras Adrián Daniel saltaba acuclillado pendiente de brincar sobre los sacos ante cada bache que levantaba la carrocería de la camioneta, recuerdo que era una fría mañana de sábado, habíamos salido temprano, de tanto brinco Adrián Daniel se me acercó, de un salto quedó acostado junto a mí, nos miramos uniendo nuestras frentes y pechos, sentíamos nuestra mutua respiración, sonreímos y nos acostamos de cara viendo hacia el cielo y los árboles que se movían, yo aproveché de ese momento para rozarle mi mano en su entrepierna, él se dejaba, le gustaba que se lo haga, me cercioré que don Amarildo no nos pille y de forma rápida metí mi mano por entre la manga de su pantaloncito corto, tocándole el pene, me vio hacerlo, como a él le gusta que se lo haga, yo lo sentía muy suave a ese pene bien lavado y aseado con talco, lo manoseaba por un instante haciendo tocar la punta del pene, lo seguí sobando por los testículos y de nuevo en la punta del pene que estaba suave, hasta que saqué mi mano llevándola a olerla a mi nariz, él me vio hacerlo ante el movimiento brusco de a camioneta y le hice saber que me lo haga, y cuando estiraba su manito se sintió en ese momento un estruendo y un movimiento brusco de la camioneta, don Amarildo salió de la cabina contrariado, se acuclilló al ver que se había ponchado un neumático, me pidió que lo ayudase y Adrián Daniel se sentó sobre una roca junto al camino viéndonos trabajar, pude verle cómo su mano se metía por una manga de su pantaloncito corto, se rascaba el pene que antes se lo había manoseado con delicia y delicadez, entreabría sus labios con esos ojos miel cuya mirada era tan fija en lo que hacíamos don Amarildo y yo en el cambio de neumático, nos demoramos unos minutos para luego continuar con nuestro viaje, íbamos sentados al borde viendo el paisaje hasta que de pronto sentí que por detrás me abrazaba el niño, caímos en entre los sacos, él encimado a mí, comenzó a mover las caderas alzando y bajándolas, yo lo abracé sujetándolas para que se mueva más, a él eso le gustaba, pero de repente recordé que podríamos ser vistos por su padre así que me aparté haciéndole señas de calma.
Llegamos, el lugar era hermoso con huertos, el encargado don Viche Vicente como le decíamos salió a nuestro encuentro junto a él un par de perros bravos con dos cachorros, don Viche los calmó, este personaje cuarentón era un solterón de edad adulta encargado de cuidar la propiedad, el desaliñado hombre usaba sandalias y portaba un rifle con el que intimidaba, don Amarildo conversaba con su empleado, Daniel Adrián se estiraba con una de sus manitos el pene vestido, lo hacía en presencia de los adultos, para el padre se notaba la indiferencia de ese acto pero me sorprendió mucho la mirada fija del otro adulto que de vez en cuando le acariciaba al niño con amplia sonrisa mirándole el movimiento de manos, se acercaba el sol y con ello el calor que ya se estaba haciendo imperante, lejos quedaba el frescor de aquella mañana de campo, don Amarildo y Viche fueron hacia el lugar, quisimos acompañarles, al principio don Amarildo no quiso pero Viche le convenció y nos unimos a ellos, Daniel Adrián iba de hombros del empleado y yo junto a don Amarildo, delante iban los perros, cruzamos por el largo sendero hasta que escuchamos el ruido de un motor que estaba ubicado en un pozo que sacaba agua a orillas del río sobre el saliente banco de tierra de la montaña cercana.
Los hombres conversaban animadamente, vimos lo alto de una loma y subimos con cuidado sin que nos mirasen, nos sentamos en la cima y desde allí Daniel Adrián agitaba sus manitos ante la mirada de su asombrado padre, me hizo señas para que lo cuidase al niño a la vez que nos saludaba, los demás reían por nuestra pequeña aventura, desde ese lugar se podía observar parte del sembrío de la propiedad, el río y sus meandros, estirábamos los brazos viendo el panorama del lugar, detrás nuestro como en los alrededores habían árboles frondosos, inclusive las máquinas estaban bajo sombra de aquellos árboles, la brisa imperaba agitando nuestros cabellos, Daniel Adrián se recostaba sobre el suelo, me dio por orinar y fui a uno de esos árboles, bajé mi pantalón hasta la rodilla y cuando empecé a orinar ya estaba en los talones, sentí un gran placer, sentí de pronto el paso de una mano por mi culo, se trataba de la mano de Daniel Adrián que muy risueño se apartaba, yo terminé de orinar y traté de seguirlo con el pantalón a los tobillos pero al acto caía al suelo, Daniel Adrián no paraba de reír, el pequeño se escondía cuando yo me subí el pantalón, lo busqué, sabía dónde estaba, me hacía el desentendido, se escuchaba su risita, me acuerdo que corrió hacia donde estaba su padre al que abrazó de una de las piernas, me miraba y no dejaba de reír, para ese momento ya no estaba don Viche Vicente ni los perros, había regresado a ensacar los productos para el mercado que deberían estar esa tarde, rato después don Amarildo me pidió que levase a Daniel Adrián a la cabaña a ayudarle a Vicente.
Fuimos por el sendero, el inquieto Daniel Adrián me tocaba el trasero y yo le respondía del mismo modo, a pocos centenares de metros de llegar a la cabaña vi que Daniel Adrián se desprendía de mi mano corriendo presuroso hacia debajo de un árbol a orinar, me senté a verle el trasero de piel morena clara algo blanquito, me acordé de lo que me había hecho y fui a palmar su culito una vez que terminó de orinar, me hacía modos infantiles de desafío cuando se agitaba su pene, yo me bajé el pantalón mostrándole mi pene desafiante que ya estaba erecto, lo seguí y en eso cayó al suelo, me acosté encima, nuestros pechos agitados de fuerte exhalación, mi pene y el suyo unidos, comencé a mover mi cadera, la alzaba y bajaba, su reacción fue tomarme de las costillas, unimos las frentes yo encorvado para estar a su nivel, nuestros penes se rozaban, Daniel Adrián pujaba sintiendo todo mi cuerpo en su humanidad, yo insistía en rozarle el pene, le dije que diera vuelta, al hacerlo le deslicé el pantaloncito corto sacándolo de su cuerpo, allí estaba su culito al descubierto, toditito para mí, le limpié los restos de hojas seas que tenía en su piel, le restregué el pene por ese potito entre la rajita, así, así lo tuve un rato con mi cara apoyada en su cabellera en posición que le hacía recordar quién era el activo, luego me acosté recibiendo su cuerpo encima del mío y le hice que se moviera con su pene sobre el mío, se deslizó con su carita por mi pecho y mi vientre, recuerdo que su carita fue a dar a mi pene, lo rozaba en sus mejillas lo mirábamos erecto, lo olía y le pedía que lo chupe pero el con su sonrisa hacía movimientos negativos, le preguntaba por qué y él me decía que apestaba a orina, siempre recuerdo esa su excusa por esos días, oímos a los perros, inmediatamente nos pusimos las ropas y en algo nos quitamos las hojas secas, caminamos hacia ese lugar, llevaba de la mano a Daniel Adrián, no estaba Viche, me extrañó mucho aquello, rato después que aparece indicándonos que ya casi estaba todo en la camioneta, que llevásemos ciertas cosas ligeras allí.
Entramos a la cabaña, habían muchos costales y cuernos de animales colgados, subimos a la parte alta, allí había más brisa, mirábamos los alrededores hacia donde estaba lejos don Amarildo, allá donde quedaba el río, Viche se sentó sobre un tronco como especie de banco rústico, Daniel Adrián le tenía confianza así que rápido se sentó sobre uno de los muslos de Viche mostrándole un objeto, el niño tenía ya en sus manitos una navaja de fabricación suiza empezó a sacar los accesorios, estaba muy atento igual que yo a cada cosa que salía de allí, Viche acariciaba el pelo del niño le olía y le besaba, pude ver que sus manos recias encallecidas bajaban acariciándole los muslos al pequeño Daniel Adrián, al principio vi como algo normal hasta que una de las recias manos entró en la manga del pantaloncito corto, a mis nueve años no tenía la oportunidad de juzgar, los adultos eran la autoridad, eso creía y creo que también Daniel Adrián al sentir esos dedos en su pene seguramente comprendía que era forma de confianza amistosa del adulto hacia él, yo miraba y miraba ese movimiento de manos, vi que se cruzaban felices las miradas de Viche y Daniel Adrián, lo marcó sobre sus hombros girando en círculos, al niño mucho le gustaba eso, posteriormente Viche nos llevó al cuartucho adjunto contiguo en esa parte del chalet, abrió la puerta y entramos, vimos el paisaje por una ventana, detrás estaba una cama hecha seguramente con la madera del lugar, me senté para sentirla, estaba muy recia, vi a Daniel Adrián que se apoyaba en el marco de la ventana con sus dos manito sobre su carita, detrás estaba Viche que le besaba el pelo haciéndole movimientos de caderas por detrás de su culito vestido, unieron las mejillas, cada vez más movía las caderas diciéndome a susurros algo en sus oídos mientras le besaba las mejillas, de vez en cuando Viche hacía giros hacia mí brindándome sonrisas, me llamó la atención un cofre y quise abrirlo pero estaba con seguro, luego me acerqué a la ventana junto con ellos, suspiraba, vi a Viche que ahora entrelazaba los dedos a las manos de Daniel Adrián, lo marcó con cuidado lanzándolo a la cama, Daniel Adrián reía, luego el cuerpo de Viche se posaba sobre él haciéndole cosquillas, las sabanas se deslizaban ante el movimiento de esos cuerpos de edades diferentes, Viche me preguntó si deseaba saber lo que había dentro del cofre, yo afirmé inocentemente con la cabeza, me dijo que fuese a buscar la llave en el morral del caballo o si no en el otro cuarto y si la abría me regalaba algo de lo que había allí, yo muy contento salí, al momento sentí a mis espaldas que se cerraba la puerta de ese cuarto, me tomé muchos minutos buscando esa llave, ya me desesperaba, ni en el morral ni tampoco en el cuarto estaba, me detuve a ver con paciencia y noté que un cuerno de ciervo estaba con una cinta roja algo perceptible, tomé una silla y me subí a agarrarla, bajé y corrí al cuartucho, para mi sorpresa estaba cerrado por dentro, de allí salía una voz diciéndome que ya abría, tiempo después un sonriente Daniel Adrián me abría la puerta, Viche estaba con respiración acelerada, tomamos Viche y yo el cofre y lo abrimos, a mi lado estaba inquieto de curiosidad Daniel Adrián, el interior del cofre tenía unos papeles y varios botones muy llamativos, me regaló uno de ellos, no era lo esperado así que algo de desilusión mostraba mi rostro y se lo hice conocer, vimos Viche y yo que Daniel Adrián tenía el pelo desarreglado, se metía a mano de entre el pantalón corto por el trasero y al sacárselo se olía la mano, Viche mostraba una mirada de recelo, me miraba y sonreía comprometido, notaba que algo había pasado allí pues Viche mostraba una mirada de complicidad con culpabilidad, de pronto los perros ladran, ya estaban encerrados para que no mordiesen pero aun así el ruido de sus ladridos era fuerte, por la ventana vimos que a lo lejos se acercaba don Amarildo, Daniel Adrián salió presuroso a ver a su padre, Viche me tomó del hombro cuando me dispuse también al ir a su encuentro, sacó de su bolsillo y temblorosa su mano extendida me daba una moneda, sonreí viéndole y la metí al bolsillo, tiempo después don Amarildo y Viche conversaban, nosotros jugábamos con unos trozos de madera cortada simulando ser carritos de juguete.
Ya de regreso a casa íbamos en la cabina de la camioneta, las manitos de Daniel Adrián se restregaban suavemente el pene vestido, yo mientras tanto entreabría y cerraba los ojos, mi timidez no me permitía hacer diálogo con don Emiliano, momentos después le preguntaba a su hijo Daniel Adrián qué había hecho con Viche en su ausencia, de cómo lo había tratado, el niño se limitó a decirle de la navaja suiza, nada más, en parte me gustaba esa actitud de discreción de Daniel Adrián.
Continuará…
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