Carlitos era casi un niño cuando se me entregó: Coyote Cojo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Alguna vez recibí la solicitud de amistad de un morrito por feisbuk.
Literalmente era un morrito, un niño.
En su foto de perfil se apreciaba una cara morena y pequeña, de nariz afilada y respingada, ojos ligeramente rasgados, labios pequeños y delgados con un ligero brillo, cabello corto y dócil, así como oscuro, al igual que sus ojos, sonriente y, reitero, muy joven.
Al pasar los días compartíamos charlas por ese medio y de inmediato manifestamos nuestros lados puercos, sosteniendo conversaciones calientes.
Él me invitaba a su casa, para cogerlo, pero no me animaba porque me pedía que lo hiciera como supuestamente lo hacía su novio, que entraba a su casa por la madrugada, mientras sus padres y hermanas dormían, para darle verga al pueril y hambriento culo en entre sus nalguitas bramaba.
Sin embargo, había una razón aún más poderosa para animarme: Carlos, Carlitos -que era su nombre, era menor de edad.
Tenía 16 frescos y aromáticos años, mientras yo andaba en los 23 también calentísimos 23.
Ya se imaginarán, que ante tal oportunidad y provocación, tenía yo que caer.
Blanco, castaño, con cabello y barba crecidos, nariz aguileña, bien parecido, de 1,73 metros, 68 kilos, varonil y velludo, con huevos grandes, colgantes, y verga delgada de 16 centímetros y curva hacia mi izquierda.
Al ir avanzando las charlas, me dijo que alguna mañana no iría a la escuela, mientras que sus hermanas sí y sus papás al trabajo.
Yo hasta pedí permiso de cambiar horario en el trabajo para poder estar ahí y así fue.
Con un muy singular primer momento.
Llegué a su casa, a las nueve de mañana y al aproximarme pude reconocerle en la puerta, mientras atendía a unas testigas de jehová.
No me detuve, le vi rápidamente a los ojos mientras ambos asentíamos y crucé la puerta como si hubiera sido mi casa, dando el buen día a las predicadoras y a él.
Distinguí la sala y me fui a sentar por ahí unos segundos, hasta sentirme inquieto por ver las fotos familiares expuestas en las áreas comunes de la plana baja, para llevarme una tremenda sorpresa, además de la inquietud que traía con la primera impresión al ver a Carlitos, que me pareció muy pequeño, en términos fisionómicos, como para tener 16 años de edad, y la sorpresa fue conocía a su padre por haber compartido con él algún proyecto de trabajo, personaje famoso en algunos ámbitos de Morelia.
Por fin entró y pude contemplar su pequeñez de unos 150 centímetros de alto y la lozanía de su rostro, cuyos ojos oscuros brillaban.
Entre la charla aclaramos su edad.
Tenía 13 años el además delgado morro.
Yo moría de nervios y él me conducía por los espacios de la casa y a la planta alta, donde estaba su cuarto y, una vez ahí, yo desconcertado y aún sin asimilar del todo lo que venía, por la juventud del niño, comenzó el faje, intenso y con escasas palabras, la mayoría de mi parte.
Le cortejé y seduje alagando sus atributos, que eran muchos, y comenzamos a desnudarnos, hasta quedar él desnudo y yo en calzones.
Delicioso Carlitos, moreno, trémulo, virginal, chiquito y flaco, como me encantan, de nalgas pequeñas, pero bien redonditas y levantadas, con su verga derechita y hacía arriba, delgada, cónica, babosa y brillante en su cabecita ligeramente más oscura, de unos 13 centímetros y sus huevitos de escroto compacto, casi pegado al cuerpo, manojo tiernamente apenas coronado por una delgada guirnalda de sedosos y rizados vellos negros azabache.
El aroma que de ahí salía era aliento de ángeles y canto de sirenas.
Me atrapaba la idea de devorarlo, pero no lo hice.
Una vez que lo tuve desnudo y excitado entre mis brazos, no tuve más que besarlo y conocer todos sus rincones con mis manos.
Me comía su cuello y el niño más gemía y sollozaba hasta casi el llanto de abandono, pero le volvía a tapar suspiro con la lengua de mis besos.
Tenía yo el calzón empapado de precum pues Carlitos tímidamente exploraba mi hombría con su tacto que delataba que, si bien conocía la verga, no era por tener novio ni una vida sexual realmente activa siquiera.
Le tomé la cabeza con ambas manos, luego de un largo beso estando arrodillados sobre su cama el uno frente al otro y lo conduje así por mi cuello, pecho, axilas, tetillas, abdomen y reata.
Entendió y me quitó lo calzones y brincó mi polla peluda para ser atrapada con sus manos que con ella jugaban.
Me la peló del prepucio y se escurrió mi baba, con la que empezó a puñeteármela, para finalmente llevarla a su boca que de tímida a voraz y soberbia todita me la comió.
Qué rico cuando pasaba su lengua alrededor de la cabeza y ver cómo disfrutaba el sabor de mis baba hasta torcer los ojos.
Así estuvo un ratote, hasta que lamió y comió mis colgantes y peludos huevos.
Yo levanté las piernas y, aunque vi su recelo, las abrí y le ordené comerme el culo, lo cual hizo porque no le quedaba más, para yo chaquetearmela mientras él a discreción metía su lengua y jugueteaba con mi punzante yoyo.
Me incorporé al pasar poco tiempo y lo tumbé a la cama boca arriba.
Lo abarcaba yo fácilmente por su tamañito y de ese modo de nuevo lo hice mío con manos, dedos y lengua.
Levanté sus piernas y simultáneamente comí su rica y también babosa verga, sus huevos y su hambriento culo.
De cuando en cuando él volvía a comerme la verga y yo le dedeaba hasta con tres falanges juntas el hoyo.
Así fue extensa la dinámica hasta que luego de una buena comida de culo que le dí, comencé a meter mi verga, de misionero, con sus piernas en mi hombro y me preguntó por el condón a lo que ni caso hice y sólo se la dejé ir suavemente sin que se pudiera resistir dado el placer que le venía.
Él tenía los ojos desorbitados y mi verga dura como piedra ya era toda suya en el vaivén de las embestidas.
Escupí al rededor de mi verga dentro de su culo para facilitar la cosa y seguí disfrutando tanto como él gemía.
Se podía mirar lo acelerado de su ritmo cardíaco palpitar por las venas de su verga dura que no dejaba de escurrir.
Me empujó para zafarse de mí y me pidió que me acostara en su cama, boca arriba y tardé más en hacerlo que en lo que él ya estaba sentándose en mi fierro hirviente, para montarme frente a frente y vernos en abundancia sudar, mordernos los labios y besarnos mucho.
Él hacía todo el trabajo ahí, subía y bajaba, de tal modo que no tardé mucho en venirme.
No saben lo que sentí.
Tremendo, como si me dejara caer la más confiable profundidad del universo.
Aún tenía yo ligeros estertores orgásmicos y vi que soltó el primer chorro de mecos y, así, yo boca arriba, hice abdominal para no sacarle mi verga pero alcanzar a mamarle la cabecita del pito y conseguir tragar la leche fresca de mi carnita fresca.
Mojadísimos de sudor, quedamos complacidos y quietos un rato, revolviendo nuestras manos en el sudor del otro, hasta que me dijo que podíamos bañarnos, que el agua siempre estaba tibia ahí.
Una vez en la ducha, me advirtió que no quería dejar pasar un momento más para conocer mis sabores y, luego de enjabonar y enjuagar mi camote, se arrodillo para mamármelo un rato largo hasta devorar mis mecos de hacerme venir sólo con su boquita traviesa que siguió jugando hasta que Carlitos aún arrodillado, por fin se vino.
Salimos y charlamos bonito otro rato.
Nos hicimos una paja mutua más el el sofá, terminando de nuevo en nuestras bocas mequeras, para despedirnos y no vernos más.
Lo bloqueé de mis contactos y me alejé.
No por falta de ganas, sino por precaución, pero fue espectacular, por fortuna.
Su amigo, que desea sus comentarios y contacto, el Cojo.
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