Carlos, Aníbal y Rafael, mis estudiantes sobresalientes 11
Relato la experiencia que viví el año pasado, cuando empecé a trabajar de maestro en cierta unidad educativa con mis alumnos de ultimo año….
Me llamo Cristóbal, tengo 29 años, y muchos de los que me conocen piensan que soy mucho menor, que ando por los 20 recién. Mido 1.70, mi piel es clara, pero no soy blanco, tengo un buen físico; no hago mucho ejercicio, pero por mi trabajo ejecutivo siempre estuve bien cuidado. En abril se me dio la oportunidad de iniciar a trabajar como maestro.
Luego de despedir a Carlos de aquella tarde, me quedé pensando en lo que había pasado con Aníbal, el riesgo que había tomado, pero valió la pena por cada segundo que estuvimos juntos. Logré hacerlo mío, el macho con el que había fantaseado tanto, el que me faltaba del trío con el que soñé desde el día que los vi por primera vez cuando ingresé como maestro, el más hermoso y viril de los tres, y no estaba equivocado; me lo demostró al final tomándome a la fuerza, invirtiendo los papeles, disfrutando el de mí, hundiendo su hombría sin consideración en busca de placer y nada más.
Así empezó el feriado y, como muchos, aproveché para viajar al campo para pasar las fiestas en familia. Cuando regresé en Año Nuevo, ya había pasado la adrenalina del último día; me preocupó la reacción de Aníbal por lo que había hecho. Después de todo, era un chico de 17 años, que podía sentirse agredido por un profesor, pero no tenía más opción que aceptar lo que pase, sea bueno o malo.
Llegó el lunes y tocaba ir a clases; se volvió a la rutina después de dos semanas. En la hora de descanso, como si el destino nos juntara, mientras disfrutaba de un jugo con sorbete en el bar, llega un grupo de chicos, entre ellos Aníbal y Rafael, quienes pidieron algo y se sentaron a esperar, quedando muy cerca de mí.
—¿Qué tal, profe? —dijo Rafael, saludando con un trato muy formal. Aníbal, por su lado, permaneció callado; solo cruzamos miradas y nada más. Recibieron su pedido y se levantaron para volver por donde habían llegado. Rafael nuevamente se despide, pero esta vez Aníbal esperó que se alejara su amigo para decirme: «Te encanta chupar el palo». Dicho esto, siguió su camino, sin darme tiempo a reaccionar; solo pude ver que se alejaba.
Al día siguiente me distraje viendo a los chicos de décimo que estaban jugando fútbol; los conocía puesto que les daba clases. Un grupito estaba sentado animándolos. Una de las niñas se acerca y me comparte galletas, las cuales acepté por cortesía. En eso siento que alguien se me acerca y me susurra: «Si quieres leche para esa galleta, me avisas». Era Aníbal, que de nuevo se insinuaba. Esta vez respondí: «Por lo que veo, no me puedes olvidar». Se hizo el desentendido y se marchó. Ahora yo debía avanzar. Caminé junto a él. «Si quieres repetir, por mí no hay problema», escuchó, pero no emitió comentario, solo siguió su camino.
Llegó el jueves, mi día favorito; en mi hora libre, corrí a ver a mi trío. Esta vez llegué antes que ellos en mi afán de no perderme nada. Al par de minutos, sale el grupo a la cancha; quedé en medio de la estampida, sentí un golpe en mi trasero, más bien una nalgada. Me la habían dado los chicos que iban al final; entre ellos, Carlos y Aníbal. Sabía que el primero no era responsable, no es su forma de ser; con los otros no había confianza; a fuerza tenía que haber sido Aníbal, quien seguía llamando la atención.
El profesor los dejó a su libre decisión para que hicieran lo que quisieran, puesto que ya eran las últimas clases. Se armaron grupos de juego; casi nadie quedó sentado, salvo un par de chicas y Aníbal. Me llamó la atención esto, pues era uno de los más animados para jugar siempre. Verlo me trajo recuerdos de nuestro encuentro, el ver y sentir su cuerpo presionándome a la pared, sus movimientos penetrándome una y otra vez, obligándome a servirle como objeto para satisfacer sus deseos y búsqueda de placer.
No pasó mucho tiempo hasta que se levanta y habla con el profesor; enseguida camina con dirección al baño. Supuse que estaba enfermo. Detiene su camino, gira para verme directo; al parecer me tenía ubicado, hace un gesto con la cabeza llamándome. No entendí bien a la primera, pero cuando pasó de largo y no entró a los baños, me di cuenta de que iba al lugar que yo conocía; me estaba citando. Me invadió un fuerte impulso de ir corriendo a ese encuentro; la adrenalina invadió mi cuerpo. Una parte me decía que era una locura y la otra me gritaba que corriera.
Me dominó el deseo y caminé con algo de temor de ser visto, pero todos estaban jugando. Avancé rápido para no dar tiempo a ser visto, llegué al sitio e ingresé; sabía cómo hacerlo. Una vez allí, veo a Aníbal sentado en el mismo lugar donde Carlos estuvo la primera vez, un poco distraído; tardo unos segundos en notar mi presencia. Se levanta y se acerca para quedar frente a frente; por primera vez noto que es un poco más alto que yo. Después de unos segundos de vernos, hago el gesto de besarlo; mi cuerpo me lo pedía a gritos, pero me bloquea.
De rodillas, dice con tono de mando: «Así lo hago». Me toma del cabello y me obliga a mirarlo hacia arriba. Vamos dejando las cosas claras: aquí haces lo que yo te diga. Me cachetea dos veces, pero más era el gesto; no fueron fuertes o, por lo menos, no me importaron. Luego me obliga a restregar mi cara sobre todo su sexo; no podía negarme, pues con su mano atrás de mi cabeza me forzaba a hacerlo. Pude sentir su miembro debajo del pantalón claramente. Me obliga de nuevo a mirarlo: «¿Quieres chupar verga, putita?».
—Si contesto moviendo la cabeza, me cachetea. —Hablame, puta, quiero escucharte, quiero verga —dije en tono de sumisión. La verdad, siempre he sido yo el que manda en estas situaciones, pero Aníbal me estaba dominando. Eso, putita, así me gusta. Se desata el cordón que sujeta su calentador; ante esto, sin perder tiempo, tomo su pantalón e interior a la vez y los bajo, dejando su herramienta libre y, sin más, la meto a mi boca.
Eso, putita, con ambas manos levanta su camiseta dejando ver su abdomen. Le comí su verga como el más hambriento de los terneros. No me limité a nada; me atoraba a ratos por metérmela toda. No me importaba nada, más que complacer a mi hombre. Me aferro a sus caderas; sin avisar, me toma por el cabello y simula cogerme. Siento como llega lo más profundo de mi garganta. Se da cuenta de que necesita su otra mano, opta por quitarse la camiseta, la cual terminó sobre la silla donde había estado sentado. Ahora, con las dos manos libres, me toma y continúa cogiendo mi boca; me dan arcadas, pero eso no le importa.
Después de un rato de jugar con mi garganta, retrocede. Hijeputa, qué boquita tienes. Revuelve sus cabellos con sus manos, su abdomen se contrae con su respiración y su mástil late totalmente hinchado. Estuvo a punto de venirse. Un placer poder contemplarlo así, tan macho, tan viril, disfrutando y dejándome disfrutar de él. Ve que sus pantalones a media pierna le molestan, se quita un zapato como lo había hecho antes para liberarse una pierna, pero al final se lo quita del todo, quedando solo en medias y zapatos.
Una parte de mi mente me quería hacer volver a la realidad: este loco ya se embolo aquí, estamos en el colegio, no en casa, es un menor y tú eres un profesor, pero no había tiempo de pensar. Aníbal se sienta, abre sus piernas y me llama a que le siga dando placer. Acudo enseguida, tomo mi lugar y empiezo a saborear cada rincón de su sexo, paso mi lengua por todo lado; no me importó su pelo, a pesar de no ser fanático de este.
Ya, cómetelo, me ordena mi macho. Así lo hago; empiezo a hacerle el amor con mi boca. Me encantaba todo de él, su olor, su sabor, lo firme que estaba. Gemía con sus manos agarradas al asiento. —Qué rico, mamas cabrón, ninguna de las putas que he cogido me lo ha mamado así. —Se retorcía. —Me vas a hacer acabar, ahh, ahh. —Levantaba su pelvis como buscando penetrarme más. Cuando sentí que ya se iba a venir, dejé de complacerlo.
—Cabrón, hijo de puta —dice entre gemidos—, ya me iba a venir. De nuevo me acerco y retomo mi tarea de complacerlo. Se retuerce, gime descontrolado por el placer que recibe. Mi boca es dueña de su verga, la succiona una y otra vez. Estaba al máximo, a punto de reventar. —Ahh, ahh, ya me vengo, cabrón —empieza a chillar—. Ahh, mi verga —decía al sentir cómo su leche recorría toda su herramienta para salir expulsada. Un primer chorro cae en su pecho; el resto lo retengo en mi boca y empiezo a tragarla hasta la última gota. Se retuerce de placer y me entregó todo; luego me levanté para lamer la leche que había escapado a su pecho y abdomen, pasé mi lengua recogiendo toda.
Aníbal permaneció inmóvil, mirando al cielo. Continué mis lamidas y fui subiendo hasta su cuello, pero reacciona alejándome y poniéndose de pie: «No te pases, cabrón, solo me gusta que me la mames». Se cubría su miembro, recién deslechando que aún permanecía erecto. Una ligera capa de sudor cubría su cuerpo y lo hacía brillar. Qué delicia de macho, placía tenerlo así desnudo todo el día para contemplarlo: hermoso, grande, lleno de bello por todo lado. Me senté en el lugar que había estado y empecé a limpiar los líquidos que habían escapado de mi boca con mi pañuelo, las ganas que tengo de que me hagas tu hembra.
Eso no va a pasar, responde muy tajante. —Ya quítate la mano, machito, que te la acabo de mamar; quiero verte entero. Aníbal, de a poco, se quita la mano y la pone en su cintura. —Disfruta, puta, que es lo máximo a lo que llegarás conmigo; me sobran hembras para culear. A lo que respondo: —No lo dudo, eres todo un macho, pero de tantas hembras, me buscas a mí para que te la mame. Sonríe al no tener cómo negar mi comentario.
Empieza a quitarse los zapatos de nuevo y las medias esta vez. —¿Qué haces? —pregunté. —Me tengo que quitar todo para poder lavarme. Camina hacia un paso que a primera vista estaba bloqueado por sillas rotas y demás cosas dañadas, pero sí cabía que pasara una persona. Estira el brazo y empieza a caer agua de una ducha, bueno, de la tubería de donde había sido una ducha. Se metió y empezó a limpiar su pecho y sexo, al mismo tiempo que refrescaba. Salió, tomó la camiseta que usaba debajo y se empezó a secar.
—Aquí es un motel completo —comenta mientras empieza a vestirse. La verdad, dije que iba a olvidar lo que pasó en el baño, pero el puto de Rafa hoy nos contó algo que me la paró y me hizo dar ganas de que me la mamara. No me resistí, aproveché su descuido y lo agarré del cabello, obligándolo a girar la cara. Retrocede como tratando de escapar, pero estaba muy cerca de la pared y no lo logra. Le planto un beso cargado de todos los deseos que había tenido reprimidos.
Demoró en reaccionar, pues no lo esperaba. Le comí la boca un par de segundos hasta que me empuja. —No jodas, cabrón, limpia su boca con su camiseta. —Ya te dije que solo me gusta que me la mames y nada más. Termina de vestirse y se me acerca. Recordé lo que hizo la vez anterior y retrocedí, a lo que sonrió. —Te la voy a perdonar esta vez —comentó, caminó a la salida y se marchó. Apenas quedé solo, me invadió la emoción de haber estado por segunda vez con mi macho hermoso, haberlo disfrutado y esta vez por voluntad suya. Sabía que todo era cuestión de tiempo para tenerlo en mi cama.
Me preparé para salir; ya faltaba poquísimo para que sonara el timbre. Recordé lo que pasaba siempre y opté por esperar. En ese instante, se escuchó mucho movimiento en el baño; los chicos estaban lavándose y preparándose para entrar a clases. Me tocó dejar que se fueran a clases para poder salir y poder ir al curso que me tocaba, terminando la tarde, al parecer, sin ninguna complicación.
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