Carlos, Aníbal y Rafael, mis estudiantes sobresalientes 13
Relato la experiencia que viví, cuando trabaje de maestro en cierta unidad educativa con mis alumnos de último año….
Me llamo Cristóbal, tengo 29 años, y muchos de los que me conocen piensan que soy mucho menor, que ando por los 20 recién. Mido 1.70, mi piel es clara, pero no soy blanco, tengo un buen físico; no hago mucho ejercicio, pero por mi trabajo ejecutivo siempre estuve bien cuidado. En abril se me dio la oportunidad de iniciar a trabajar como maestro.
El fin de semana pasó muy rápido y de nuevo fue día de ir a clases; era martes. Durante el descanso, estaba sentado en una banca en el patio, distraído, cuando una persona se sienta a mi lado. —¿Qué tal, profe? Me ha extrañado. —¿Qué tal? —le respondo—. ¿Listo para graduarte? —Ojalá, tengo problemas con una materia, pero sí, ahí dando la pelea, me gradúo.
No pude dejar de notar que su pantalón se marcaba, por lo que le comentó: «Parece que el que me extraña es otro». Se cubrió, invadido por la vergüenza: «No creas que tú me pones así, lo que pasa es que el puto de Rafael nos contó algo hoy que nos la hizo poner dura». Se puede saber qué fue lo que te dijo para ponerte así, una putería que hizo el fin de semana en su casa; no quiso profundizar en detalles, pero entendí que obviamente era lo que habíamos hecho la noche de viernes. No pudimos conversar más, puesto que sonó el timbre.
Al regreso a casa, Carlos me comenta lo siguiente: «Sabes que hoy nos juntamos a conversar con los muchachos y Aníbal confesó que ya se la mamó a un tipo y le gustó más de lo que había pensado; nos echó la culpa a nosotros, que por andar hablando de esas cosas se tentó». «Serio», exclamó, haciéndose el sorprendido. Y no hay problema que hablen estas cosas frente a los demás; no, es que solo hablamos entre los tres; el más zángano es Rafael; imagínate que contó que metió a la casa a su culito y lo reventó toda la noche en su propia cama. ¿Y tú ya contaste algo? Nada, ya te dije que no me gusta hablar de mis cosas.
A Rafael le encanta exhibirse, nos cuenta todo lo que hace; lo único que no nos ha dicho es el nombre, es lo único que no sabemos, porque del resto, siento que ya le conozco hasta el culo al tipo. Reímos de su comentario. Me encantó saber que era el tema de sus charlas calenturientas; sin que lo sepan, los tres hablaban de la misma persona. Me dio escalofríos también al entender lo cerca que estaba de que todo termine; una palabra dicha de más podía derrumbarlo todo. Esta tarde fue especial; me entregué a mi hombre sintiéndolo más mío y que nos unía algo más que solo la búsqueda de placer.
Más tarde, cuando revisé mi celular, me sorprendió encontrar una foto de Aníbal con un mensaje sugestivo. En la foto se encontraba frente a un espejo con la camisa y el pantalón abiertos, que dejaban ver su pecho y ropa interior abultada. Según lo que me escribía, era una exclusiva de lo que no había podido mostrarme en clase. Recibí dos fotos más de mi machito exhibiéndose, una en pantalón corto sudado después de hacer ejercicio y otra acostado en la cama en bóxer. Adicional, una invitación a reunirnos en el lugar escondido del colegio para que le coma la verga, pero por estrategia no acepté; debía mantenerme fuerte y lograr enloquecer a mi machito para que él mismo busque estar conmigo.
Llegó el jueves y, como siempre, mis estudiantes salieron prestos a su hora deportiva. Crucé algunas miradas con ellos, pero más con Aníbal; me miraba mucho, como nunca lo había hecho. Al rato me llega un mensaje de él: «No voy a entrar a la siguiente hora, nos vemos donde ya sabes». En primera instancia, ignoré su petición; la verdad, no pensaba ir, quería mantener mi plan, pero apenas habían pasado 10 minutos de iniciada la clase, llegó de nuevo un mensaje: «Te estoy esperando». Me llamó la atención la insistencia; decidí ir. Pedí a los chicos que hicieran un trabajo y les prometí puntos extras si permanecían tranquilos mientras salía.
Apenas llegué al lugar, pude ver a Aníbal; estaba de pie con sus manos apoyadas en el viejo mesón que había. A mi parecer, molesto, apenas nota mi presencia, camina hacia mí, me toma por la camisa y me empuja, obligándome a retroceder. Como ya lo he descrito, es un joven de 17 años, pero grande. Ya te descubrí, puto, tú eres el mismo que se come a Rafa. Me quedé en shock por unos segundos. ¿Qué dices?, respondí, no te hagas que ya te descubrí.
Hoy de nuevo el cojudo de mi amigo empezó a hablar de lo bien que la pasa cogiendo con su culito; se le escapó decir que es mayor y que trabaja en un colegio. —Solo por eso dices que soy yo, ¿quién más puede ser? Cumples con los requisitos —me suelta y se aleja—. Hoy lo vi mientras jugábamos, te miró varias veces y sonrió. —Estás mal, continúa negándolo todo, no lo niegues, no me vas a hacer cambiar de opinión —empuja con el pie la silla que nos había sido útil en otras ocasiones.
—¿Pero cuál es el problema? —No te das cuenta —me responde enérgicamente—. Te estás comiendo a mi amigo; pensaba que solo conmigo era todo. Me quedé mudo ante esta declaración.
Entendí que al parecer tenía algún sentimiento hacia mí o por lo menos el interés de tenerme como su juguete exclusivo.
Te das cuenta de lo que estas haciendo, me estas reclamando como si fueramos pareja cuando lo nuestro no pasa de un par de mamadas, se percata que tengo razon, jueputa se voltea para no dar cara, que mariconada manifesto pasandose las manos por toda la cara, cuando me cayo esta idea me llene de coraje porque senti como si me estuvieras engañando con mi mejor amigo, se gira y me dice muy serio, esto se acabo, ya no quiero saber de ti, ni de las marranadas que hagas con quien sabe quien, ya no quiero seguir jugando este jueguito en el cual estoy cayendo, ya no me escribas, me rei no pude evitarlo, pero si el que me escribe y manda fotos eres tu, me acerco para ver su reaccion, me empuja, no jodas, mejor me voy, camino a la puerta y se marcho.
Me tomé unos minutitos para procesar lo que había pasado. Me invadieron pensamientos de que Aníbal le cuente a sus amigos y termine perdiéndolos a los tres, pero no podía hacer mucho; ciertamente eran tres amigos que se tenían confianza y seguramente iban a contarse todo lo que hacían. Al término de la jornada tuve miedo de ver a Carlos, pero actuó normal; al parecer no se había enterado de nada. No tuve más información de lo que había pasado, terminando así la semana.
Arrancó la última semana de clases para mis alumnos favoritos. Como siempre pasa, los de último año cierran ciclo antes; todo se veía tranquilo, por lo menos con Carlos. Tuvimos nuestra juntada de la semana, como casi siempre habíamos tenido; a los otros solo los pude ver un par de veces mientras paseaban por el patio. Esta semana no fue tan buena debido a que tuvimos charlas los maestros del área a la que pertenezco durante tres días, por lo que me perdí la última oportunidad de ver juntos a mis jóvenes estudiantes durante su hora de deportes.
El sábado a eso de las 6 pm me escribe Rafael, diciendo que vaya apenas oscureciera, pues tenía nuevamente la casa sola. Me sorprendió su mensaje, pues ya lo tenía por perdido, además de que era sábado y siempre nos habíamos visto los viernes, pero me supo explicar que esta vez sus papás se habían ido juntos de viaje. Acepté enseguida, no quería desaprovechar la oportunidad; temía que fuera la última por lo ocurrido con Aníbal.
Fui en taxi como siempre lo hacía; me bajé en la esquina de la calle para no parar frente a la casa; me tocaba caminar. Veo a una persona parada en la calle, agaché la cabeza para que no me distinga; imaginé que era un vecino de Rafael, pero ni bien pasé a su lado, me tomó del brazo y me obligó a parar. Mi primera idea fue que era un ladrón, pero la cosa era peor: era Aníbal. —¿Qué, no que no, puto? —me dice con voz seria—. ¿Qué haces aquí? —fue lo que alcancé a pronunciar en medio de tanta zozobra.
Vas a que te rompan el culo, perra; noté que tenías unos tragos encima, supuse que habías estado reunido con Rafael. Si te digo que no, ¿me crees? Claro que no. Ahora sí no me lo puedes negar. Me resigné a haber sido descubierto. Sí, voy a que me preñen. Cállate, no quiero escuchar nada. No quieres escuchar porque te duele o porque te calienta.
Para nada, no me interesas, lo toco en sus partes; yo creo que sí, solo que no quieres aceptarlo, el orgullo no te deja. Mientras decía todo esto, no había hecho nada por alejar mi mano de su entrepierna; me atreví a más y me escurrí entre sus pretinas y palpé directamente su sexo. Lo manoseé a mi antojo; cargaba una especie de calentador. Rápidamente iba tomando porte. —No jodas, cabrón —comentó con voz débil, mirando para todos lados, preocupado de que alguien nos estuviera viendo, pero ya era de noche, no había mucha luz.
Seguí en lo mío, jugando con su sexo; lo acariciaba, lo masturbaba, así en media calle. Gemía muy despacio. Una persona pasó a nuestro lado ignorando nuestra desfachatez; no pasaban carros, ya que era una calle residencial. No me percaté realmente si pasaron; estaba dedicado a lo mío.
Para cabron que nos pueden ver, no lo escuche segui en lo mio, me tomo la mano y me obligo a sacarla, me arrimo al muro y se puso atrás de mi dejandome prisionero entre este y su cuerpo, sentia rozar en mi cola toda su hombria, unicamente nos separaba nuestras ropas, hizo el gesto como de penetrarme, me empujaba con sus caderas, su respiracion era agitada, podia sentirla en mi nuca, con una mano me empujaba a pegar el pecho a la pared, con la otro me tomaba del pantalon para que pegue mi cola a el, me restregaba sin pudor, no resisti mas, me afloje los pantalones y los baje un poco para sentirlo mas, jueputa que rico dijo mi macho mientras seguia en lo suyo, tampoco se resistio y se termino sacando su miembro para rozarnos piel con piel.
Podia sentirlo plenamente, su mastil se hacia lugar entre mis posaderas, mi mente solo pensaba en ser penetrado por mi hombre, perdi la razon y olvide donde estabamos, ahora fui yo el que me movi para que el quedara de espaldas arrimado al muro, movia mis caderas y me migaba sobre su sexo, podia sentir la cabeza de su miembro entre mis piernas, Anibal me tomo con ambas manos de mis caderas y me presionaba a el, no pensaba en mas, pero no le gustaba ser sometido, de nuevo me obligo a volver como estabamos antes, aplastandome contra el muro, metemela cabron dije casi suplicando, levante un poco una pierna, lo que me permitio el pantalon, tome un poco de saliva en mi mano y la unte en su miembro, Anibal buscaba mi entrada, queria hacerlo sin duda, me presionaba su sexo, no lograba penetrarme, pero solo ese gesto nos hacia chillar y temblar, cada segundo nos desesperaba necesitabamos unir nuestros sexos no pensabamos en nada mas, pero fuimos traidos a la realidad por el fuerte sonido de una vocina de un auto que pasaba, seguramente habiendose percatado de nuestra indecencia, giramos la cara para no ser captados, nos acomodamos nuestras ropas y caminamos huyendo de la escena.
—Jueputa, qué locura —comentó Aníbal, que respiraba agitado, tratando de acomodar aún su miembro dentro del pantalón—. —Estás loco, cabrón, yo solo no, tú fuiste el que me arrimó, ¿o ahora lo vas a negar? —Seguimos caminando aún sin saber para dónde íbamos, solo tratando de alejarnos del lugar. Caminamos unas tres cuadras o más, hasta que veo un letrero que dice «Hostal». Le tomo la mano y prácticamente lo aviento dentro.
Ingresamos y estaba un joven atendiendo. —¿Qué tal, amigo? Necesitamos una habitación un par de horas para… —No… —gritó Aníbal, muerto de pena, pensando que iba a decir para coger… —Para que este joven se bañe y se le baje la borrachera que carga para poder llegar a casa. —Por suerte, la cara de desconcierto de Aníbal ayudaba a hacer creíble el cuento. —Lo siento, solo se alquila por toda la noche. —No hay problema, le pago la noche. —¿Es familiar suyo? —consulta el encargado. —Sí, es mi sobrino. —Por suerte, el joven no pidió más explicaciones y nos guio a la habitación.
Apenas cerré la puerta, Aníbal me presiona a ella con fuerza; siento el calor de su cuerpo. Continuamos con lo que estábamos haciendo. Empieza a frotarme de nuevo; rápidamente, su miembro recuperaba su porte. Me aflojé el pantalón para ofrecerle mi cola; él también se libera de su ropa. Volvimos a estar frotándonos piel con piel. Se percata de que cargo suspensorios, los de Rafael, que los usó cuando nos reuníamos, pues le encantaba que los usara. Lo toma para ejercer fuerza y restregarme más su sexo; la calentura se disparó, ya no había espacios a dudas, solo a recibir placer de nuestros cuerpos.
Estuvimos por un buen tiempo restregándonos como una pareja que apenas está descubriendo el sexo; el calor nos inundaba, ayudado porque no habíamos siquiera abierto las ventanas. Aníbal se separa y, sin más, se quita de un solo buzo y camiseta; vuelvo a ver su pecho lleno de pelos. Camina hacia mí y me ayuda a quitarme mi camisa también, me vuelve a girar a la pared; esta vez su pecho desnudo roza mi espalda, toma mis brazos y los estira para que quede totalmente aplastado a la pared.
Siento cómo busca con su miembro mi entrada. Ahora él mismo se aplica saliva e intenta penetrarme; yo intento facilitarle las cosas, pero no lo logra. —Espera —le digo—, tengo que lubricarte. Obedece, se aleja de mí, toma su pantalón e interior y los baja hasta sus tobillos, se sienta al filo de la cama y me ofrece su verga. No lo hago esperar, me prendo de su mástil como si fuera la primera vez que lo comía. Se dejó caer un poco hacia atrás, pero se mantuvo apoyado en sus brazos. —Qué rico, mamas. Ahh, ahh, despacio, que estoy muy sensible —comenta entre gemidos.
Aproveché para quitarme los pantalones que me molestaban; Aníbal permanecía con los suyos en los tobillos. Le ayudé a quitarse de a poco todo; finalmente, se dejó caer por completo a la cama. Lo disfruté todo, su olor, su calor; estaba extasiado viendo cómo hacía mío al machito con el que había soñado tanto. Sin tocarme, sentía que empezaba a dilatar; mi concha también moría por probar a este macho. Con un poco de saliva, empecé a estimularme; debía hacerlo, pues lo que tenía al frente estaba grande.
De a poco me fui trepando sobre él; apenas lo noto, pues estaba embelezado por el placer que le brindaba. Tomé su mástil y lo ubiqué en el centro de mi cola; podía sentir el roce directo en mi entrada. Apoyé mis manos en su pecho y empecé a moverme en círculos aplastando su sexo. «Cabrón», decía entre gemidos; le marcaba el pecho con mis uñas, me restregué a su sexo a mi gusto, levanté mi cola para poder manejar su verga.
Hijo de puta, cabrón, estoy que me muero por metértela. Tomé su miembro y lo puse en mi entrada y fui sentándome muy despacio. Entró la cabeza. —¡Ahh! —grito, mi macho. —Me la metí un poco más. —Qué rico, dice, levantando la cabeza para ver cómo su verga se pierde en mi concha. —Me la meto toda. Consulto si responde moviendo su cabeza. Así lo hago. Me termino de sentar sobre su mástil. Chillamos juntos al sentir cómo nuestros sexos se unían completamente.
Cómo aprietas, cabrón. Empecé a moverme despacio, sacando la mitad y volviéndomela a meter. Qué rico, sigue así, mi amor. Empecé a moverme más cada vez. La habitación se llenó de nuestros gemidos. Sin avisar, se levanta, me abraza y de inmediato me tumba para quedar sobre mí, toma una de mis piernas y la pone en su hombro, y empieza a embestirme. Se escuchaban sus jadeos; me cogía con deseo y fuerza.
Qué rica chuchita tienes, cabrón. Sus embestidas continuaban; con mis manos apretaba su pecho y le clavaba las uñas. Ahh, cabrón, qué rico, ahh, ahh. Bramaba como toro. Qué rica concha, jueputa decía, decía. No demoró mucho y empezó a gritar: «Me vengo, cabrón, ahh, ahh, me vengo, ahh, ahh». Explotó, inundando mis entrañas de su leche que salía hirviendo. Qué rico, decía dando sus últimas estocadas y cayendo desfallecido sobre mí. De a poco se fue escurriendo para quedar acostado a mi lado, envuelto en sudor, extasiado después de haber disfrutado de mí.
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