Carlos, Aníbal y Rafael, mis estudiantes sobresalientes 19
Relato la experiencia que viví desde el año pasado que empecé a trabajar de maestro en cierta unidad educativa con mis alumnos de último año….
Me llamo Cristóbal, tengo 30 años, y muchos de los que me conocen piensan que soy mucho menor, que ando por los 20 recién. Mido 1.70, mi piel es clara, pero no soy blanco, tengo un buen físico; no hago mucho ejercicio, pero por mi trabajo ejecutivo siempre estuve bien cuidado. En abril se me dio la oportunidad de iniciar a trabajar como maestro.
En medio de mi sueño escucho decir: «Ya despierten, putos, casi es mediodía». Era Rafael que nos hablaba mientras buscaba ropa en su closet; solo llevaba puesta una toalla en los hombros. Aníbal, aún confundido, pregunta qué pasa, que anoche no querías hacerle nada y ahora no lo sueltas. Era cierto, me mantenía abrazado, sentía el calor de su pecho en mi espalda y su brazo sobre mi cintura. Enseguida se separa, cubre su sexo con sus manos sintiendo un poco de vergüenza.
—¿Qué haces? —comenta Rafael riéndose de su amigo—. Ya te vi hasta el hoyo y ahora estás tapándote. Levántate rápido que tenemos que limpiar antes que lleguen mis viejos. Así lo hace, se levanta y se mete al baño. Rafael se vistió con un pantalón corto sin ponerse calzoncillos y se mantuvo sin camiseta; al verse en el espejo, notó que estaba lleno de marcas en la espalda. —Me toca ponerme camiseta cuando lleguen mis viejos. —Mira cómo me dejaste. —¿Cómo me dejaron ustedes? —respondí. —Lo tienes merecido por querer pasarte de listo, se te juntaron los machos y solo tienes un hueco para atenderlos —comentó riendo al salir de la habitación.
Esperé mi turno para ducharme, empecé a palpar mi cola; estaba adolorido y no era para menos, había soportado la virilidad de dos machos toda la noche. Recién empezaba a caer en cuenta de lo que tuvo que abrirme para tener dos vergas dentro; en cierto modo lo había buscado, no tenía por qué sentirme afectado; por el contrario, había logrado hacer algo que era casi imposible. Pronto Aníbal salió del baño con una toalla en la cintura; me encuentra aún acostado. «¿Todo bien?», me pregunta. «Todo bien», respondo. Se viste con un bóxer y pantalón corto. «Voy a ayudar a Rafa», comenta y sale de la habitación.
Después de ducharme, me vestí y caminé a la sala. Aníbal y Rafael recogían las cosas de la fiesta; me gustó mucho poder aún disfrutar viendo sus cuerpos semidesnudos. Luego de unos minutos llegó la comida que había pedido Rafael; almorzamos y acordamos que no íbamos a decir nada a nadie; más bien fue la imposición que Aníbal hizo a Rafael, pues conociéndolo, sabía que iba a querer salir a contárselo a alguien. A mí me convenía el trato, así que estuve de acuerdo. Luego de ello, recogí mis pertenencias y me despedí, pues los dueños de casa estaban por llegar y no podían verme allí. Salí dejando a mis jóvenes amantes terminando de hacer el trabajo de limpieza. Ya en casa, me acosté para dormir el resto del día, pues aún me sentía muy cansado.
Al día siguiente, de nuevo al colegio; era la semana final de exámenes. Por suerte, transcurrió todo muy rápido y llegamos al viernes, día de la graduación. Esta se realizó en la tarde; pude ver a mis estudiantes, lucían hermosos con sus trajes. El evento fue muy emotivo; al final, pasé felicitándolos. Carlos me presentó a sus padres; me había dicho que necesitaba hacerlo para conseguir que le dieran el permiso para viajar conmigo. Fueron muy amables y me agradecieron la invitación que había hecho a su hijo.
También conversé con Rafael; me contó que se iría a estudiar la universidad a otra ciudad, viajaría lo antes posible a inscribirse. Con Aníbal no fue posible conversar, pues su séquito de admiradoras no lo dejaban solo; se tomaban fotos y lo abrazaban con la excusa de felicitarlo. Luego, conforme pasaban los minutos, los graduados se iban retirando a seguir los festejos en sus casas.
Marzo inicio con feriado, luego de este volvimos a dar notas y a presentar los informes de calificaciones culminado asi las actividades educativas y al fin tenia el tiempo para poder viajar con Carlos, por ello al inicio de la tercera semana pase a recogerlo para llevarlo conmigo en la visita que haria a mis padres, lo presente como un amigo que habia echo en el colegio y que me habia pedido que lo trajera a vivir unos dias al campo, mis padres lo recibieron muy bien, como lo he dicho antes Carlos es una persona muy agradable y de buena conversacion, este primer dia concluyo con un recorrido por toda la finca de la mano de mi madre que hizo las veces de guia, por la noche nos toco compartir habitacion pues no habia otra preparada para la visita, esto lo emociono pero desconocia que solo ibamos a dormir como buenos amigos uno al lado del otro.
Al siguiente día, Carlos quiso acompañar a mi padre a la cosecha del cacao a otra finca. Se le prestó unas botas y sombrero; se veía como todo un agricultor. Se fueron en la legendaria camioneta de papá; yo me quedé a ayudar a mi madre con los trabajos de la casa. Al mediodía preparamos la comida y esperamos que los hombres volvieran. Apenas llegaron, tenían que bajar los sacos de cacao; para los que no saben, el cacao recién cosechado riega mucho jugo o baba, por lo que mi padre le hizo quitar la camisa para que pudiera cargar los sacos en el hombro. Esas imágenes de mi machito descamisado, sudado y con botas me llenaron de morbo, pero tuve que controlarme.
Mientras almorzamos, mi padre comentaba de su nuevo compañero de jornada; decía que había sido de mucha ayuda, que era un joven trabajador. Por su parte, Carlos comentó que le había gustado la jornada. En la tarde, luego de un merecido descanso, decidimos salir a conocer el pueblo y regresamos a la cena. Por la noche volvimos a compartir habitación, pues había convencido a mi madre que no preparara otro cuarto; lo que sí hizo fue preparar un lecho junto a mi cama, con la idea de que estemos más cómodos.
En el tercer dia se repitieron las actividades, en la mañana Carlos ayudo con la cosecha del cacao y por la tarde salimos al pueblo pues habia quedado con unos chicos que habia conocido el dia anterios de jugar un partido de futbol, me toco hacerle barra, los jugadores era todos jovenes, pasamos una tarde muy divertida, inlcuso un par de chicas se acercaron a mi machito para conversar con el y de cierto modo coquetearle, eso me lleno de indignacion, cosa que fue notada por Carlos que para molestarme les siguio el juego, cuando oscurecio volvimos a casa, mi madre preparaba la cena, decidimos ayudarle, le comento a ella que habia conocido unas chicas en el pueblo y le habian parecido muy amables, mi madre le aconsejo que primero debia estudiar y luego buscar una buena mujer para formar su familia, Carlos me miraba y sonreia sabia que me molestaba que hablara de las chicas del pueblo.
Amaneció el jueves y de nuevo salieron al último día de cosecha de cacao. Los minutos que más disfrutaba eran ver la descarga; me llenaba de morbo al ver a mi hombre de ciudad como todo un macho de campo, descamisado y con botas, exhibiendo su virilidad. Esta tarde Carlos se ofreció a limpiar la orilla del río que había visto que lindaba con nuestra propiedad para poder bajar a bañarse en él. Salió con su indumentaria que se había hecho cotidiana: botas y sombrero. Mi madre me recomendó que lo vigilara, pues era un citadino inexperto con el machete.
Esta tarde mi madre salió a visitar a su hermana y mi padre se fue a la otra finca; me tocó quedarme en casa para no dejar sola a la visita. Mi mente se llenó de ideas de lo que podíamos hacer; traté de controlarme, pero sucumbí a mis deseos y, apenas estuve listo, corrí a buscar a mi hombre. Se veía tan macho con su pinta de peón; tenía abierta la camisa y se veía su pecho que brillaba por el sudor. Me descubre observándolo. «¿Qué pasa?», me dice al notar que no le quito la mirada de encima. «Siempre vi hombres con machete y ninguno me ha movido tantas cosas como tú». Carlos sonríe ante mis palabras. «No calientes lo que no te vas a comer», me responde y continúa con su trabajo.
No resisto mas y me acerco para besarlo, espera no dijiste que nada de nada aquí, tu me provocas demasiado respondo besando su cuello, me separo de el y termino de safarle la camisa para quitarsela, continua trabajando asi, me obedece con una sonrisa picara al verse tan deseado, tiendo su camisa en el suelo para poder sentarme sobre ella y disfrutar del show, cada segundo que lo veia trabajar me calentaba mas y mas, me tumbo hacia atras para poder bajarme el pantalon, recojo mis piernas para exponer mi cola y poder jugar con ella, Carlos tardo unos minutos en darse cuenta, que haces me pregunta tocandose su sexo sobre su pantalon, continuo en lo mio, ahora el era el expectador, no perdia detalle de cómo me tocaba frente a él, se apretaba su sexo, seguramente estaba creciendo dentro de sus pantalones, mis papas se fueron, estamos solos.
Que cosa… osea que podemos, si le respondo moviendo la cabeza, jueputa grita buscando safarse el pantalon con desesperacion y de inmediato se tumba de rodillas frente a mi queriendo penetrarme, espera machito ya sabes como es esto, me tienes que mojar primero, enseguida me obedece, me toma por abajo y eleva mi cola, sin pensarlo escupe en mi entrada, y me pasa su lengua, vas a tener que aguantar me dice comiendo mi concha con locura, me suelta, escupe en su mano para lubricar su verga y la guia a mi entrada, presiona pero no entra, ahhh jueputa estas cerrado, vuelve a comerme la cola un poco mas y de nuevo coloca su sexo en mi entrada, abreme tu conchita mi amor, finalmente entra su cabeza, me mira con lujuria y sin decir mas me empuja su hombria haciendome gritar.
Termina de quitarme el pantalón que no dejaba que abriera las piernas; apenas lo hace, se deja caer sobre mí, y nos fundimos en un beso de novela. Empezó a cogerme, me clavaba mientras me comía la boca; era un frenesí. Recordaba las veces que lo vi bajando el cacao; al fin mi macho me hacía su hembra en medio del monte. Se levanta para quedar de rodillas, empuja mis piernas para que queden pegadas a mi pecho; su verga era un hierro que se clavaba en mí sin control. Podía ver el sudor que corría por su cara y cuello.
Se levanta de golpe; qué deleite verlo con los pantalones a media pierna, con botas y sombrero. Era todo un peón que se estaba cogiendo a la hija del dueño en medio del monte. Me extiende su mano invitándome a ponerme de pie, me guía a un árbol de mango cerca y me hace apoyarme en él, me empuja para que doble la espalda, se agacha y vierte saliva en mi entrada. De inmediato me vuelve a penetrar de un solo empujón haciendo dar un grito; me aferraba al árbol para soportar sus embestidas. «Mi amor, qué rico me coges», le decía entre chillidos.
Me toma una pierna y la eleva abriendome totalmente, ahh, ahh chillaba al sentir como entraba mas profundo en mi, empece a temblar por el placer que sentia, pero estaba agarrado por mi macho que me embestia sin control, sentia en mi interior como su verga se abria camino, era un macho salvaje que me estaba tomando, senti que me corria, lo hice muy pronto, al ver esto mi hombre me embiste casi levantandome del piso, gritaba sin control sintiendo que tambien estaba a punto de acabar, ahh ahh jueputa, gritaba, empujandome toda su hombria dentro, ahh ahh me vengo, ahh ahh chillo al sentir como su verga se abria para dar paso a su leche, que salio de inmediato disparada inundando mis entrañas, seguia clavando mientras me inyectaba hasta la ultima gota.
Se tumba sobre mi, siento su pecho mojado sobre mi espalda, y escucho sus jadeos, que rica cogida comenta satisfecho, no sabes la gana que tenia de llenarte el chocho desde el primer dia que llegamos, me mantuvo abotonado un buen rato mientras agarrabamos aire, en ningun momento perdio su virilidad, lo que significaba que aun no habia terminado nuestro encuentro, sin avisar me suelta de golpe y me deja totalmente abierto, jueputa que locura comenta tomando su sexo con una mano, estaba bañado en sudor, era logico pues por el trabajo desde antes ya lo estaba, su verga estaba mas hinchada de lo normal, su cabeza era enorme sobresalia del resto, se notaba que habia acumulado bastantes ganas durante los dias que habiamos pasado juntos sin tocarnos, entendi porque senti tanto placer mientras me penetraba, esa cabeza me abria todo por dentro.
Caminé y me arrodillé frente a él, tomé su sexo para llevarlo a mi boca; apenas toqué su punta, chilló, gritó cuando la metí a mi boca. «Qué rico», dijo, llevando sus manos a la cabeza para dejarme hacer mi labor libremente. Ahh, ahh, chillaba al sentir cómo le succionaba su hombría; parecía que le arrancaba un pedazo de vida con cada mamada. Estaba un poco sensible. Recogí toda la leche que cubría su sexo; se notaba que había descargado bastante, estaba exquisita, no desperdicié ni una gota.
Quiero hacerlo de nuevo, me pide mi hombre; enseguida me pongo en cuatro allí mismo. Se acomoda atrás de mí de rodillas; quiso quitarse las botas, pero le pedí que no lo hiciera; me daba mucho morbo que siguiera así. Busca mi entrada y me clava nuevamente. «Estás grande», digo entre chillidos al sentir cómo abre mis entrañas nuevamente. Mi hombre gemía mientras entraba en mí; me toma del pelo y me levanta. «Qué rico hueco tienes, mi amor», me dice al oído; ahora me obliga a bajar hasta pegar el pecho a la tierra, me enviste con furia; se debió escuchar en toda la finca el sonido de nuestros cuerpos chocando; mi macho me hacía suya nuevamente.
Esta vez me cogió por más tiempo, me aplastaba, me tomaba del pelo, me hizo todo lo que quiso hasta que me desabotonó y, acostándose en el suelo, me pide que lo monte. Su verga estaba dura como si no hubiera acabado de correrse. Enseguida lo obedecí y me senté en su sexo, clavándomelo todo. Brincaba una y otra vez; su cara de placer era única. Por la intensidad de mi montada, sentí ganas de acabar de nuevo; lo hice apenas masturbándome. Algo de mi leche cayó sobre mi hombre, que lo tomó con gracias.
Se levantó y me tomó por la cintura para darme la vuelta y quedar ahora él sobre mí, coloca mis piernas en sus hombros y empieza a embestirme. Nos mirábamos uno al otro; lo tomé de las caderas como para ayudarlo a penetrarme. Se levanta para despojarse de sus botas; ya no las soportaba. Se deshizo de todo, quedando totalmente desnudo frente a mí, busca su lugar nuevamente entre mis piernas y me ensarta sin la menor dificultad. Continúa dándome placer; esta vez nos besamos. Mi hombre me hacía el amor; mis manos recorrían toda su espalda, resbalaban por el sudor que la cubría.
Se separa un poco de mí para volver a tomar mis piernas en sus hombros, se apoya con sus brazos en el piso y empuja hacia delante; mi cola se levanta del piso, abre sus piernas como compás y empieza a embestirme con lujuria. Me hacía chillar con cada embestida que me daba; no nos importaba nada más que sentir nuestros cuerpos juntos, gritábamos de placer. Fue un momento intenso hasta que mi hombre empieza a jadear más fuerte: «Me vengo», gritaahh, ahh, qué rico, ahh, ahhhhhh», chillo al sentir cómo su leche nuevamente salía, llenando por segunda vez mis entrañas. Me dio sus estocadas finales y cayó rendido sobre mí, extasiado.
Mi machito de ciudad se había convertido en un macho salvaje que había tomado a su hembra en medio del monte.



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