Carlos, Anibal y Rafael, mis estudiantes sobresalientes 2
Relato la experiencia que vivi el años pasado, cuando empece a trabajar de maestro en cierta unidad educativa con mis alumnos de ultimo año..
Me llamo Cristóbal, tengo 29 años y muchos de los que me conocen piensan que soy mucho menor, que ando por los 20 recién. Mido 1.70, mi piel es clara, pero no soy blanco, tengo un buen físico; no hago mucho ejercicio, pero por mi trabajo ejecutivo, siempre estuve bien cuidado. En abril se me dio la oportunidad de iniciar a trabajar como maestro.
Ya habían pasado 3 semanas desde lo ocurrido con Carlos; de mi parte todo quedó en ese lugar. Solo podía recordar a ese machito gimiendo y entregando su leche como pago a su profesor para no ser acusado, cada centímetro de carne llenando mi boca y su leche inundando mi garganta con cada chorro, su mirada perdida, su cuerpo desnudo frente a mí y su mástil aún latiendo después de haber entregado su esencia, pero como había sido el trato, solo quedaba callar.
Como nuevo maestro, al tener horas libres, se me asignó ser el ayudante de la organización de las olimpiadas, las cuales se decidieron hacer en 3 sábados en el mes de noviembre para no afectar las jornadas de clases. Mi deber era estar pendiente de que todo se desarrolle con normalidad junto con los maestros del área. Esto me permitió interactuar con Rafael por ser el capitán del equipo de su curso: bonito de cara, blanco, el alma de la fiesta, de contextura atlética, algo musculado; el más bajo si se compara con Carlos y Aníbal.
Iniciamos las olimpiadas con normalidad. El primer sábado vi a Carlos por primera vez desde lo ocurrido; se notó un poco su incomodidad, lo cual a mi parecer era normal. De mi parte había cumplido con lo acordado y no había problema; la jornada se dio con normalidad.
Estando en el segundo sábado, unas chicas del curso de Carlos se acercaron donde nos encontrábamos, a curosear cuáles serían los demás cursos que debían enfrentar, puesto que ya habían ganado un par de encuentros. Una de ellas trajo a Carlos de la mano para que vea el cronograma. Preguntaron si se podían quedar allí viendo el juego, a otro maestro, quien les dijo que sí.
Como suele pasar, las chicas deciden ir al baño juntas y dejaron a Carlos solo donde me encontraba. Como para romper la tensión, comento lo mal que estaban jugando uno de los equipos a pesar de que iban adelante en el marcador. Lo miro directamente y le digo: «Ustedes le ganan». Carlos solo sonríe. Estaba hermoso con su uniforme, pantaloneta y camiseta celestes; sus piernas musculosas por el deporte hacían el mejor marco a la maravilla que esconde entre ellas, pero debía mantener mi promesa. Morí de envidia cuando las chicas regresaron y una de ellas se sienta al lado y empieza a sobarle la pierna.
Finalizando la jornada, ya no quedaban muchos alumnos; Carlos se acerca y me dice: «Profesor, quiero hablar con usted». La verdad, pensé que era por las olimpiadas. Le contesté que claro; se cercioró de que no hubiera nadie cerca. Es sobre ese día, me intrigó, por lo que le di toda mi atención. Empezó a explicar su punto de vista, que no debió pasar, que en ese momento se dejó llevar de la situación, que esto y lo otro. Lo que deduje es que tenía miedo de que lo ocurrido se hiciera público.
Cuando fue mi turno de hablar, le dije: «¿cuál fue el trato?». Me responde: «Todo se quedaba allí”. Correcto, nos hemos visto varias veces y ni siquiera te he guiñado el ojo para hacerte sentir incómodo. Tranquilo, eso no sale de los dos. Mira, hagamos algo: le extiendo la mano, formalicemos el trato, palabra que nunca vamos a mencionar lo que pasó.
Carlos notó la seriedad del acuerdo y se sintió más tranquilo. Estrechando mi mano, caminamos y, más en confianza, me dice: «La pelada ni hola me dice, por miedo a que usted la vea cerca; solo chateamos». Me parece bien; si quieres algo con ella, hazlo lejos del colegio, aquí no es motel… Sonrió y comentó: «Es buena gente usted. Por menos de lo que vio ese día, otros maestros hubieran hecho que nos botaran. «Aprovechado, sí, pero la mamá rico». Le respondo: Te salvó tu amiguito, no podía permitir que se fuera de allí con una chupada tan mala… Reímos los dos… Nos despedimos y Carlos se alejó. Admito que esta situación animó en mí que a futuro algo se diera entre nosotros, pero dada la situación era poco posible.
Llegó la última jornada de olimpiadas; todo con normalidad, se dio la final en fútbol para cerrar las olimpiadas. La competencia fue reñida, pero mi curso favorito triunfó. Se clausuró el evento, se entregaron los premios y empezó el festejo. No faltó el que puso el ambiente y arrancó el baile. Volver a vivir esta etapa me llenó de nostalgia, así que me rifé y aporté con un pequeño refrigerio para todos, por lo cual fui obsequiado.
Se vivió un momento muy agradable; a pesar de que no era profesor de ellos, fui bien recibido. El festejo duró hasta las 2 de la tarde en que nos pidieron ya retirarnos. A la salida se armó un grupo que quería continuar el festejo, por lo que decidieron ir a celebrar a casa de uno de los compañeros. Fui invitado al igual que el maestro de educación física.
El maestro estaba eufórico, igual que ellos, y al salir les dijo que él ponía la cerveza, a lo que todos dieron un grito de euforia. Se pidió que se controlen hasta salir del colegio. Nos fuimos en dos vehículos; no me pregunten cómo entramos 16 o 18 personas, pero llegamos a la casa. Esta tenía un patio grande donde nos instalamos. Solo se encontraba la madre del alumno, pero como una más se unió a la celebración; nos brindó refrescos y cosas de picar, muy buena anfitriona.
Llegó la cerveza y empezó un rato más de baile, hasta eso de las 5 que las chicas tuvieron que marcharse porque ya las llamaban sus padres. Se despidieron y continuó la fiesta hasta eso de las 7, que el anfitrión empezó a dormirse, por lo que ayudé a llevarlo a su lecho, y empezamos a organizar la alzada. Como no soy de mucho trago, estaba en mis 5 sentidos; lo mismo no podía decir del otro maestro y los demás chicos que ya bailaban solos. No podíamos dejar que se fueran así; a buena hora llegó el dueño de casa y se ofreció a manejar el carro del profesor para llevarlo junto con los chicos que quedaran de camino, y así hicimos. Agradecimos la hospitalidad y nos retiramos.
A mí me tocó llevar a Rafael, Carlos y dos chicos más. Aníbal se había ido en el otro vehículo con otros chicos; si hubiera dependido de mí, me llevaba a Aníbal a mi casa a rematar la fiesta. Me cargaba encendido verlo en pantalón corto, ya que algunos se habían quedado con el uniforme de fútbol puesto. Era la primera vez que veía sus piernas anchas y llenas de vello, y su cara de ebrio; probaba a encerrarlo en cualquier lugar y comérselo.
Durante el trayecto, como iban entonados, no paraban de hablar de juego, de chicas, de todo. Se fueron quedando uno a uno; al final quedaban Rafael y otro chico. Este par empezó a hablar de culos: Rafael, que los putos aguantan más que las mujeres, que si uno quiere una buena mamada debe buscar un maricón. Se quedó el tercero, por lo que Rafael ya solo podía conversar conmigo. Profe, ¿usted tiene mujer o vive solo? Le respondo: Solo; estamos jodidos, nos toca Manuela entonces. Yo, cuando tomo, me pongo duro; tengo que descargar, si no, no se me baja.
A manera de broma le comento: «Ya, pues, busca a un maricón». Me responde: «Si hubiera alguno a la mano, le rompía el culo». Agrego: «¿Tienes experiencia o qué?». Me responde: «Experiencia, no; solo he cogido con hembras, y a una se la quise meter por el culo, pero no aceptó, no me dejó hacerlo. Por ahí escuché que los putos la aguantan mejor. Es que la tengo grande». Se soba la pantaloneta. «A ver, enseña», le digo. Me quedo viendo, extrañado.
Rafael no dejaba de manosearse. Le insistió: Déjame ver cómo estás; si estás bueno, te hago el favor. Me vuelve a mirar sorprendido, le extiendo la mano y le digo: «Lo que pase aquí, aquí se queda». Se queda pensando unos segundos y extiende su mano para cerrar el trato, serio; le gusta la verga, profe. No todas, las buenas nomás y, al igual que tú, el trago me pone flojo, por eso no tomo mucho. Rafael solo sonrió. Comentario aparte, esto de los tratos ya me está gustando.
Tiempla la pantaloneta para que se marque su verga; pude apreciar algo, pero le dije: «Déjame ver mejor». Miro para los lados a ver si no había nadie cerca, se recoge su pantaloneta por un lado de la pierna y deja salir la cabeza de su fierro. La toqué, tenía buen tamaño; le hice gesto de masturbarlo un poco. Vamos a mi casa, ya estamos cerca y te ayudo a bajarte esta arrechura. Se cubre de nuevo como arrepintiéndose, lo piensa un momento y comenta: «Seguro todo queda entre los dos».
El trato está, vas o no, mi casa está cerca. Rafael se agarra de su mástil y hace un gesto de aceptación. Cuando llegamos, entramos rápido para no ser vistos. Ya dentro de casa nos sentamos a conversar un poco. Rafael se sentía inquieto. Le digo: «Tranquilo, que si no quieres, lo dejamos aquí». Me dice: «No es eso, sino que ando puerco, me gusta coger limpio». No hay problema, te duchas y ya; lo que más veo problema es que ya es de noche y te van a llamar tus papás.
Rafael comenta: «No hay problema, mi madre se fue a visitar a la abuela ayer y no regresa hasta mañana; por las olimpiadas me quedé». Mi padre es ingeniero y está fuera de la ciudad en obra, así que nadie me va a extrañar en casa. Ya le escribí a mi madre como a las 5 y le dije que estaba en casa, así que para ella ya estoy allá. Hablaba muy tranquilo, a mi pensar, por los tragos que llevaba encima.
Entré a la habitación, le traje una toalla y le dije: «Dúchate en el baño de la sala; yo haré lo mismo en la habitación. Voy a demorar un poco para prepararme. «Toma lo que quieras del refri y, si quieres, ve TV hasta que vuelva». Esto pasa cuando vas a coger con putos, es un poco diferente. Sonrió y enseguida se encerró en el baño. Lo mismo hice yo, traté de estar listo lo más pronto posible antes de que mi hombrecito se arrepienta.
Cuando salí, Rafael estaba viendo TV, muy fresco, desnudo, sentado en el mueble, solo con la toalla cubriéndolo. Me dio mucho morbo verlo así; su cuerpo está bastante definido, más de lo que imaginaba. La verdad, el uniforme no le hace justicia; ¿se nota que haces gym o es natural?… Algo, empecé hace unos meses porque estaba muy delgado, pero no subo rápido. El instructor dice que es por la edad, que consumo muchas calorías y cosas así. Por mi parte, salí con un short rojo corto y una camiseta; me senté a su lado.
Aun con ganas o ya no quieres, averígüelo usted, se quita la toalla de encima y tenía un monumento allí, no pude disimular mi asombro, la verga más grande que había visto, y aun estaba un poco floja, le comento. Con razón estás flaco; la verga se te come todo. Se ríe de mi comentario. —¿Cuánto te mide? —18 por allí —me responde.
Eran otras ligas las que se me presentaban. Me acerqué donde se encontraba, lo tomé con mi mano y no le cubría ni la mitad. De algo estuve seguro: lo de 18 era cuento. Empecé a masturbarlo, lentamente, como para entrar en confianza, y le apliqué un poco de lubricante que tenía listo. Rafael es lampiño, solo bello púbico. No resisto más y acerco mi boca para prenderme de tan deliciosa verga; se tensa un poco y se recuesta hacia atrás. Te gusta que te la chupen, me responde, sí, pero las que me han tocado no saben mucho, así que hagamos cuenta que no. A ver si usted es el primero que vale la pena recordar.
Me estaban retando, así que empecé mi labor, a comer verga como se debe. Enseguida estuvo al tope y qué maravilla se veía este chico con su mástil en todo su esplendor, grueso y largo, con la cabeza rosada un poco más pequeña que lo demás; con las dos manos podía agarrarlo. Me entregué a mi macho, a chupar cada centímetro de verga, a recorrer su cuerpo con mis manos. No me había dado cuenta, pero ya estaba arrodillado entre sus piernas chupando como desposeído, qué verga había encontrado.
Rafael estaba extasiado, tenía una cara de placer. Pasamos un buen rato en eso; ya me dolía la boca de tanto chupar. Me separé y, a modo de descanso para mi boca, me tumbé al frente en otro mueble, llevé mis rodillas a mi pecho, bajé mi short para exponer mi culo. No me lo saqué del todo, me ensalivé los dedos y empecé a jugar con mi hoyo; me metí un dedo. Rafael no perdía detalle. Tomé el lubricante para prepararme y subir a dos dedos; tenía que dilatarme bien, puesto que lo que se venía iba a estar fuerte.
Rafael se acerca y me dice: «Yo quiero hacerlo». Me mete dos dedos y hace como que me estuviera cogiendo; mete y saca. Comento: «yY estas habilidades de dónde las aprendiste?». «Por ahí, de ver cosas que no debo». Se siente muy parecido a las conchas, pero más apretado; seguro me la aguanta, está muy cerrado. Le respondo:Sísiipapi, tú sigue jugando que hoy preñas tu primer culo…». Qué macho, me arrancaba gemidos, tienes buena mano, ¿cuántas conchas te has comido?, 2 conchitas, dos novias que he tenido, me descoqué a los 15. Así tan fresco este machito de 17 años me contaba su experiencia.
Tiene el culo apretado y caliente, profe, me late la verga por ya metérsela, y usted cuántas se ha comido: conchitas 3, pero desde hace tres años cambié, y ahora llevo 2 vergas. Hace tres años conocí a un machito que me volvió loco hasta que le entregué el culo; si que estaba bueno el condenado… Pero solo se lo comió o sí fueron pareja? Le respondo: el primero fue pareja, estuve más de un año; el segundo lo vi, lo traje, lo calenté y lo desvirgüé. Todo este diálogo se daba mientras Rafael jugaba con mi culo, y me hacía gemir con sus movimientos.
Se pone de pie, separa las piernas para bajar a donde estaba mi culo; con su verga acaricia mi entrada, tiemblo, me mira y sonríe. —¿ Quieres verga, profe? —mi respuesta fue inmediata—: Sí, quiero que me la metas toda en mi conchita, quiero sentirte y que me dejes lleno de leche. Rafael continúa su juego, solo presiona su cabeza sobre mi hoyo, pero apenas me penetra. Deliraba de calentura. «¿Quieres, macho puto?», le respondo. » Sí…» Cógeme, papi, revéntame, métele unos centímetros; ambos gemimos. Qué rico tiene mojadito y apretadito el chocho. Por segunda vez me la mete, esta vez un poco más, qué rico hueco, puta. Te voy a enseñar lo que es un macho.
Me hala para que me levante, me voltea y me hace poner en 4, nuevamente escupe mi culo, pone su verga y me la clava, lo mas que pudo, grite mas de placer que de dolor, que hembra, me la aguantaste casi toda, pero aun te falta abrir un poco, vuelve con sus dedos a penetarme, esta vez el mete y saca es rapido, no soporte su desenfreno y me deje caer, que paso puta, no que ibas a aguantar, me halo a ponerne en 4 sobre el espaldar del mueble para que no me vuelva a escapar, que rico hueco, me lo voy a comer, y sin pensarlo mas se acerca y con su lengua empieza a jugar con mi hoyo, situacion que me hizo tembrar y gemir, me comia el culo delicioso y con cierta desesperacion, fueron algunos minutos muy intensos, de su lengua buscando entrar en mi concha, sin avisar me toma de la cintura y me penetra casi totalmente. Qué rico, ya te entró casi toda; te falta un poquito nomás. Vamos, cariño, que sí la puedes toda. Se tumba encima mío y con una de sus manos aprieta mi pecho como si fueran tetas y empuja de nuevo sus caderas para que toda su hombría termine de entrar. Solo pude emitir un grito fuerte; sentí dolor, no lo voy a negar. Mis piernas temblaban; su verga se abrió camino hasta donde nunca nadie había llegado. Al fin estaba ensartado, este machito ya me había metido toda su herramienta. Estábamos pegados, unidos carne con carne.
Así pegados estuvimos unos segundos. Qué sensación sentir tremenda verga dentro, llenándome las tripas; empieza a retroceder, siento como voy quedando vacío. Mi reacción fue, al final, cubrir mi hoyo con la mano. Por su parte, Rafael solo hizo un gesto de retroceder con la verga colgando a todo su esplendor; si bien de grosor era normal, el tamaño era el impresionante de ver. Luego lo confirmé: 21 cm de carne con una ligera curva hacia arriba que terminaba con una cabeza roja, que quedaba libre de piel a manera de circuncidado.
Profe, ¿qué hueco tiene? Está riquísimo, apretado y caliente. Mire cómo me tiene, con la verga dura; se soba su herramienta. Por mi parte, ya me había recuperado un poco de esta primera ensartada; confieso que me dolía un poco, pero más me podían las ganas de coger. Me mantuve en posición para que mi macho pudiera ver el chochito que acababa de abrir.
Camina hacia mí y vuelvo a ponerme en posición; me vuelve a comer la concha, con su lengua juega y lubrica mi entrada. Qué rico me comes, papi, gemía como toda una hembra. Nuevamente siento como ese pedazo de carne ingresa en mis entrañas totalmente, como le encanta empujar para que no quede nada fuera. Las piernas se me desmayaban; a momentos sentía que colgaba entero de la verga de Rafael y que estaba en pie porque esta me sostenía. Empezó un mete y saca que provocaba gritar de placer; sentía cosas nuevas muy adentro donde llegaba su verga, qué sensación de placer mezclado con dolor. Gemía sin control con cada embestida. Qué rico, profe, se lo come todo. Sus manos estaban dentro de mi camiseta, estrujándome las tetas; me embestía como loco. Este macho había encontrado a su hembra. Apretaba los dientes para disimular mis gemidos y no gritar por los vecinos; solo la TV encendida ayudaba en algo a ocultar nuestros gemidos.
Se separa, de mi y quedo vacio, Rafael comenta: profe si viera como le tengo abierta la concha, que rico, me mete los dedos jugando con mi hoyo, solo me deja para buscar las toalla y secarse el sudor de la cara, puedo ver su herramenta totalmente horizontal, a pesar del tamaño, este machito la tenia viendo para arriba como hierro, recien pude asimilar lo que este hombrecito me estaba metiendo, pero mi cabeza en vez de retroceder solo penso en montarlo, tomo a Rafael y lo empeje al mueble donde todo empezo, quedo sentado, me quite todo, me subi para poder sentarme en su verga, la que agarre y me meti sin pudor, hasta quedar literamente sentado sobre el, con mis brazos sobre sus hombros empiezo a cabalgarlo, que delirio, ver a mi machito gemir con los ojos cerrados, tomo sus manos y le hago que agarre el culo, dejandome el libertad de besarlo, le pudo mas el placer que sentia con toda su herramienta entrando a lo mas profundo de mi ser, que se entrego por completo a mi capricho.
No sé cuánto tiempo lo monté, pero fue bastante. Nos entregamos completamente al placer. Me toma del cuello y me dice: «Despacio, profe, me va a hacer venir». «Aguanta, papi». Le seguía comiendo la boca; ahora ya no brincaba, sino que restregaba mi culo, brindándole un masaje a su verga. «Puta, qué rico, profe, me voy a venir, ya no aguanto». Empecé a brincar de nuevo. Un frenesí le regalé a mi hombre hasta que no pudo más y empezó a gritar cuando la leche acumulada se abría paso a lo largo de toda su hombría. Le temblaban las piernas mientras inyectaba su leche en mis entrañas; no paré de montarlo para que sacara todo. Finalmente me quedé quieto para acabar yo también sobre su pecho.
Terminamos sudados y agitados, viéndonos cara a cara, extasiados con el placer que nos habíamos dado. —Que rico, profe —comenta Rafael con cara de satisfacción. Extiende sus brazos sobre el espaldar del mueble. Le doy unos besos—. Cabrón, qué vergota tienes, cómo quisiera que fuéramos como los perros y nos quedáramos pegados. —Por mí no hay problema, quedémonos así un rato. — Así pasó; fueron algunos minutos de silencio, unidos por nuestros sexos, pero ya me dolían las piernas. Despacio fui levantándome para desabotonarme de mi macho; mis piernas temblaban, por lo que solo pude echarme de espaldas en el mueble al lado. Sentí como algo de leche caliente se escurría de mi chocho. Por su parte, Rafael continuó sentado con su herramienta tal cual había salido de mí, respirando algo agitado y mirando al techo, como asimilando lo que había pasado.
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