Carlos, Anibal y Rafael, mis estudiantes sobresalientes 6
Relato la experiencia que viví el año pasado, cuando empecé a trabajar de maestro en cierta unidad educativa con mis alumnos de ultimo año.
Me llamo Cristóbal, tengo 29 años, y muchos de los que me conocen piensan que soy mucho menor, que ando por los 20 recién. Mido 1.70, mi piel es clara, pero no soy blanco, tengo un buen físico; no hago mucho ejercicio, pero por mi trabajo ejecutivo, siempre estuve bien cuidado. En abril se me dio la oportunidad de iniciar a trabajar como maestro.
Carlos aún continúa sobre mí, teniéndome bien ensartado; podía sentir el calor de su cuerpo en mi espalda, su respiración atrás de mi cabeza. Me encantaba sentir la presión del cuerpo aplastándome y, como siempre fantaseo, quedar abotonado con mi macho unos minutos, pegados por nuestros sexos y el macho entregando hasta la última gota de leche a su hembra.
Después de unos minutos se separa de mí, dejándome vacío. Toma una cerveza para refrescarse; yo también me incorporo para hacer lo mismo y refrescarme. Carlos caminaba por la sala tomando aire; era una tarde calurosa. Me deleité viendo a mi reciente montador exhibir toda su hombría sin ningún reparo. Se percata de las medias y hace el gesto de quitárselas, pero le digo que no, que se las deje, porque me daba morbo su imagen desnuda solo con medias.
Accede a mi capricho, toma su camiseta y se seca el sudor de la cara y se sienta, me mira directamente y comenta: «Tenía razón, hay que vivirlo para poder saber si algo es bueno o no», y sí, sí está bueno. Mire cómo me tiene la verga, tiesa, queriendo seguir reventándole el culo. Toma su verga y hace ese gesto de bajarla y esta rebota como resorte y golpea su abdomen.
¿Quieres mi conchita de nuevo, cabroncito ? Me dejo escurrir en el mueble que me encontraba y abro mis piernas para que tengas una vista perfecta de mi entrada; juego con un dedo que entra con facilidad en vista de la reciente actividad, empieza a salir un poco de la leche que había recibido y lo hunto en mi culo como lubricante, gesto que eleva el libido de mi macho, quien se levanta para llegar donde me encontraba. Se pone de rodillas y con su miembro hace lo mismo que hizo mi dedo: recogió la leche que empezaba a salir y la guiaba de nuevo adentro.
Qué rica concha tiene, profe, mete su cabeza, ufff, qué rico aprieta mi verga, se nota que no ha tenido macho desde hace un buen rato, qué desperdicio de hembra, pero desde hoy tiene macho para reventarlo, le voy a dejar el ojete abierto y chorreando leche muy seguido, me la mete casi todo y me arranca un gemido. Sí, papi, quiero ser tu hembra, quiero que me revientes la concha una y otra vez.
Empezó una penetración suave; ambos estábamos disfrutando de nuestro sexo sin ningún reparo. Carlos alzaba la mirada y cerraba los ojos; por mi parte, me deleitaba viendo a mi macho cogerme. Acariciaba su pecho. Cada momento los ánimos subían, el ritmo aumentaba, sus estocadas eran cada vez más fuertes. Nuevamente la casa se llenaba de nuestros gemidos y golpes de cadera.
Si bien ya había disfrutado de Rafael y su profunda penetración, Carlos me brindaba otras sensaciones, en vista de que su miembro es más ancho, abriendo mis pliegues anales como hacía ya mucho no lo hacían, lo que me provocaba placer que me hacía retorcerme, y casi venirme sin tocarme.
Se separa y contempla mi culo. Qué rico huequito tiene, profe, me encanta cogerlo; está abiertito, parece una conchita chiquita, pero le entra toda la verga. Chúpame la concha, papi, quiero sentir tu lengüita en mi chochito. Me mira y con su cabeza hace un gesto de negación, me vuelve a penetrar y esta vez se acerca a mí como buscando besarme. Lo entendí así, por lo que lo abracé, pero retrocedió y se incorporó de inmediato.
Puta profe, está buena la cogida, pero hay cosas que aún no quiero hacer. Besarnos no, eso sí es muy puto, sonrió. Vamos viendo si se da; por lo pronto solo cogemos. Se sentó en el mueble y me dice: «Venga, mónteme la verga». Ver su imagen bañado en sudor y su mástil mirando al cielo no me dejaba lugar a pensar en nada más que en complacer a mi hombre. Hice lo que me pidió, me puse de espaldas, tomé su verga y lo guié a mi entrada y, centímetro a centímetro, este iba entrando. Ahh, profe, qué rico hueco.
Empecé mi montada; brincaba y me clavaba toda su hombría. Con sus manos agarra mi cintura y guía mis movimientos. A ratos me quedaba totalmente sentado con todo dentro y movía las caderas en círculos, cosa que le arrancaba gemidos más intensos y llenos de placer que resonaban en todo el lugar. Lo tenia loco de lujuria, decido levantarme de golpe y doblando la espalda esponia mi culo abierto, a centimetro de su cara, Carlos no perdia detalle de ello, me volvia a clavar y de nuevo me dejaba expuesto a mi macho que estaba extasiado con la vista y sentirse dueño de mi concha, hice este gesto tres o cuatro veces, hasta que con voz de suplica: comeme la concha papi quierom ser tu perrita completa, me vuelvo a sentar me clavo su verga y me levanto, de neuvo, vamos papi quiero macho, siento sus manos apoderarse de mi y casi enseguida su cara pegada a mi chocho, un poco inesperto besaba mi entrada, con mis manos me abri lo mejor que pude, dame lenguita papi, quiero macho, enseguida soy complacido, siento su lengua en mi entrada, sus manos me toman con fuerza y me obligan a pegarme mas, al fin Carlos me comia sin reparo, haciendo chillar y tembrar con la intensidad de su lengua recorriendo mi interior, sus labios pegados a mi concha, buscando con desesparacion placer, no se cuanto tiempo paso pero fue puro placer carnal, se separa y me ordena casi gritando en cuatro perra.
Asi lo hice, Carlos enseguida se arodilla detrás de mi, toma su sexo y lo guia a mi entrada y la mete toda, arrancandome un grito, me toma de las caderas y empieza una cogida salvaje, llena de gritos y sonidos de choques de nuestros cuerpos, el placer es tan intenso que sentia que me corria solo, por lo que saque mi verga que aun era presa del suspensorio, y casi no tuve que hacer nada, me corri sobre el piso cosa que me hizo desfallecer por lo que me deje caer y mi macho cayo sobre mi, Carlos se incorpora con una mano y con la otra presiona mi espalda contra el piso para que no me mueva, me ordena levanta en culo, sus caderas empujan toda su hombria en mi interior una y otra vez, ahhh, ahhh, solo bramidos se escuchaban y el sonido de nuestros cuerpos chochando.
Ya me voy a venir, perrita. Carlos se deja caer de espaldas y queda acostado en el piso. Venga, perrita, prenda de su teta, que está que revienta de leche; quiero que se la coma. Venga, sácame la leche. Así lo hice: me ubiqué entre sus piernas, tomé su mástil y estaba que reventaba por la faena que habíamos tenido. Inmediato, la meto a mi boca. Ahh, qué rico, estoy que reviento. Le doy otra chupada. Ahh, cabrón, se retuerce en el piso. Así juego con mi hombre, provocándole sensaciones muy intensas y enloqueciéndolo, puesto que en su mente solo podía pensar en expulsar toda la leche que tenía acumulada.
Te quieres venir, papi, si, cabrón, hazme venir ya. Finalmente tomé su verga y empecé a darle una mamada como la del ternero más hambriento. Jueputa, qué rico, ahhh, ahhh, me vengo, me vengo, ahhh, cabrón, ahhh, ahhh, ahhh, mi verga, mi verga, gritaba mientras su leche se abría camino por toda su hombría para llegar a inundar mi boca que no desperdició una sola gota. Fueron varios espasmos de placer hasta que Carlos quedó en silencio, extasiado, respirando agitado y con un rostro de júbilo de haber recibido el mayor placer sexual que un macho puede tener.
Contemplar al machito que se me había estrenado conmigo, jadeando y sudado de pies a cabeza después de coger, es una imagen difícil de olvidar; sencillamente entendí que no importaba si era mi estudiante, allí era un macho que había tomado a su hembra y le había dado una de las mejores cogidas de su vida.
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