Carne fresca
Empresa de servicios sexuales para exigentes..
Marcos trabajaba de fotógrafo, pero su verdadera fuente de ingresos era proveer de mujeres a famosos. Sin embargo, estos personajes, a veces le pedían pibitos. Cuando me conoció (en un casting para propaganda de ropa interior) enseguida me marcó. Se ganó mi confianza y conociendo que yo era muy ambicioso y que mi inocencia era solo una máscara, nos pusimos de acuerdo.
Él conseguía contactos «premium» y yo era el regalo. Íbamos mitad y mitad. Cobrábamos en dólares. La empresa tenía un nombre sofisticado, pero en broma la llamábamos «Carne fresca».
A mi mamá le había dicho que la empresa de ropa me había contratado. Nunca me controló demasiado, así que me movía con libertad. Esa tarde Marcos me pasó a buscar en su auto.
Rodeamos un recinto amurallado. Me llamó la atención: -¿Qué es eso?
– Un cementerio aristocrático. No sé para qué hicieron las paredes tan altas. Los que están adentro no van a salir y nadie quiere entrar.
– ¿Conocés al cliente?
– Es un famoso. Esta zona concentra bares donde se mueve mucha prostitución, drogas de todo tipo, negocios financieros turbios. Hay protección política, así que nunca les pasa nada. Es probable que el tipo te invite a drogarte con él. Con la mejor mercadería de la ciudad.
– Sabés que no me drogo, Marcos. ¿Es aquí?
– Sí, cuidate nene. Paso a buscarte en hora y media.
El portón eléctrico tenía cámara. Me presenté y la puerta se abrió. Era solo un piso, así que subí por la escalera.
Mi cliente era un hombre enorme, entre treinta y cuarenta años, muy musculoso. Cara cuadrada, nariz pequeña y recta, pelo corto y barba de pocos días. Sí, lo había visto en la TV.
– Adelante, señor -me dijo, haciendo una reverencia.
Fuimos directamente al dormitorio y nos sentamos en la cama. Los pies no me llegaban al piso. Me acarició el pelo.
– Sos realmente lindo. Cuando crezcas vas a ser un ganador.
– Gracias, señor.
– Decime Turco. Y no hace falta que seas tan formal, mejor si te enloquecés un poco… ¿Te puedo desvestir? Siempre me dieron ganas…
– ¡Claro!
Lentamente me fue quitando la ropa. Me pidió que hiciera lo mismo con él. Su cuerpo estaba muy trabajado. Seguramente iba al gimnasio casi todos los días. Tenía los brazos tatuados. Parecían gruesas serpientes multicolores.
Cuando me dejó completamente desnudo, me pidió que me echara boca arriba en la cama. Así me quedé, abandonado a la iniciativa a mi cliente. El me contempló sonriendo.
Se inclinó sobre mí y su lengua se entretuvo en mis tetillas. Era muy excitante. Sus manos me acariciaban suavemente la pelvis.
– ¡Sos delicioso, bebé…!
– ¡Cómo me gustan tus mimos…!
Su lengua, húmeda pero firme, exploró cada centímetro de mi cuerpo. Cerré los ojos para sentir más intensamente el goce. Lo hacía muy bien. Cuando llegó a mis testículos, una oleada de placer me estremeció.
– Me calentaría mucho ver cómo te hacés la paja, rubiecito.
Le sonreí y le dije que encantado.
El gigante se acomodó junto a mí y se deleitó observando cómo yo me masturbaba. Me sentía seguro y saboreaba el momento, cerrando los ojos, exagerando el placer. Después de unos minutos, apartó mi mano y tomó el control de mi pene. Suspiré, colocando mis brazos debajo de mi cabeza y disfrutando cada uno de sus movimientos.
– Creo que ya viene…- susurré.
– No será tan rápido, bebé.
Y en efecto, con una hábil maniobra, detuvo mi excitación.
– ¿Por qué hiciste eso?
– ¿No lo conocías? Ahora volvemos a empezar. Stop and go, chiquito… Se disfruta más…
Y era verdad. Me sometió a su stop and go dos veces más. Cuando por fin me permitió eyacular lo gocé como nunca. Recogió todo el semen en la palma de su mano y me hizo beberlo. Por primera vez tragué mi propio esperma. Era salado, pero no del todo desagradable.
Le mostré como jugaba con el líquido blancuzco en mi lengua y sonriendo, me lo tragaba. Eso le gustó. Nos besamos. Nuestras lenguas jugaron sensualmente.
Nos acurrucamos juntos en la cama.
– Es diferente hacerlo con un niño- me dijo, acariciándome- aquí no hay maquillaje, no hay arrugas, todo es suave, limpio, fresco…
– A mí me gusta mucho estar con vos. Me siento seguro acá.
– Confesame, ¿qué te excita más?
– Que me besen y me hagan la paja a la vez. Me enloquece. ¿A vos?
Me acarició el pelo.
– Probé tantas cosas que me parece ninguna me satisface ya…
Se acostó boca arriba y me colocó encima de él. Nos besamos durante un buen rato. Sentía sus cálidas y enormes manos sostenerme por las axilas. Después, me acarició la espalda y las nalgas. Uno de sus dedos exploró mi agujerito.
De pronto exclamó: – ¡Ya me calentaste! Te voy a coger, pendejito…
Le coloqué el preservativo y me puse lubricante. Me senté sobre su pene, un verdadero mástil. Sentí cada milímetro de la penetración, pero me aguanté el dolor.
Me tomó por las caderas y así, iniciamos una cabalgata enloquecida. Después, arqueando su pelvis, me atrajo cariñosamente hacia sí, y me besó, mientras no dejaba de empalarme.
– ¡Sos increíble, nene…! Vamos a probar otras poses, ¿te parece?
– ¡Claro!
Mi tamaño (yo media entonces 1,56) me hacía muy manejable para un gigante como él, que medía casi 1,90.
Hicimos un 69 vertical. El, de pie, me sostuvo boca abajo tomando mi cintura con sus grandes manos y yo se la chupé lo mejor que pude, acariciando delicadamente sus testículos. Su lengua jugaba con mi pene. Después, me tumbó boca arriba en la cama y se echó encima de mí.
Subió mis tobillos a sus hombros y me penetró profundamente. Finalmente eyaculó entre gemidos salvajes. Con delicadeza le saqué el preservativo y nos quedamos descansando en la cama, abrazados.
– ¿Probaste droga alguna vez, criatura?
– No, ¿para qué? – me asusté, no quería drogarme- ¿No estamos bien?
– Claro que sí… – dijo, y me besó el cuello- pero si alguna vez necesitás merca, podés contar conmigo… Nunca se sabe…
Ya relajados, mientras él recorría con la punta de sus dedos mi estómago y mi pelvis, siguió hablándome: – ¡Qué suavecito sos! Decime, ¿ya tuviste sexo con chicas?
– Todavía no…
– Me imagino que todas se deben enloquecer con vos en el colegio.
– No tanto.
– Ya es casi la hora, pero me gustaría un rato más, ¿puedo?
– Me encantaría…
Me tumbó de lado y me penetró por detrás, besando mis hombros y mi nuca. Sus manos me acariciaban las caderas y los muslos. Yo estaba exhausto pero me gustaron tanto esos mimos y caricias que ya no miré el reloj.
Si él no hubiera tenido un compromiso importante, creo que todavía estábamos retozando en la cama.
Me di una ducha, me cambié y le di un abrazo de despedida. El sostenía un billete entre los dedos.
– Escuchame, lindo, estos cien dólares son para vos. Te los ganaste. A Marcos ya le di lo que me pidió.
Nos despedimos con un beso interminable. Ya en el auto, le dije a Marcos que además de nuestra tarifa. había cien más.
– Podrías haberte callado eso.
– Quedamos mitad y mitad.
– Sos un jodido hijo de puta, pero honesto.
– Llevame a casa. Estuvo genial pero me duele todo.
– No se puede negar que te rompés el culo por sacar adelante la empresa.
Y nos fuimos.
(Si te gustó la historia, dame un like y te cuento cómo me fue con otros clientes)
gran relato como sigue
¡Gracias por leer y comentar, barcelona22! Paciencia que ya vendrá la continuación. Abrazo.