Chat aleatorio
Lucas, un joven de 27 años, se conecta a un chat de video en busca de algo diferente, sin saber que esa noche su encuentro con un hombre misterioso cambiará su rutina..
Lucas llevaba semanas entrando en ese chat de video online. No era solo por morbo, sino por la adrenalina de encontrarse con desconocidos, de jugar con la imagen y el deseo. A sus 27 años, tenía experiencia en este tipo de encuentros virtuales, pero nada lo había preparado para lo que ocurrió aquella noche.
La pantalla pasó de un rostro a otro, de cuerpos anónimos y efímeros, hasta que apareció él. Un hombre mayor, quizá unos cuarenta y tantos, con una barba espesa y bien cuidada, los ojos oscuros y serios, el ceño ligeramente fruncido. No tenía la cámara en la cara del todo, pero se notaba que era varonil, de esos que imponen con solo mirarte.
No dijo nada. Solo escribió en el chat:
“Buenas.”
Lucas respondió con un simple “Hola”.
El hombre tecleó de nuevo:
”¿De dónde eres?”
—Granada. ¿Y tú?
“Castilla y León.”
Lucas arqueó una ceja.
—Buen sitio.
“Sí. Aunque mi familia es gallega. Mi sangre es del norte.”
Lucas sonrió.
—Eso explica esa pinta de tío duro.
El hombre no respondió de inmediato. Luego tecleó:
“Me llamo Eduardo.”
—Lucas. Encantado.
Hablaron un poco. Eduardo le contó que trabajaba como funcionario para el Estado, que su vida era tranquila pero monótona, que a veces entraba en el chat por simple distracción.
“No es lo mismo que el contacto real, pero tiene su punto.”
Lucas asintió.
—Depende de con quién te cruces.
Eduardo no contestó de inmediato. Sin decir nada más, agarró el borde de la camiseta y se la quitó de una sola vez, dejando su torso al descubierto. Un pecho ancho y cubierto de vello oscuro apareció en la pantalla, firme, marcado por los años. Lucas sintió una corriente de calor recorriéndole el cuerpo.
“Qué bueno estás. Te comía entero.”
Lucas mordió su labio. Le gustaba lo serio que era, cómo escribía esas cosas sin necesidad de adornarlas con risas o juegos.
—Joder, mira qué guarro eres…
Eduardo sonrió apenas.
Lucas bajó la mirada, le gustaba lo que veía. Entonces, sin pensarlo demasiado, llevó un dedo a su boca y lo chupó despacio, sacándolo entre los labios, mojado. Sabía que Eduardo lo estaba mirando fijamente. Lo volvió a hacer, más provocador esta vez, cerrando los ojos un instante, imaginando lo que podría estar haciendo en persona.
Eduardo tecleó rápido:
“Así te quiero yo, metiéndotela hasta el fondo.”
Lucas gimió bajo.
—Dios, qué ganas de tenerte aquí…
Eduardo se masajeó el pecho, sin apartar la mirada de la pantalla. Su mano bajó, acariciándose sobre la tela del pantalón, marcando el bulto evidente de su erección.
Lucas se relamió.
—Imagínate que la tienes aquí…
Dicho eso, bajó su mano hasta su propio pezón y apoyó la punta de su erección contra él, frotándolo despacio, como si Eduardo estuviera usándolo para jugar con él.
“Qué guarro eres. Me pones a mil.”
Lucas comenzó a mover la cadera despacio, jadeando con cada roce, mientras su otra mano se encargaba de seguir el ritmo.
Eduardo, al otro lado, respiraba con fuerza. Su mano se deslizaba arriba y abajo, firme, con la imagen de Lucas masturbándose para él grabada en la mente.
“Me gustaría agarrarte del pelo y hacértelo bien.”
Lucas cerró los ojos.
—Dímelo más fuerte.
“Te pondría de rodillas. Te follaría la boca hasta hacerte babear.”
Lucas gimió, apretando los dientes, acelerando el movimiento de su mano.
—Dios… sí…
Los gemidos aumentaron. Ambos subieron el ritmo, las respiraciones entrecortadas, hasta que el placer los hizo explotar casi al mismo tiempo.
Lucas se dejó caer contra la silla, respirando agitadamente. Eduardo, al otro lado, sonrió con esa expresión masculina y segura que lo había excitado desde el principio.
“Ha sido bueno.”
—Mucho.
Eduardo asintió.
“Quizá nos veamos otra vez.”
Y con un simple clic, desapareció.
Lucas sonrió para sí mismo, aún sintiendo el calor en su piel. Sí… definitivamente volvería a buscarlo.
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