Christmas – Santa Claus y los Gemelitos
Javier tiene que cuidar a sus primitos, quienes mueren por conocer a Santa Claus esa Navidad….
Era época navideña y ese 23 de diciembre la mayoría de las personas salían a los centros comerciales a hacer sus compras para las fiestas, como ser los regalos y todas las cosas necesarias para preparar la tradicional cena navideña del 24. Para esa fecha todas las tiendas se abarrotan de gente, todos comprando con premura y frenesí; que el centro comercial que ahora visitaba Javier parecía que iba a reventar y fue casi un milagro que lograran hallar estacionamiento.
Él es un chico de 17 años y como todos los jóvenes de esa edad siempre lleva las hormonas a flor de piel, que tanto su mente como su entrepierna parecen sólo pensar en sexo y buscar la manera de saciar su lujuria incansable y sus deseos más perversos. Pero Javier no iba solo; pues él era el niñero designado para sus dos primitos mientras sus tíos, junto a su mamá, hacían las compras alejados de los curiosos ojos de los más pequeños.
Sus primos son gemelos, Iván y Adrián de 8 añitos; y cómo son los únicos niños de la familia, son muy consentidos y por ello también inocentes, que todavía piensan que Santa Claus es real. Los gemelitos son de baja estatura, incluso para su edad (1.16m); pero son nenes realmente muy bonitos, con sus cabellos castaños claros, casi rubio, y unos lindos ojos azul brillante; por lo que todas las personan comentan siempre lo angelical que se ven; aunque lo cierto es que son bastante atolondrados y bien enérgicos. Adriancito es el más vivaracho e Ivancito por el contrario tiende a ser un poco más tímido. Y como suele pasar con la mayoría de los gemelos, sus padres los visten igual, sólo que de distinto color.
Ese día ellos iban vestidos con pantaloncillos caquis arriba de las rodillas, un poco ajustados a sus cuerpitos menudos. Adriancito llevaba una camiseta celeste y la de Ivancito era mostaza, ambos con zapatillas negras y medias blancas por debajo de sus rodillitas. E iban correteando por todo el centro comercial, lo que fastidiaba un poco a Javier, saltando de vitrina en vitrina, queriendo ver juguetes y cosas nuevas para pedírselas de regalo a Santa Claus esa misma tarde; puesto que sus papás les habían prometido que ese día podrían estar con él.
Realmente eran nenes bien inocentones y por eso Javier se aprovechaba de su ingenuidad, usando cualquier oportunidad para toquetearlos; ya que a él le causaban mucho morbo sin saber muy bien por qué. Son tan blanquitos y preciosos, con sus culitos bien paraditos, que a él siempre se le ponía durísima. Esa mañana, por ejemplo, Javier les había manoseado las nalguitas a los dos de manera juguetona, mientras los había ayudado a quitarse las pijamitas. Los gemelitos sólo rieron divertidos, creyendo siempre que todo era un juego entre ellos y su primo mayor.
También Javier se aprovechó un poco durante la hora del baño; ya que había entrado con ellos y en lo que sus dos primitos se bañaban en la tina, él ayudaba a enjabonarlos y toquetearlos en el proceso, sintiendo la suavidad de sus pieles infantiles y como con tan poca edad, tenían unos culos bien redonditos y respingados; que su verga erecta se sacudía dolorosamente bajo su ajustado y agujereado jean. No pudo hacer más nada, pues justo su tío entró para decirles que se apresuraran, para luego poder comer y salir a hacer las compras.
– ¡Dejen de jugar y salgan de una vez! —Habló el padre de los pequeños– ¿O es que acaso no quieren ir a conocer a Santa Claus?
Ambos niños le contestaron al unísono a su papá que sí querían. Los gemelitos estaban tan entusiasmados que salieron aún con jabón y presurosos se secaron con sus toallas de dinosaurios.
– Tenemos que escribirle nuestras cartas. —Dijo Ivancito, al tiempo que su padre salía del baño y Javier lo ayudaba a secarse– Así Santa sabrá que queremos que nos traiga para Navidad.
– ¿Y por qué Santa está en el centro comercial si él vive en el Polo Norte? —Preguntó Adriancito a su primo, mientras esperaba su turno en ser secado por éste último.
– Porque a Santa Claus le gusta conocer de cerca a los niños buenos como ustedes dos… —Javier trató de explicarles con las mejores mentiras que pudo inventar en el momento.
Esa conversación duró hasta que estuvieron montados en el auto. En el asiento de atrás iba Javier y su madre, con Adriancito moviéndose sin cesar en medio de ambos, e Ivancito iba bien sentadito en las piernas de su primo. Mismo que se había vuelto a excitar sin control, por todos los constantes roces de las nalguitas de su primito sobre su bulto, ahora muy duro.
– ¿Entonces no tenemos que llevarle cartas a Santa? —Quiso saber Adriancito por enésima vez.
– ¡No! Ya les dijimos que con que le digan a él lo que quieren, está bien. —Le contestó su tía.
A todo eso Ivancito se empezaba a mover mucho, como si algo lo incomodara.
– ¿Te molesta mi celular? —Le preguntó Javier a Iván para disimular y que nadie supiera que aquello sólido que se clavaba en el culito del nene, era su tremenda erección.
– No, Javi. Voy bien así. —Y le sonrió inocentemente.
Y ya una vez dentro del centro comercial los adultos se separaron, diciéndole a Javier que se verían en un par de horas; haciendo hincapié en que tenía que cuidar muy bien de sus primitos y que los llevara a donde los pequeños estaban tan ansiosos por ir. El alto chico agarró a los gemelitos de las manos, uno de cada lado, y fue casi arrastrado por ellos por todo el lugar; hasta que aquellos niños corrían sueltos de vitrina en vitrina, buscando a Santa Claus.
Finalmente lo hallaron en el 3°piso. Estaba en una villa navideña pequeña, y Javier estaba seguro de que no era la misma que él había visto en las publicidades, donde el área era más grande y mejor decorada; por lo que pensó que tendrían que haber varias en diferentes sitios del enorme centro comercial. Justo la que ellos encontraron estaba cerca de los baños y en esa planta donde no había muchas tiendas para niños; por eso no había gente haciendo fila para ver a ese Santa. Javier sabía que éste se trataba de un viejo disfrazado, sentado en un trono pintado de dorado, con dos árboles de navidad a cada lado, un par de renos inflables y dos ayudantes; que no eran más que dos hombres con enanismo (Acondroplasia) vestidos de elfos.
Los tres estaban charlando despreocupadamente, sin ningún cliente cerca, hasta que los gemelitos salieron corriendo al encuentro de su querido Santa Claus. El viejo; quien al menos no llevaba una barba postiza, sino que en verdad tenía una espesa barba blanca; los miró de arriba abajo cuando los pequeños se pararon frente a él, sonriéndole de oreja a oreja y con los ojitos azules brillando de auténtica alegría y emoción. Él también les sonrió y continuó viéndolos con sus intensos y penetrantes ojos oscuros.
– ¡JO…JO…JO~! ¡Feliz Navidad, mis pequeñines! —Y el hombre abrió bien sus brazos para recibir a los gemelitos; quienes de inmediato treparon a los anchos muslos de Santa, quedando bien sentaditos uno en cada gruesa pierna.
Y en ese preciso momento, Javier escuchó la voz de uno de sus compañeros; entonces se giró y alejó un poco de la villa navideña para conversar con su amigo de la secundaria. Javier no pensó que eso fuera un problema, sus primitos estaban seguros y en buenas manos.
– ¡Me gusta su barba, Santa! —Le dijo Adriancito al tiempo que se la tocaba.
El viejo se dejaba, pues tenía a los pequeños sentados en su regazo y los sostenía con sus manos de guantes blanco por las estrechas cinturitas.
– ¿Ah sí? ¿Y a ti también te gusta la barba de Santa? —El maduro hombre se dirigió al otro nene, a Ivancito que era claramente más tímido.
– Sí, Santa…
Aquel hombre se rio con cierta malicia y bajó sus manotas a las caderitas de los gemelos.
– Y díganme mis pequeñines, ¿se han portado bien? ¿Han sido buenos niños?
Los gemelitos al unísono contestaron que sí, que ellos se portaban muy bien y siempre hacían lo que sus padres le decían.
– ¡Así me gusta, que sean niños obedientes! —Y les sonrió a cada uno por turnos, haciendo que las caritas de ambos se ruborizaran un poco– ¡Ustedes dos son los niños más lindos que he visto!
Ivancito y Adriancito se pusieron aún más colorados. En eso los dos enanos se habían acercado más a ellos. Éstos dos estaban vestidos todo de verde, con la típica ropa de los elfos, y usaban unos sombreros con un cascabel dorado en la punta, en los que llevaban pegadas un par de orejas puntiagudas de goma, de distinto color a su piel; puesto que uno de los enanos era de piel trigueña clara y el otro era bien moreno.
– ¿A qué estos gemelitos son los niños más bonitos que hemos visto? —Les preguntó Santa a sus ayudantes; los cuales respondieron que sí, ambos halagando más a los pequeños.
Javier se volteaba de vez en cuando para comprobar que sus primitos seguían en la villa, mientras seguía charlando tranquilamente con su compañero; sin saber que aquel falso Santa Claus hacía ese trabajo porque disfrutaba de la compañía de los pequeñines, siempre tratando de manosearlos, y justo ese año le tocó trabajar con un par con los mismos gustos perversos.
– Tienen las piernas bien lindas. —Habló el enano moreno, al tiempo que pasaba su mano por la rodillita de Ivancito, metiéndola un poco por debajo del pantaloncillo caqui– Hmmm…y la piel es muy suavecita también.
El nenito se dejó sin molestarse, con las mejillas tan sonrojadas que ahora parecía un muñequito de porcelana. El otro enano se giró un par de veces, escaneando todo el pasillo para asegurarse de que nadie los podía observar, y luego él hizo lo mismo con una de las piernitas de Adriancito.
– ¿Y en verdad son bien obedientes, mis pequeñines? —Les insistió Santa, sintiendo como se le llenaba la boca de saliva y ya pasaba sus manos por debajo de las camisetillas de los niños.
– ¡Claro que sí, Santa! —Respondió casi gritando Adrián– ¡Yo siempre me porto súper bien! Iván es el que no hace caso y es muy llorón.
– ¡No es cierto, Santa! ¡Eso es mentira! —Protestó al instante su hermanito, indignado y dolido, que irónicamente sus ojitos azules se comenzaron a llenar de lágrimas– Él es el desobediente y por su culpa es que a veces nos regañan. Yo si soy bien portado…
– Bien. Ya está bien, no se peleen mis preciosuras.
El viejo ya se estaba excitando mucho, imaginándose todo lo que le gustaría poder hacer con ese par de inocentes y tiernos gemelos. Su verga ya se despertaba dentro de su ceñida trusa, creciendo y endureciéndose a escondidas de aquellos nenes. El hombre intercambió unas cuantas miradas cómplices con sus ayudantes, quienes entendieron de inmediato el sentido.
Uno de ellos cerró la puertecita de la cerca blanca que rodeaba toda la villa navideña, colocando un letrero de: “Cerrado, volvemos en 2 horas”; mientras el otro se escabullía por atrás, donde había una alta pila de cajas de regalos vacías como decoración.
– ¿Les gustaría que hoy Santa les dé un regalo muy especial a ambos? —Y les sonrió con picardía.
En ese momento los rostros de los gemelitos parecieron a punto de estallar de la felicidad. Con los ojos y las boquitas abiertas respondieron que sí al mismo tiempo, gritando y dando saltitos sobre las piernas de aquel maduro hombre, disfrazado con la ropa roja y blanca de Santa Claus.
– ¡Bien! Pero para eso tienen que acompañar a Santa a un lugar especial. ¿Quieren venir?
Obviamente él ya sabía la respuesta que le darían esos ingenuos pequeños; que bajándose del regazo de su querido Santa ahora le preguntaban ansiosos cual sería ese regalo especial.
– ¡¿Qué es?! ¡¿Qué es?! ¡¿Qué es, Santa?! —Repetía Adriancito saltando ahora de pie, al tiempo que seguía al hombre de la barba blanca.
– Ya van a ver, mis pequeñines. ¡JO…JO…JO~! —Se rio con esa risa falsa del personaje a quien interpretaba, guiando a los niños a la parte de atrás.
Javier ahora estaba muy concentrado platicando con su amigo, tan distraído de lo que pasaba a su alrededor, que no notó como el falso Santa se levantaba y con un gemelito agarrado de cada mano, se los llevó por detrás, por donde el segundo y primer enano ya habían desaparecido.
Y como todo el pasillo seguía prácticamente vacío, con un par de compradores inmersos en sus propios asuntos, y no había cámaras que enfocaran a esa esquina; los gemelitos se marcharon voluntariamente con quien ellos creían era el verdadero Santa Claus.
Entraron por una puerta medio escondida y llegaron a un cuarto algo sucio, iluminado por una única lámpara fluorescente, con un tubo quemado y el otro titilando por intervalos. La habitación no era muy amplia y para colmo tenía muchas cosas amontonadas, como ser tablones de madera y fierros oxidados, aparte de todo eso había una diminuta mesa circular, con una percoladora y unas cuantas sillas, y un oasis de agua con aspecto de tener más de una década.
– ¿E…este es el lugar especial, Santa…? —Quiso Saber Ivancito, hablando con cierta timidez.
– Es especial porque es secreto, tonto. —Dijo Adriancito rápidamente; a lo que su hermanito contestó con un prolongado: ‘ah’.
– Así es pequeñín. Veo que son tan listos como lindos. —Habló el hombre, a lo que ambos nenes sonrieron con orgullo; pues se estaban creyendo todo el cuento de ese viejo charlatán.
El pervertido continuaba con una lujuriosa sonrisa bien dibujada en su arrugado rostro, quitándose los guantes al mismo tiempo que se maravillaba con lo fácil que había sido conseguirse a esos tiernos pequeñines. Luego se removió el grueso cinturón negro de hebilla dorada y seguido la parte superior de su disfraz, descubriendo unos brazos musculosos y un torso torneado, todo cubierto de muchos pelos blancos como los de su tupida barba. Uno de los elfos sacó de la nada una botella envuelta en papel manila, le dio un gran trago y se la pasó al otro enano, quien hizo lo mismo y después se la entregó al viejo que también se echó su buen trago.
– Pero, ¿qué hacen ahí parados? Siéntense, póngase cómodos. —Les dijo a los gemelitos, a la vez que los hacía sentarse a cada uno en una de las sillas que había ahí.
Los nenitos ahora estaban algo confundidos, no entendían porque Santa Claus se había quitado parte de la ropa y ahora estaba sin camisa frente a ellos.
– ¡Qué fuerte es, Santa! —Y Adriancito señaló los músculos del viejo– Yo creía que era panzón.
– Yo también… —Agregó el otro gemelo– Y…y es bien peludito…
– ¿Qué pasa? ¿No les gusta cómo se ve realmente Santa? —Y él levantó sus macizos brazos para flexionar sus bíceps, los cuales se abultaron todavía más.
Ivancito y Adriancito estaban boquiabiertos, que no dijeron nada; pero los dos al unísono movieron sus cabecitas en señal de que sí les gustaba. El canoso hombre y los dos enanos se rieron a carcajadas; y sin entender nada, los niños igual se rieron con los otros tres.
– ¿Y nuestro regalo? —Le recordó Adrián al momento que las carcajadas cesaron.
El pervertido Santa Claus bajó un poco su pantalón de terciopelo rojo y con eso sacó su erecta verga; la cual era realmente enorme, bien fibrosa y cabezona, llena de venas y chorreante de un viscoso líquido trasparente, que ese par de pequeños nunca antes había visto.
– ¡Aquí tienen su regalo, mis pequeñines! —Respondió mientras con una mano sujetaba su miembro viril, sacudiéndolo en el aire, y con la otra sacaba su pesado escroto cubierto de canas.
– ¿E…ese es nuestro regalo…? —Preguntó el confuso de Ivancito.
– ¿Y qué se supone que podemos hacer con eso? —Agregó Adriancito, tratando de pensar en una forma con la que ese enorme pedazo de carne que Santa les ofrecía podía servir para jugar.
– Es para que le den besitos. —Y el viejo se corrió el prepucio, haciendo que más jugos escurrieran de su gran glande– Y la laman bien rico y la chupen también. Si lo hacen, harán que de adentro salga una lechita muy rica y dulce. Les fascinará, que no querrán comer otra cosa.
Los enanos se rieron por lo bajo; estrujando sus entrepiernas por sobre la tela verde de sus pantalones cortos, marcando las tremendas erecciones que ellos también tenían ya. El trigueño empezó a quitarse su chalequito verde y luego se desabotonó la camisa manga larga; mostrando que él también tenía un cuerpo fornido y un pecho con un buen puñado de pelos negros.
Por su parte, los gemelitos estaban algo dubitativos; ya que nada de eso era lo que ellos habían esperado, ni mucho menos entendían a su edad.
– ¿De verdad, Santa? —Continuó Adriancito, quien era el más valeroso de los dos.
– ¿Acaso Santa Claus les mentiría? —Respondió el hombre con un falso tono de ofensa, mientras se acercaba más junto con su gruesa y venosa verga a la carita de los pequeños.
– No lo haría. ¡Yo le creo Santa! —Fue Ivancito quien contestó decidido.
Entonces el falso Santa llevó su trozote de carne masculina a escasos centímetros de la hermosa carita de Iván; quien con sus dos manitos la agarró, sólo que como éstas eran tan pequeñas y aquella verga tan gigante, el niño apenas y podían sujetar semejante rabo.
– ¡Eso es! ¡Así me gusta! —Habló el viejo excitadísimo por tener a ese nenito adorable a punto de mamar su vergota– Ahora dale una probada, vas a ver que te va a encantar.
Ivancito obedeció y le dio un besito justo en el ojete del glande. Santa soltó un suspiro y cuando volteó a ver para abajo, vio como el niño ahora le pasaba despacito su lengüita; juntando con ella todos los abundantes jugos seminales que a él le emanaban con tanta facilidad.
– Mmmm… ¡Sí es cierto! Es bien rica y dulcita. —Dijo el pequeño en lo que se pasaba la lengua por sus rosados labios en forma de corazoncito, relamiéndose la deliciosa virilidad de Santa Claus.
– ¡No es justo! ¡Yo también quiero probar! —Protestó el otro gemelito.
– Tranquilo mi pequeñín precioso, la verga de Santa es tan grande para los dos. —Contestó el viejo acercando su formidable falo a los labios de Adriancito; los cuales pronto estuvieron pegados a su verga y con la ayuda de la lengüita este otro niño también se deleitó con aquel regalo.
Los enanos y el maduro macho se miraron entre ellos, intercambiando sonrisas pues todo había resultado más fácil de lo que ellos hubieran esperado. El moreno ya se había quitado también su ropa, él y el otro estaban desnudos, ya sólo con sus zapatos puntiagudos verdes y las gorras con las orejas de elfo. Ambos tenían sus morcillozos miembros bien firmes y palpitantes, y se pajeaban viendo a los gemelitos pelearse por su turno en besar y lamer la vergota del viejo.
– Muy bien. Ahora quiero que abran bien las bocas y se la metan todo lo que puedan, y la chupen como si fuera un grueso bastón de caramelo.
Adriancito le robó el turno a su hermano, arrebató el enorme pedazo de carne de Santa Claus, abrió todo lo que puedo su boquita, que le dolían las comisuras, y se engulló esa vergota. Pero como la hombría de ese pervertido de arrugas y canas es de tales proporciones, que el pequeño sólo pudo contener en su boca el glande y un poco más, succionándolo con dificultad.
– ¡¡BLUAGH!! —Adrián tuvo una poderosa arcada, que se la tuvo que sacar– Es muy grandota, Santa. No me entra entera en la boca.
– No importa pequeñín. Chupa hasta donde puedas. Muéstrale a tu hermanito como se hace.
Adriancito cerró fuertemente los ojos y lo intentó otra vez, logrando comerse un poco más de la verga de Santa Claus, chupándosela con mucho esfuerzo; pero también auténtico entusiasmo.
– Aaahhh… ¡Así, justo así! —Suspiraba el viejo– Mira bien Iván como lo hace tu hermano, porque ahora es tu turno de probar… Aaahhh…
El musculoso hombre del cabello y barbas blancas se había removido del todo el pantalón, quedando sólo con sus pesadas botas negras y el gorrito rojo con la borla blanca en la punta; lo que lo hacía mantener la ilusión de parecerse a Santa Claus. Luego sacó su protuberante rabo de la boquita de Adriancito y lo llevó a la de Iván, quien ahora era el que tenía los ojitos cerrados, la carita colorada y estrujada, mientras luchaba por mamar más verga que la que su hermano había tragado momentos antes.
– ¡Bluagh! Agh… ¡Santa, ¿verdad que yo pude más?! —Quiso saber el adorable de Ivancito después de casi quedarse sin aliento y sacársela del todo.
– No hace falta que se peleen mis pequeñines. —Y el conforme hombre se rio– Y díganme, ¿les gusta entonces su regalo especial de Navidad o no?
Los gemelos gritaron: ‘¡sí!’, de esa manera sincronizada que ellos tenían.
– Me encanta mi regalo, Santa. —Contestó Ivancito con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¡A mí más! —Dijo Adrián en perpetua competencia con su hermano menor (por minutos).
El par de elfos ya no pudo resistirse más; así que ambos se acercaron y con ellos venían también sus impresionantes miembros; pues por más que eran enanos y tenían las extremidades cortas, sus torsos y vergas eran como los de todo macho; grandes, gruesas y velludas, en especial la del moreno que casi se equiparaba con la del impostor de Santa Claus.
Así estaban esos inocentes gemelitos, bien sentaditos y sonrientes, con esos tres machos desnudos rodeándolos, ofreciéndoles sus ansiosas hombrías erectas.
– ¿Y qué les parecen las vergas de regalo de mis elfos? —Les interrogó el viejo pervertido al mismo tiempo que jalaba su ensalivado y enrojecido rabo venoso.
– Son muy grandototas y gordas también… —Habló Ivancito y soltó una risita, y luego con su manito alcanzó la verga del enano moreno, sujetándosela con dificultad, retrayéndole el prepucio para descubrir aquel enorme glande amoratado, del cual escurrían varios hilos seminales.
– ¿Te gusta? —Preguntó el dueño de aquel falo negro, a lo que el niño afirmó que sí.
– ¿Y a ti bebé, te gusta la mía? —Inquirió el enano trigueño a Adriancito; puesto que éste había agarrado la suya y se la frotaba con ambas manitos, de arriba abajo, haciendo que aquel par de peludas bolas se sacudieran bastante.
– ¡Sí! ¡Son bien divertidas! —Y así los dos gemelos jugaban con el nuevo par de vergas. Que no hizo falta enseñarles a como masturbarlas, pues los niñitos instintivamente jalaban aquellos miembros masculinos como si hubieran nacido para hacerlo.
Los depravados enanos jadeaban y suspiraban de gusto, mientras cada uno recibía las atenciones de esos pequeñuelos de apenas 8 añitos.
– ¡Así me gusta, mis pequeñines! —Volvió a hablar Santa– Pero no descuiden mi regalo. Vamos Adriancito, chúpamela otro poco. Ordeña mi verga con tu boquita y ya verás cómo Santa te da la lechita más rica del mundo.
Escuchar eso puso muy emocionado a Adrián, que se puso de nuevo a darle intensas chupadas a todo lo que podía de aquel trozo de carne viril. Succionando y tragándose todos los líquidos seminales de su querido Santa Claus.
– ¡Mmmm…! ¡Mmmm…! —Adriancito mamaba la vergota de ese morboso maduro, haciendo mucha fuerza para ello, demostrando que en verdad quería probar esa leche de Santa; pero todo eso sin dejar de masturbar rápidamente con su manita la verga del enano.
– La mía también tiene leche dentro. —Le indicó el elfo negro a su nenito. Entonces Ivancito abrió la boca y se engulló aquel rabo moreno, que le supo entre dulce y salado, mamándolo lenta y suavemente, degustándolo todo; al mismo tiempo que con sus dos manitos manoseaba los huevos negros del hombre que resoplaba frente a él.
Adriancito ahora imitaba a su hermanito y lo ponía en práctica con la verga de su propio elfo, el enano trigueño de pecho peludo, mamándosela de una manera que aquel macho deliraba de placer. Todo sin dejar de atender la verga más grande y gruesa, la de Santa, la que jalaba con sus dos pequeñas manos de arriba abajo; haciendo que de ésta escurriera aún más jugos seminales.
Ambos gemelitos se sacaban aquellas duras vergas de sus bocas por intervalos y les pasaban sus lengüitas por todo el largo tronco, juntando esos líquidos que a los dos les había encantado.
– Mmmm… ¡Slurp~! Mmmm… ¡Slurp~! —Se oía salir de las boquitas del par de niñitos.
Lo cierto es que Adrián tenía más trabajo, pues mamaba una y masturbaba con sorprendente destreza otra al mismo tiempo. Pero Ivancito también había demostrado una habilidad propia. Él había logrado engullir más verga que su hermano, que la verga del enano negro ya entraba y deslizaba por su gargantita.
Tanto Iván como Adrián aprendían muy rápido o sería que simplemente estaban dejando aflorar algo intrínseco en ellos y expresándolo a su corta edad.
El moreno musculado vestido con zapatos y gorrito de elfo, estaba jadeando mucho y, sin poder contenerse más, agarró con ambas manos la cabeza de Ivancito, metiéndole más de su verga; que el niñito tenía arcadas, pero aun así el enano continuaba empujando con sus caderas e invadiendo con su verga más la garganta infantil; hasta que comenzó a eyacularle dentro. Chorros y chorros de leche caliente salían de su glande y entraban directo a la pancita de Iván.
– ¡Ahh…! ¡Toma tu lechita, putito! ¡Ooohhh…sí! ¡Aaahhh!
– ¡Mmmgh! Glup~! ¡Mmmgh! Glup~!
El sorprendido de Ivancito no tenía más remedio que tragar y tragar toda la abundante esperma que salía de aquel macho de piel negra. Su boquita succionaba la vergota del elfo; pero el semen de éste era tanto que se le salía por las comisuras de los labios y le chorreaba por la barbilla hasta mancharle toda su camiseta y pantaloncillo.
– ¿Te gusto, putito? —Le preguntó en lo que retiraba todo su inmenso rabo y con un par de sus dedos se apretaba el hinchado glande, exprimiéndose hasta la última gota y que la misma cayera en la legüita del pequeñuelo que tenía sentado delante.
– Eh…sí… —Respondió Ivancito algo confundido. No estaba seguro que aquello tan brusco le haya gustado; aunque el sabor de la leche especial sí– La lechita estaba bien calentita y espesita…
Y no más Ivancito terminó de hablar, otra enorme verga entró en su boquita. Era la del viejo y fornido Santa Claus; así que el pequeño sin más empezó a mamarla como ya sabía hacer.
Adriancito ahora también recibía en su boca la leche viril de su propio ayudante de Santa; aunque sólo tragó unos cuantos borbotones iniciales, puesto que el enano a media eyaculada se la había sacado y, jalando al niño de su cabello rubio, lo tenía con la boquita bien abierta y la lengua de fuera, las cuales embadurnó por completo con su esperma. Y debido a que le salió con tal presión, el nenito terminó salpicando por toda la carita y también en su ropa.
– Mmmm… ¡Sí es verdad que la lechita de estos regalos es bien rica! —Exclamó el contento de Adriancito; mientras se relamía los restos de semen del rudo enano trigueño, que tenía unos cuantos tatuajes en sus brazos y una barbita.
Aquel macho se rio complacido y con su verga semierecta se puso a juntar con la punta su leche del rostro del gemelito, para luego dársela a comer.
– Sabía bebé que eras un crío al que le gusta la lechita de hombre.
El niño le sonrió y se puso a chupar todo lo que el elfo le daba; saboreando el cremoso semen y lamiéndole el falo hasta dejárselo limpio por completo.
Y después de que ese par de enanos habían vaciado parte de su contenido seminal en los pequeños. Era el turno de Santa Claus en correrse; por lo que él ahora puso a los dos gemelitos a mamársela a la vez. Apenas les decía algo y sus pequeñines lo hacían sin vacilaciones. En lo que uno de ellos se la comía todo lo que podía, metiéndose todo lo posible hasta el fondo de su gargantita, el otro le lamía la venosa base o incluso le chupaba las canosas y sudadas bolas. Iván y Adrián sin darse cuenta se habían convertido en unos auténticos viciositos.
– Mmmm… ¡Slurp~! Mmmm… ¡Denos su lechita, Santa! —Le pedía Adriancito entre chupadas.
– ¿Quieren la leche de Santa, mis pequeñines? —Los provocaba el viejo, quien jadeaba mucho ya.
– Mmmm… ¡Slurp~! Mmmm… ¡Sí Santa, por favor! —Respondía Ivancito entre sus succiones.
Y con eso el degenerado impostor de Santa Claus alcanzó un increíble orgasmo, corriéndose en la carita de ese par de hermosos gemelitos; que lo miraban con anhelo a través de esos ojitos azul brillante, ansiosos por recibir más lechita dulce y rica, y con las bocas abiertas a más no poder y las lengüitas de fuera, en señal de su nueva adicción a la leche de macho.
Por suerte los nenitos no tuvieron que esperar mucho. Santa soltó un grave alarido y su semen comenzó a brotar a chorros. Disparos tras disparos caían dentro de las hambrientas fauces de esos hermanitos angelicales; pero al igual que con los otros dos hombres, el viejo también tenía demasiada esperma, que pronto los pequeños no pudieron comérsela toda, y sus rostros y ropita se embarraron todavía más, que los dos empezaron a lamerse la leche de la carita del otro, casi besándose para el asombro y morbo de los tres sementales que los veían excitados nuevamente.
– Santa no mentía… —Habló Ivancito, juntando con sus deditos un poco del semen que había caído en la silla entre sus piernitas y se lo chupaba– ¡Su lechita es la mejor del mundo!
– Claro que lo es, tonto. Eso es porque es la de Santa Claus, ¡Duh! —Le dijo su hermano queriendo pasar por listo.
– Y ustedes mis pequeñines son los mejores del mundo. —Les dijo aquel hombre de maliciosos ojos oscuros y una lujuriosa sonrisa dibujada en su arrugado rostro.
Afuera, Javier se había despedido de su amigo y en lo que regresaba a la villa navideña, se percató de que no estaban sus primitos, ni tampoco el remedo de Santa Claus o sus ayudantes. Todo el sitio estaba desértico. En ese instante experimentó un repentino pánico, que en segundos pudo sentir como su camiseta gris se mojaba en el área de las axilas por efecto de su traspiración. Y sintiendo un nudo en el estómago se giró para ver para todos lados, tratando de buscar por donde se pudieron haber ido sus atolondrados primos pequeños; de los cuales él estaba a cargo.
Entonces miró el letrero donde quedaba claro que la villa estaba cerrada y los empleados se habían tomado un descanso. Seguramente los gemelitos terminaron de platicar con el Santa falso y luego se fueron a ver juguetes; pero ese centro comercial era gigantesco y podrían estar en cualquier parte, y lo peor que el chico pensaba era lo que le pasaría cuando sus tíos se enteraran de que él perdió de vista a sus hijos de sólo 8 años. Lo que Javier nunca se imaginaría es que esos niñitos estaban mamando vergas y tragando semen cerca de allí.
Y dentro del sucio cuarto, los sementales seguían muy erectos, observando con satisfacción a los pequeños gemelos; los cuales estaban bien sonrientes y todos caretos, pues habían quedado embarrados de la esperma de ellos tres. Por esa razón éstos les dijeron a los niños que era mejor se quitaran la ropa y quedaran desnuditos del todo.
Al principio los nenes dudaron un poco, en especial Ivancito; pero cuando Adriancito se quitó él solito su camiseta, su hermanito lo siguió, para luego recibir ayuda de las ansiosas manos de Santa Claus y sus elfos. Entre los tres los levantaron de las sillas y les removieron los pantaloncillos cortos y sus ceñidas trusitas, y así quedaron los gemelitos, tal y como vinieron al mundo, con sus lindos y blanquitos cuerpos al descubierto; de pancitas planas y nalgas regordetas, con sus tetillas rosaditas como sus labios y unos genitales tan minúsculos que parecían haber salido de alguna antigua pintura de querubines.
– ¡Son preciosos! —Exclamó el Santa contemplándolos de pies a cabeza. Le fascinaban tanto que su verga parecía estar más venosa y rígida que antes de eyacular.
Ivancito estaba muy ruborizado, haciéndolo ver todavía más adorable, en cambio Adriancito al darse cuenta de que Santa y los elfos parecían babear por él y su hermano, se movía de tal forma que parecía querer modelarles y exhibirse más.
Después, el grupo de machos puso a los pequeños de espaldas a ellos, apoyados en las sillas, y con sus culitos bien expuestos y a su alcance. El primero como siempre fue Santa, él le pasó una de sus toscas manos a cada gemelito por su espaldita, bajándola despacio hasta llegar a la curvatura que formaban aquellas redondas y respingadas nalgas infantiles, ya bien desarrolladas para su edad. Luego el viejo usó sus dedos para hurgas los anitos de los pequeños; mismos que se dejaban sin decir o hacer nada, sólo soltando risitas de vez en cuando. Por su parte, el par de enanos volvieron a jalar sus recias vergas, encantados del espectáculo y esperando su turno.
– ¡Que culitos tan preciosos tienen, mis pequeñines! —Y el canoso semental les logró meter al mismo tiempo y a cada uno la punta de sus gruesos dedos índices; a lo que los niños respondieron con unos leves quejiditos de molestia, pero tampoco dieron señal de protesta– Y como son tan bueno niños, Santa va a jugar con ustedes de una manera especial.
Los gemelos se voltearon a ver entre ellos, sonriéndose como si se estuvieran diciendo lo afortunado que eran. En eso el viejo Santa se arrodilló detrás de esos apetitosos culos tiernos y comenzó con Adriancito, le separó las suaves nalgas y viendo ese hermoso esfínter rosa sin un pelito, sacó su carnosa y salivosa lengua, y empezó a lamer con deleite aquel hoyito virgen.
– Oh…Mmmm… ¿Qué hace, Santa…? Ah…Mmmm… —Preguntó el niñito entre suspiros, pues eso le estaba gustando mucho y sentía su carita ponerse calentita, mientras algo húmedo y carnoso se metía dentro de su agujerito posterior.
– Es parte del juego. —Le respondió el hombre entre lamidas y las folladas que el daba con su larga y gorda lengua– ¿Te gusta, pequeñín?
Pero Adriancito no pudo contestarle a Santa, puesto que el enano negro se había parado con la entrepierna justo frente a su rostro y sin miramientos había hecho que el pequeño se devorara su morcilloza y morena verga. Con Ivancito fue lo mismo, el enano trigueño de pelo en pecho también lo había puesto a comérsela todo lo que le entrara por la garganta; ambos enanos observando cómo su compañero con botas y sombrero de Santa devoraba ese par de culitos, pues ahora probaba el del otro, el de Iván.
– Oh…Mmmm… ¡Qué rico, Santa…! Ah…Mmmm… ¡Me gusta…! —Decía Ivancito cuando su enano le dejaba tomar aire, al momento que éste le sacaba todo el rabo de su boquita.
El maduro macho metía toda su lengua en el tibio recto de ese nene, quien podía sentir el picor de la barba blanca del viejo; mientras éste último usaba una de sus manos para jalar su fornido falo y con la otra metida dos dedos por el pequeño orificio trasero de Adriancito, el cual entre mamadas a la vergota negra, gemía de gusto con esos nudosos dedos dentro de él.
Los gemelitos gemían muchísimo con las bocas llenas de carne viril, al mismo tiempo que su querido Santa jugaba con sus colitas, usando su boca y manos para ello de manera alternada; que ahora era Iván el que tenía dos dedos bien ensartados y su hermano recibía lengua. Los enanos y el viejo estaban tan excitados que casi se corren una segunda vez ahí mismo; pero pudieron controlarse y prolongar más el uso de esas inocentes criaturitas.
De nuevo afuera del cuarto, Javier se encontraba en la nerviosa posición de no saber muy bien que hacer, por donde iniciar la búsqueda de sus primitos; imaginando la reprimenda que le esperaba si no hallaba a los niños antes de que sus tíos se enteraran. Miró su reloj y se dio cuenta de que al menos todavía contaba con bastante tiempo y en eso pensó que lo mejor era encontrar a alguno de los empleados y preguntarles. Entonces rodeó la cerca blanca de la villa y en la parte de atrás notó que había una puertecita con un letrerito que decía: “Solo Personal Autorizado”.
Y en lo que con su mano giraba la perilla, oyó provenir del interior de la habitación ruidos extraños, aún con la música navideña del centro comercial y los típicos sonidos que hay. Javier escuchó algo inusual que lo hizo pegar la oreja a la puerta y tratar de oír mejor.
– Oh…Mmmm… ¡Me gusta mucho, Santa…! Ah…Mmmm… ¡Más! ¡Más…!
– Mmmm… ¡Yo también quiero, Santa…! Mmmm… ¡Es mi turno!
Eran las voces de sus primos pequeños. Pegó aún más la oreja y se concentró en sólo esos sonidos familiares, que no eran otra cosa que los típicos ruidos de gente teniendo sexo.
Adentro, el viejo pervertido seguía comiéndoles uno por uno las colitas; mientras sus otros compañeros seguían follando las caras de los niños y se pasaban el resto de la botella de licor.
Javier entreabrió la puerta, lentamente y apenas lo suficiente para que su delgado cuerpo pudiera pasar por la abertura, y sigilosamente entró en el cuarto alumbrado por la parpadeante luz blanca. El chico no podía creer lo que encontró, sus ojos cafés no registraban lo que veían. Los gemelitos, los niños consentidos de su familia, estaban completamente desnuditos y cada uno mamaba la enorme verga de uno de los rudos enanos con sombreros de elfo, al tiempo que el musculoso Santa se la jalaba a la vez que dedeaba y lengüeteaba los culitos de los pequeñines.
El joven de 17 años no sabía qué hacer; pues a pesar del asombro inicial, aquella escena le excitó muchísimo. Ni en sus más salvajes y perversos pensamientos hubiera imaginado a sus dos lindos e inocentes primitos teniendo sexo así, con tres sementales bien dotados. Una parte de él sabía perfectamente que eso no estaba bien, los nenes apenas tenían 8 añitos recién cumplidos en noviembre; pero su propia verga se endurecía e inyectaba de sangre bajo su ajustado bóxer, que sin darse cuenta ya se frotaba la erección por encima del jean roto.
Afortunadamente ninguno lo vio; por lo que Javier aprovechó y cautelosamente cerró la puerta tras de sí y en silencio se escondió detrás de un casillero de cuatro compartimientos que había junto a la entrada; estrujando su abultado paquete y moviendo sus ojos sin parar. Estos iban de un gemelito a una de las vergas y luego a su otro primito y de ahí a Santa. Había tanto morbo que ver que el chico no sabía en que enfocarse.
Adriancito ahora tenía afuera de su boca el macizo miembro del negro, pasándole la lengüita como si se tratara de un enorme dulce de sólido chocolate; mientras subía y bajaba sus manitas por todo ese rabo, masturbándolo a la perfección. Javier no podía creer como su primo pequeño manejaba de bien esa gran verga, y que a pesar de que con sus deditos no podía abarcarla toda y en su boca tampoco entraba entera, aun así, tenía a ese enano con la frente y el moreno torso todo lleno de gotas de sudor por el inmenso placer que le causaba.
– ¡Aaahhh…maldición! ¡Traga toda mi leche, putito! —Soltó el negro jadeando y en lo que le metía más de su carne masculina dentro de la boca a Adriancito.
El pequeño al instante comenzó a chupar con mucha fuerza, succionando la cuantiosa esperma que salía liberada de aquel grueso glande y entraba en su garganta a borbotones, sin querer desperdiciar nada. El ayudante de Santa se aferraba a la cabecita del nenito, desahogándose y descargando el contenido de sus huevos en la boca del niño; hasta que le sacó su verga y empezó a eyacularle en la carita, salpicándosela todita de semen amarillento.
– ¡Ay que rica! ¡Mmmm…es saladita! —Dijo Adriancito con leche chorreando por sus labios.
– ¡Ahora lámela de nuevo y límpiala toda, y no te olvides de mis bolas!
Y a la par, Ivancito hacía lo mismo con el falo del enano trigueño; frotando frenéticamente su lengüita por todo el jugoso y chorreante ojete, así como también por debajo, por el frenillo de la verga de ese macho con tatuajes; el cual sin poder contenerse o avisarle, comenzó a correrse a chorros. Aquella explosión de semen empezó a salpicar la hermosa carita de Iván; quien al darse cuenta de que la lechita ya salía, abría bien su boquita con la lengua por fuera, tratando de que toda la cremosa esperma cayera en sus hambrientas fauces; pero aun así no pudo con toda esa desorbitante cantidad y también terminó otra vez con su carita bañada de leche viril.
En eso logró meterse a la boca la palpitante verga, deseando succionar más semen; pero no salía.
– Ya no sale más lechita… —Dijo el nenito con auténtica tristeza y con sus manitos se juntaba borbotones de viscosa esperma de sus mejillas y barbilla, y se los llevaba a la boca para comérselos, chupándose los deditos con deleite.
– No te preocupes, mi pequeñín. Acá tienes otra llena de leche. —Habló el falso Santa Claus, parándose frente a Ivancito y ofreciéndole su vergota hinchada a reventar.
Ivancito la recibió sonriente y de inmediato se puso a mamarla, para ordeñar así más de esa lechita especial, que ya se había convertido para él y su hermano en su golosina favorita.
Ver eso sacó de sus cabales a Javier. El descubrir a los gemelos tragando y pidiendo más semen era un sueño hecho realidad para él, y por ello ya no le hizo caso a su consciencia y sólo escuchaba a la voz de su lujuria. El chico también tenía que sacar provecho de todo eso, pues sus primitos estaban siendo abusados por esos hombres, pero los niños no lloraban o gritaban: ‘auxilio’; más bien gemían y chupaban vergas divertidos, realmente felices y como él nunca los había visto.
Entonces Javier se desabrochó el jean y sacó su miembro masculino, durísimo y de buen tamaño, y masturbándose salió de su escondite. El viejo y los enanos lo vieron, reflejado el asombro en sus perversos rostros, y en el fondo preguntándose quien era ese adolescente alto, delgado, de cabello negro crespo y ojos cafés, muy diferente a los pequeños; pero cuando se fijaron que éste traía la verga por fuera, bien erecta y se la estaba pajeando, sonrieron más calmados; ya que fuera quien fuese, el chico se notaba que también quería gozar de los pequeñuelos.
Javier se acercó a Adriancito, quien ya había terminado de limpiar a lengüetazos toda la enorme verga negra de su elfo.
– ¡Javi! —Soltó Adrián al ver a su primo mayor– ¡Santa y sus ayudantes nos están dando nuestros regalos de Navidad! Es una lechita especial y…
– Eso es lo que veo. —Interrumpió el joven, mostrándole a su primito como se jalaba su miembro y éste le escurría bastante– ¿Quieres que yo también te de mi lechita?
Y puso su peluda entrepierna en la carita del nene, presionándole el glande en sus suaves labios.
Adriancito al sentir nuevamente una verga, abrió su boquita y la engulló con destreza y empezó a mamarla lentamente, haciendo que su primo soltara un prolongado jadeo de placer. El viejo, quien estaba a la par de Javier, le sonrió a éste con picardía; mientras Ivancito le comía la vergota a él con un hambre, que el niño no había dicho nada al enterarse de que su primo ahora se les había unido. Los dos gemelitos se estaban portando tan bien y siendo tan obedientes, que evidentemente lo hacían porque querían impresionar a su querido Santa Claus.
El maduro macho le preguntó a Javier si él era el niñero de los gemelos; pero cuando el joven le respondió que era más bien su pariente, eso le causó más morbo, que su vergota se infló.
– Eres un muchacho afortunado. —Le dijo el hombre de barba y pelo en pecho canoso– Teniendo a estas linduras tan tiernas e inocentes para ti solo…
– Siempre había querido hacer esto con ellos, pero nunca me había atrevido. —Le confesó el chico, observando extasiado como Adriancito se metía toda su verga hasta el fondo de su gargantita; que sus rizados vellos púbicos le rozaban la naricita al niñito.
A todo esto, los dos enanos se habían ido atrás de los nenitos, cada uno con sus cabezas metidas entre las nalgas de Ivancito y Adriancito; comiéndoles el culito de una forma tan espectacular, que los gemelitos gemían sin cesar entre las mamadas que no paraban de darle al par de machos.
Y luego de un buen rato de esa forma, los varoniles elfos se pararon detrás del par de traseritos idénticos, y se pusieron a frotarles sus erectos rabos entre las rajitas, mojándoselas con jugos seminales; además de toda la gran cantidad de saliva que ya tenía y con la que los tenían ya bien dilatados. Pero en eso Javier vio que el enano trigueño acomodaba su falo, apuntando su pulsante glande en el agujerito de Ivancito.
– ¡Espera! ¡El culito de ese es mío! Yo se lo voy a estrenar.
El fornido hombre vio primero al chico y luego a Santa, quien asintió, dejando claro que no discutiera y se hiciera a un lado. A Javier el que más le gusta es Ivancito, porque es el más dulce y tierno de sus primitos, y esa inocencia era lo que más lo excitaba a él. Así que sacó su verga de la boca de Adriancito y se fue detrás de la espalda y redondas nalgas de Iván. Y por su parte, el viejo también retiró su carne viril de las fauces del hambriento niño y se dirigió al culito de Adrián; por lo que ahora eran los enanos los que volvían a darle de mamar verga a los pequeñines, puesto que sus vergas estaban erectas sorprendentemente por tercera vez.
– Ahora mis pequeñines. —Les habló Santa– Quiero que me escuchen muy bien. Como parte de sus regalos también les vamos a hacer algo que es sólo para los niños más buenos de todos; por lo que no quiero que lloren. ¡Ya van a ver cómo esto también les va a encantar!
– Quédate bien quietecito. —Dijo Javier a su primito, dirigiendo la punta de su miembro masculino a ese rosado y dilatado esfínter infantil– Primero te va a doler un poquito, pero como dice Santa, después vas a ver cómo te va a gustar muchísimo. ¡Así que aguanta!
Ivancito no respondió, tenía la boca llena del mazo moreno del enano; pero levantó más su colita, como si instintivamente su cuerpecito estaba pidiendo lo que se le venía. El adolescente contempló ese hermoso panorama; era increíble, ni en sus mejores sueños húmedos esperaba vivir esta situación de poder estrenar el culo virginal de uno de los gemelos de 8 años. Luego tomó por la cinturita a su primito favorito y comenzó a empujar su verga a través del delicado ano del nenito, logrando meterle todo el glande dentro de aquel estrecho y caliente recto.
– ¡¡AAAHHH!! —Soltó un grito Ivancito al tiempo que se sacaba el rabo del negro de la boca y sentía algo muy sólido romperle el culito– ¡Agh…Duele! ¡¿Qué es eso tan duro que siento?! ¡Agh! ¡Es muy grande! ¡¡AAAHHH!!
Protestaba el pobre de Ivancito, arrugando la carita y sintiendo como el interior de su culo era abierto y penetrado por algo grueso y rígido. Y por desgracia para el pequeño, su primo Javier tenía una muy buena verga, no tan enorme como la de los otros machos; pero para su edad superaba a muchos otros chicos, por lo que aquel traserito de niño estaba sufriendo.
Y al mismo tiempo que esto sucedía, Adriancito recibía el mismo tratamiento por parte de la gigantesca verga del degenerado y musculoso maduro; sólo que éste trataba de suprimir sus gritos y gemidos de dolor. Adrián quería demostrarle a Santa Claus que él no era llorón y que era el mejor de todos los niños; por lo que apretaba los dientes y con lagrimitas en sus ojos azul brillante soportaba cómo podía, mientras se aferraba con sus dos manitas a la verga del enano que tenía enfrente. Y en cuanto a los hombres con sombrero y orejas de elfo, ellos veían excitados y con mucho morbo la escena de aquel chico y viejo desvirgando las colitas de los gemelos.
– ¡Oh…qué rico se siente esto, maldición! —Exclamó el realizado de Javier, logrando meter toda su hombría en el interior de Ivancito; que sus pelos púbicos negros pegaban en ese suculento y pálido culo de nalgas sonrosadas.
El nenito tensó todo su cuerpecito; pero ya no gritó más, sólo soltaba débiles quejiditos con los ojitos llorosos y su carita roja, respirando de manera agitada y sosteniéndose del rabo duro del enano negro para no caerse de la silla y desmayarse en el sucio suelo de ese cuarto.
– ¡¡AY!! ¡¡AGH!! —Se empezó a escuchar de Adriancito– ¡Ya no, Santa! ¡¡AY!! ¡¡YA NO!!
Pues el pobrecito estaba recibiendo un trozo viril mucho más grande que el de su hermanito y el doble de grueso, que su anito estaba siendo abierto al máximo y todo su interior era empujado por todo la carnosa y venosa verga del semental Santa Claus.
Los enanos miraban maravillados como los ingenuos gemelitos eran penetrados brutalmente, y no veían el momento en que ellos también pudieran saciarse con esos pequeñuelos.
Javier traspiraba como nunca; que se había quitado la camiseta gris, arrojándola empapada de sudor al piso; y con el jean por los tobillos, ya comenzaba a embestir a Ivancito. Primero lento y suave, sacándosela a la mitad y metiéndola nuevamente al tope; para después aumentar la velocidad y la fuerza, que él podía sentir como aquel anito y recto se acoplaban a sus cogidas.
– ¡Mmmgh! ¡Ah…! ¡Mmmgh! Mmmm…Ahh… —Gemía Ivancito ya más calmado; por lo que el negro aprovechó y le empezó a follar la boca y garganta, al mismo ritmo que el chico el culito.
Adriancito también ya era bombeado sin piedad por el viejo, que tanto los enanos como Javier veían asombradísimos como semejante verga entraba y salía por tan angosto agujero.
– ¡Agh! ¡Aaghhh! ¡¡AAAHHH!! —Continuaba gimoteando Adriancito, quien se mordía uno de sus puñitos y cerraba fuertemente sus ojitos llenos de lágrimas; aguantando de una manera sorprendente la vergota de Santa. Que Javier hasta pensó que en verdad se debía de tratar de un milagro de Navidad, pues él nunca antes había visto un mazo de ese calibre.
El maduro y el joven follaban a gusto cada uno a un gemelo; de una forma que ambos pequeños, incluso Adrián, empezaban a sentir menos dolor y experimentaban nuevas y placenteras sensaciones por todos sus cuerpecitos. En lo que Santa y Javier sacaban sus vergas casi por completo de esos culitos y las volvían a enterrar enteras, disfrutando al máximo de esos niños.
Entonces el enano de pelo en pecho aprovechó y continuó dándole verga por la boca a Adriancito, quien prefería chupar verga para mitigar las estocadas de Santa a su aporreado traserito.
– Mmmm…Ahh… ¡Mmmm…! ¡Mmmm! —Era lo que se oía de los gemelos.
Tal y como les habían prometido; ya les estaba gustando estar así, con esos pedazos de macho bien clavados por ambos extremos a la vez. Ivancito se atoraba con el miembro moreno al mismo tiempo que la verga de su primo lo cogía rico, y Adriancito succionaba el rabo trigueño del enano, mientras sus entrañas eran maltratadas por el formidable falo de Santa Claus.
– ¿Te gusta mi regalo, Ivancito? —Quiso saber Javier, en lo que él bombeaba con más energía y saña; sintiendo como el culito de su pequeño primo parecía querer devorarle toda la verga hasta los huevos; misma que ya entraba y salía sin la menor dificultad.
– Mmmm… ¡Slurp~! ¡Me encanta! Mmmm… ¡Slurp~! —Fue la respuesta de Ivancito entre las chupadas de la verga de chocolate del ayudante de Santa que le follaba la cara.
Javier todavía no podía creer su suerte, sin mencionar que seguía algo incrédulo; pues no podía concebir como los gemelitos tan pequeños e inocentes pudieran ser tan gozosos de la verga.
Así fue que el semental adolescente se puso a arremeter contra el culito de Iván, cada vez más fuerte y rápido; tanto que, por el impulso de su pelvis, el niñito terminaba engullendo más del mazo negro del enano, provocándole arcadas que resonaban en el cuarto junto con el constante golpeteo de las bolas de Javier y de Santa contra las colas de esas criaturitas. Hasta que el joven chico no aguantó más. Ver a su adorado Ivancito en pleno vicio oral y anal, gozando tanto o más que él, lo hizo venirse con el orgasmo más intenso que ha tenido desde que desarrolló a sus 11 años. Su semen comenzó a salir a presión, llenando todos los intestinos de su primito.
– ¡Oh…no puedo más! …Me vengoOOOHHH!!!
– ¡Eso es, muchacho! —Dijo Santa al darse cuenta de la corrida de Javier– Llénale todo el culito de leche a tu primito adorado.
El nenito parecía convulsionar, todo su cuerpecito temblaba al sentir todo ese espeso y caliente líquido viril recorrerle todas las entrañas. Y aquella descarga seminal parecían no terminar. Javier sudaba a raudales y resoplaba como una bestia desbocada; mientras Ivancito lo recibía todo y mamaba con ahínco la verga que le daban. El chico ahora jadeando menos y soltando los últimos chorros, se giró y miró a su par como el otro gemelo, Adriancito, entre chupetadas y succiones imploraba porque le dieran más.
– Mmmm… ¡Slurp~! ¡Ay sí, Santa! ¡Siento rico…Deme más! Mmmm… ¡Slurp~!
El viejo complacía al niñito, cogiéndolo como si no le importara lastimarlo o desgarrarle el culito con su semejante pedazo de verga; con la cual lo perforaba salvajemente, agarrándolo de las caderitas, dándole nalgadas y estrujándoselas como si fuera un duraznito al que le quisiera sacar toda la pulpa. Hasta que el morboso Santa se corrió también, preñándole el colon a Adriancito.
Eso excitó mucho a Javier; que la sacó del recto de su primito, observándole el anito abierto y rojo, botando parte de su leche masculina; y no pudo evitar que su verga permaneciera parada, tremendamente erecta aún después de eyacular segundos atrás.
– Ahora puedes darle tu leche. —Le indicó el adolescente al enano negro, quien retiró su vergota de la garganta de Ivancito y cambió de puesto con Javier.
Iván cuando vio de pie a su primo frente a él, le sonrió con sus ojitos brillantes y sus mejillas coloradas, abrió su boquita con la lengua por fuera y se dispuso a mamársela a Javier; todo a la vez que el elfo moreno y musculoso le metía ahora su miembro macizo por el culo lleno de semen.
– Uff…qué lleno lo dejaste, chico. ¡Me escurre leche hasta los huevos! —Dijo el negro, introduciendo todo su prolongado falo, lo que empujaba hacia afuera una gran parte de la descarga seminal del lechoso de Javier.
Ivancito sólo soltó un gemido al sentir como nuevamente le llenaban su agujero anal. Y fue el mismo caso para su hermano Adrián, a quien Santa ya le había sacado su verga; pero ahora era el turno del enano trigueño de tatuajes para metérsela por el culito roto.
– ¡Ay sí, qué rico! Me gusta mucho esto, den—
Pero el pequeño no pudo terminar de hablar, pues el incansable de Santa Claus lo había agarrado por el cabello rubio y lo había puesto a que le limpiara el rabo recién salido de su trasero. El niño sin dudarlo se puso a pasar sus labios y lengüita por toda la venosa carne del maduro macho que él pensaba era el verdadero Santa Claus; que incluso también le mamó los huevos uno por uno, en lo que el elfo gozaba y lo cogía como si éste quisiera partirlo en mitad.
Ambos pequeñines no se quejaban para nada. Parecía sólo saber gozar con todos esos machos y sus vergotas llenas de leche viril. Adriancito había demostrado ser muy aguantador y el más adicto. Pero su hermanito no se quedaba atrás; que, a pesar de ser más tímido, también gozaba de las vergas y ya podía con toda la vergota negra en su culito, que era casi tan grande y gorda como la de Santa, y el doble de la de su primo. Ahora la recibía sin quejas, al contrario, con gusto. Javier mientras usaba la boquita y garganta de su primito para masturbar su persistente erección, mirando fascinado como los gemelos eran abusados y penetradas por esos toscos machos; dándose cuenta de que esto que estaba experimentando era su mejor regalo de Navidad.
Entonces Javier tomaba de la cabecita a su primo y se la empujaba hasta que sus pelos púbicos se enredaban con las pestañas de Ivancito. Y el negro montaba al niño de tal forma que éste podía besarle y chuparle el cuello al nenito, saboreando toda la piel de la criaturita a la vez que sus embestidas iban en aumento. Al otro lado la situación de Adriancito era parecida; sólo que el mañoso enano que le cogía, también usaba un par de sus dedos para penetrarlo junto con su compacta y cabezona verga; y Santa se agachaba para escupirle a Adrián en la boca abierta y luego besarlo con una lujuria enfermiza.
Al poco tiempo ambos enanos se corrieron dentro de los niños, casi sincronizados, gritando tan fuerte que Javier pensó que alguien más los escucharía; por lo que se la sacó de la garganta a Ivancito y se giró a ver la puerta. Esta seguía bien cerrada.
– ¿Ya no hay más regalos en mi culito? —Preguntó Adriancito en lo que Santa le sacaba la lengua de su boquita y el enano retiraba su verga y dedos de dentro de su culo relleno de leche.
– ¡Yo no he recibido el mío de Santa! —Se quejó Ivancito con carita triste.
– Ni yo el de Javi. —Agregó Adrián– ¿Javi, me vas a dar tu leche en mi culito?
– ¡Claro que sí, mi amor!
Así que ahora el falso Santa y Javier tomaron a los pequeños y los cambiaron de posición. Ahora los machos se sentaron en las sillas e hicieron que los niños montaran sus falos. Adrián se dejó caer de un solo sobre la pelvis de su primo, clavándose de una toda la rígida verga de Javier, y casi al instante él solito empezó a menearse, subiendo y bajando, moviendo las nalguitas en círculos; todo lo que hacía que Javier sudara más y se pusiera aún más loco de lascivia.
Por su parte, Ivancito descendió más despacio por el robusto rabo de Santa, sintiendo como su anito se estiraba todavía más y su interior se acomodaba para albergar toda esa vergota. Ambos niños brincaban y montaban a esos sementales como si eso fuera un juego, utilizando ya las dos descargas previas de esperma como lubricante, y queriendo ordeñarles toda la leche.
Iván cabalgaba la verga de Santa de frente, que con sus manitos se aferraba del peludo pecho canoso del maduro hombre, cara a cara; por lo que de tanto en tanto el viejo aprovechaba y encorvándose un poco alcanzaba los labios del nene y lo besaba con pasión carnal. Adrián en cambio, estaba de espalditas a su primo, quien lo ayudaba a subir y bajar con más frenetismo; sincronizando los sentones del pequeño con las empaladas hacia arriba que él le daba con su incansable pelvis.
Los enanos como ya no daban más después de tres exageradas eyaculaciones, se vistieron satisfechos, mirando como los otros continuaban gozando de los culitos infantiles de los gemelitos. Entonces el par de elfos salieron de la habitación sin decir nada y volvieron a atender la villa y cualquier problema que se haya presentado durante su larga ausencia en el puesto.
Los gemelitos gemían mucho, pero los resoplidos y jadeos de sus machos era lo que más se escuchaba, en especial cuando ambos comenzaron a correrse. Esa fue la segunda vez de Javier y la tercera del viejo Santa, quien ya al fin se sentía del todo satisfecho y completamente drenado.
Así que los dos desmontaron a las criaturitas ninfómanas, quienes sonreían de oreja a oreja y sintiendo como tenían las colas a rebosar de leche, que incluso les escurrían por los anitos rotos y se les deslizaba por el interior de sus muslitos blancos.
– ¿Les gustaron los regalos de Santa, mis elfos y su primo? —Los interrogó el viejo mientras los contemplaba por última vez de pie, desnuditos y todos pegajosos; pero hermosos.
– ¡Siií~! —Gritaron ambos al mismo tiempo, para luego decir todo lo que les había gustado, hablando muy rápido y los dos a la vez, que casi no se les entendía nada.
El viejo y Javier rieron al notar que la ingenuidad de los pequeños perduraba después de todo.
– Los dos se portaron muy bien. —Habló Javier– Son los mejores niños y por eso los amo mucho.
Tanto a Iván como a Adrián se les iluminó el rostro al oír eso y luego se voltearon a ver a Santa.
– Santa Claus también los ama mucho, pero ya es hora de que se marchen mis pequeñines.
Lo que vino después fue muy difícil. Ambos gemelitos casi se ponen a llorar, protestando que no querían irse, que se querían quedar para siempre con Santa Claus y sus elfos e incluso con Javier, así también, jugando desnudos y recibiendo regalos. Curiosamente los niños nunca entendieron cómo es que todo aquello habían sido regalos, pero igual les había gustado mucho todo.
Costó convencerlos y que se volvieran a vestir. Santa mientras también se ponía su traje de terciopelo rojo con bordes blancos, les tuvo que prometer que pronto se volvería a ver; siempre y cuando se portaran bien y lo buscaran pidiéndolo a través de su primo, que éste era un buen amigo de él, de Santa Claus, y si guardaban el secreto de todo lo que pasó allí.
Y finalmente se pudieron despedir, los niños besaron en la boca a Santa y después de más de dos horas dentro del cuartito trasero, los gemelitos salieron junto con su primo Javier; quien los llevó al baño para tratar de limpiarlos un poco y que no apestaran tanto a sexo y semen de varios hombres. Dentro del baño público por suerte estuvieron solos ellos tres; pues los niños continuaban preguntándole a Javier cómo es que era amigo cercano de Santa, si habría más enanos, que ellos querían conocer muchos más, qué cuando volverían a estar todos juntos, qué tan cerca era ‘pronto’ y muchas cosas más por el estilo.
Y cuando tocó reunirse con sus tíos, Javier estaba algo nervioso de que los pequeños dijeran algo que lo metiera en serios problemas; pero para ese momento los niños estaban exhaustos y se quejaban de que les dolía caminar. Sus padres creían que eso era debido a que estuvieron todo ese tiempo correteando y jugando, no por que hayan recibido cuatro vergas varias veces seguidas. Luego todos se fueron al auto. Ahí Ivancito y Adriancito se quedaron dormidos profundamente; soñando con su maravilloso encuentro con Santa Claus y los enanos, con esos maravillosos regalos que no eran otra cosa que sus enormes y peludas vergas, y con la deliciosa lechita especial que ellos dos querían seguir comiendo por siempre.
La noche del 24 de diciembre los gemelitos esperaron ansiosos la visita de Santa Claus, pero éste no llegó; aunque no estuvo del todo mal, ya que Javier fue quien los llevó a la camita y ahí él por turnos les dio a ambos de su verga dura y rica lechita…
—El Fin.
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Nota: Este relato es la adaptación Gay de “Las gemelas y Papá Noel con sus duendes”, por asantiagof.
como sigue
Pues no tiene segunda parte. Ahí termina 😛
Esta genial hace otro relatos soy fanático tuyo, sin ver quien lo escribió sabia q eras voz, sos un genio escribiendo ojalá sigas subiendo más relatos !!! Esperare el prox
Claro que sigo escribiendo mi amigo Make-magic69 😉
Y gracias por ser mi fan jeje 😛
Salu2!!
Ya quisiera que un santa me hubiera hecho eso.
Y cuando no se puede experimentar viviéndolo, al menos puedes hacerlo leyéndolo e imaginándolo jeje 😛
Salu2! 😉
Delicioso relato, me encanta
Gracias 😉
Hola cómo estás y un delicioso relato no me canso de leerlo, rico sería que crearás otro relato de SANTA CLAUS, como continuación pero se fueron a otro lugar el año siguiente y que se les unieran otros dos enanos vergudos y con varias cogidas a niños durante la semana que hacen la función, solo que el cuarto este lleno de grandesjuguetes donde pueden disfrutar de los niños ya que a estar alejados son pocos los niños pero los necesarios para cogerselos
Gracias por la sugerencia, pero me temo que ya no escribo.
Salu2!!