Cómo inicié a mi primito Por Maurohotxxx
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi infancia tuvo dos episodios que se quedaron dando vueltas en mí, hasta que decidí que lo mío era probar vergas. Una tras otra, pero que ser enculado era lo que más me gustaba. Una dura y erecta pichula que me penetrara como la puta perra que soy…
Pero no siempre fue así. Puedo decir que uno puede oscilar entre heterosexual a homosexual pasivo de acuerdo con los avatares de la vida. Tuve experiencias como hetero muy placenteras con chicas que eran mis alumnas. Con mis esposas, adopté la costumbre de sodomizarlas. Ellas no lo aceptaban de buenas a primeras, pero mi poder de convicción era fuerte hasta que no sólo lo aceptaban, sino que se convertían en adictas al sexo anal.
Después de que fui iniciado por el cura, llegaron las vacaciones de verano en que viajábamos al sur. A la casa de mis tíos. Tenía siete primos, seis varones y una mujercita, que se avenía con mi hermana. Había un primo que me atraía especialmente… de esa historia es la que relataré ahora…
Carlitos era un muchachito delgado, muy blanco, nervioso y se llevaba bien conmigo. En los juegos, siempre me elegía como su compañero. Los preferidos eran los de escondidas, que aprovechábamos para explorar nuestros cuerpos.
-¿Qué tengo aquí? le decía mientras metía una mano en el bolsillo.
-Si adivinas te lo doy.
-¿Se come? preguntaba el inocente primito.
-NO, se chupa!
– Un caramelo. Decía muy seguro.
Y la verdad es que en ese juego, yo efectivamente guardaba los caramelos que me daban para usarlos en la seducción que me había propuesto realizar hasta gozar de los favores de Carlitos. A veces nos íbamos al último patio de la casa patronal de mis abuelos en la que vivían mis tíos. Allí había un retrete rústico consistente en un cajón en que se perforaba un hoyo, dispuesto sobre un pozo que se iba llenando de excrementos y orines. En ese lugar, vi el culito de Carlitos que me encendía de deseo. Blanco y bastante prominente dada su esmirriada figura. Sus nalgas cerraban el acceso a un botoncito rosadito que había tocado so pretexto de limpiarlo bien cada vez que defecaba.
A él le gustaba eso, porque siempre me pedía que se lo hiciera más de una vez.
Sacaba la mano del bolsillo y le pedía que la metiera él. Las primeras veces, encontraba un caramelo. Pero ahora había roto el bolsillo y al introducir su pequeña mano, encontró mi pene erecto.
-¡Qué es esto? Dijo
-Un caramelo que te gustará mucho chupar.
-No, es tu pichula, cochino. Tiene pichí.
-No, Carlitos, está limpiecito.
-Y muy duro también. Lo decía sin soltarlo.
– Te gustaría jugar con él?
-No sé. Mientras lo sostenía firmemente en su manita.
-Te doy todos estos dulces. Le mostré varias calugas.
-¿Qué tengo que hacer? Pero me las das antes, porque después no me las das.
-¿Te gustaría chuparlo?
-No, me da asco.
-Bueno, ¿te gustaría sentarte en él?
-¿Y me das todas esas calugas?
-Si, por supuesto. Ven. Lo llevé de la mano. Me bajé los pantalones y me senté en el retrete.
-Siéntate aquí y me palmeé las rodillas.
-Dame primero las calugas. Le pasé tres.
-Faltan.
-Te doy las otras después. Mientras tanto le bajé el pantalón y la ropa interior. Con el culito desnudo lo atraje hasta mí. Lo senté en mi pene duro que se perdió entre sus nalguitas.
-¿Qué me vas a hacer?
-Nada, solo lo pondré entre tus nalgas…
-Pero, no me lo vayas a meter… porque duele…
Es seguro ya que alguien había intentado adelantarse a mi deseo de poseer ese culito.
-¿Quién te hizo doler?
-No puedo decirte, porque me van a pegar…
-No, si te dejas conmigo, no le digo a nadie.
-Pero me va a doler…
-No, no te dolerá, te lo aseguro…
-¡Ven acá! – me dice el cura, mientras me toma de la mano y me lleva al segundo piso. Abre la puerta. Me empuja suave, pero firmemente, dentro de la austera habitación. Luego se asegura de que nadie nos ha visto y cierra con la aldaba. Hay también una tranca, pero durante el día solo usa la aldaba.
Me conduce hasta su cama y me invita a sentarme en sus rodillas. No es la primera vez. Secretamente, espero que en esta oportunidad haya un avance en este excitante juego.
-Tienes una piernas muy lindas. Mientras me acaricia.
-Y tus cachetitos, gorditos. Su mano grade y áspera de labriego pasa por mis nalgas muy cerca de mi rajita. Me estremezco.
-¿Tienes frío? Me abraza y siento por primera vez la punzante presencia de su verga, su descomunal verga.
-No. Le digo. Me sigue acariciando las nalgas, cambiando de lado. Alabando lo suave y rellenito que es mi traserito. Ya he comentado con Pascual, el otro acólito, lo que hace el padre Sergio conmigo.
-Tienes que quedarte quietecito. Te va a hacer cosas muy ricas. No tienes que contarle a tu mamá.
-¿Qué cosas? Preguntó extrañado.
-Lo que los hombres le hace a las mujeres.
-¿Qué? Pero yo soy hombre.
-Te va a hacer el amor.
Las caricias suaves y tiernas eran parte de ese juego. De modo que estaba esperando ese momento.
-Tienes que confiar en él. Sabe hacerlo muy rico.
-¿Te lo ha hecho a ti?
-¡Si, muchas veces!
-¿Duele mucho?
-Sí, un poco. Pero él sabe hacerlo sin que te duela. Tienes que quedarte quieto y ayudarlo…
En ese momento, siento un movimiento extraño. Mientras me acaricia el trasero en forma insistente y descaradamente. ¿Será eso hace el amor? Veo que su otra mano está debajo de la sotana. Un movimiento frenético. Me toma con firmeza y me sienta encima a horcajadas en sus piernas. Siento las embestidas de un ariete en mi culo. Tímidamente, me empiezo a mover. Estoy excitado. Me está haciendo el amor, pienso. Pero ¿por qué estamos vestidos? ¿Será así?
Un placer extraño, oleadas de calor y de frío alternadas recorren mi cuerpo. El cura me da una última embestida y me aprieta contra su pecho. Fue como sentir una cañería que explota…
Me baja apresuradamente y se dirige al WC.
Me quedo con los ojos muy abiertos. ¿Me habrá hecho el amor? ¡Qué extraño es el amor entre hombres! El corazón me salta y lo siento como si lo tuviera en el culo. Extraño.
Aparece el cura. Se ha lavado la cara y mojado el cabello. Se dirige a una alacena y saca una bolsa con higos y nueces.
-Lleva esto. Acto seguido me deja en la puerta y antes de cerrarla, me dice:
-Ni una palabra de esto a nadie.
-No. Le digo. Bajo las escaleras y salgo del edificio. Mientras voy por la plaza, miro hacia la ventana. El cura me está observando.
Apresuré el paso. Me sentía desnudo.
¡Ay!¡ Me lo estás metiendo! Carlitos intentó zafarse, pero yo lo cogí con fuerza y lo obligué a sentarse encima de mi pene. Lo retiré un poco, porque efectivamente la cabeza había logrado traspasar el anillo de entrada.
¡Me dijiste que no me lo meterías!
No te lo metí, tú te sentaste y te lo estabas metiendo solito.
-Mentira. Ya, dame las calugas.
-Te las doy, siempre que sigamos jugando.
-Bueno, pero sin meterlo.
-Y si te lo meto sin que te duela?
-No, el Mono me dijo lo mismo y después me dolió mucho y no quería sacármelo.
¡Con que había sido el Mono el que lo había clavado!
-Pero yo te prometo que no te dolerá. Te va a gustar lo que te haré yo.
-Bueno pero un poquito no más. Si me duele, lo sacas al tiro.
-Ya, no seas tan cobarde. Si no duele tanto.
-¿Y cómo sabes tú? ¿Qué te lo han metido ya?
Tenía que convencerlo. De otra manera, no me permitiría avanzar en lo que era un imperativo para mí: romperle el culo a mi primito. Hacerlo mi hembrita.
-Te voy a contar lo que me pasó. Fui relatando paso a paso lo que el cura hacía conmigo, mientras repetía las acciones que poco a poco iban venciendo la resistencia de mi primo.
-¿Y tenía muy grande la pichula?
-Como tu brazo…
-¿Tan grande? ¿Y te la metió entera? ¿Cómo no te dolió?
-Espera, le dije. Vamos por parte. Caricias. Mientras hablaba le acariciaba el culito desnudo. Sus orejitas estaban rojas. Ensalivé un dedo y se inserté suavemente…
-Cuidado. ¿Qué vas a hacer?
-Bueno, quieres que te cuente o no?
-Si, cuenta, cuenta.
-Entonces, tienes que dejarte hacer…
-Sin que me duela?
Puse la punta del dedo ensalivado en la abertura de su anito. ¡¿Te duele? No. Avancé un poco más. ¿Ahora? No, tampoco.
Le había introducido todo el dedo y lo dejé un rato.
-Sigue, me dijo.
Moví el dedo hacia afuera y hacia adentro.
¿Cómo lo sientes?
-Rico! Sigue. No lo saques!
-Le echaré más saliva.
Aproveché de mojar dos dedos. Y los metí suavemente.
Se siente rico. Pero estás metiendo otro dedo…
Te lo saco?
No, mételo, lo siento rico.
Agregué un tercer dedo y nada. Ya estaba dilatado.
-Ahora, ¿quieres que te meta el pico?
-No me va a doler?
-No, tu mismo lo metes y lo sacas. Pero primero mójalo con tu lengua…
Lo hizo y me dio una breve mamada.
-Ya, ahora. Le puse mi pene en la entrada y él lo guió en la penetración.
-Cuidado, no tan rápido. Lo saqué.
-No lo saques. En ese momento, lo metí a fondo.
-¿Te duele? No. ¿Sigo? Siiii, está muy rico…. No me duele…
Empecé con un rápido mete saca mientras lo masturbaba.
MMMMM, es muy rico… quiero hacer pichí.
-No, le digo, no es pichí, es gustito. Mientras mi verga entraba y salía y yo mismo sentía oleadas de placer que me recorrían entero.
Sentí el final como un estremecimiento y aproveché de encularlo a fondo, ahora que su culito estaba totalmente dilatado y entregado a mí.
Por fin mi primito era mi putita. Ese verano fue sensacional. Pasaron muchas más cosas, ahora que ya Carlitos se había entregado a mí. Pero quedará para otra entrega.
gran relato como sugye