Como llegué a ser gay: segunda parte.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por elalcalde.
Salgo de casa con algo de prisa porque el reloj ya exige su impuesto.
A pesar de que es temprano, el calor ya empieza a hacerse notar y lo que debería ser una fresca mañana de Madrid a las 7 de la mañana es un inicio de un día bochornoso.
Cuando estoy bajando las primeras escaleras del metro, noto que salta la goma de mis calzoncillos de pata corta.
Hoy los llevo blancos, de tela, ligeros, de los que se sujetan con goma elástica a la cintura.
Encima, un pantalón de verano gris y una camisa blanca de manga corta.
Tras notar que la goma del calzoncillo se ha roto, empiezo a sentir cómo se va resbalando mientras ando.
Miro el reloj.
No me da tiempo a volver a casa para cambiarme.
Voy a tener que solventar el problema como pueda.
Realmente, una vez en la oficina, no tendré muchos problemas, porque estoy casi todo el tiempo sentado.
Pero ahora es bastante incómodo, porque con cada paso le siento deslizarse y cuando acabo de bajar el primer tramo de escaleras ya le llevo a mitad del culo.
Me ajusto la camisa por dentro del pantalón y, disimuladamente, engancho el borde del calzoncillo y tiro hacia arriba.
Repito la operación cada cierto tiempo mientras espero a que llegue el metro.
El vagón está muy lleno.
A pesar de ser verano, la hora punta no deja de notarse.
Consigo entrar y me acomodo, como casi siempre, sujetado a una barra que cruza el vagón de abajo a arriba.
En la siguiente estación, otro grupo de viajeros se suma a los que estamos y los cuerpos empiezan a juntarse.
Ya no tengo sitio para meterme la camisa y tirar del calzoncillo hacia arriba y lo noto deslizarse culo abajo.
Con la subida de nuevos viajeros en una nueva estación, ya no me hace falta sujetarme a la barra: los cuerpos se aprietan unos contra otros.
He dejado delante de mí la barra, pero por el resto de los lados de mi cuerpo noto los cuerpos de los demás.
A mi izquierda, una mujer de unos cuarenta años con cara resignada; a mi derecha, un hombre de unos treinta y pocos, alto y delgado, que aguanta impávido los empujones.
Y detrás, un cuerpo aplastado contra el mío de alguien al que no veo, porque mi cuerpo tapa el reflejo en el cristal de la ventana.
Me doy cuenta de que ese cuerpo se deja aplastar contra el mío, casi adaptándose a él.
Noto algo más.
Noto su sexo contra mi cachete derecho del culo.
Está blando, pero lo noto perfectamente.
Una pequeña excitación se mueve por mi cuerpo.
Con cada frenazo, los cuerpos se mueven como un todo con pequeñas variantes y la presión del cuerpo que tengo detrás fluctúa.
Mi calzoncillo ya ha llegado al final del culo y noto la tela del pantalón directamente contra mi piel.
En uno de los frenazos, se apoya con una mano en mi cintura.
Luego, la deja caer resbalando por mi pantalón y se detiene en la línea resaltada de mis calzoncillos, la tantea y vuelve a subir por el pantalón apretando claramente la mano contra mi culo.
Me quedo sorprendido, pero la caricia me gusta y me excita, así que no hago nada.
Bueno, nada no: hago fuerza con mi cuerpo para evitar que con su apretón me mueva hacia delante.
La persona que tengo detrás lo interpreta claramente como una aceptación y me tantea todo el culo a través del pantalón.
Sube su mano, siempre apretando, llega a mi cintura e intenta meter la mano por dentro.
No hay espacio.
Nos aprietan demasiado.
Así que deja la mano por fuera, acariciando mi pantalón, y se va colocando poco a poco hasta que noto que su sexo, ahora claramente erecto, coincide con la raja de mi culo.
Ahora se deja apretar contra mí, lleva su mano hacia la parte delantera de mi pantalón y se restriega claramente contra mi culo: aunque el movimiento es prácticamente imperceptible dentro del vagón, yo noto perfectamente cómo deja de apretar y vuelve a apretarse.
Ahora estoy totalmente excitado y le contesto apretando mi culo o distendiéndole acompasado a sus apretones.
Por un segundo, me asusto de mi locura… pero con el siguiente roce me olvido de todo.
Llegamos a las estaciones en donde la gente empieza a bajarse.
Tras la primera parada, hay un poco más de sitio, pero él no se mueve un centímetro y sigue apretado contra mí.
En la siguiente parada vamos a quedar en evidencia.
Cuando el vagón se para y se abren las puertas, una marea humana sale a los andenes.
Aprovechando el movimiento, me empuja hacia un rincón del vagón y me insta a girarme.
Me quedo con la espalda apoyada contra la pared del vagón y, por primera vez, le veo.
Tendrá unos cincuenta y tantos y el bulto de su pantalón es ya evidente y es bastante mayor que el mío.
Va con un mono de pantalón y camisa separada, ambos de color azul.
Tiene un cuerpo grande que, aunque no me tapa del todo, hace que el resto del vagón no pueda ver todo mi cuerpo.
Se apoya con la mano izquierda en la barra que me ha quedado al lado de mi brazo derecho.
Su mano derecha la pone en la parte posterior de mi cintura.
Apenas unos centímetros separan su cuerpo del mío.
Me imagino que los que nos vean pensarán más en una conversación entre amigos que en otra cosa.
En esta estación también sube gente y, aunque no es la aglomeración anterior, el vagón se vuelve a llenar.
Cuando se pone en marcha, la mano que tiene en mi cintura la desliza por dentro del pantalón.
No hay espacio para que nadie nos vea, pero siento un rubor especial cuando me aprieta el culo y hace que mi cuerpo se apriete contra el suyo.
Cuando estamos bien apretados, empieza a acariciarme.
Es una caricia fuerte, sobándome la carne del culo.
Noto mi sexo contra el suyo y su respiración contra mi boca.
-He visto cómo se te caían las bragas.
-¿Me sigues desde mi casa?
– Sí.
Me tenía que haber bajado hace tres paradas, pero te quería dar un achuchón como Dios manda.
Me has puesto a cien.
-Nos van a ver.
-Ahora no.
En la siguiente estación, bajamos.
-Tengo que ir a trabajar.
-Y yo.
Pero hoy vamos a ir contentos.
– Se me va a hacer tarde.
-Nunca es tarde si la dicha es buena.
Quiero tu culo.
El vagón se para.
Se aparta de mí y se dirige a la puerta.
Con el mono, su erección se nota, pero no llama tanto la atención como la mía, agravado por el hecho de que mis calzoncillos hacen formas al nivel de los muslos.
– Sígueme.
No lo pienso mucho y salgo detrás de él.
Al andar noto la tela del pantalón directamente contra mi piel, lo que me mantiene excitado.
Según vamos andando, saca de un bolsillo una llave especial de mantenimiento con la que abre una puerta de metal en donde se lee claramente “Solo trabajadores autorizados”.
Deja la puerta entreabierta.
Creo que no lo he pensado: estoy dentro de esta habitación.
Es amplia.
Está limpia y en penumbras, con una luz proveniente de una bombilla que cuelga directamente del cable en una pared.
Se ven varios motores.
No le veo, pero siento que cierra la puerta detrás de mí.
Me abraza por detrás y me acaricia los pechos a través de la camisa, bajando sus manos hacia mi pantalón, me aprieta el sexo mientras se aprieta con el suyo contra mi culo.
Me dejo hacer.
Estoy como en una nube, borracho de excitación.
Me desabrocha lentamente el cinturón.
No tiene prisa, aunque sus movimientos de cintura parecen decir otra cosa.
Me desabrocha los botones de la cintura del pantalón y desliza mi ropa dejando que sus manos se aprieten contra mi carne.
Acompaña el pantalón hasta mis rodillas y luego vuelve a subir las manos, acariciando mis muslos, hasta mi cintura.
Me vuelve a apretar hacia él mientras me acaricia el sexo, los muslos, la tripa, los pechos por debajo de la camisa.
Sus manos son fuertes y saben apretar de vez en cuando haciendo que sus caricias sean mucho más excitantes.
Me coge de la cintura y me gira.
Me aprieta ahora las nalgas y los apretones de sus manos en mis cachetes me hacen desearle.
Me coge de los hombros y tira hacia abajo, poniéndome de rodillas y ofreciéndome su pantalón.
Acaricio su sexo a través del mono y se lo empiezo a bajar lentamente, mientras él se quita la camisa y me deja ver un torso musculoso y bastante peludo.
Cuando su sexo queda libre lo dirige hacia mi boca, me sujeta con ambas manos la cabeza y me dice con voz ronca que chupe.
Tiene un sabor salado, pero huele a jabón.
Está totalmente erecto.
Me entretengo en la punta, intentando recordar lo que me gusta que me hagan.
Está operado y la tiene limpia de pelo.
El resto lo tiene cubierto de pelo entrecano.
– Cuidado con los dientes.
Aprieta y me obliga a meterla en la boca de forma profunda, lo que me hace dar una arcada.
Se ríe.
– Tranquilo.
No te atragantes.
Estoy un buen rato.
Luego, sus manos tiran de mi cabeza hacia arriba.
– Ven.
Me levanto.
Me vuelve a apretar contra él mientras sus manos vuelven a palpar mi culo.
Luego me lleva hacia uno de los motores, me gira, me coge los brazos y me los coloca sobre los bordes del motor.
Como queda por debajo, al ponerme los brazos me hace inclinarme hacia delante.
Su sexo se aprieta contra mi culo.
– Abre un poco las piernas y ponlas un poco más atrás.
Le hago caso.
Estoy casi a cuatro patas.
La posición no es incómoda y soy consciente de que acabo de dejar mi culo totalmente abierto.
Cuando lo pienso, estoy a punto de correrme.
Me acaricia de nuevo el culo, los muslos por fuera, por dentro, mi entrepierna por delante, por detrás.
No parece tener prisa, aunque noto las pulsaciones de su sexo cada vez que se aprieta contra mi piel.
En una nueva caricia, noto que me está mojando el culo con saliva.
Mi excitación no tiene límites.
Al fin, me sujeta las caderas con ambas manos y se coloca detrás de mí, se aprieta y busca mi entrada.
Estoy suficientemente lubricado y no ofrezco mucha resistencia a su ataque, rindiendo todas mis defensas, entregándome por primera vez en mi vida a un hombre.
Noto todo su cuerpo con cada apretón.
Sus manos sujetando fuertemente mis caderas y mi cuerpo acompasándose a sus movimientos buscando el movimiento contrario.
Si él se aleja, yo me alejo, si él se acerca, yo me acerco.
Pierdo el sentido del tiempo y del espacio.
Me parece flotar en un mar de sensaciones que me golpean como olas al mismo ritmo que marcan sus huevos contra mi culo.
Esto es el placer de ser poseído por una travesti multiplicado por diez.
De pronto, me suelta una palmada en el glúteo que resuena como un disparo en el habitáculo.
– Joder, me corro.
Se aprieta contra mi culo y me sujeta contra él aún más fuerte mientras hace con su cintura una especie de círculo.
Empiezo a correrme mientras dejo que, por fin, mis gemidos se oigan.
Él vuelve a darme otro azote y suelta su líquido dentro de mí, lo que hace que mi corrida se acreciente.
Estoy a punto de marearme y casi seguro que me hubiera caído si no me estuviera agarrando.
Me sigue apretando contra él un buen rato.
Noto los borbotones dentro de mi cuerpo acompasados a sus espasmos.
Finalmente sus manos se relajan en mi cintura y su cuerpo se distiende, aunque sigue dentro de mí.
Me acaricia, ahora suavemente, los muslos.
Sale finalmente, se limpia en mi propia piel y se recoloca el pantalón que tenia caído en los tobillos.
Se pone la camisa y me ofrece un paquete de pañuelos de papel.
– Límpiate.
Tenemos que irnos.
Miro a ver si mi ropa se ha manchado con mi semen.
He tenido suerte y no hay ninguna mancha en el pantalón.
Me subo el calzoncillo, que rápidamente vuelve a desplazarse hacia abajo.
Él lo sujeta, hurga en la cinturilla, saca la goma y hace un nudo en ella dejándolo apretado en mi cintura.
Cuando estamos vestidos, abre la puerta, me deja pasar, me suelta otra palmada en el culo y cierra la puerta de nuevo con la llave.
En los andenes, le veo frente a mí: hemos cogido cada uno una dirección.
Él tiene que volver hacia atrás.
Yo tengo que ir dos estaciones más adelante.
Me guiña un ojo y aunque no le oigo con el ruido del metro que se acerca, me parece leer en sus labios: ha estado bien, mañana repetimos.
El vagón viene ahora medio vacío y me puedo sentar.
Me duele el culo y tengo los músculos de las piernas doloridos.
Mañana tendré agujetas de la posición.
Y en cuanto llegue a la oficina tengo que ir al baño y limpiarme bien por dentro, porque el líquido pugna por salir y lo mismo me mancha todo el pantalón.
Cuando salgo de la estación es cuando me doy cuenta de lo que he hecho: es la primera vez que un hombre me posee así, sin más.
Hasta ahora habían sido travestis muy femeninas, operadas de los pechos, depiladas, pintadas, mujeres con sexo de hombres.
¿Qué habrá visto en mí este operario? ¿Algún movimiento le ha revelado que me gustaría? ¿Emitimos algún mensaje secreto? ¿Me lo notará alguien más?
También estoy un poco asustado y doy vueltas sobre lo que ha pasado y si quiero que se repita.
Sí.
Se repite.
Dos semanas más tarde, ya vive en mi casa.
Y durante 15 meses se repetirá con distintas situaciones, pero conservando lo esencial: que cuando me penetra, el mundo se deshace.
Como le gusta verme con lencería, me visto de puta para él.
Si quiere que sea su “chica”, seré su chica.
Hago todo lo que me pide y durante esos 15 meses apenas tengo voluntad propia.
A partir de esa experiencia en el metro, soy consciente de que soy gay, que me gusta ser follado por mi hombre.
Cuando a los 15 meses un accidente me vuelve a dejar solo, soy consciente de que soy gay, que me gusta ser follado por hombre.
Y los busco de forma obsesiva, en una espiral de sexo que no tiene fin ni límite.
Afortunadamente, poco a poco me vuelvo a apaciguar.
En octubre de 2016, conozco a mi segunda pareja, con la que vivo actualmente.
Ya me he olvidado de mis locuras y de la lencería.
Solo vivo con mi pareja e intento hacerle feliz.
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