Con el chavito del entrenamiento.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Con el chavito del entrenamiento.
Hola, Mi nombre es Josué y vivo en el Estado de México. Estoy por cumplir 30 años aunque todos dicen que me veo de 24. Soy moreno claro, mido 1,70 y aunque mi cara es atractiva (según dicen), mi problema es que tengo unos cuantos (muchos) kilos de más.
A pesar de eso, he tenido bastantes encuentros que creo merecen la pena, como el que a continuación les voy a contar.
NOTA: SI ERES DE LOS DESESPERADOS QUE BUSCAN UNA BUENA CORRIDA RÁPIDA, PERDERÁN SU TIEMPO, PUES ME GUSTAN LOS DETALLES Y LOGRAR RECREAR EL AMBIENTE QUE VIVÍ.
Siendo así…
Empecé un tratamiento a base de dieta y ejercicio desde diciembre 2012 hasta ahorita, junio 2013 y llevo 20 kilos abajo. Había estado en caminadoras y ejercicios aeróbicos hasta que el doctor me cambió todo por natación.
Cumplí dos meses hace un par de semanas y fue cuando vi por primera vez a Daniel, un chico de 16 años –según supe después- como de mi estatura, quizá un poco más bajo. Moreno claro, cabello despeinado, de esos que son a propósito. Su cuerpo tampoco era el de un nadador profesional, de hecho era el cuerpo de un adolescente, con las delicadas curvas de un niño, pero con vello ligeramente insinuado y líneas que pronto definirían sus músculos.
Entró al vestidor unos segundos después de mi, sin levantar la vista del suelo para no pisar en alguno de los enormes charcos de agua con cloro que se hacían por todos lados. Yo traté de disimular y no verlo con esa cara de intriga que tenía. No lo veía con morbo hasta ese momento, de hecho aún no se describir que fue lo que me llamó la atención en él, un chiquillo.
Siempre me reí de las escenas en cámara lenta en las películas para acentuar el gusto del personaje, pero juro solemnemente que así fue como lo vi al quitarse la playera. Ya lo describí arriba, pero en verdad fue una revelación ver ese cuerpo con piel de durazno.
No pude más, así que terminé por quitarme la playera de una vez, guardar mis cosas en el locker y meterme a la ducha previa con agua muy fría. Cuando salí ya no estaba, supuse que se habría ido a las regaderas cercanas a la piscina.
En cuanto llegué, lo vi tirarse un clavado directo al carril 8, de los avanzados, por lo que mi intriga creció; “por qué no lo había visto antes si llevaba mucho tiempo ahí?” (Si eres nuevo, aunque sepas nadar a la perfección inicias en el 1, y según tu desempeño avanzas rápido o lento de carril).
Ese día no pude concentrarme en lo más mínimo por lo que no controlaba la respiración y me cansaba muy rápido, así que tardaba uno o dos minutos en cada extremo de la alberca para reponerme y sin darme cuenta los estaba aprovechando para verlo deslizarse sobre la superficie de lado a lado una y otra vez.
Por fin se terminó la hora de entrenamiento y recibí un buen regaño porque el entrenador se dio cuenta que hice casi la mitad de todos los demás. Por fin me dejó ir y corrí a la última regadera de la derecha, porque es la única con los vidrios opacos, las otras sólo son opacas mientras están secas, pero en cuanto se mojan, se hacen transparentes, y yo que soy tímido por mi cuerpo, no me gusta que me vean.
Podía ver los cuerpos borrosos y distorsionados a través del vapor y las paredes de la regadera, así que enseguida distinguí su traje de baño naranja –discreto el niño- y lo vi acercarse a la ducha de al lado. En seguida me di la vuelta, pues justo la pared que divide a ambas regaderas, se hace transparente.
De pronto pensé que era estúpido estar todo el tiempo dándole la espalda, pues sólo hacía más evidente mi vergüenza, así que decidí ese día no quitarme el traje de baño y ducharme con él. En cuanto di la vuelta, lo que vi fue increíble: Él parado bajo el chorro de agua, haciendo que sus cabellos despeinados le taparan por completo la cara mientras miraba fijamente al piso. Después del ejercicio, los músculos se hinchan, por lo que sus brazos se veían levemente definidos y su respiración seguía agitada.
No se cuánto tiempo estaríamos así, él disfrutando del chorro de agua y yo disfrutando la vista a través de una pared transparente. Como vi que tenía los ojos cerrados y no parecía tener intención de levantar la cara, bajé mi vista a lo que había podido ver de reojo y me intrigaba… No tenía el traje de baño puesto.
Era increíble; desproporcionado por completo. Cómo era posible que un chavito de esa estatura y complexión tuviera eso colgando entre las piernas?, no se cuántos centímetros ni quiero hacer un cálculo falso, sólo se que era muy grande y gruesa, aunque después sabría su tamaño real.
Estaba tan embelesado con lo que estaba viendo que sentí el rush de adrenalina recorrer todo mi cuerpo cuando escuché que le gritó a su amigo preguntándole si tenía shampoo.
Fue tal mi susto que brinqué y me di vuelta una vez más. Por el reflejo pude ver que levantó la vista de golpe y se me quedó viendo. Sin quitarme la vista de encima volvió a gritarle a su amigo que no le contestó; entonces, en un acto que aún no tiene explicación, tomé mi shampoo y se lo pasé por la puerta.
– Quieres?
– (Sorprendido) Si, gracias.
Tomó la botella y siguió bañándose. Yo terminé lo más rápido que pude y me salí antes que él. Me vestí más rápido de lo normal y salí al estacionamiento. Parecía que estaba huyendo de alguien, cuando en realidad era el miedo de lo que me estaba gustando.
Me subí al carro y me quedé sentado. Tomé mi celular y me puse a contestar todos los mensajes que tenía de mis amigos. Terminé, encendí el motor y me dispuse a salir del estacionamiento, pero justo afuera y parado a un costado del portón, estaba Daniel. Pasé despacio pues quería verlo de reojo, pero el subconsciente me traicionó y voltée a verlo directamente a los ojos, fue un instante, pero en ese mismo, le devolvió la mirada con una sonrisa.
Aceleré un poco y me fui.
Al día siguiente estaba dudoso de ir al entrenamiento, pero no había hecho nada de ejercicio el fin de semana y tenía que ir. Otra vez llegamos casi juntos pero esta vez no entró con la vista en el piso, sino buscando, y al encontrarse con mis ojos volvió a sonreír y se sentó dándome la espalda.
Al terminar el entrenamiento, sucedió exactamente lo mismo. Yo entré a la última ducha y él en la de junto. Una vez más se quedó con la vista abajo mientras yo admiraba todo su cuerpo y volvió a asustarme cuando me dijo – Ahora tu quieres?
La erección que yo tenía se bajó de inmediato y vi que me estaba observando con intriga, como sacado de onda. Me ofreció su botella de shampoo, tomé un poco, le di las gracias y se la regresé. Terminé de bañarme y al salir por el estacionamiento ahí estaba otra vez. Ahora lo vi directamente a propósito, pues pensé que así sabría si se había dado cuenta que lo deseaba de alguna manera. Si no me veía o me evitaba, era señal de que estaba molesto, pero si me sonreía, significaba que todo estaba bien.
Sonrió.
Así pasaron las dos semanas hasta hoy. Cada día era rutinario; a veces yo le ofrecía shampoo, a veces él, pero nunca dejó de quedarse mucho tiempo bajo el agua mientras yo lo veía sin que se diera cuenta.
En cuanto llegué al vestuario para cambiarme, se escuchó fortísimo un trueno y se soltó la lluvia de golpe. El entrenador nos pidió que no entráramos a la alberca a pesar de ser techada, y dijo que si los truenos seguían se cancelaría el entrenamiento, así que todos nos sentamos en la cafetería a esperar.
Coincidencia verídica: Cuando él subió, sólo había dos lugares vacíos; uno estaba a mi lado y en el otro recibía un chorro de agua desde el techo. Ahí fue cuando supe que se llamaba Daniel y que en dos días cumple 16 años. Lleva año y medio entrenando y va todos los días a la misma hora que yo. ¿Cómo es que nunca lo había visto?
Los truenos no se escucharon más y regresamos a la alberca. Todo siguió normal hasta llegar al estacionamiento y ver a Daniel parado bajo las goteras del techo esperando a que pasara el aguacero. Me acerqué y titubeando un poco le pregunté si iban a pasar por él. Me contestó que todos los días pasa su mamá por él, pero que le acababa de mandar un mensaje que saldría 3 horas más tarde de su trabajo y estaba esperando a que dejara de llover para poder bajar al boulevard y tomar un taxi.
– Quieres que te lleve?
En mi cabeza me preguntaba cómo había podido preguntar eso, pero sonrió de nuevo y abrió la puerta. Vivía al lado completamente opuesto de la ciudad, pero no me importó. Las calles estaban casi vacías porque de verdad que llovía fuerte. Llegamos en 15 minutos y me iba a despedir cuando empezó a granizar, entonces me dijo que era muy peligroso que me fuera así y que estaba muy lejos. Me invitó a su casa en lo que dejaba al menos de granizar.
Corrimos lo más que pudimos pero aún así nos empapamos. En cuanto cerré la puerta tras de mi, Daniel ya se había quitado la playera y corría subiendo las escaleras. Me quedé parado en la entrada sin saber qué hacer. Bajó rápido con dos toallas, una la frotaba en su cabeza y la otra me la ofrecía para que me secara.
– Pása.
Lo seguí hasta la sala y ahí se quedó en unos briefs ajustados que marcaban todo su paquete y un trasero bien redondito. Una vez más me cachó observándolo y me dijo:
– Por qué me ves como asustado?, mi traje de baño es del mismo tamaño y me has visto así todo el tiempo.
– Pero no estamos en la alberca. Estamos en tu casa donde si alguien llega puede malinterpretar lo que está pasando.
Inmediatamente se puso rojo desde el pecho hasta la cara y subió a ponerse una playera blanca sin mangas y un short igual de corto pero holgado.
Estuvimos platicando sobre nosotros, qué hacíamos y qué nos gustaba en música y películas. De pronto me preguntó si era casado. Me saqué de onda porque no estábamos tratando ningún tema personal, sino todo muy general, vaya, conociéndonos sin en verdad hacerlo. Le dije que “gracias a Dios todavía no”, y soltó una carcajada.
Aproveché para preguntarle si tenía novia y me dijo que no. Había salido muy mal en la secundaria y sus papás le prohibieron tener una hasta que mejorara sus calificaciones en la prepa.
El comentario me volvió a la realidad, pues me di cuenta que ahí estaba yo, un wey de 29 años esperando alguna señal de aceptación por parte de un chiquillo de 16.
– Ya no está lloviendo tan fuerte, me voy antes de que venga tu mamá y te regañe porque estoy aquí.
– Nah, no te preocupes, todavía faltan dos horas para que venga.
– Bueno, no importa, ya es tarde (me estaba levantando)
– Por qué me ves todos los días cuando me baño?
MADRES!, esa si no me la esperaba. Me quedé a medio parar, el corazón me latía muy fuerte y mi cabeza trataba de unir una respuesta lógica y creíble, por lo que solté una carcajada natural y pregunté:
– Y por qué si sabías que te veo, no hiciste nada para taparte o me dijiste algo?
Su cara fue de total sorpresa, justo como la mía hacía un momento al sentirme descubierto.
– Lo estoy haciendo ahorita.
– Pero por qué hasta ahora?
Agachó la cabeza y se quedó callado. Lo vi y sentí remordimiento, le había devuelto la pregunta sin que se lo esperara y lo había desarmado.
– Bueno, ya, no te preocupes. Prometo ya no volver a hacerlo, es más, si quieres te bañas primero y después yo.
– (Levantó la cara confundido) Yo sólo pregunté por qué me ves.
Ahora el desarmado era yo y la verdad dije “A la chingada”, si esto va a tronar, que sea de una vez. De una forma muy sutil, le dije que no entendía por qué me atraía él, su personalidad y su cuerpo.
Se echó hacia atrás con un suspiro como de quien se acaba de enterar de una noticia que aún no comprende, y eso era.
Me quedé en silencio unos segundos y me paré sin hacer ruido. Me iba a despedir pero lo vi con los ojos cerrados como tratando de comprender lo que le había dicho que mejor me di la vuelta y salí de la sala.
– Eres gay? – Me preguntó gritando antes de llegar a la puerta principal.
Me detuve y me quedé callado unos segundos, pensando si debía contestar o de plano irme de una vez.
– Bisexual – le contesté asomándome por el marco de la sala.
– Todos mis amigos han estado por lo menos una vez con otro wey y dicen que es buenérrimo.
– Que quieres que te diga?, no me puedo quejar.
– Lo has hecho con alguien más chico que tu?
Ok, definitivamente no había vuelta atrás. La idea de irme había desaparecido por completo. Me acerqué despacio como pensando mi respuesta y me senté a su lado. Se separó un poco y pensé que se iba a levantar pero se quedó.
– Si, algunas veces.
– Qué tan chicos?
– Unos 5 años menos el más chico, creo.
– Cuántos años me llevas?
De pronto pensé que podría estar sólo jugando y tratando de hacerme quedar mal, así que directamente le pregunté:
– A dónde quieres llegar Daniel?, por qué todas las preguntas?
Volvió a agachar la cabeza y se puso más rojo que antes. Las puntas de sus orejitas parecían a punto de estallar.
– Porque quiero saber si te gustaría hacerlo conmigo aunque sea 13 años más chico…
Si hubiera tenido una erección en ese momento me hubiera venido, y como ya estaba en el punto de “me vale madres”, le tomé las manos porque se las quería deshacer de tanto que se tronaba los dedos.
Levantó la vista sacado de onda en cuanto sintió mis manos y aproveché para acercarme a sus labios y por fin rosarlos. Sólo eso.
Cuando me estaba separando, me apretó las manos y ahora fue él quien se acercó a mi y me plantó un (no se su llamarlo beso). Eran sólo sus labios muy fuerte sobre los míos y su respiración muy agitada, así que lo tomé suavemente de las mejillas y lo separé muy despacio. Tenía los ojos cerrados y las mejillas sonrojadas. Levantó la vista y por primera vez nos vimos fijamente sin decir nada.
Cuando noté que su respiración se había tranquilizado, acerqué un dedo a sus labios y los toque suavemente como recorriendo cada milímetro. Poco a poco hice presión hacia abajo y abrió lentamente sus temblorosos labios. Fue entonces que me acerqué y lo besé tranquilo, sosteniendo sus manos para evitar un nuevo frenesí. Quería que sintiera un beso como Dios manda.
Aceptó temerosamente mi lengua que jugaba con la suya y se estremecía cada vez que mordía suavemente su labio inferior. Ya no sentía las ganas de soltarse así que dirigí mis manos a su cintura y el tiernamente me tomó del cuello.
Poco a poco nos acomodamos en el sillón quedando yo encima de él. Me encantaba sentir cada centímetro de su cuerpo con mis manos y sobre la ropa. Desde su rodilla hasta acariciar su oído con mi lengua. Él sólo se arqueaba y suspiraba muy fuerte cuando tocaba algún punto sensible.
Le quité la playera y él la mía. Esa piel de durazno era más suave de lo que me imaginaba, pero a la vez era firme al tacto. Sus brazos me volvieron loco. Eran más fuertes de lo que parecían y se marcaban más en su estado de excitación o el mío hacía que así los viera, no lo se.
Por fin llegué a sus shorts, la parte de su cuerpo que tanto me intrigaba por su tamaño. Se los quité y me sorprendí de que el muy cabrón se había quitado los briefs cuando se fue a cambiar, por lo que su pene en estado de semierección me dejó sacado de onda. No esperaba verlo de pronto.
Él estaba acostado por completo y con los ojos cerrados. Lo tomé con una mano y con la otra acariciaba sus pezones. Suspiraba largo y profundo, y su pene empezó a crecer, lo que tanto había esperado. Creía haberla visto más gruesa pero mi mano cerraba bien a su alrededor, lo sorprendente para mi era lo largo.
– Cuánto te mide? – le pregunté asombrado.
– Veinte! – me contestó entre suspiros – A veces casi 21.
Era la primera vez que tenía un pene de ese tamaño frente a mi, en mis manos y de un adolescente de 16 años. Su cabeza se asomaba por un largo prepucio lleno de venas gruesas y su pubis cubierto por apenas una fina capa de vellos que no se veían recortados, sino en crecimiento.
La acerqué a mi boca y no sentí ningún olor y al probarla tampoco sentí otro sabor mas que el de su líquido preseminal que salía a borbotones.
– Lubricas mucho – le dije con una sonrisa.
– Perdón – Me dijo sonrojado.
– No te preocupes, eso es bueno, MUY bueno.
Volví a recorrer cada centímetro de su pene y acariciaba suavemente sus testículos gruesos con un escroto que colgaba a buena distancia. Poco a poco y sin dejar de estimularlo, fui levantando sus piernas y acercando mi lengua a su hoyito rosadito que palpitaba y se cerraba cada vez que me acercaba a él. No hizo el intento de quitarse pero puso un poco de resistencia.
Recorrí con movimientos circulares los pliegues de su agujerito y poco a poco fue cediendo entre suspiros. Metí mi lengua un poco y pegó un respingo, pero en seguida se relajó y volví a intentarlo. Pronto saboreaba su interior mientras él se retorcía y gemía un poco más fuerte. Entonces intenté meter un dedo.
– No!
Se separó inmediatamente y del susto me bajó la erección.
– No quiero que me metas nada, no soy gay.
No quise ponerme a discutir el hecho del que estuviéramos en esa situación y después de haber saboreado ese hoyito adolescente, ya era o bueno, por fin estaba teniendo su experiencia GAY.
Volví a meterme su pene a la boca y cuando volvió a relajarse le pregunté “Entonces qué quieres hacer?”. No me contestó, lo que hizo fue darme la vuelta y dejarme a mi boca abajo. Titubeé un poco pero la idea de sentir el pene más grande que había tenido cerca de mi, me ganó y me dejé llevar.
Acercó su cara a mis nalgas y tal como yo lo hice, empezó a pasar su lengua por cada centímetro hasta llegar al centro que me empezaba a provocar oleadas de placer. Le pregunté si ya lo había hecho antes y me dijo que intentó una vez cuando tenía él 15 y ella 14, pero que ya desde entonces la tenía muy grande y por el dolor no lo dejó seguir. Por lo que me dijo, no llegó ni al himen pues era la primera vez de ambos y no sangró. Desde entonces sólo se masturbaba.
Me preguntó si me la podía meter. Lo pensé un segundo y le dije que lo intentaríamos, que nunca había estado con alguien con una tan grande y que la única condición era que tenía que hacer todo lo que yo le dijera. Me dijo que si pero que no intentara meterle nada a él. Trato hecho.
Me puse en posición de perrito y le dije que se acercara y colocara la cabeza de su pene en mi agujerito pero que no se moviera, que no hiciera nada más, yo trataría de meterla a mi paso. Me preguntó si tenía condón y le dije que no, porque en verdad nunca pensé que esto pasaría. Vi que dudó pero abusé de su inexperiencia para decirle que en la primera vez no pasaba nada. Yo no tenía nada que perder pues sabía que estaba sano y yo no soy una persona promiscua en realidad, por lo que además de saberme seguro por ese lado, me hago exámenes cada 6 meses tenga o no pareja, pues me gustan los tatuajes.
– Ok – Me dijo y fue todo lo que necesitaba.
Volvió a poner la punta de su pene en mi entrada y con un poco de presión de mi parte, empezó a entrar muy, muy lentamente. Me dolía a morir a pesar de sentirme bien dilatado, por lo que antes de que entrara por completo la punta, me detuve. Él instintivamente empujó su cadera y metió la cabeza.
Pegué un grito que hubiera despertado a los vecinos si no estuvieran tan lejos. Me pidió mil disculpas e intentó separarse, pero como pude lo agarré de una nalga. “Quédate quieto nada más, no te muevas, déjame a mi”. Con miedo me dijo que si y respiré profundo tratando de calmar el dolor y relajarme. Cuando sentí que cedió un poco, hice presión nuevamente y entró más fácil y rápido.
Suena exagerado, pero la sentía interminable. El anillo de mi anito sentía como entraba cada milímetro, hasta que sentí un leve dolorcito en el estómago. Literalmente sentí como llegó al final del intestino golpeando la pared superior, pero lo más excitante fue sentir sus testículos contra los míos.
Suspiré al sentirla toda dentro y él pareció relajarse un poco. Le dije que se inclinara sobre mi espalda y su cara quedó a la altura de mi oído. Podía escuchar esa respiración agitada y llena de excitación, lo que de verdad me ponía a mil. Empecé a mover mi cadera en círculos y me estremecía cada vez que tocaba mi próstata. Era la primera vez que alguien llegaba a ella y empezaba a brotar semen de mi pene, por lo que lo detuve y le dije que fuéramos a su cuarto. Cuando la sacó lo hizo de golpe y esa sensación de vacío me hizo quererla de nuevo dentro YA!, pero mi razón pudo más y limpié el sillón, recogimos la ropa y dejamos la sala como si nada hubiera pasado.
Cuando llegamos a su cuarto, Daniel se dio cuenta que tenía sangre en su pene y se asustó. Le dije que se calmara, que no pasaba nada, sólo que era grande y era normal que a veces el ano sangrara un poco. Se metió al baño y escuché la regadera, así que me metí con él y lo ayudé a limpiarse. Ahí volví a chupársela mientras el acariciaba el ano otra vez pero ahora con sus dedos.
Cuando salimos se tiró rápido en la cama y se puso en la misma posición que en el sillón, esperando a que yo me pusiera frente a él de perrito, pero ahora quería verlo. Quería ver la cara del niño que metería por si mismo su pene en mi ano para por fin perder él su virginidad.
Así que cuando me acerqué a él, me acosté boca arriba, acomodé una almohada bajo mi espalda y levanté mis piernas. “Puedo?”, me preguntó con la mayor inocencia pero con un rubor de excitación en su cara. “Despacio nada más”.
Lo ayudé a ponerla en dirección y sentí su cabeza rozar mi dilatado ano. Presionó un poco y entró la punta por completo. Suspiré de gusto y solté un gemido involuntario. Otra vez se asustó pero le dije que estaba bien, que me estaba gustando, era eso. Y pareció excitarle demasiado porque la metió toda de pronto. Volví a gemir esta vez con una mezcla de dolor y placer al sentirla llegar hasta el fondo de mi. Se detuvo un instante y comenzó a pellizcarme los pezones. Para mi son super sensibles, así que de la excitación empecé a moverme y él lo entendió perfectamente pues empezó a acelerar sus caderas y a hacerme ver las estrellas.
De pronto perdió el control. Estaba tan excitado que perdía el ritmo y terminó saliéndose en uno de sus movimientos. Lo tomé de la cara y lo jalé hacia mi para darle un beso y con mi lengua bajé hasta se cuello y volví a subir hasta su oído ahí le dije en un susurro “Tranquilo”, y se estremeció.
Tome de nuevo su pene y lo metió suave pero a buen ritmo. Con mis manos en su abdomen empecé a dirigir la velocidad. Conforme empezaba a sentir el roce de su pene con mi próstata, dejaba que siguiera su propio ritmo, pero parece que aprendió rápido, porque empezó a fijarse en qué momentos me retorcía de placer y repetía los movimientos una y otra vez. De pronto me la metió hasta el fondo y con la misma presión empezó a hacer círculos con su cadera.
Grité de gusto como nunca y hasta ahora he gritado. Fue una sensación increíble, podía sentir los chorros de semen que salían de mi pene sin tocarlo. Lo hacía con fuerza y muy adentro. Yo acariciaba sus brazos, los sentía centímetro a centímetro.
Una gota de sudor cayó sobre mis labios y la limpió con un beso lleno de pasión. Después bajó a mis pezones y comenzó a morderlos suavemente y después con fuerza. Ahí por fin tuve el más maravilloso orgasmo de mi vida. Mis contracciones no eran como las que había tenido en otros y mi pene no dejaba de soltar chorros de semen.
Con cada contracción apretaba mi hoyito y esto lo volvió loco, aceleró sus movimientos mientras me hacía ver las estrellas y sentí el calor de su primer eyaculación en el culo de alguien. Con cada disparo intentaba meterla aún más, por lo que podía sentir los 20 centímetros como si fueran parte de mi.
Soltó un grito al terminar de soltar su semen en mi cuerpo y se tiró sobre mi. Cuando quiso sacarlo lo detuve. Esto nunca lo había hecho con nadie y quería tenerla dentro de mi el mayor tiempo posible y sentir como perdía su dureza hasta sentirla suave en mi interior.
Para mi sorpresa tardó mucho tiempo con el pene completamente erecto, pero no parecía tener intención de iniciar otra faena, más bien se veía satisfecho, contento. Levanté sus cabellos despeinados y le di un beso. Y de pronto lo sentí, eso que nunca voy a olvidar. La deliciosa sensación de un pene que pierde su erección dentro de ti después de una excelente noche de sexo.
Nos volvimos a besar con mucha, mucha pasión pero vimos la hora y su mamá estaba por llegar, así que nos metimos a bañar y cada uno disfrutó del cuerpo del otro. Me vestí y me fui.
Inmediatamente empecé a sentir culpa, no se por qué. Bueno, si, por mojigato, pero en eso me alcanzó antes de prender el carro y metió medio cuerpo por la ventana. Me dio otro beso riquísimo y me dijo “Gracias, pero esto no pasó, sale?” – Trato hecho, le dije.
Al día siguiente llegó poco después que yo al vestuario y no me volteó a ver, es más, evadía mi mirada. Recordé lo que me había dicho y me dije a mi mismo que tenía razón, era lo mejor que “nada hubiera pasado”, así que me dediqué al entrenamiento.
Al llegar a las duchas volví a la misma de siempre y él a la de junto. Abrió la regadera, se quitó el traje de baño, agachó la cabeza y se quedó bajo el chorro de agua, como siempre, pero ahora con una erección.
Espero sus comentarios!
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