Confesiones de un verdugo
Un joven africano relata su encuentro con un prisionero especial. .
Mi nombre no interesa. En la milicia me conocían como Ukuhlaba Inyama, que en mi dialecto significa Carnicero. No me dedicaba a la gastronomía, el apodo (que se reducía a Uku) me lo habían puesto por mi crueldad al interrogar a los prisioneros. En mi país vivimos en guerra desde que nacemos. Aprendí a manejar un arma antes de cumplir 8 años. Y maté por primera vez a los nueve. Así que no podía sorprender que a los 15 ya fuese un asesino de masas. No me juzguen por eso. Tengo veinte años, pero parece que tengo cien.
Aprendí de auténticos maestros de la crueldad. Admito que a veces, el sufrimiento de mis víctimas, me excitaba sexualmente. Ustedes dirán que soy un sádico. No me importa.
Había literalmente destripado a varios cuando me llamaron para intervenir en el caso que quiero relatar. Eso fue exactamente hace tres años, por eso (y por otro motivo, ya verán) necesito contarlo.
Se trataba de un chico sueco que había sobrevivido a un ataque de uno de nuestros comandos. Tenía 14 años, era un rubio hermoso y sería un buen punto para nuestro ejército de liberación tener un blanco en nuestras filas. Había que convencerlo, por las buenas o por las malas, de integrarse a nuestra milicia. Y si no aceptaba, pues lo matábamos y ya. No íbamos a desperdiciar una ración de comida en un prisionero. Nosotros no tomamos prisioneros (excepto algunas mujeres y niñas, que son nuestras esclavas sexuales hasta que se vuelven viejas y las matamos). Como sea, no me daban mucho tiempo.
Hasta el momento lo habían tratado inusualmente bien. El chico se llamaba Gustav y sabía nuestro dialecto porque sus padres eran misioneros evangélicos en nuestro país. Él había nacido aquí.
Estos datos me los dio el jefe.
_ Uku, intenta convencerlo rápido. Si ves que el chico no cede, puedes cortarlo en pedazos, ya no nos sirve para nada.
_Descuide, jefe. Pronto será uno de nosotros _dije, aparentando una seguridad que no tenía.
_Está en el sótano. Todavía no le hemos hecho nada. Tiene suerte.
Bajé al sótano del barracón donde nos alojábamos. Llevaba una mochila con mis herramientas de trabajo. Así las llamo.
El joven estaba sentado en una silla (un privilegio insólito). Lo vigilaba Mika, uno de nuestros chicos de 12 años.
_¡Me quiere hacer cristiano!_ me dijo Mika, riendo.
El chico rubio me miró. ¿Qué puedo decir? No creo en eso de la raza superior, es una estupidez, la belleza está en todas las razas. Sin embargo, tengo que reconocer que me impresionó. Tenía el cabello corto y los últimos incidentes se le había desordenado, pero seguía muy presentable. Sus ojos eran de un azul verdoso o de un verde azulado. Cuando nado en las aguas profundas, recuerdo esa mirada suya. Sus rasgos eran delicados, casi femeninos. Vestía una camiseta sin mangas blanca, muy sucia, y unos shorts azules. Todavía llevaba sus zapatillas. Estaba muy delgado. El jefe me dijo que había devorado la comida que le dieron.
Gustav se puso de pie y se presentó, como si estuviese recibiendo a un nuevo fiel para su templo.
_ Mira, chico, aquí no perdemos tiempo en formalidades. Además, estás sucio y transpirado. Vas a darte un baño y después hablamos.
Gustav se desconcertó, pero obedeció. En un rincón del sótano hay un caño oxidado, en lo alto de una pared, que usamos para bañarnos cuando apestamos a sudor, pólvora y sangre. Uno de los prisioneros que había pasado por mis manos sabía de plomería y nos hizo el favor a cambio de lo único que le podíamos ofrecer: una muerte rápida, sin torturas ni mutilaciones, y enterrarlo para que los animales carroñeros no se lo comieran.
Me causó gracia que Gustav doblara su ropa y la pusiera sobre la silla, como un niño obediente en casa de sus padres. Pero ver su cuerpo desnudo me dejó sin aliento. Había visto alguna vez estatuas griegas (en ese momento no sabía que eran de Grecia) y este chico era tan perfecto como aquellas. Mika también estaba impresionado, y no había que ser un genio para darse cuenta que la vista del muchacho desnudo lo estaba excitando.
_Deja de mirar y ayúdalo, Mika. Enjabónalo bien. Especialmente su trasero_ agregué con malicia.
_Me puedo enjabonar solo, señor_ dijo Gustav.
_No. Tenemos que asegurarnos que no llevas nada escondido. ¡Asegúrate de eso, Mika!
_¡Sí, señor!_ dijo Mika, contento de tener la oportunidad de manosear el cuerpo del prisionero.
Me crucé de brazos, con gesto aburrido, pero me divertía ver cómo Mika metía sus dedos en el agujerito de Gustav.
_¡Oye, eso no es correcto!_ protestó el chico rubio.
_¡Cállate! ¿Revisaste bien, Mika?
_No, señor. Tengo que profundizar_ dijo sonriendo. Y penetró con dos de sus dedos al chico, que no pudo reprimir una queja.
_¡Asegúrate bien, Mika! ¡No quiero sorpresas!
Mika deslizaba sus dedos aprovechando la lubricación del jabón. Era evidente que se estaba aprovechando del muchacho. Justamente, esa era la intención.
Gustav estaba indignado. Le arrojé una toalla que solo usábamos en ocasiones especiales.
_Mika, llévate eso y quémalo_ ordené.
_¡Es la única ropa que tengo!_ protestó el prisionero.
_Ya no la necesitarás.
Y en eso no le mentí.
_Ven aquí.
El chico se paró en donde le dije. Entonces advirtió que de la viga del techo colgaban sogas.
_ Levanta los brazos_ le ordené.
Habitualmente ato a mis prisioneros de tal manera que apenas puedan apoyarse en la punta de sus pies. Eso me facilita el trabajo de ablandarlos. Pero esta vez dejé que sus pies (qué belleza) se apoyaran firmes en el suelo y lo amarré por los tobillos.
_Quiero que me escuches atentamente_ le dije, jugando con su pelo mojado_ Voy a darte una gran oportunidad. Serás el primer hombre blanco del comando. Al principio, no tendrás que pelear. Solo te tomaremos fotos con nuestro uniforme y con nuestras tropas. Será un poderoso mensaje al mundo. Sabemos cómo son ustedes los adolescentes europeos: descontentos, rebeldes, aventureros. ¡Vendrán en masa a combatir por la liberación de mi pueblo!
_No quiero ser usado para la propaganda bélica, señor. Soy pacifista.
Lo tomé por las mejillas.
_No me estás escuchando. ¿Te opones a que nos libremos de este gobierno corrupto?
_¿Liberarse matando a mis padres y a mis hermanos?
Noté que se emocionaba. Su familia había sido afortunada. Una ráfaga de ametralladora los mandó al otro mundo. Es verdad que después hubo mutilaciones, nos divierte hacerlo con los aldeanos. No los matamos, pero dejamos claro que es mejor que nos tengan miedo. Un hombre sin brazos es muy convincente.
_Con sus celebraciones, confunden a nuestro pueblo y los alejan de los ideales patrióticos. Colaboran con un gobierno corrupto.
_No sé nada de política, señor. Pero no me voy a unir a su banda.
Acerqué una mesa y allí fui colocando mis cuchillos, navajas y látigos.
_Aquí no tienes muchas opciones, chico. ¿Con qué empezamos?_ observaba de reojo el terror del muchacho al verme dudar entre un estilete o un cuchillo de caza._ Creo que esto será mejor…
_¿Una pluma de ave?
_No es una pluma cualquiera.
Al darse cuenta de que sus axilas, lisas como las de una estatua, estaban totalmente expuestas se puso serio. Pero el chico era muy ignorante de la anatomía humana. Hay cosquillas en varios lugares del cuerpo y generan un descontrol nervioso. Recuerdo un interrogatorio a un chico de 11 años. Yo tenía solo 13 años pero literalmente, lo maté haciéndole cosquillas. Fue una sesión de cuarenta minutos, el chico no resistió y tuvo un colapso. Al jefe le divirtió ver como el chico reía y lloraba a la vez, pidiendo que parara.
_Me gustará verte reír.
Empecé por su abdomen, que parecía hecho de seda. Intentó defenderse, pero las ataduras se lo impedían. Finalmente, no pudo evitar reírse y fue como ver a un dios. Tenía una sonrisa encantadora. Luego me ocupé de la parte interna de sus muslos, de su pubis, de sus axilas, de su cuello. Lo tenía totalmente bajo control, y ya había empezado a lagrimear.
_Por favor, no siga…
Seguí unos minutos más. Cuando me detuve, el chico estaba al borde de la hiperventilación.
_¿Lágrimas? ¿Por una pluma de ave? ¿Y que pasará cuando empiece con la navaja?
El chico me miró aterrado. Una lágrima surcaba su mejilla. La tomé con un dedo y la introduje en su boca.
_¿Salada? Hoy vas a degustar otros manjares. ¿Lo has pensado mejor?
_Lo siento, señor. No voy a hacerle propaganda a la guerra. Eso está mal.
_¿Depende quien lo haga, no es cierto? ¡Ustedes, cristianos, mataron a millones de hermanos míos! ¿Y eso estuvo bien?
_No, nunca está bien eso.
Lo observé. El chico estaba recuperando el aliento, después de la sesión de cosquillas.
_¿Cuantas veces al día te masturbas?
_¿Qué?
_ Pajas. ¿Qué edad tienes? ¿Catorce? Debes ser un tremendo pajero.
_No sé de qué habla.
_No me digas que no sabes para qué sirve esta cosita_ le dije, acariciando su pene.
_¡No haga eso!
_¿Te gusta, eh?_ supongo que habrá intentado resistirse mentalmente, pero mis caricias lo derrotaron y el chico tuvo una linda erección. Corrí la piel de su prepucio y le hice unas suaves caricias.
_No respondiste a mi pregunta, niño. ¿Cuántas?
_¡Nunca!_ dijo, casi en un gemido.
_Una vez masturbé a un hombre durante horas. Finalmente, se desmayó. Se despertó cuando sintió que lo estaba castrando. Pero bueno, ya se había sacado las ganas para siempre, ¿no te parece?
_No hable de esas cosas.
Reinicié la masturbación. Si era un chico sin experiencia, no iba a aguantar mucho. Pero yo sabía cómo pajear a un muchacho e impedirle que eyaculara. Trucos del oficio. También sé lo que se siente. Es insoportable.
El chico gimió, así que usé la técnica del apretón.
_¿Cómo se siente?
_No me gusta, señor. Por favor, deténgase.
_Estoy evitando que alcances el clímax. Pero eso ya lo sabes. ¿En serio nunca te hiciste una paja?
_Nunca, señor.
_Pero habrás tenido algún sueño húmedo.
Se puso colorado.
_Eso no es pecado.
Solté la carcajada.
_¿Y por qué se siente tan rico?
_Dios nos dio ese placer para el matrimonio. Para tener hijos. ¿Por qué se ríe así?
_¡Porque eres muy gracioso, muchacho! Bueno, te voy a hacer tus primeras pajas, así que disfrútalas.
El chico se resistía, lo que a mí me excitaba más. Le hice una paja cariñosa, pero dejé que eyaculara. Para mi sorpresa, a pesar de su pubis lampiño, el chico disparó una buena carga.
_Siete disparos y cuatro espasmos… ¡Se habrá sentido bien!
El chico respiraba agitadamente.
_Eso que acabas de sentir se llama orgasmo. ¿Vamos de nuevo?
Movió la cabeza, negando. No soy idiota, sabía que Gustav necesitaba un tiempo para recuperarse. Pero yo ya estaba caliente. Puse mis labios sobre los suyos.
_Besarse no es pecado_ le dije.
No tengo idea de si lo es o no, pero metí mi lengua en su boca y comencé a darle lo que ustedes llaman un beso francés. No respondía, pero igual lo disfruté. Mantuve mi boca contra la suya hasta que empezó a toser.
_Si no respondes a mi beso de amistad, no creeré que vienes en son de paz.
_No sé cómo hacerlo.
_¡Haz lo que yo hago!
Torpemente, lo intentó. Mientras lo besaba, le acariciaba las nalgas.
Hice una pausa. Le di de beber, aunque ya había tragado una buena dosis de mi saliva. Luego me desnudé. Estaba muy excitado y ya me dolía la erección. Observó mi gigantesco miembro y luego apartó la mirada.
_¡Mucho más grande que el tuyo, blanquito! ¡Y solo te llevo tres años! ¿Estás bien?
_Por favor, señor, entrégueme a la embajada de Suecia. Prometo no contar nada de todo esto.
_¡Pero si recién estamos empezando!
Me puse de rodillas y empecé a mamársela. Era como lamer una rosada paleta de helado, pero estaba bien. Lo sometí a una sesión experta. El chico tardó bastante y solo eyaculo unas gotas, pero el orgasmo lo estremeció.
_Ultima oportunidad, pequeño. ¿Te pones el uniforme y te sacas unas fotos, mostrando al mundo esa hermosa sonrisa o tendré que hacerte daño de verdad? Me estoy encariñando contigo y eso no es bueno para el trabajo.
_¿Es tan importante? ¡Solo tengo catorce años! ¡No le hago mal a nadie!
_Es muy importante. No eres tonto. ¿Sí o no?
_Lo siento, señor, pero no.
_Una lástima. Haremos un último intento de convencerte. Si no lo consigo, sabrás por qué me dicen el carnicero.
Comencé a comerle el culo. Tenía que lubricarlo bien, porque pensaba divertirme un rato antes de ejecutarlo. Después, le metí los dedos. Cuando ya se deslizaban con cierta fluidez, lo penetré. El chico gritó de dolor, pero ya no me importaban sus sentimientos. Solo tenía una idea más, mientras lo empalaba y sentía la calidez de ese cuerpo virgen.
Cuando sentí que me venía, saqué mi miembro de su cuerpo tibio y delante suyo, eché mis chorros de semen en el vaso donde le había dado de beber.
_¡Abre la boca!
Obedeció dócilmente. Su voluntad ya estaba quebrada. Le hice tragar mi leche. Quiso vomitar, pero le cubrí la boca para asegurarme que el semen caliente bajara por su garganta. Su mirada ya estaba perdida.
_Veamos cuanto tardo en correrme por segunda vez.
Tardé bastante y mientras lo follaba, le hice su tercera paja. Sus gritos se convirtieron en gemidos apagados. Finalmente me corrí dentro suyo. Su pene palpitante, alcanzó su tercer orgasmo, esta vez seco.
Se derrumbó, tal vez por el agotamiento o el estrés. Las sogas evitaron que se cayera.
Cuando tenía catorce años participé en el desollamiento de un traidor. Es una tortura especialmente dolorosa y sangrienta. Los trozos de piel del traidor fueron cosidos. Después, ya desollado, lo arrojaron sobre un enorme hormiguero. Esa noche tuve pesadillas. ¿Quería guardar de recuerdo tiras de esa piel suave que tanto placer me había dado? Podía cortar un triángulo, abarcando las caderas y el pubis, una zona especialmente suave. Lo usaría de almohada.
_Señor, por favor…
_¿Por favor, qué? ¿No has tenido bastante placer? ¡Eres insaciable, Gustav! Ahora llegó la hora del dolor.
El chico lloraba. El llanto le deformaba la cara y las lágrimas caían a torrentes. Después de todo, solo era un niño asustado. Podría haber estado horas torturándolo. Ya lo había hecho antes. Una vez torturé a un adolescente de otra tribu durante tres días, hasta que finalmente logró morir. Los dos teníamos la misma edad: dieciséis.
Pero tuve que reconocer que admiraba al muchacho. Su belleza y su valentía merecían un reconocimiento. Tomé su cabello rubio, levanté su cabeza para dejar expuesto su cuello y de un solo tajo, lo degollé. Murió sin darse cuenta.
Me las ingenié para darle sepultura. Cuando lo eché en el hoyo, parecía un ángel que se ha quedado dormido. Lo cubrí de tierra y hojas. Traté de olvidarlo, pero no pude.
La guerra sigue. ¿A quién le venderían ustedes sus armas si no fuera así? Algunos días, la victoria parece estar cerca. Otras, retrocedemos. En las noches, alguna vez, he pensado que hubiese sido agradable tener de compañero a Gustav. Pero él no lo habría soportado. Era incapaz de hacerle daño a nadie.
Tengo que dejarlos. Estamos sitiados. Tal vez, una ráfaga me alcance y vea que hay del otro lado de este mundo violento y corrupto. Si hay algo, me imagino quien estará allí.
Como un príncipe.
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