Crónicas de un Macho Pervertido (1)
Conociendo al Pequeño Marquitos….
Mi verga entraba y salía con fuerza por ese delicioso coñito peludo, sintiendo como me escurría de todos esos viscosos jugos vaginales. Mi puta gemía muchísimo, estremeciéndose acostada boca arriba sobre las sudadas sábanas de su cama, viéndome fijamente con una inconfundible mirada de deseo. Yo desde arriba contemplaba su pálido y delgado cuerpo, y como su largo y lacio cabello negro se extendía por sobre las almohadas blancas; mientras su cabeza daba topes contra la cabecera, pues mis embestidas eran cada vez más rápidas y toscas. Ella se masajeaba sus redondas y respingadas tetitas, excitadísima; en lo que yo la sujetaba por los muslos y la mantenía bien abierta de piernas para bombearle muy duro su jugoso coño.
Llevábamos follando así largo rato; por lo que yo al fin me corrí dentro de ella, soltando toda mi leche viril en sus entrañas vaginales sedientas de semen. Cuando largué mi último chorro espeso de esperma dentro de su vagina, se la saqué del todo y le restregué mi gran glande sobre su velludito ‘Monte de Venus’ (me encanta ver el contraste de su tez blanca contra mi verga trigueña). Luego me acosté a su lado, todo sudado y apestoso, que mis pelos corporales se pegaban a mi piel morena. Y en eso mi flaca se giró en la cama, se recostó boca abajo sobre mí torso y comenzó a comerme la boca a besos; que nuestras lenguas parecían luchar entre ellas. Y cuando se detuvo ya más calmada de su lujuria para conmigo y mi carne, me dio los buenos días; ya que esa cogida había sido el mañanero posterior a una noche llena de mucho más sexo y eyaculadas en su boca, culo y por supuesto coñito.
Esa fue la primera noche en que me quedé a dormir con ella en su casa. Normalmente solemos tener nuestros encuentros en algún motel, mi carro u otro lugar público donde logro seducirla hasta el punto que la follo sin importarnos si nos encuentran. Y justo en lo que mi puta me decía que iba a hacerme el desayuno, su celular sonó. Era una llamada de su trabajo, que a pesar de ser sábado la necesitaban con urgencia, a lo que no se pudo rehusar. De inmediato se puso como loca, tratando de alistarse a los apuros, viniendo del baño al cuarto, poniéndose prendas de ropa y dejando tiradas otras por todo el piso de la habitación. Ella estaba atareada y complicándose de gusto, diciendo que no podía dejar solo a su pequeño hijo y que ni su hermana o vecina le contestaban para hacerle el favor de cuidar a Marquitos.
A este punto sería bueno mencionar que yo soy un hombre de 47 años, casado y con hijos, y que ella, mi flaca, es más joven con 31 y es madre soltera de una niño de 5 años. Y que ella lleva ya varios meses siendo mi amante; pero apenas ayer conocí a su hijito.
Entonces le dije que no se preocupara, que yo me podía quedar con el pequeño esa mañana, que no era ningún problema para mí y que se fuera tranquila a su oficina el tiempo que fuera. Ella lo dudó un poco, pero no tuvo más remedio que aceptar y con ello me empezó a recitar una retahíla de cosas que yo tenía que tener presente para cuidar a su niño. Yo hice como que la escuchaba y a todo lo que decía le contestaba con un: “ajá” o “sí, está bien”; en lo que me levantaba de la cama y me dirigía al baño. Entré, levanté la tapa del inodoro, retraje un poco el prepucio de mi gruesa verga y solté mi poderoso chorro de orina amarilla directo en el tazón del servicio, sintiendo un gran alivio. Cuando acabé y me sacudí hasta la última gota, me puse mi trusa blanca; una que me quedaba muy ajustada y corta, que hasta se me escapaban los pelos púbicos por el elástico y los costados, por lo que creo que era de alguno de mis hijos; pero como fuera, fue una suerte que me la haya puesto, pues al salir y regresar al cuarto me topé con que Marquitos me esperaba sentadito sobre la cama con la televisión encendida.
Su madre la había despertado y traído al cuarto, mientras terminaba de arreglarse y en lo que me vio salir me dijo un par de cosas más; luego me dio un beso agradeciéndome y diciendo que no tardaría mucho, y después se dirigió a su pequeño y le hizo prometer que sería un buen niño, muy obediente y bien portado. Yo de ahí volví a la cama y cuando me quise cubrir con las sábanas, Marquitos no me dejó, ya que se había recostado a mi lado, acurrucándose bajo uno de mis brazos y con su cabecita apoyada en mi pecho a modo de almohada, y así se quedó quietecito viendo ido las caricaturas de la tele.
Yo francamente me sorprendí por la pronta confianza que Marquitos parecía tener conmigo, puesto que tenía poco de conocerme. Ayer en la tarde apenas y pasé unas cuantas horas con el pequeño y su mamá juntos los tres; pero sí noté que el nene era muy dulce y dócil, y creo que podría decirse que desesperado por afecto masculino; por lo que creo que él veía en mi esa figura paterna que nunca había conocido. Entonces, al tiempo que oía a la madre marcharse, yo me acomodé mejor y puse mis brazos tras la nuca, olvidando que estaba todo traspirado y sucio, y que mis sudados sobacos de esa manera soltaban más mi fuerte hedor a macho.
El niño giró su cabecita y vio primero mi axila peluda y luego a mí, en lo que me habló:
– ¿Por qué eres tan peludo?
Y él se volteó del todo, quedando de rodillas hincadito en la cama a mi lado. Yo por unos segundos dudé en que decirle, hasta que me decidí en ser directo a pesar de su corta edad.
– Porque soy hombre y los hombres somos peludos. Algunos más que otros. —Y le sonreí- Yo como ves, soy de los que son muy peludos.
– ¡Sí, pareces un oso!
El nene me devolvió la sonrisa en su tierna carita. La verdad es que Marquitos es un pequeño precioso, con el cabello corto, ondulado y castaño claro a diferencia del de su madre; pero igual que ella, él es blanquito, menudito y tiene unos hermosos ojos miel con largas pestañas.
Ahí el niño pasó una de sus manitos por sobre los pelos de mi pecho, acariciándolos con expresión pícara, como si haber hecho eso sin mi permiso fuera una travesura.
– ¿Te gustan mis pelos, bebé?
– ¡Sí, mucho! Son suavecitos como de peluche…
Y con eso último, el pequeño comenzó a pasar sus dos manitos por todos los rizados vellos negros de mi pecho y panza, como si aquello fuera un inocente juego. Pero extrañamente para mi cerebro eso fue algo muy morboso, que sentí como si mi verga quisiera despertarse, y sin pensarlo me dejé llevar por una nueva perversión y proseguí:
– Sabes, si te frotas contra mis pelos es más divertido y vas a sentir bien rico.
Obviamente el inocente Marquitos no tenía idea a lo que yo me refería y me lo preguntó. Así que yo le dije que podíamos jugar algo secreto y muy especial, sólo entre él y yo; pero que no podía decirle a su mamá ni a nadie o no podría jugar. Por suerte su curiosidad infantil y la necesidad de no querer perderse un nuevo juego, hizo que el pequeño aceptara. Entonces le dije que tenía que quitarse el calzoncito que llevaba puesto. Por supuesto el niño titubeó en silencio, nunca antes un hombre le había pedido eso, seguramente él sólo se desnudaba con su mamá.
– No tienes que sentir vergüenza. —Y acaricié una de sus tersas mejillas- Tú sabes que yo ahora estoy con tu mami, por lo que soy como tu papá; así que está bien, no pasa nada.
– Está bien…
Con eso lo logré convencer. Marquitos se bajó su prenda íntima, azul con dibujitos de carritos, y yo le ayudé a quitársela del todo; quedando sólo con la corta camisetita celeste de tirantitos y debajo nada, dejando expuestos sus lampiños y tiernos genitales infantiles.
Yo lo subí a mi torso, entre mi pecho y estómago, y él con las piernitas bien abiertas para poder montarme; por lo que sus bolitas y culito quedaron justo sobre mis vellos. Después le dije que se moviera de adelante atrás, frotando sus partecitas para que sintiera el rico roce de todos mis pelos de macho, justo entre su suave perineo y apretaditas nalgas.
Sé que al nene le empezó a gustar aquello, pues cada vez él solito lo hacía con más entusiasmo, sintiendo mis pelos en sus partecitas y anito, y seguramente experimentando por primera vez sensaciones en su entrepierna que nunca antes había sentido y menos con sólo 5 añitos.
– ¿Te gusta, bebé? ¿Verdad que sientes rico ahí abajito?
– Mmmm… ¡Sí! Mmmm… ¡Siento cosquillitas!
El pequeño me respondió casi entre leves gemidos y con los cachetitos ruborizados; en lo que frotaba más su culito contra mi torso y se sujetaba con ambas manitos de mi pelo en pecho. Yo evidentemente ya tenía la verga durísima a más no poder; que aquella trusa blanca apenas y podía contener toda mi carne viril, sacudiéndose con tal ferocidad bajo la ya mojada tela, que por un momento pensé que reventaría el elástico. Y con todo esto mi morbo llegó al extremo de la depravación, que sin detenerme a pensar continué con mis engaños:
– Sabes bebé, si te frotas más abajo vas a sentir todavía más sabroso.
Marquitos me quedó viendo, quizás contemplando la idea; pues seguramente él ya estaba sintiendo muy rico, que no podía imaginarse cómo sería algo más placentero que eso. Claro que el inocente niño terminó aceptando mi perversa propuesta sin saber el trasfondo; pero en lo que descendió por mi panza peluda para llegar a mi entrepierna, sus nalguitas se toparon con aquello enorme y sumamente duro. Entonces el pequeño se volteó para mirar que era eso y al no entender lo que vio, me preguntó:
– ¿Qué es eso duro que tienes guardado ahí?
Yo me quedé unos segundos callado, buscando la manera de explicarle mi erección para que él quisiera seguir jugando más.
– Eso bebé, es algo que tenemos todos los hombres. Se llama verga y se pone así de grande y dura cuando queremos jugar con mujeres…o niños lindos como tú.
– ¿Entonces es un juguete?
– Sí, se puede decir que sí. A tu mami le encanta jugar con mi verga. ¿Tú quieres probar?
– ¡Sí! ¡Yo también quiero jugar como lo hace mi mami!
El ingenuo niño estaba entusiasmadísimo con la idea y yo aún más, que mi verga se sacudió sola, escapándose por unos de los costados de la trusa; saltando por los aires y quedando bien erguida en todo su máximo esplendor, más de 20cm de carne masculina.
– ¡Oh! Tu ‘verja’ es muy grandototota…
– No es verja, bebé. Se llama verga y sí, la tengo enorme. —Y aproveché para quitarme del todo la trusa y dejar cómodos todos mis genitales frente al pequeño- ¿Te gusta?
– ¡Sí! Y aquí tienes muchos más pelos…ji, ji, ji… —Y señaló mis pelos púbicos.
El adorable de Marquitos ya estaba tocando toda mi hombría. Sujetaba mi verga con sus dos manitos y la manipulaba como si en verdad se tratara de un nuevo juguete especial para él. Maravillado por mi tupida mata de pelos también comenzó a tocarla, pasando sus deditos entre mis vellos negros, enredándolos y frotándolos con una expresión divertida en su carita.
– Me gustan mucho tus pelitos…ji, ji, ji…
Luego volvió a pasar sus manos por todo mi venoso tronco, subiendo y bajando el prepucio de manera instintiva una vez que descubrió que se podía. Sus deditos blancos no podían rodear todo el grosor de mi verga; pero se veían tan tiernos en contraste con lo oscuro de mi gordo leño. Y cuando llevó sus manitos a mi gran glande y lo empezó a toquetear y me acariciaba justo en el mero frenillo, yo me estremecía de pies a cabeza resoplando de gusto.
– ¡Tu verga es pegajosa! ¿Por qué?
– Porque cuando juegas con ella suelta ese juguito. Pruébalo, te va a gustar.
– ¿Se come? ¿De veras…?
– Sí, claro que sí bebé. A tu mami le encanta.
Entonces el ingenuo niño se llevó la manito a la boca y le pasó la lengua a toda la palma que tenía embadurnada con mis abundantes secreciones seminales.
– Mmmm… ¡Es dulcita! —Y contento se lamió la otra manito.
– Cómetela directo. Pon tu boquita en mi verga. Verás que entre más le des besitos y le pases la lengüita, más juguitos dulces saldrán para ti, bebé.
Y con mi mano izquierda me agarré por la base la venosa vergota, ofreciéndosela al precioso de Marquitos; mientras con la derecha sobre su cabecita alentaba al nene para que se acercara a mi ansiosa y palpitante tranca. Él por supuesto no se rehusó y pronto lo tenía de perrito en la cama entre mis recias piernas, con su carita justo a la altura de mi glande; el cual ya lamía con entusiasmo, pues realmente al pequeño le gustaba comerse todos mis jugos.
El niño a este punto ya hacía todo lo que yo le decía. Con sus dos manitos me la agarraba por el pegue peludo y le daba besitos a toda mi verga. Marquitos sonreía cada vez que se volteaba a verme, como si estuviera feliz de complacer a su nuevo papá, y yo sólo resoplaba y jadea de gusto observado como esa criaturita de 5 añitos estaba gozando de mi carne viril.
Para ser honestos yo nunca antes había sentido morbo por un nene y eso que mis dos hijos pasaron por esa misma edad; pero ese día algo en mi mente me dijo que debía de hacer eso y la verdad es que se sentía estupendo y sumamente morboso. Yo todavía no podía creer que ese pequeño me estuviera pasando la lengua por todo mi largo y grueso miembro masculino; todo sucio, pues seguro sabía a orina y a semen seco de todas las cogidas que le di antes a su madre, sin mencionar que el nene estaba no sólo deleitándose con los sabores de mi verga, sino que también con los restos del interior de la vagina de su mamá.
Pero en eso él se detuvo, intrigado por algo que antes había dejado pasar por alto.
– ¿Y qué es esto tan grandote y arrugado…? —Preguntó indicando con su mirada mis huevos.
– Eso bebé, son mis bolas. Y las tengo así de hinchadas porque están llenas de leche.
– ¡¿De leche?! ¿De veras? ¿Tienes lechita aquí? —Y con sus manitos me agarró de los huevos y los comenzó a manipular a su antojo; haciendo que mi excitación aumentara todavía más.
– Así es, bebé. Es leche de macho y tengo mucha…y la puedes comer también.
– ¿Mi mami la come?
– A tu mami le encanta la leche de mis bolas. La toma todos los días que me ve. —Y antes de que el curioso de Marquitos preguntara como, yo proseguí- Sale por mi verga y para ordeñarla tienes que chupármela. ¿Quieres tomarla tú también, bebé?
El inocente niño se maravilló con lo que le dije y con un efusivo movimiento de su cabecita de arriba abajo, a modo de un “¡sí!”, me dejó bien en claro que quería saber más sobre la leche de los hombres y como tenía que hacer para poder tomársela. Yo entonces aproveché y lo instruí para que se animara a meterse dentro de la boca mi maciza verga.
El obediente nene lo hizo, pero en su boquita apenas y cabía sólo mi gran glande; aunque de todos modos yo sentía delicioso como aquellos suaves y rosaditos labios infantiles chupaban mi verga, como dentro de su pequeña boca podía sentir como él me frotaba la lengüita, haciendo que yo soltara más jugos seminales por el ojete y él contento los tragaba con gusto. En un momento que no pude controlar mi lujuria depravada, apoyé ambas manos sobre la cabecita de Marquitos y lo obligué a que engullera más de mi miembro viril; pero era imposible para ese nenito de 5 años mamar más que unos pocos centímetros más de mi hombría, que por las fuertes arcadas que le dieron tuve que soltarlo.
Él con las mejillas coloradas me miró con sus hermosos ojos miel, con las pestañas llenas de gotitas de lágrimas, y de una forma como si me preguntara por qué le había hecho eso. Yo le expliqué que así era más fácil para él ordeñarme la leche, que si en verdad la quería comer como lo hacía su madre tenía que dejarse de mí; además le recordé que ella le había dejado dicho que debía de portarse bien y ser obediente conmigo.
– Está bien, seré bueno… —Y me sonrió de una manera que hizo que mi verga se pusiera todavía más dura e hinchada, y mi corazón también se infló de amor por ese dulce nene.
– ¡Qué buen niño eres, bebé! ¿Sabes?, a papito le encantas.
Y con eso noté como el adorable rostro de Marquitos se iluminó por completo; extasiado de haber encontrado en mí al macho padre que siempre había querido.
Después de eso me fue mucho más fácil ponerlo a mamármela como a mí me gusta, siendo rudo y tosco. De tanto en tanto le follaba por la boca hasta la gargantita, atragantándolo; clavándole mi mazo hacia arriba, en lo que con mis manos empujaba su cabecita hacia abajo para que engullera más y más de mi dura y nervuda carne masculina.
A mí ya no me preocupaban sus arcadas o las lágrimas que llenaban sus ojitos claros, pues yo estaba en el paraíso de la depravación con ese niñito de 5 años. Además, el pequeño parecía acostumbrarse con una sorprendente rapidez a mis cogidas orales, casi como que el mamar vergas era algo innato en ese infante; algo heredado de su mamá, la cual es una formidable puta y es adicta a todo lo que cuelga de mi entrepierna peluda.
Cuando dejaba libre al tierno nene de mi brutal agarre, él solito pasaba su lengüita por el tronco de mi venosa tranca, juntando los chorros seminales que me escurrían sin cesar. El pequeño los juntaba desde mi base velluda, subiendo por todo mi miembro hasta llegar a mi amoratado glande; relamiéndose sonriente y casi que pidiendo por más.
También le dije que si mamaba mis bolas peludas eso haría que me saliera más lechita; sólo que a Marquitos no le cabían en la boca, por lo que se dedicó a lamérmelas y hasta me chupaba encantado los rizados vellos del pesado escroto.
– ¿Ya quieres mi leche, bebé? —Le pregunté mientras me pajeaba el leño con fuerza.
– ¡Sí, papito! ¡Ya me quiero comer toda tu lechita de macho!
Yo ya estaba al borde del orgasmo; entonces le dije que volviera a mamarme la cabeza de la verga, en lo que yo me la jalaba con ambas manos, viendo como el pequeño se esmeraba por engullirse más de mi carne viril, y sintiendo su cálido paladar y como su lengüita juguetona me frotaba el frenillo del glande. Pronto los movimientos de la boca del niño se sincronizaron con los de mis manos, provocándome un placer colosal, que con un tremendo alarido comencé a correrme y soltar todo mi semen espeso. Los chorros de mi esperma empezaron a entrar directo en la garganta de Marquitos, cayendo en su pancita hambrienta, hasta que no pudo tragar a la misma velocidad que a mí me brotaba la leche de macho; por lo que en segundos mi semen se desbordaba de su boquita y hasta le salía por la naricita, atorándolo un poco.
Así que yo lo solté y lo dejé sacarse mi vergota de la boca; pero rápidamente le sujeté por los mechones de su cabello ondulado y lo sostuve con la boquita abierta justo en frente de mi ojete, para ver cómo mis disparos de esperma blanquecina le bañaban toda la linda carita.
Sin darme cuenta le llené todo el ruborizado rostro, al tiempo que él tosía y trataba de seguir tragando la impresionante cantidad de semen que todavía tenía en la boca, lengua y garganta. Y cuando yo al fin acabé por completo, el nene pudo medio abrir los ojitos, pues tenía mi esperma hasta en las pestañitas.
– ¡Tienes muchísima lechita, papito! —Y vi cómo Marquitos se relamía los labios y con sus manitos pequeñas se trataba de quitar los restos de mi semen del rostro para comérselos.
– ¿Te gustó, bebé?
Él con una nueva sonrisa me contestó que sí, y por su expresión estaba seguro que era cierto. Aún con únicamente 5 añitos el dulce nene me había demostrado que le encantaba la verga y la leche viril también; así que con una de mis manos le ayudé a limpiarse, juntando con los dedos borbotones de mi cremosa esperma y llevándoselos a la boca a Marquitos, quien los comía con verdadero deleite.
– Mmmm… ¡Qué rica! Mmmm… ¡Es calentita!
– Me alegra mucho que te guste tanto, bebé. Pero ahora me tienes que prometer nunca decirle a tu mamá, ni a nadie más de esto.
– ¿Por qué, papito? ¿Es malo…?
– Claro que no mi amor. Nada de lo que hagamos tú y yo puede ser malo; pero a tu mami no le gusta compartir mi leche. Así que te la daré a escondidas. Será nuestro secreto, ¿sí?
– ¡Sí! —Me respondió entusiasmadísimo y con su acostumbrada inocencia infantil- Te prometo papito que no le diré nada a nadie. Es secreto de los dos nada más…ji, ji, ji…
– Así me gusta, mi amor.
Después de eso yo me subí la trusa y como pude me acomodé dentro mi semierecta y aún inmensa verga, y de ahí ayudé al niño a ponerse su calzoncito de carritos y lo llevé al baño a lavarle bien, asegurándome de que no quedaran rastros de mi depravación en él.
Al momento que su madre regresó a la casa, ésta nos encontró sentados a Marquitos y a mí en la cocina desayunando cereal tranquilamente; sólo que ambos seguíamos estando nada más que con la ropa interior. Y cuando el pequeño vio entrar a su mamá, salió corriendo a recibirla y decirle que se había portado muy bien. Mi flaca le preguntó a su hijo que habíamos hecho en ese par de horas juntos y yo en ese instante sudé mucho en cuestión de segundos, que sentí los sobacos empapados, temiendo que el ingenuo nenito terminara revelándolo todo.
Pero por suerte Marquitos sólo le dijo a su madre que él y yo habíamos estado jugado bien divertido, y corrió de regreso a la mesa donde se subió a mis piernas, me abrazó restregando su linda carita en mi pelo en pecho y luego como pudo se estiró para alcanzar mis labios entre mi bigote y barba, dándome un beso justo en la boca.
—Continuará…
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Relato publicado previamente en categoría <Heterosexual> bajo mi pseudónimo ‘Januman’.
Hermoso relato. Dan ganas de haber tenido un padre como tú
Pero lo curioso está en que él teniendo hijos varones propios, nunca les hizo algo como eso a ellos; por lo que ese Marquitos tiene ese ‘algo especial’, que le despertó esa nueva perversión a ese margífico Macho… jejeje 😛
Espera la segunda parte–Salu2!!
Que relato más delicioso enserio que buen relato me gusta como escribes he leído varios relatos tuyos porfavor no dejes te escribir, más como Marquitos y muchos más machos velludos que les gusten los nenitos como el.
Muchas gracias mi buen Peludo69!
Me alegra que te haya gustado este relato y varios otros 😉
Y sí, habrá más de Marquitos y obvio, yo soy fanático de los machos velludos; así que de ellos nunca dejaré de escribir jejeje 😛
Salu2!!
Que lindo y que perverso 🤤😈
Gracias 😉
Uff
Que relato tan más morboso y pervertido…
… Mi verga y yo te agradecemos por esta manera tan buena de relatar y las descripciones tan buenas de todas las escenas, me desleche como nunca leyendo este relato
Muchas Gracias, espero sigas leyendo el resto
Salu2!! 😉
uf es de los mejores relatos
muy buen relato que recuerdos
Muy bueno el relato, excelente, muy claiente. A mi, debo reconocer me encantan coger con niños y niñas.
Excelente amigo 😉