Cruissing, jóvenes, alcohol, drogas, trío y hasta luego
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Fue hace más de 10 años, yo contaba con 16 de edad y salí de una fiesta de los compañeros de la prepa que fue en el centro de Morelia, una ciudad colonial histórica bellíima en su arquitectura y calles.
Por aquellos ayeres existía "la vuelta mágica", que eran las calles Nigromante y Madero, por fuera de la Biblioteca y que, hoy en día, ya no vive situaciones como las que les contaré porque las autoridades lograron erradicar esas prácticas de por ahí.
Estaba borracho y caliente recordando que en aquella calle había hombres para escoger.
En el lugar que les menciono se apostaban todo tipo de hombres, así como algunos trasvestis y algunas chicas trans en raros de repentes también.
No muchísimos, pero toda la noche podías ver entre 4 y 7 chicos esperando ligar.
Obviamente unos llegaban y otros se iban.
Solía ser sólo lugar de contacto.
Se miraba uno con otro, ahí, saludaba, hacía muecas o se agarraba el paquete sobre el pantalón.
Algunos ligaban desde sus coches pasando por ahí y otros a pie.
La noche que les cuento, eran cerca de las 3:00 de la madrugada y al salir yo de la fiesta con mis compañeros de la prepa, estaba deseoso de verga, como buen adolescente que además estaba borracho.
Delgadito y varonil, con cabello largo, castaño como mis ojos, blanco y guapo, con el plus que da ser un niño guapo.
Esa noche, al acercarme, note la calle muy sola, excepto por un joven que estaba a unos 30 metros de donde yo me detuve.
Esperé algunos coches que pasaron pero nada y el chico constantemente volteaba como nervioso de que yo lo viera y, cuando estuve a punto de irme, me contuve porque aquel chico por fin de deshinibió y volvió a lo que seguramente hacía hasta antes de que yo llegara.
El joven sacó de sus pants (pantalonera/pantalones deportivos) una verga que ya a la distancia se vería enorme.
A mí me mide 16 desde entonces.
Fui dando pasos cortos durante un minuto hasta estar a unos 10 pasos suyos.
Él estaba recargado en el pilar de una esquina que hace un exconvento con el jardín externo de la excapilla y vi el esplendor de su verga a la que no le quité los ojos de encima desde que empecé aproximarme.
Seguramente 19 o 20 cm, morena, venudísima, gruesa, de cabeza grande, brillante, húmeda y morada de lo dura y llena de sangre que estaba.
Hasta entonces hice contacto visual.
El chico era de 19 años quizá, robusto pero no gordo sino fornido, más bajito que yo, de unos 170 cm de alto, moreno y con el cabello más largo, despeinado, desaliñado de su aspecto con la ropa y calzado muy desgastados, sucios y fuera de su talla.
Se veía sucio pero por fortuna lo que le probé no me supo así.
La casa de mis padres es muy grande y duermen en el fondo de la casa, así que yo sabía que podía llevarlo a mi cuarto y coger con él ahí rápido y sacarlo.
Les repito que yo estaba muy caliente y al verle el camote no podía no comerlo.
Noté que ya me estaba ofreciendo su garrrotote grueso y baboso.
Me puse a lado y comencé a acariciar discretamente su verga, cuidando si alguien se acercaba, pero no fue así: tuvimos buena suerte.
Le hablé y le propuse ir a un lugar cercano donde podíamos estar cerca pero no respondió.
Fue que vi su rostro y pude verlo desencajado y con lo ojos rojos e inflamados pero sin aliento alcohólico, por lo que supuse que estaba bien tronado, es decir bien drogado.
No respondió.
No respondió nunca a pesar de que le insistí un par de veces.
Le tomé del brazo y quise guiarlo conmigo pero se resistió y me hizo retroceder con fuerza hacia él.
Me resigné a que no habría comunicación verbal.
Él mismo me hizo acompañarle por el otro lado.
Estábamos sobre la calle y le seguí a la vuelta de la esquina por el jardín.
Ahí, había una conveniente jardinera con grandes arbustos y enredaderas que hacían un punto escondido y ciego en pleno centro.
Un refugio que nunca se me habría ocurrido.
Seguramente no era la primera vez que mi acompañante se llevaba ahí a alguien.
Una vez escondidos, entendí y me acuclillé.
La atmósfera no era la más cómoda pues por sus condiciones era un lugar que usaban para intimidades los transeúntes y había cacas y orines.
Pero la verga es la verga.
Me puse en cuclillas y mamé su pitote.
Yo no podía creerlo.
Era de veras rico y me llenaba de más el hocico con su carne suave pero firme como el acero recién templado.
Me levantó bruscamente y me bajé mis pantalones para empezar a chaquetear mi verga que estaba super mojada de tanta calentura.
Hice mi último intento de invitarle a casa y me respondió volteándome con violencia contra la pared y sorpresa: el primer beso negro de mi vida.
Él estaba en cuclillas tras de mi devorando mi culo sudado por la caminata que me llevó ahí.
Había cuatro años que llevaba una vida sexualmente activa.
Fui muy precoz desde con mis compañero de la primaria.
Y tenía muchos deseos y curiosidad de sentir un beso negro pues nadie se había decidido a regalarme uno a pesar de que yo sí había ya dado varios.
Me gestaba y me gusta mucho darlos aún.
Estaba en éxtasis aunque no podía creerlo pues nunca llegué que pasaría de esa manera.
Era cierto lo que decían y lo que yo mismo deducía por hacerlos.
Se trababa de algo sumamente placentero, implacable y detonador.
Yo contraía los esfínteres del culo y deseaba ser penetrado.
Me metió un dedo y me ardió pues lo hizo rápido y sin cuidado.
Se levantó y yo me hice consciente de que tenía la cola parada luego del mamadón de culo que me dio, se la estaba ofreciendo sin darme cuenta.
Me tomó de la cintura y me la metió sin consideración.
Apena metió su cabeza y me safé porque me dolió bien culero.
De esas veces que te la meten y sientes hasta un nudo en la garganta mientras se te escurren algunas lágrimas y una sensación grande de mucho dolor de cola que te incomoda todo el cuerpo, especialmente la panza.
No solo me safé por el dolor sino que me resistí a que me penetrara porque no traía puesto condón y en cuestión de segundos me jaló del cabello y opuoso mi rostro contra la pared.
Me pegué en la frente y sí me dolió.
Estaba contrariado.
Miedo, humillación pero no se me bajaba lo caliente.
Rapidísimo ya tenía su verga en mi culo bombeando.
De nuevo perdí la noción de la realidad y estaba disfrutando mucho.
Me hice consciente de que a la entrada de aquel refugio urbano entre arbustos y enredaderas nos observaba un treintón, rubio, delgado y chaparrito con una verga como de 17 cm y cabezona entre las manos saliéndosele por la cremallera del pantalón que traía abierta.
Le hice la seña con la mano de que se acercara.
Lo hizo y justo comencé a tocarle la verga al rubio, el chico mudo y drogado que tenía en el culo me lo dejó vacío y abocardado.
Se salio y sentí que su semen ligeramente se escurría de mis nalgas.
Sencillamente se fue.
Yo traía los pantalones en los tobillos y me puse en cuclillas mientras el rubio se desabrochaba el pantalón y los bajaba hasta las rodillas.
Le mamé la verga rasurada que tenía, bien rica, pero no más que la del mudo que recién nos había dejado.
Ninguno habló.
Se me escurrían los mecos mezclados con heces de la cola.
Me tocaba la verga con la mano izquierda y comencé a venirme bien harto sobre mi mano.
Sentí de repente en la boca la descarga del rubio, unos 5 chorrazos de leche deliciosa y dulciamarga.
Subió sus pantalones, se agachó y me besó.
Sólo halló de sabor de sí mismo en el beso porque tragué todo cuando se vino.
Se incorporó y salió de ahí.
Me levanté, levanté mis pantalones y salí.
Sinceramente suyo: el coyote cojo.
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