Cuadro Abstracto (Las Aventuras de Mario I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Soy castaño oscuro, ojos oscuros, de estatura medio alta. Soy de complexión normal, algo fibroso, pero nada más. Recuerdo que era martes y que Andrés, un chico que apenas conocía de vista, se me acercó a mí recordándome que era mi pareja para el trabajo de ciencias y que debíamos entregarlo la semana que viene. Era cierto, el trabajo se había mandado hacía dos meses y ya ni me acordaba. Llevábamos mucho retraso así que como queríamos empezar lo antes posible decidimos quedar esa misma tarde en su casa. Andrés diría yo que es un físico parecido al mío, salvo que es castaño rubio, algo más bajito y tiene los ojos más claros. No es muy sociable, de hecho andaba casi siempre en solitario y mi pandilla y yo nos burlábamos de él. Quedar con Andrés aquella tarde había chafado todos mis planes pero tenía razón, debíamos empezar ese trabajo cuanto antes.
Cuando llegué a su casa miré la nota donde tenía la dirección para comprobarlo, efectivamente estaba delante de su casa. Antes de que tocara el timbre la puerta se abrió, él me saludó con timidez, al parecer me estaba esperando. Le seguí hasta el salón y después subí las escaleras hasta su dormitorio.
-Pasa, este es mi cuarto – me dijo con torpeza.
-Vaya, no sabía que te gustara la fórmula uno – comenté observando los pósters que tenía en el dormitorio.
-En realidad es de mi hermano, mi cama es aquella – respondió casi tartamudeando.
Yo me quedé observando el extraño cuadro pintado en la cama cuando me tomó el brazo y me guió hasta el escritorio desviando mi atención.
-Aquí tendremos sitio suficente – dijo mostrando el espacioso escritorio – Hoy no están mis padres, no nos molestarán.
Abrí mi mochila y saqué los apuntes mientras él se acercaba con una silla para sentarse a mi lado. Estuvimos cerca de media hora conversando del trabajo. Era un buen chaval, estaba atento en el trabajo y me caía bien. Al rato me dijo que si quería tomar algo, acepté y estuvimos tomándonos un descanso.
-¿Qué hay en el cuadro? – le pregunté tomando un trago de coca-cola.
-Bueno… es un poco abstracto – respondió algo nervioso – es una pareja.
El color de la carne predominaba sobre un estampado difuso de colores verdes y amarillos. Me pareció atrevida la pregunta pero quería llevarme bien con aquel chaval, con naturalidad.
-¿Están follando?
Andrés se sonrojó. Supuse que había dado en el clavo, pero no me pareció nada vergonzoso. Al levantarme me di con el brazo en el respaldo de la silla y parte de la coca-cola se derramó sobre mi camiseta. Me maldije a mí mismo mientras trataba de limpiarla pero la mancha se extendía aún más.
-¿Te importa que me la quite? – le pregunté mientras estrujaba la camisa empapada.
-No hay problema – me dijo algo sorprendido.
Me quité la camiseta dejándola con cuidado en el lavabo del cuarto de baño. Al salir por la puerta me encontré con Andrés, casi chocamos, pero nos quedamos quietos. El pasillo era estrecho y por alguna razón Andrés no parecía apartarse de en medio. Andrés observaba mis labios mientras sentía su cuerpo estremecerse. Pude percibirlo y el desvió la mirada hacia abajo, avergonzado. Entonces sentí el tacto de su mano y se acercó más aún. Yo podía sentir su respiración y él se detenía cerca de mi pecho como si tratara de escuchar mis latidos. No supe si en ese momento inspiró para olerme o suspiró resignado pero pareció moverse hacia el cuarto de baño dejándome paso hacia el dormitorio.
Me sentí más aliviado cuando llegué al dormitorio y me senté en la silla. ¿Fue mi imaginación? Había sido una situación tensa. Cuando volvió me arrojó al regazo una camiseta suya, la expresión de su cara había cambiado. Continuamos con el trabajo durante dos horas hasta que sin advertirlo se hizo prácticamente de noche. Miré el reloj, marcaba las nueve. Sus padres aún no habían vuelto.
-Bueno, ya hemos acabado el trabajo – comentó Andrés satisfecho mientras veía la portada.
-¿Cuándo vuelven tus padres? – le pregunté por curiosidad.
-Mañana. Ahora voy a hacer la cena.
Algo se removió en mi interior. Recogimos los apuntes y nos dirigimos hacia la puerta. Me acordé del pobre chico que no estaba con nadie. Entonces se me ocurrió una idea.
-¿Cenas solo? – le pregunté.
-Sí – respondió con la misma timidez de siempre.
-Si quieres, puedo quedarme a cenar contigo.
Él me miró extrañado pero después pareció entusiasmarse con la idea.
-De acuerdo. Puedes quedarte a dormir. La cama de mi hermano está libre, no va a venir esta noche.
-Bueno, vale. Tendré que consultar con mis padres – le respondí no muy convencido.
Al rato ya estábamos cenando pizza mientras veíamos un programa de zapping. Había sido una buena idea después de todo. Más tarde me prestó un pijama que me estaba grande. Era extraño, teníamos la misma talla.
-Es de mi hermano – me dijo Andrés quién había comprendido la expresión de mi cara.
Al final nos pusimos de acuerdo en ver una película y nos sentamos en el sofá. No recuerdo qué película era pero creo que tenía que ver con coches. Se me hizo larga pero estuvo entretenida aunque tuve la impresión de que Andrés no estaba viendo la película. Llegué cansado al dormitorio y sin mucha conversación me metí en la cama soñoliento. Antes de quedarme dormido podía oírle dando vueltas en su cama.
Sentí un cosquilleo excitante. Pensé que me había levantado otra vez empalmado y temí que Andrés se percatara de ello. Cuando abrí los ojos encontré dos cosas diferentes: aún era de noche y Andrés no estaba en su cama sino en la mía. Parecía que estaba dormido. Yo estaba acostado de lado y justo enfrente mía Andrés yacía en posición fetal, muy apegado a mí. Pasaron unos segundos hasta que pude percibir el movimiento de Andrés, suave, casi imperceptible de su cuerpo reconfortándose debajo del mío. Mi brazo le rodeaba por completo mientras podía oler en su nuca una extraña mezcla entre sudor y excitación.
-Andrés, ¿qué estás haciendo? – susurré casi sin respiración.
Sin quererlo lo abracé aún más y seguí los movimientos de Andrés con la cadera. Él la movía lentamente hacia arriba y abajo rozando su culo contra mi paquete. La hendidura de su culo encajaba en mi paquete cada vez más apretado que luchaba por salir del lugar, la excitación era tremenda. Apreté aún más su cuerpo contra el mío. Andrés respondió con un escalofrío. Lo que estábamos haciendo no estaba bien, pensé. Me figuré la idea de que Andrés era una almohada pero era imposible, él estaba ahí, apegado a mí siguiendo los movimientos que ahora marcaba yo. Finalmente me acerqué a su nuca y le besé. Él volvió a responder con otro escalofrío.
Mi mano que lo abrazaba había sido cogida por Andrés quién lentamente la fue conduciendo por su cuerpo hacia abajo, bajando por su abdomen. Levanté su pijama y acaricie sus músculos poco formados. Andrés me siguió guiando mientras yo le besaba el cuello. La mano alcanzó su cintura y jugueteé con la goma elástica de sus pantalones hasta acariciar sus calzoncillos y llevarla finalmente hasta su paquete. Nunca le había tocado el paquete a un tío pero me agradaba la idea de excitarle a él tanto como él lo hacía conmigo. Moví los dedos masajeándole el paquete al tiempo que él se apretaba más a mí, excitado, trataba de apartar mi mano de aquel lugar. Yo sentí la vibración, su polla empezaba a despertar bajo mi mano. Él parecía cada vez más arrepentido. El bulto blando empezaba a endurecerse.
-No, no… Samuel… no – susurró.
Aquellas palabras me conmovieron de ternura. Le pasé la lengua por el cuello. Sus manos se esforzaban por apartar mi mano de su paquete. Finalmente le bajé los pantalones hasta las rodillas, sólos nos separaba mi pijama y sus calzoncillos. Mi polla ardía de deseos de escapar de mi pijama. Con mi mano empecé a tocarle el culo por debajo de los calzoncillos, le masejaba el gluteo de forma vertiginosa. El movimiento mutuo era cada vez más rápido hasta que finalmente me bajé los pantalones y los calzoncillos de un golpe. Seguí acariciando su culo con mi mano y le bajé aún más sus calzoncillos hasta sentir el tacto de su piel. Después lo acerqué aún más y él pudo sentir por primera vez el tacto de mi polla con su culo, carne con carne. Mi polla estaba completamente erecta. Él parecía estremecerse de miedo. Mis dedos acariciaban sus gluteos. Él tanteó con sus propias manos su culo hasta conducirlos torpemente hasta mi verga. Jamás sentí algo igual. Cerré los ojos disfrutando de las manos de Andrés. El movimiento era tan frenético. Movía su cadera al mismo ritmo que sus manos que me mansturbaban.
Me quité la camiseta y él aprovechó la ocasión para darse media vuelta. Entonces le vi cara a cara, aún adormecido, parecía balbucear en sueños. Vi su cuerpo contraído de la excitación, similar al mío. Él buscó mis labios y los besó suavemente mientras sus manos acariciaban mi pecho. Siguió sus besos por mi barbilla hasta alcanzar mi cuello. Me producían cosquillas.
-Sa… samuel – susurró Andrés mientras se aferraba a mí.
Busqué con mis manos su cintura y alcancé de nuevo su paquete. Bajo las sábanas le bajé los calzoncillos y acaricié su verga semilevantada con suavidad. Él se concentraba en buscar con sus labios mis pezones, guiándose por el olor, aún con los ojos adormecidos. Y yo empecé a guiarle cogiéndole la cabeza y acariciando su cabello como un lazarillo a un ciego. Él siguió con esa extraña danza de sus manos acariciando mi cintura mientras su lengua lamía mis pezones. Poco a poco fue bajando hasta llegar a mis abdominales. Mi verga parecía impaciente por rozar sus labios. Yo levanté mi cuerpo y él tomó con cierta torpeza mi verga. Se quedó unos instantes pensativo, aún dormido, y sin mayor dilación empezó a lamerme el glande hasta poco a poco recorrer con su lengua toda mi polla. Volví a cerrar los ojos. Él seguía lamiéndola mientras succionaba ligeramente mi glande. Podía oír el sonido de sus labios cerrándose sobre ella, relamiéndose, para volver a recorrerla. Ningún tío me había chupado de esa manera. Pronto pareció haber encontrado la mejor forma de saborearla porque dejó de hacer ruido y se concentró en ella produciéndome intensos espamos. Por un momento pensé que iba a correrme. Jamás hubiera pensado que el chico con quién había estado haciendo el trabajo aquella tarde estuviera ahora mismo lamiendo mi polla con tanta pasión. Repasó una vez más mi polla hasta acariciar suavemente mis huevos. Inspiró hondo y saboreó uno de ellos antes que el otro. Jugueteó con mis huevos y volvió a mi verga. Yo le despeinaba el cabello mientras él jugaba. Poco después empezó a subir hacia arriba hasta detenerse en mi cuello. Tiré un poco de sus cabellos para que echara la cabeza hacia atrás y poder verle la cara. Sus ojos entrecerrados, sus labios recubiertos de saliva… me entraron unas ganas terribles y le besé con toda mi alma. Le recorrí con la lengua su boca. Tiré de sus cabellos. Él abrió aún más su boca. Entonces él pareció despertar.
De forma confusa él se retiró de mí con suavidad. Se dio media vuelta y se levantó de la cama yendo hacia su propia cama. Yo pude contemplar por primera vez su cuerpo, sin sábanas, y me detuve a observar. Llevaba la parte de arriba del pijama, pero yo estaba mirando su culo al descubierto. Esa imagen quedó grabada en mí. Él se subió los calzoncillos y se acostó en su cama, aún adormecido. Yo estaba perturbado. No pude dormir de lo excitado que estaba. Tuve que ir al cuarto de baño y mansturbarme para acabar lo inevitable. Volví del cuarto de baño y lo vi aún dormido en su cama como si nada hubiera pasado. Aquella noche soñé con una rubia atractiva que estaba pintando un cuadro, en él dos cuerpos parecidos, Andrés y yo, se fundían en uno solo. Después la rubia me sonreía y me decía: "Es un cuadro abstracto".
Al día siguiente me desperté algo sudado. Andrés ya se había levantado. ¿Había sido todo un sueño? No, me dije a mí mismo al comprobar que el pantalón del pijama de Andrés estaba envuelto en mis pies. Me levanté algo mareado y caminé con cierto temor hasta el salón donde Andrés ya me estaba esperando. Él se mostraba igual que siempre, con una sonrisa tímida me invitaba a pasar.
-¿Qué quieres desayunar? – me preguntó.
-Me da igual. Lo que vayas a desayunar tú – le respondí.
Él se volvió hacia la cocina y yo observé de nuevo su culo, marcado esta vez por unos pantalones vaqueros. Él pareció darse cuenta cuando volvió con el desayuno.
-Será mejor que desayunemos rápido si no queremos llegar tarde a clase – respondió con cierta tosquedad.
-¿Te arrepientes de lo de anoche? – le pregunté con atrevimiento.
-¿Anoche? Anoche no ocurrió nada – me dijo dejando los cereales delante de mí – No volverá a pasar.
Fueron los peores cereales que tomé en mi vida. Tampoco quise darle mucha importancia al asunto pero por alguna razón aún fantaseo algunas noches con sus nalgas moviéndose junto a mí.
En clases cada uno ocupamos el lugar que nos correspondía: yo con mi pandilla y él como antes de conocernos, en solitario. A veces se me pasa por la cabeza darle una oportunidad y presentarlo a mis amigos. Aunque sé que no puedo obligarlo a ello. Él es feliz en su mundo abstracto. Me quité la idea de la cabeza de volver a encontrarnos. En cambio para mí había sido un golpe de la realidad. El muy cabrón me había dejado con unas ganas irresistibles de saborearlo desnudo, bajo aquellas suaves sábanas, moviéndonos el uno con el otro, fundiéndonos en uno, como en el cuadro.
Esa fue mi primera experiencia gay. Algo repentino, confuso, perturbador, morboso, instintivo que me ha marcado para siempre, propiciando otros encuentros y destinos. Por cierto, años más tarde descubrí acerca de Samuel. Pero eso es ya otra historia.
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