Curándome mi fimosis
Viviendo en una comunidad en el extranjero un cura me convence para curarme de mi dolencia. Sin saberlo fui descubriendo mi sexualidad. Podría ser incesto, porque era un padre espiritual, podría ser masturbación, pero lo he ubicado en gay.
Tengo vecinos como El Rubius que venden su vida privada por internet. Yo no soy tan abierto y contaré parte de ella. Yo también he vivido en el extranjero en otra época, soy también un hibrido como él, pero mayor.
Vivía en el seno de una comunidad española en el extranjero. Mis padres eran muy tradicionales y cuando vives en el extranjero eres muy patriota y devoto de lo que serías en circunstancias normales. Por eso era más creyente que en la actualidad. Para los españoles residentes en otros países la Conferencia Episcopal de nuestro país asignaba un sacerdote para impartir la misa en otra iglesia autóctona, pero en idioma español.
Se fue un cura ultraconservador que había llegado a una edad avanzada y llegó el Padre Ángel que era en esa época joven, abierto, muy activo y enseguida se relacionó con personas del lugar. Varias organizaciones cooperaron con él en cuestión de semanas.
Un día nuestra pandilla, a uno se le antojó ir a visitar al padre Ángel porque quería hacer la confirmación y tenía varias preguntas. Éramos varios y nos recibió en su casa que tenía alquilada. Vivía en un barrio adyacente al nuestro. Quizás le llamé la atención y me preguntó quién era y quienes eran mis padres. De pequeño he sido más guapo dice la gente, ahora poseo otras cualidades distintas. A mis 11 años era un hibrido perfecto entre lo autóctono y lo típico español. Mirando la foto de mi comunión, era más bien alto en comparación con mis amigos españoles, tez clara, pecas alrededor de la nariz, delgadito y pelo castaño; siempre me he parecido más a la familia de mi madre físicamente. Nos caímos bien porque ser abierto y simpático no era costumbre en un cura. Que ya fuera cercano a mi amigo ayudó.
Quizás por eso cuando les propuso a mis padres que viniera a una convivencia de jóvenes, pero sólo si no había ninguna actividad familiar por medio. No era intención de él interferir en la vida familiar. Eso era lo opuesto a su predecesor y eso les gustaba a todos los padres, entre otras tener a sus hijos pre y adolescentes controlados con una persona de su confianza. Ellos podían dedicarse a ellos mismos medio día. Yo no estaba por la labor, pero mis padres insistieron. En esa época no me entraba en la cabeza, pero los padres también tienen relaciones cuando no están los niños.
Nada más terminar la primera convivencia me pidió que le ayudara a subir unos libros con él a su casa. Una vez allí nos pusimos a hablar. Desde mi punto de vista ahora, la conversación se escoró quizás no tan casualmente hacia la sexualidad. Tímido como era cada vez me resultaba más difícil conversar.
¡Tranquilo, no seas tímido. No es nada malo darse cuenta de que uno es humano y quiere saber cosas. Lo malo es lo desconocido. Haz todas las preguntas que quieras!
Evidentemente a mis padres no les iba a preguntar cosas de mi sexualidad o como se liaba uno con una chica. Con los conservadores que eran, ni se me pasaba por la cabeza.
-Te has tocado alguna vez.
Mi respuesta no podía ser más pueril. Confundí tocarse por literalmente tocarse cuando él se refería a otra cosa. Hasta que me aclaró entre carcajadas lo que era y reímos un rato. Siguió y me explicó algunas cosas. Estaba ya un poco ruborizado y lo dejó. Me fui a casa con una muy agradable sensación.
La segunda vez fue similar. Ese fin de semana llovía a cantaros y cuando subimos, me ofreció un chocolate con leche caliente. Acepté quitarme los calcetines y calzado, la camiseta y chaqueta que la puso cerca del calefactor a secar. Me envolvió en una manta. Menos apocado conversamos un rato. Se hizo el sorprendido cuando le aseguré que no me interesaban las chicas todavía. Era cierto, fui de pubertad un poco tardía, pero sí me la pelaba todas las semanas una vez más o menos. Aunque eso tampoco se lo dije, le expliqué que sólo lo había hecho esporádicamente. Sospeché que me iba a echar la bronca, pero nada de eso sucedió.
-Tienes los pantalones mojados. Quítatelos media hora y estarán secos enseguida.
-No, si ya me voy! Intenté evadirme de la situación.
-No te vas a terminar la taza? Vas a tardar lo mismo en terminarte la taza que en secarte la ropa. Y así te vas seco y no te resfrías. Quizás tu madre se enfada conmigo por haber tenido cuidado de eso. No va a pasarte nada, ¿no?
Es difícil de explicar, pero por alguna razón que no sabría explicar hoy me dejé llevar y me fui al baño con él. Diría que era muy persuasivo y con una personalidad muy encantadora. Una de sus preocupaciones era que los jóvenes estuvieran sanos. Me preguntó si tenía fimosis y no sabía qué era. Supuestamente su padre era médico y él el más pequeño de cinco hermanos muy católicos había decidido ayudar a las personas de otra forma que no fuera la medicina, pero sabía mucho de medicina según comentaba.
Entre miedo y vergüenza accedí. De pie contra el wáter me estaba descubriendo mi prepucio que me dolía un poco. Sí tenía fimosis según él y me iba a ayudar. Poniéndose detrás de mí sujetándome con una mano mientras me masturbó. Era un experto, cuando pensó que estaba cerca me dio la vuelta, me habló y me acarició el pelo. Me besó en la frente. Poco después tuve una corrida muy placentera.
-No he hablado con tus padres para preguntarle si están de acuerdo o no. Es que no tengo el permiso de ellos ni de un médico. ¡No es que esté mal, es que prefiero que sea un secreto nuestro! No hacía falta que me pidiera que no dijera nada. Me hubiera muerto si alguien se hubiese enterado de lo que había pasado. Rápidamente le juré que no iba a decir ni pio.
Me abrazó y me juró él también que no iba a contárselo a nadie.
Me dejó solo mientras me aseaba y tras vestirme llegué a casa todavía ruborizado. Hasta mi madre me preguntó qué me había pasado.
La única forma de curarme iba a consistir en practicar con él ejercicios y hacerlo una vez cada quince días en mi casa, aunque para mayor seguridad de progreso con él. Ahora me parece de subnormal, lo que cuento. El padre Ángel me ayudaba uno de los días de fin de semana. Hasta que para mejorar mi lubricación me hizo una felación. Todo formaba parte de una práctica médica según me explicó. Y como era intrusismo mejor que nadie lo supiera jamás. Porque el colegio de médicos podía denunciarle. Yo tampoco quería que eso sucediera, porque me pondría en evidencia. Podía optar por ir al médico y contárselo o hacerlo con él. Era por mi bien que estuviera sano cuando llegara a la edad adulta. Sí, era muy crédulo a mi edad. Quizás muy alto, pero muy subnormal, qué queréis que os diga. Estaba convencido que tenía un problema, que no quería contárselo a nadie, pero tampoco quería que él me tocara. Por otro lado, pensaba que el problema no iba a desaparecer por arte de magia. Sí, en esa época no había internet por todos los sitios y páginas como ahora eran inexistentes literalmente. Ahí estaba yo con mi problema. Se podría decir la frase de Sta. Teresa, Vivía sin vivir en mí.
Cuando rehusé ir a las convivencias semanales habló con mis padres. Les contó que estaba pensando en considerarme como monaguillo, pero era necesario que fuera el fin de semana que había puente con ellos si me apetecía y así me iba conociendo mejor.
A mí los monaguillos que tenía él, parte eran heredados del cura anterior y me resultaban antipáticos, otros eran unos auténticos meapilas que parecían querer ser futuros sacerdotes. Y yo no tenía esa ambición. Otros recientes no los conocía y no las tenía todas conmigo. Ser monaguillo en esa época era algo para tener en cuenta. En cualquier caso, no se lo ofrecían a todos y no empañaba tu curriculum para mal y sí para bien. Y mi hermana me miraba con un poco de envidia encubierta.
Todo fue divertido, me pasé una semana muy agradable. Dormimos en habitaciones por parejas y no me molestó para nada. Quizás todo lo contrario, parecía que le desagradaba que estuviera. Eso me ayudó a que los demás que eran monaguillos no se vieran amenazados y me dejaran tranquilo, los otros más distantes con él se solidarizaron conmigo. Creo que era un estratega extraordinario. Ponerme con ese antipático de Luis, me hizo esforzarme en caerle bien, pero me mantuve a distancia con él. Intenté ser agradable, pero siempre sabía que no le iba a caer bien. Me corregía cuando podía y siempre tenía que saber él las cosas mejor que nadie. Siempre recordaré a Luis, odioso como él solo.
El último día llegamos al mediodía y mis padres estaban en una comida. Ya había concertado que me quedara con él hasta que llegaran.
Todo muy bien hasta que decidiera que debía de revisarme mi prepucio. Tras mucho tira y afloja me pidió que me lavara bien y me acompañó al baño. Os imagináis lo embarazoso que es que alguien te mire mientras lavas tus partes íntimas. Por mucho que me explicaba cada cosa en el aparato reproductor yo me sentía invadido y raro. Que era como estar con un médico y tal, pero era nuestro sacerdote y su padre había sido médico. Si le hablaba mal de mí a mis padres porque me había portado mal, tendría consecuencias.
-Mira, voy a intentar curarte hoy mismo. Mejor te quitas todo de cintura para abajo y te lavas en el bidé. ¡Pon mucha agua caliente!
Una eternidad después. Volvió y empezó a masturbarme mientras yo estaba de pie. Volvía a tener ese pequeño malestar cada vez que quería pasar la piel por detrás del glande. Se producía lo que se llama parafimosis y me dolía un poco. Como me dolía tenía costumbre de evitar cuando me masturbaba llevarla hasta atrás del todo. Se puso de pie detrás de mí y siguió.
-Estás muy tenso! ¡Intenta relajarte! Notaba algo duro detrás de mis glúteos en el pantalón, pero no veía nada.
-Es que me duele! Me quejé.
-Entonces ponte apoyado con las manos en el bidé! Hubo un momento que casi estaba a punto de correrme y sentía dolor. Con dolor no había manera y me venía abajo, entonces le paraba con mis manos. De pronto noté que me introdujo algo por el ano. Solté grito de dolor, porque no era exactamente mucho dolor. Quería volverme para mirar qué pasaba. Había sido susto por notar algo que no esperaba. Sacó algo de mi ano.
-Tranquilo esto ayuda! Vi una mano justo por mi culo por el rabillo del ojo.
Inmediatamente después noté que eran dos dedos que estaban moviéndose en mi ano, los otros me estaban tocando por el perineo, mientras volvió a masturbarme hasta dejar la piel detrás del glande. Era una mezcla de un poco de dolor, vergüenza extrema, cosquillas, porque ahí tengo cosquillas, y correrme como nunca antes. Hasta las piernas se me aflojaron. La penetración con los dedos no dolió nada, pero más que nada una sorpresa. Cuando los sacó mientras me corría era todavía más placentero. Solté otra vez un gritito, pero esta vez de placer. Era bestial el placer que me producía. Os juro que fue como una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Con el agua caliente, siendo masturbado con las piernas separadas por el bidé, que te saquen en ese momento algo por el ano es para volverse loco.
Instantes después mientras me recuperaba me inspeccionó y me aseguró que se había dilatado la piel un poco. Que no me preocupara por el pequeño rastro de sangre.
En casa estaba confuso. Había tenido el orgasmo más extremo que había tenido en mi larga vida de doce años cumplidos haría un mes. Intenté hablar con un amigo que tenía confianza, pero prefirió aducir que los placeres privados siguieran siendo privados.
-Lo próximo que me vas a preguntar es cómo me masturbo. Lo hago igual que tú, vale. ¡No voy a contarte nada! Contestó molesto y casi rabioso.
Los hombres no nos contamos apenas nada de lo que sucede cuando tenemos relaciones, pero las mujeres se cuentan todo con sus amigas. Es una ventaja que tienen.
Ahí estaba yo con mi secreto que no podía contárselo a nadie. En pubertad, con un tipo que me estaba mejorando el funcionamiento de mi pene. Contárselo a mis padres jamás de los jamases. Probé a la semana y me dolía menos masturbarme, pero el resultado de la satisfacción no era el mismo en absoluto. El padre Ángel sabía más de mí que yo mismo. Intenté salir con una chica y eso no funcionaba ni por asomo. A lo máximo que había llegado a principios de curso es a un beso furtivo con una niña medio año mayor que yo. Una birria de vida sexual inexistente, aunque con 12 no se tiene nada. Estaba tremendamente confundido, el placer que me había proporcionado ese hombre no tenía comparación con masturbarme y los actores de las pocas películas porno que había visto en el ordenador de un amigo mío, no eran nada de otro mundo. En esa época el acceso a internet era lento como el caballo del malo.
Me resigné, al cabo de unos meses volví con él a una convivencia de un domingo. Enseguida que entré por la puerta me vio y me invitó a sentarme cerca de él. Allí estaba el grupito de la misma docena de personas de siempre, desde niños de mi edad hasta un par de chicas de 14 y 15 años que eran amigas y venían con frecuencia.
Tras acabar nos fuimos los dos a su casa y me sacó la conversación de la vez anterior.
-Ha mejorado lo tuyo? Ahora me imagino que sospechaba que iba a volver, porque controlaba mucho ese hombre lo que sucedía a su alrededor.
-Casi estoy bien. Noto tirantez, pero no duele.
-Quieres que se cure para siempre. ¿Y no tienes que volver más si no quieres?
Un rato más tarde me convenció para desnudarme de cintura para abajo y a la luz del pasillo pasé a su dormitorio. Vi un crucifijo en el cabecero de la cama y había un rosario en la mesita de noche. También tenía ropa en una silla junto a la cama. A pesar de haber estado varias veces en su casa, nunca había estado en su dormitorio. Siempre sentía un poco de temor. Una larga charla que me explicaba cosas irrelevantes y me pidió empezar según su experiencia.
¡Yo recuerdo que duele un poco! Es parecido a como lo hemos hecho la última vez, pero esto en principio debería de solucionar el problema tuyo para siempre. ¿Tú confías en mí?
-Sssí. Dije algo preocupado. Estaba cerca de mí y olía su colonia.
Siguió explicando que había tenido un problema muy parecido de pequeño. Me besó en la frente y siguió explicando las ventajas de solucionar el problema de la supuesta fimosis.
¿Te acuerdas de que te metí dos dedos para agrandar el pene y que estirase la piel? Pues ahora voy a repetir de otra manera. ¡Es molesto, pero te falta poquito!
¡Es que no entiendo cómo por tener un dedo por el culo me ayuda! Contesté dudoso.
¿Te ha ayudado la última vez? Confesé que sí. Mucho después, supe que el agua caliente y repetir la acción muchas veces soluciona el problema solo.
Me acomodé sobre las rodillas y codos sobre la cama mientras me comenzó a masturbar muy lentamente. ¡Separa las piernas más! Se colocó de rodillas detrás de mí.
-Mejor apoya la cabeza sobre la cama! Me pidió.
Me untó una cantidad enorme de lubricante dentro del ano, así como en sus alrededores, también me puso un poco por mi pene.
-Está frío! Me quejé.
-¿Procura estarte quieto ahora, ok? Dijo y me dio una pequeña palmada en el culo.
Le rogué que no lo hiciera, porque me aparecieron dudas. Sentí un poco de temor cuando noté que tenía la mano cerca. Era desagradable tener dedos dentro de tu ano. Seguro que había mejores métodos que ese. Recordé lo que me explicó: Pensé en el corte que me tenía que hacer un cirujano y me decía que tenía que pincharme en el pito antes. Todo muy horrible para mi mente. Poco después sentí un pequeño dolor. No era grande y al estar todo tan lubricado no fue para tanto. Me metió los dedos. Los sacó después de hurgar dentro de mí. Y de pronto sentí una presión y un poco de dolor. Me había metido su polla y entre un mete y saca cada vez iba más adentro. Era miedo lo que tenía, porque no era exactamente dolor.
-¡Sácalo, sácalo! Rogué. Me bloqueé y me puse tenso.
-Intenta hacer fuerza como si estuvieras haciendo caca! Me rogó.
Lo hice y noté que entró casi hasta el final. Ahora notaba ganas de ir al baño. Todo era un desatino. Siguió bombeando muy lentamente mientras sujetaba mi mano izquierda y me masajeaba mientras hablaba para tranquilizarme. Estaba muy nervioso. Noté que mi pene se había puesto como una vela.
-Tú quieres que se cure, ¿no?
-¡No, ya no!
No me hizo caso y como se movía apenas hacia delante o para atrás, tampoco dolía como dicen algunos. Notaba sólo presión, pero no dolor; más bien tirantez por el ano. Bastante tirantez que crees que va a romperse algo.
-Tranquilo. Lo estas haciendo fenomenal. Confía en mí.
Bastante más tarde cuando consideró que era suficiente me ordenó que me sentara sobre su pene. Me negué y me puse a llorar un poco. Estaba indudablemente muy nervioso. Ver un preservativo ensuciado de caca no era agradable. Se lo quitó con mucho cuidado de mancharse y se puso otro, pero olía mal en la habitación.
Me volvió a convencer para que me sentara sobre su pene mirando hacia él, mientras él estaba acostado boca arriba apoyado en la parte baja de la cama. Poco a poco entró recibiendo otra vez la señal de tener el ano lleno y necesitaba ir a cagar. Me tiró hacia él y me senté sobre él mientras me penetraba. Me besó, me acarició hasta que se corrió en mí. Y no noté nada del semen. Noté que su pene pulsaba dentro de mí. Me rogó que me quedara como estaba y me apoyara en el cabecero. Bombeó muy lentamente. Siguió masturbándome y conseguí un orgasmo espectacular con el pene dentro. Estar al mismo tiempo apoyado contra el cabecero de la cama y que te lo hagan todo era en ese momento impresionante. Recuerdo que recibía caricias en los huevos, muslos y otras partes. Era como estar en el paraíso. No sé, si babeé al terminar, pero casi seguro que sí. Simplemente respiraba cuando caí sobre su torso. Me abrazó y acarició unos segundos. Me había convertido como en un bebé durante un momento que estaba en trance.
Cuando llegó mi padre y me recogió estaba todo limpio, superado y me sentía bien, pero algo había pasado en mí que me hacía sentir mal. Mi padre me apremió para que nos fuéramos, aunque había dicho que quería ir al baño.
Lo peor que me pasó fue cuando me tiré un pedo en el coche y mi padre lo olió. Protestó y nada más, pero cuando salí tenía el pantalón un poco mojado.
-Tienes el pantalón manchado. ¿Te has cagado? Me preguntó serio cogiéndome del brazo.
Estaba que me moría de vergüenza y temiendo un castigo. Tenía que pensar algo rápido.
-Es que… tengo diarrea, por eso quería ir al baño antes de irme y me he tirado un peo y…
-Has que ser muy valiente para tirarse un pedo y tener diarrea.
-Por favor, no se lo digas a Mamá.
-No se lo diré, pero vete a lavarte ahora mismo.
-Sí, Papá. ¡Perdón! Le di un beso de agradecimiento, ¡Gracias, Papá! Nada más llegar al baño me tuve que ir al wáter. El lubricante había tenido un efecto colateral de sentir la necesidad de cagar y lo hice; aunque eso fue una excepción. Ya había hecho mis necesidades esa mañana y en casa del cura ya me había ido al baño. Descubrí que unos restos blancos de algo flotaban en el agua. Más adelante me enteré de que era semen.
Estaba en una situación rara. Había disfrutado como un animal de los orgasmos que me habían proporcionado. No eran nada comparables a las pajas que yo me hacía por mi cuenta. Sin embargo, tener relaciones con un hombre me convertía en un homosexual. Sobra decir lo denostado que era eso en nuestra sociedad en esa época. Había cosas que tenía claro que no iba a decir a nadie. Aunque lo que había hecho era para curarme. Escuché que mi madre había ido al ginecólogo y le metían cosas por la vagina, pero nunca especificaba. Eso no era tener relaciones porque si no mi padre se hubiera puesto hecho una fiera. En esa época, yo razoné que lo que yo había hecho tampoco era nada prohibido, porque era al que tenía que ver con la medicina.
Pues eso, entonces cuando me masturbaba todavía notaba un poco de tirantez, pero no era para tanto. ¡Quizás sí se me estaba curando!
Gracias por vuestra atención y un saludo a todos.
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