DÁNDOLE AL RUBIO -PARTE FINAL-
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
En esos días (ver relatos anteriores) finalizaron mis vacaciones y debía regresar a mi casa. Después de lo vivido con mi nuevo grupo de amigos de ese lugar, cojiéndonos en forma grupal a ese lindo gordito rubio, pensé en despedirme montándomelo por última vez.
Hoy, después de tantos años, debo reconocer que en realidad mi atracción había sido más fuerte hacia Mario, el adolescente líder de aquel grupo, un macho verdaderamente espectacular.
Como Mario era el contacto para poder encontrarme con el rubio, dos días antes de irme le consulté a él si era posible organizar algo entre los tres, como despedida. Mario me dijo que imposible, el rubio hacía varios días que no era visto y debía estar en su casa, donde él no tenía acceso a visita.
Entonces, decidí abandonar mi estratagema y le dije que por lo menos quería despedirme bien de él mismo. Mario, en su rapacidad, comprendió mi intención oculta y me propuso que al día siguiente nos encontráramos a solas. Para reafirmar más aún mi finalidad, le pedí que nos encontremos a una hora señalada en el campito donde habíamos jugado al futbol "para poder charlar tranquilos y despedirnos bien". Así lo acordamos.
Al día siguiente, a la hora señalada, nos encontramos para ir juntos al campito. Hacía calor y ambos tuvimos la prudente idea de ir vestidos lo más liviano posible, con pantalones cortos, el torso desnudo y las remeras apoyadas en el hombro. Mario llevaba también una mochila deportiva. En el camino, fuimos conversando y riendo, recordando las experiencias vividas. Aproveché para decirle que él me había caído muy bien y me había gustado compartir esas cosas a su lado. Él sonreía, tenía todo claro.
LLegamos al lugar elegido, donde nadie había y sólo se oían los chillidos de algunos pájaros y el ruido de los automóviles que pasaban por una ruta cercana, mucho más allá de los matorrales.
Estando allí, Mario no quiso perder tiempo con dilaciones y, tomándome del hombro, me llevó a un pequeño claro en medio de los matorrales donde antes habíamos cojido al gordito rubio. Sin decir palabra, abrió tranquilamente su mochila y sacó una manta -muy bien doblada- que extendió sobre el césped, y un pote con crema de manos.
Enseguida, se quitó el pantaloncito y quedó desnudo, le brillaba el cuerpo bronceado, por el sudor de la caminata. Lucía su verga bien dura y parada, cuya cabeza le llegaba casi hasta el ombligo, y pendulaban sus bolas.
Él mismo me quitó mi pantalón, dejándome también desnudo, me tomó del hombro y me hizo un gesto invitándome a sentarnos sobre la manta. Obedecí, nos sentamos pero enseguida Mario me guió para acostarme en ella boca arriba, y él sin dudar se me subió, aprisionándome con su pecho y buscando apoyar su bulto erecto en el mío, que también ya estaba igual.
Me sostuvo fuertemente y me puso toda su lengua en la boca, mientras frotaba su bulto en el mío, verga con verga, bolas con bolas. Frotaba cada vez con más intensidad y me mojaba con su líquido preseminal, que salía abundamentemente de su pija parada.
En un momento, puso su verga -ya enorme y dura- entre mis piernas, justo debajo de mis huevos, y con sus piernas hizo cerrar las mías para darle presión. Sentí su chota mojada que bombeaba rítmicamente, frotándome las bolas y rozándome el ano con su glande, todo sin dejar de darme lengua en la boca. Yo gozaba mucho, pero quise decir algo. Mario no me dejó, me dijo: "no querías despedida?, bueno, es esta?", y siguió revolviéndome su verga entre mis piernas.
Volando de caliente, me dejé hacer, lo abracé, pasaba una de mis manos por su pelo y la otra por su espalda, disfrutando su calor, su olor y la sensasión de su pija dándome entre las piernas y rozándome el ano con su cabezota.
De repente se detuvo, se incorporó, colocó cada una de sus rodillas bajo mis axilas y en esa posición pude ver su verga latiente y chorreando líquido muy cerca de mi cara. Con sus manos me tomó de la cabeza, la subió y me hizo chuparle la chota y las bolas, largamente. Luego sostuvo firme mi cabeza y batió su cadera entrando y sacando su pija de mi boca hasta que lanzó una eyaculación abundante y olorosa, que me obligó a tragar.
No dejó que me incorporara. Siguió montado sobre mi, poniéndo su lengua en mi boca y frotándose sobre mi bulto hasta que me hizo acabar, mojándonos ambos cuerpos con mi leche.
Se levantó un poco, pasó sus dedos por mi leche desparramada en mi cuerpo, y me dió vuelta con sus manos. Me lamió el ano, y fue lubricándolo con sus dedos usando mi propia guasca.
Allí fue que, sin dejarme reaccionar, me penetró violentamente, haciendo que su pija llegara hasta el fondo de mi recto. Grité al sentir ese dolor, y mi quejido lo excitó más, sentí como su chota se inflamaba dentro de mi, poniéndose más gruesa. Fuertemente abrazado por él, me dió y me dió y me dió verga en el culo, sus bolas golpeaban mi ano mientras sentía la frotación de su pecho sudoroso en mi espalda. Mario tenía su cara al costado de mi nuca, y con cada golpe de bombeo en mi culo me decía al oído: "esto querías eh? sentir a tu macho asi".
Enloquecido de placer, en un momento levanté como pude mi cadera para entregar mejor mi culo. Ese movimiento excitó más a Mario, haciéndolo acabar muchos chorros de leche bien dentro de mi recto. Sacó su pija, tomó el pote de crema de manos que había puesto cerca, se untó los dedos y untó mi ano, y fue colocando un dedo, dos, tres, hasta cuatro, bien dentro del culo, mientras los sacaba y ponía rápidamente y también revolvía en forma circular.
Después de un rato de hacerme eso, sin importarle mis quejas, volvió a ponerme su pija -otra vez erecta- dentro del culo, pegándome una nueva cojida. No se si nuevamente acabó u orinó dentro de mi, pero sí sentí que descargaba un fuerte y largo chorro de líquido caliente en mi interior.
Terminada la sesión de sexo, nos limpiamos como pudimos, nos vestimos los pantaloncitos y regresamos juntos. No hablábamos, por momentos Mario me llevaba del hombro como gesto de amistad, o me acariciaba la nuca. Al separarnos me dijo: "fue lindo conocerte, nunca te olvides de mí, que acá soy el más macho".
Esa noche, en el viaje de regreso a casa, todavía sentía mi ano dilatado y la tibieza de las preñadas de leche u orines de Mario que llevaba en mi culo. Casi se me cae una lágrima pensando que no volvería a verlo.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!