DE EXCURSIÓN EN EL CAMPISMO POPULAR
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Son las 6 de la mañana y mi mamá me zarandea fuertemente hasta lograr que me despierte. Cuando me dice la hora, termino de despertarme de golpe y me levanto como un loco, sin darme cuenta que ella está delante de mí, y que al igual que todos los días cuando amanece, estoy con la picha más que parada y el calzoncillo está que se quiere romper y me meto al baño para orinar, lavarme los dientes y la cara para vestirme e irme para el campismo con mis amigos, pero la primera de las tareas demora más de lo que yo desearía, porque con la erección el orine no sale, así que lo dejo para después y me echo abundante agua en la cara y el cuello, me lavo la boca y cuando termino ya estoy en condiciones de orinar, así que lo hago, salgo del baño y me pongo el pitusa que dejé la noche anterior en la cabecera de la cama, un pullover, unos tenis viejos sin medias y recojo o mejor dicho, casi que le arrebato a mi mamá un pan con tortilla que me acaba de preparar y con la mochila al hombro salgo disparado para llegar a tiempo al parque antes que salga la guagua que alquilamos días antes. Llego sofocado cuando ya el chofer había arrancado el vehículo pese a las protestas de mis amigos, así que subo en medio de la gritería de estos y partimos.
Entre canciones, cuentos, conversaciones en voz más que alta, termino de comerme mi desayuno mientras relato el por qué de mi llegada tan tardía que casi produce que me quedara de disfrutar de una semana en el campismo de Cayo Coco. Es la primera vez en mis acabados de cumplir 15 años que logro salir de vacaciones con mis amigos y sin mis padres, lo que nos ocurre a casi todos los que vamos en el paseo, que como premio por ser el mejor grupo de la Secundaria Básica, obtuvimos por una gestión de la Dirección del colegio conjuntamente con el padre de uno de los alumnos, el cual trabajaba en el Poder Popular Provincial e hizo los contactos pertinentes para que el viaje pudiera darse.
Cuando llegamos, nos dividieron en grupitos de a 4 alumnos y nos asignaron 7 cabañitas. Tres de ellas con las muchachitas y las otras 4 para los varones, que estábamos en mayoría (16 contra 13). En una de las cabañas situaron otra litera para acomodar a una muchachita que quedaba fuera de la cuenta de a 4.
Apenas nos instalamos, nos desvestimos de corre-corre, nos pusimos las trusas y nos fuimos inmediatamente para el agua, que por cierto estaba deliciosa. Momentos después de entrar los varones, fueron llegando las chiquillas, que como siempre se demoran más en cambiarse de ropa, además que por lo general no se desvisten unas frente a las otras. Estuvimos nadando, apostando a quien lo hacía más rápido o llegaba más lejos, o estaba más tiempo aguantando la respiración debajo del agua. Apareció un balón y jugamos al boleibol, al “quemado”, en fin, de todo un poco hasta que a alguien se le ocurrió echar una “guerra a caballos”, es decir, uno debajo como el caballo y encima, sentada en los hombros del “caballo”, una muchachita y así tratar de tumbarnos unos a otros. Aquel juego, al sentir a las muchachas sentadas en el cuello, teniéndolas de aguantar por los muslos, hizo que la casi totalidad de nosotros tuviéramos “el circo armado” casi todo el tiempo, cuando alguno se caía, podía ver que debajo del agua todas las trusas y shorts estaban más que levantados por el frente. Cuando terminamos ese juego, ya era la hora de ir a almorzar, pues el comedor del campismo lo cierran a una hora determinada, y las niñas salieron bastante rápido, mientras que la mayoría de los varones nos quedamos en el agua y nos tuvimos que hacer nuestras respectivas pajas para que se nos bajara la erección. Todos nos reíamos mientras estábamos en aquella más que imprescindible faena.
Después de almuerzo, todos nos fuimos a descansar y dormimos un rato, pero a las 5 ya estábamos todos de nuevo en el agua y otra vez comenzamos a jugar y como es natural, la propuesta de otra guerra de caballos no se hizo esperar, pues deseábamos tener de nuevo la oportunidad de acariciar los muslos de las chiquillas y sentir el calor de sus sexos en nuestros cuellos. Al rato las muchachitas estaban cansadas y se pusieron a conversar mientras se bañaban y los varones nos pusimos a jugar a ver quien le metía la cabeza bajo el agua a su contrincante. Todavía estábamos con las pingas paradas por el juego con las hembras y todos tratábamos de no pegarnos al oponente. Sin embargo, en dos ocasiones en que me tocó “pelear” con Juanito, un muchacho más o menos de mi mismo físico, no pasaba mucho rato para que intentara voltearme por su hombro y para eso tenía que darme la espalda y pegarse a mí, con lo que mi picha le quedaba entre las nalgas.
En las primeras ocasiones en que sentía eso, me separaba y quedaba bastante inestable, hasta que una vez que me eché para un lado evitando su culo, él aprovechó para hundirme hasta el fondo, por lo que perdí esa pelea. La próxima vez que hizo ese movimiento, no me quité, sino que seguí bien pegado a él y le frotaba mi erecto miembro contra su culo. Nadie se daba cuenta, pues cada pareja seguía en sus enfrentamientos y la verdad es que aunque yo trataba de que no me tirara, él no hacía mucho esfuerzo por hacerlo, sino que gozaba de aquella posición. Al fin lo levanté por la cintura y lo hundí, y cuando caía su mano “accidentalmente” se aferró a mi pinga como si no quisiera ir para el fondo. Al fin lo solté y salió riendo y me dijo que teníamos que echar otra pelea para ver cuál de los dos era mejor, pues estábamos empatados. La verdad es que yo jamás había pensado en un hombre, tenía una novia que había terminado el octavo grado, uno menos que nosotros, pero estaba bien excitado con el juego y acepté gustoso su propuesta. Comenzamos la pelea y cada vez con más frecuencia su mano me tocaba el rabo y en uno de los movimientos que hicimos, se me salió de la trusa. Cuando él se dio cuenta, lo agarró y seguía como si estuviéramos peleando, pero en realidad me estaba haciendo tremenda paja. Un rato después me vine y cuando él sintió las contracciones, se zambullo para ver cómo salía la leche. Lo tuve un poco bajo el agua e incluso le pegué el miembro en la cara y él no hizo nada para evitarlo, al contrario, me di cuenta que lo estaba disfrutando. Cuando asomó su cabeza fuera del agua, me lanzó una pícara sonrisa sin soltarme la pinga y me dijo que yo había sido el mejor de los dos, pero que al otro día quería que le diera la revancha y yo inmediatamente acepté.
Por la noche, después de comer, nos reunimos en la playa e hicimos una fogata, cantamos, hicimos cuentos y ya cerca de la una de la madrugada, nos fuimos todos a dormir, pero en la cabañita que yo compartía con otros tres muchachos, las cosas no iban bien, pues dos de ellos tuvieron una pelea por una de las muchachitas, ya que ambos estaban enamorados de la misma, así que decidimos que cuando amaneciera uno de ellos se iría para otra cabaña, cambiando su lugar con alguno que quisiera venir para la nuestra. En cuanto el Sol salió, me fui para las otras cabañitas a ver quien quería cambiar su lugar y enseguida Juanito aceptó hacerlo y trajo su mochila con sus cosas. Eso me gustó, pero me preocupaba que los demás se dieran cuenta de lo que estaba pasando entre nosotros. En cuanto estuvimos solos en el agua, le hice saber que en la cabañita no podía pasar absolutamente nada entre nosotros, pues si alguno nos veía, más nunca podríamos mirarle la cara a nadie, ya que el título de maricones no habría quien nos lo quitara.
La mañana transcurrió como el día anterior, entre juegos, nados, cuentos, etc. Salimos a almorzar, dormimos la siesta y por la tarde volvimos al agua. Esta vez a uno se le ocurrió hacer una pirámide humana y enseguida comenzamos a hacerla. En la base nos colocamos los 4 más altos y pesados, luego vinieron 3 más ligeros, encima se subieron 2 delgaditos y cuando subía el último, se derrumbó la pirámide y Ernesto, uno de los dos que estaban en lo más alto y que compartía mi cabaña, se cayó de lado, fue hasta el fondo y se golpeó una rodilla con una piedra. Salió con una cara de dolor que enseguida nos dimos cuenta que no era juego. Lo cargamos y lo llevamos a la posta médica del campamento. El médico lo examinó y dijo que parecía una fractura, así que lo remitió con la enfermera para el hospital de Morón y con él fue Alejandro, su mejor amigo y que dormía en la parte superior de la litera de Ernesto. Como es natural, se nos aguó la fiesta y aunque volvimos a bañarnos, nos pasamos toda la tarde conversando sobre lo acontecido.
Salimos de la playa, nos duchamos, comimos y nos sentamos en la arena a hacer cuentos. No había muy buen ánimo en el grupo, así que poco a poco todo el mundo se fue a dormir. En la cabañita quedamos solos Juanito y yo. Éste, en vez de subirse a la parte superior de la litera que compartíamos, se acostó en la parte de abajo de la que quedó vacía. Estábamos en la oscuridad conversando en calzoncillos (pijama de los cubanos) y sin camisa, pues el calor era sofocante, y entonces por la claridad que entraba por la tela metálica de la ventanita del baño, vi que se levantó y se sentó a mi lado. Yo le hice espacio corriéndome hacia el otro lado. Sin decir nada, comenzó a tocarme la pinga, la que inmediatamente se me paró. Me quitó la única prenda de vestir que tenía y continuó conversando y acariciándome la tranca y los huevos, lo que hacía que me erizara de los pies a la cabeza. Así estuvo un buen rato hasta que vi como se inclinaba y le pasaba la lengua a mi desesperada picha, que hacía rato había comenzado a soltar líquido preseminal.
De pronto se la metió en la boca y tuve que morder una almohada para que mis quejidos no fueran a sentirse afuera. Nunca había sentido tantas sensaciones juntas, se la metía hasta la garganta, le pasaba la lengua por el frenillo, la apretaba con los labios, hasta que no pude aguantar más y sin avisarle me di la mayor venida de mi corta vida. Aquello lo tomó de sorpresa y se la sacó de la boca, pero enseguida volvió a la carga y chupó y lamió hasta la última gota de leche. Luego se acostó a mi lado, me dio la espalda y echando para atrás un brazo, hizo que le pusiera mi aún bien parada picha entre sus nalgas. Yo prácticamente no atinaba a hacer nada, pues todo me había tomado de sorpresa, pero parece que él lo había pensado mucho, porque del piso tomó un potecito de cold cream que sin que yo lo viera había puesto allí y se untó abundantemente en su huequito, así como en toda la cabeza de mi pinga. Yo intenté metérsela, pero para mi sorpresa era virgen y tenía el culito muy estrecho. Se volteó un poco y me susurró que lo hiciera poco a poco a ver si lo lograba. Entonces le fui metiendo la crema en el culito con un dedo y una vez dentro lo rotaba para que se le agrandara un poco. Volví a ponerle la picha entre las nalgas y empujando suavemente logré meterle un pedacito de la cabeza, se la saqué de nuevo, otra vez crema con un dedo, volví a presentarle la pinga y poco a poco logré que toda la cabeza le entrara, se la dejé un ratico dentro y le dije que se relajara, entonces se la fui sacando poco a poco hasta que la tuve toda afuera y se la volví a meter, ahora un poquito más rápido, pero solamente la cabeza.
Debo haber repetido este movimiento como 10 veces y ya sentía que su esfínter anal estaba más que dilatado, así que me embarré bien toda la tranca de cold cream y se la fui metiendo poco a poco, él se quejaba, bufaba como un toro, pero no trataba de alejarse, así que descansaba en mis intentos de metérsela completa y al ratico volvía a la carga, metiéndole otro pedacito. Así fui logrando que le entrara hasta los mismos cojones. Ya para ese momento, el dolor le había pasado y comenzó a mover su cintura, haciendo que mi picha entrara y saliera de su más que caliente agujerito. Esos movimiento fueron demasiado para mí y apretándome a él tuve otra descomunal venida. Yo nunca pensé que pudiera eyacular tanto en tan poco tiempo. Así estuvimos muchísimo rato, unidos por un trozo de carne, hasta que éste fue perdiendo su turgencia y sentí que se iba a salir, así que puse mi mano para evitar manchar la sábana, pero lo que yo no sabía era que él se había hecho una paja cuando sintió que yo me venía y la había echado casi toda sobre el borde de la cama. Nos levantamos, nos lavamos y nos acostamos cada uno en una litera y nos quedamos dormidos inmediatamente. Por la mañana fue que vi el manchón que había quedado sobre mi sábana, así que la enjuagué en el lavamanos y la puse a secar colgada en un cordel entre las dos literas.
Al otro día tuvimos noticias de que Ernesto se había fracturado la rodilla y de que Alejandro no regresaba, pues se quedó para hacerle compañía a su amigo. Esto hizo que las cinco noches siguientes, estuviéramos Juanito y yo solos en la cabaña. Se volvió un adicto a que le metiera la picha, lo hacíamos en cuanta posición se nos ocurría, me decía que me pusiera boca arriba y se sentaba sobre mi miembro y disfrutaba mientras le iba entrando hasta que ya no le quedaba ni un milímetro afuera, unas veces dándome la espalda y otras veces frente a mí, para que yo pudiera observar su cara de satisfacción mientras la pinga le iba entrando. Se iba levantando para que fuera saliendo, pero sin sacarla del todo y volvía a sentarse para que le entrara de nuevo, generalmente poco a poco aunque a veces se dejaba caer de un tirón. En esa posición, iba dando vueltas como si fuera una tuerca girando en un tornillo, y había adquirido la habilidad de que la picha no se le saliera de su más que ávido culito.
Algunas veces yo le pedía que se pusiera en cuatro patas para írsela metiendo como hacen los cuadrúpedos, y en el mete y saca se sentía el ruido de mis huevos cuando golpeaban rítmicamente sus nalgas. Siempre que lo hacíamos así, él pasaba una mano entre sus piernas para acariciar suavemente mis oscilantes cojones. También le encantaba ponerse boca arriba en el borde de la litera para que se la metiera de frente, poniendo sus piernas sobre mis hombros y me tomaba por la espalda con ambas manos para que le entrara hasta el fondo y además para indicar el ritmo que más placer le causaba, y yo le indicaba cuando estaba a punto de venirme para que no continuara moviéndose y prolongar lo más posible aquellos deliciosas singaderas. En fin, que casi que ni dormíamos por las noches, tanto era el desenfreno que teníamos. Una de las posiciones que más placer me daba era sentarme en la única silla que había en la cabaña y él se colocaba a horcajadas sobre mí, unas veces dándome la espalda y otras de frente y entonces le encantaba mirarme a los ojos para ver la lujuria que se me reflejaba en ellos cuando mi picha lo penetraba una y otra vez.
Siempre comenzábamos con una de sus soberbias mamadas, la lamía de la base a la punta, donde saboreaba el transparente líquido que iba goteando poco a poco, luego la besaba, enredaba su golosa lengua alrededor de la cabeza de mi a punto de reventar pinga, se la metía en la boca para chuparla suavemente, y se la iba metiendo poco a poco hasta que no podía más, lo que me daba un placer increíble, pero siempre evitando el que yo me viniera para que pudiera darle más tiempo por donde más le gustaba, su insaciable culito. A los dos nos encantaba colocarnos él boca abajo con una de sus piernas recogidas, de manera que una rodilla quedaba lo más separada del cuerpo que podía, de forma que sus nalgas quedaban bien altas. Ya en esa posición, yo le iba pasando la tranca hacia arriba y hacia abajo por su raja, deteniéndome un poquito en su huequito, metiéndole nada más un pedacito de la cabeza, pero sin penetrarlo mucho y volvía de nuevo a pasarle mi miembro por su raja, lo que hacía que se fuera desesperando por ese juego diabólico, hasta que no podía más y echando sus brazos hacia atrás y levantando aún más sus apetecibles nalgas cuando le tenía la pinga presentada en su culito, me daba un tirón para que se la metiera hasta que mi pelvis tocaba sus nalgas y entonces comenzábamos un frenético mete y saca; él se las arreglaba para en esa posición agarrarse su también más que dura picha y se hacía una paja mientras yo terminaba aquel delicioso palo viniéndome dentro de él.
Nos quedábamos siempre en esa posición hasta que la pinga se me ablandaba, pero una vez nos quedamos dormidos los dos esperando que mi pinga perdiera su turgencia, cosa que no ocurrió en ese caso. Me desperté en la madrugada y aún estaba acostado sobre él y mi tranca estaba más dura que nunca, por lo que comencé de nuevo a templármelo como si en eso me fuera la vida. Él se despertó con mi mete y saca y comenzó también a moverse desesperadamente, hasta que entre quejidos de ambos, nos vinimos casi al unísono, y entonces si se me pasó la dureza de mi miembro casi que en segundos. Se la saqué y nos fuimos a lavar al baño. Nos acostamos los dos en la misma litera y comentando lo que había pasado, nos quedamos dormidos hasta que la luz del sol penetrando en nuestra cabañita, nos despertó.
Decidimos que en los baños de playa no haríamos nada, no fuera a ser que alguien se diera cuenta de lo que hacíamos, así que después de reposar el almuerzo, volvíamos a templar antes de salir a los baños de por la tarde, y por el agotamiento de tanto singar, no teníamos ningún ánimo de volver a jugar de forma violenta con los otros muchachos y nos pasábamos la mayor parte del tiempo conversando con los grupos que no participaban de los juegos.
Pero como nada en esta vida es eterna, se terminaron los días en la playa y con ellos aquellas “templetas” sin fin. Cuando llegué a mi casa mi mamá se sorprendió por lo flaco que estaba, y le dije que era que me pasaba casi todo el día metido en el agua y que a veces ni salía para almorzar, por lo que me gané una enorme reprimenda, pero jamás le pasó por la cabeza que mi flaqueza se debía a los larguísimos contactos sexuales que había tenido a lo largo de esa semana.
Con Juanito tuve en esos días y antes de que comenzara el nuevo curso, algún que otro encuentro sexual, pues no teníamos casi oportunidades de estar solos. Luego su familia se mudó para la provincia de Matanzas y más nunca lo volví a ver, pues al poco tiempo emigraron para los Estados Unidos.
Juanito fue el único hombre con el que tuve relaciones sexuales y jamás pude volver a templar tantas veces diarias y tan seguido hasta que me casé y estuve de luna de miel con mi esposa, ´por cierto, también en una playa, pero ahora en Varadero. A veces, durante esos felices y enloquecedores días, recordaba la primera vez que templé tanto que hasta la cabeza de la pinga se me peló.
Firma el cuentero
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