De la cancha a la cama
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por VaronSilente.
Verlo por las tardes se había vuelto rutina y obsesión. Aún desde mi ventana en el séptimo piso, su cuerpo escultural destacaba por encima del de los otros chicos que ocupaban la cancha. Sabía que vivía en mi mismo edificio, sin tener idea de en qué piso. Una mañana me lo encontré saliendo del ascensor. Su pelo castaño alborotado y sus hombros sólidos, curvados y brillantes me dejaron sin habla mientras me decía un sencillo "buen día".
Yo murmuré algo, que de seguro no fue muy inteligible, porque se rió y siguió hacia el estacionamiento. Fue la primera vez que lo veía tan de cerca. Ya su torso sin camisa me era familiar, pues cuando jugaba por las tardes en la cancha de basket, nunca usaba camisa. Todo en él estaba divino: sus piernas torneadas, sus abdominales griegos, su ancho pecho y sus brazos llenos de músculos brotados por el esfuerzo físico y el sudor. Su piel, como de canela, brillaba al sol de los atardeceres, provocándome visiones en las que nada llevaba y sus nalgas redondas lucían también el sol. Masturbarme pensando en él era ya un hábito de mis noches.
Ocurrió que nuestros encuentros en el lobby del edificio se hicieron más comunes. Él me sonreía y saludaba, yo trataba de saludarlo también, pero se me iba la voz. Eso lo divertía. Casi nunca usaba camisas con mangas; yo no podía dejar de mirar sus hombros, y me pareció ver que él no lo notaba. Entonces comenzaron a surgir otro tipo de juegos. A veces salía del ascensor y se mordía un labio, picándome un ojo. Otra vez, mientras salía, se tocaba la verga fugazmente por encima del pantalón. Yo anonadado, lo miraba, ahora abiertamente con deseo, para seguir su juego. Una de las veces más inesperadas fue cuando, estando yo saliendo del ascensor, se me apareció al frente, se subió la franela dejando al descubierto su bello ombligo moreno con su séquito de abdominales y mi miró sonriente. Se metió al ascensor y me dejó helado en el lobby, sin poder recordar que hacía. Tuve que volver a subir para hacerme una paja explosiva que se derramó tras pocas jaladas a mi güevo hinchado.
Una noche, pasó lo que tenía que pasar. Salí un momento al pasillo de mi piso a tirar la basura por el bajante, cuando de repente siento un siseo que viene de la escalera. Me asomo y lo veo, a mi hombre de canela, con un pie en un escalón y el otro en el siguiente, mirándome con más picardía de la normal y algo más que brillaba entre sus ojos. Yo andaba solo en pantalón, pues era bien entrada la noche y no temía encontrarme con alguien allí. Su mirada se paseó por mi cuerpo con descaro y dijo:
-Tú tampoco estás nada mal, mi pana.
Siguió subiendo hasta ponerse frente a mí y rodeó mi cintura con sus brazos. Entonces me empujó contra la pared y me dio un beso profundo, metiéndome la lengua hasta el fondo y acariciando todo lo que podía con sus manos.
Yo no me podía mover. Aquello se sentía increíble. Mi mirada se perdió en el techo, se puso en blanco. Pude haber aceptado un polvo temerario allí mismo, en medio del solitario pasillo, pero mi chico me arrastró de vuelta a mi apartamento, cerró la puerta tras de sí y nos dejó en medio de la más bullente tensión sexual. Solos, nosotros dos, hombres con deseo irrefrenable en un apartamento vacío.
Se quitó la camisa y se me echó encima. El sofá recibió suavemente nuestra alborotada caída. Mis manos recorrieron por fin ese cuerpo escultural de macho duro y saludable. Busqué de una vez su güevo querido y lo encontré erguido bajo su pantalón. Mi mano se escurrió hasta él y sentí la humedad de su cabeza caliente cubierta de líquido preseminal. Eso lo hizo soltar un gemido mientras me besaba y me agarraba con fuerza la cabeza. Yo deseaba cogérmelo, o que me cogiera, lo primero que tuviera que pasar. Sentí mi ano palpitar involuntariamente, así como mi pene creciente. Nos quitamos los pantalones y las vergas afloraron erectas a más no poder. La suya, un poco más pequeña que la mía, describía una sutil curva hacia la izquierda. Lo hice girar sobre mi cuerpo y comenzamos el más divino de los 69. Yo me comía golosamente su miembro, saboreando el dulce de las gotas que su excitación había brotar de su cabeza roja como una fresa. Me la metía entera en la boca y sentía sus vellos enroscados en mi nariz. Sentí arcadas, pero no dejé de chupar. Él, a su vez, me devoraba el güevo salvajemente. Resultó ser un atleta, mi hombre de canela, dando lamidas y succionando mi grueso miembro lleno de palpitantes venas.
Me apartó en un momento dado y me hizo ponerme de pie. Entonces se sentó en el sofá, abriendo mucho las piernas y dejando al aire su culo bien apretado. Su cuerpo estatuario era una invitación al regodeo de la mirada y las manos. Y yo acepté. Con una mano lo masturbaba y con la otra estimulaba su ojete. No quería ceder, el muy apretado, así que busqué rápidamente una botella de lubricante y lo cubrí entero. Empujé con mi dedo y entró fácil. Metí un segundo y mi hombre soltó un gemido. Embadurné mi verga de lubricante y quedó brillante y colorada. Puse la punta entre sus nalgas abiertas, y mientras le sujetaba las piernas en lo alto, se la empujé entera de una sola vez. Él gritó y mi miró con sus ojos bien abiertos. Me dio un golpe juguetón en el pecho y trató de zafarse. No podía gesticular palabra.
Yo sabía que había sido muy brusco, pero en parte me estaba desquitando por sus descarados juegos en el ascensor. Así que me lo cogí rápido y duro. Me dio igual no usar condón. De vez en cuando ponía más lubricante sobre mi pene y su culo, porque seguía teniéndolo muy apretado. En cierta medida, yo también estaba sintiendo dolor, pero no debía ser nada comparado con el suyo, porque no dejaba de abrir mucho la boca y tratar de apartarme por el pecho. Pero luego sentí como la presión disminuía y sus gemidos salían más largos y honestos. Ahora sí estaba disfrutando la embestida que le propinaba sin compasión. Me puse sobre él, ambos de lado sobre el sofá, y sentía su güevo rebotar contra mi abdomen mientras lo penetraba. Sus bolas tocaban mi verga cuando salía de su ano y pude sentir lo caliente que las tenía. Él gritaba "Que rico, dame, coño, dame, no te detengas" y yo sentía las contracciones de su recto mientras se masturbaba su paradísimo miembro
De repente las contracciones se hicieron más profundas y eyaculó abundantemente sobre su pecho y abdomen. Largos chorros de semen quedaban escurriéndose sobre su torso de músculos tirantes mientras el orgasmo lo atravesaba como lo hacía yo con mi pene. Sus contracciones anales y su contraída cara de placer me llevaron al límite, con lo que acabé un manantial de leche en sus entrañas. El blanco y caliente líquido lubricó su recto, con lo que los últimos empujones de mi güevo entraron y salieron rápido y sin presión. Al sacársela repentinamente, su culo escupió un buen chorro de semen. Me quedé respirando agitado sobre su pecho y él me abrazó. Nuestros cuerpos se estremecían del placer y en el cansancio del sexo anhelado por tanto tiempo nuestra respiración se hizo una, exaltada y entrecortada.
Nos quedamos unidos en cálido abrazo por lago rato, tanto que el semen y sudor que cubría su pecho casi se secó. Al levantarse, mi hombre canela me dio un profundo beso y se vistió rápidamente. Le abrí la puerta y lo despedí con un beso en su cuello. Se estremeció, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, se apartó. Me dedicó una de sus coquetas picadas de ojo y desfiló escaleras arriba, de vuelta a su apartamento tras haber resuelto aquel asunto con el vecino que tanto miraba sus musculosos hombros.
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